El padre
Gaspar Hernández Morales, M.I.
(1798-1858)
y su verdadero aporte al Movimiento Independentista.- ¿Quién fue el Padre
Gaspar Hernández? – Rasgos Biográficos del religioso Camilo Gaspar Hernández
Fuente:
C. Armando Rodríguez, Revista CLIO, enero –febrero, año 1933, págs.- 15 / 18
Núm.
Gaspar
Higinio nació en Lima (Perú), el 6 de enero de 1798 y era hijo de Francisco
Hernández, nativo de Galicia, y la limeña Juana Morales. Probablemente, a causa
de una temprana enfermedad, fue bautizado de urgencia (probablemente en su casa) por el P. Manuel
de Castro, y tres años después (3 de mayo de 1801), el P. Diego Estanislao
Venegas suplió los ritos en la Parroquia de Santiago del
Cercado.
A los once años empezó a estudiar Latinidad en el Colegio Seminario de Santo
Toribio, pero su obsesión era ser clérigo regular de la Orden de Ministros de
los Enfermos o Camilos, —el instituto fundado en Roma por San Camilo de Lelis
en 1584—, a la que parece haber ingresado poco antes de completar sus estudios
en el seminario y cuando sólo tenía 16 años. Consta que, previas las
informaciones de cinco testigos acerca de la “legitimidad, buena sangre y sanas
costumbres”, el 22 de julio de 1814 vestía el hábito en el convento de Santa
María de la Buena Muerte (Lima), y al año siguiente (24 de agosto de 1815),
emitía su profesión de votos simples. Algunos autores, copiando probablemente al
P. Virgilio Grandi, dicen que en esa fecha “emitió la profesión solemne”, cuando la fórmula en latín, firmada por
Hernández, dice claramente “vota simplicia”.
Virgilio Grandi, M.I. El Convento
de la Buenamuerte Bogotá, 1985, p. 123.
Diez
días antes de concluir su noviciado (14 de agosto de 1815), aunque no poseía
nada, había hecho formal renuncia de sus bienes o herencia a favor de su congregación,
Quizás
en Santa Liberata o en Santo Toribio terminó sus estudios de Teología, siendo
ordenado sacerdote el 11 de enero de 1821 por el obispo de la Paz, Antonio
Sánchez Matas (1818-1828). Apenas ordenado, empezó su corta carrera docente
como profesor de Filosofía del Colegio de Nuestra Sra. de la Buena Muerte, y
del Seminario Conciliar (Lima), además de ser procurador de aquella comunidad.
Sin embargo, poco después fue acusado de malversación de fondos y prácticamente
recluido en el convento de San
Francisco,
donde permaneció unos meses. Huyendo sin duda del movimiento que latía en el
mismo claustro del convento en pro de la independencia _quizás inspirado por el
sacerdote chileno Camilo Henríquez_ nuestro Gaspar emigró con el virrey y
general José Ruperto de la Serna y las tropas españolas que evacuaron Lima a la
entrada triunfal del ejército invasor (12 de julio de 1821). Durante casi
cuatro años, sirvió de capellán a las tropas españolas desde Jauja (Junín)
hasta la decisiva batalla de Ayacucho (9 de diciembre de 1824). Aunque buena
parte de los militares españoles viajó desde Arequipa a Cádiz probablemente en
el vapor “Pezuela” en los primeros días de enero de 1825, se desconoce si el
P.Gaspar siguió la misma ruta, permaneció en la Península cuatro o cinco años o
nunca salió del Perú. El ya citado Tovar dice que, como falta documentación acerca de
la dotación y travesía de aquellos barcos salidos de Quilea, “solo
es presumible que hubiese estado Gaspar Hernández en aquellos
barcos”. Enrique D. Tovar, Ob. cit., p. 152, col. 2. El nombramiento
de Hernández como profesor de Filosofía de aquel seminario está fechado el 4 de
julio de 1832. Ibid., p. 154, col. 2.
Lo que sí parece cierto es que, a pesar de
vivir fuera de una de las comunidades formales, el P. Hernández nunca abandonó
su congregación, y así lo garantizan incluso los cronistas de la misma, aunque nunca añadió a su firma las siglas M.I. (Ministri Infirmorum).
Lo cierto es que hacia febrero de 1830 se encaminó a Puerto
Rico, —su amistad con el cuadragésimo cuarto obispo de San Juan, don Pedro
Gutiérrez de Cos, limeño también, se había iniciado cuando lo era de Huamanga o
Ayacucho (Perú)– y en el recién fundado Colegio Seminario San Ildefonso (San
Juan), se quedó de profesor de Filosofía y Matemáticas desde su nombramiento el
4 de julio de 1832 hasta mediados de 1834, además de ejercer el curato de una
de las once parroquias que componían aquel obispado, sufragáneo del arzobispado
de Santo Domingo. El seminario había
sido fundado por decreto o edicto del obispo Gutiérrez el 2 de julio de 1832.
Su primer rector, a partir del 4 de julio de 1832, fue el portorriqueño Ángel
de la Concepción Vázquez, un franciscano exclaustrado que falleció el 7 de
junio de 1841. Cayetano Coll y Toste, Historia de la instrucción pública
en Puerto Rico hasta el año de 1898. San Juan, 1910.
Reproducido en E. Tovar, Ob. cit., p. 154. Estando en esos
menesteres, ocurrió la muerte de su protector, amigo y compatriota, y el 9 de
mayo de 1833 pronunció la oración fúnebre en los solemnes funerales de
Gutiérrez de Cos (1826-1833), en la
Catedral de San Juan. No podemos precisar qué hizo en aquella ciudad después de
1834 ni tampoco por qué razón se trasladó a Santo Domingo, a donde probablemente
llegó desde Saint-Thomas a mediados de julio de 1839. A Gutiérrez de Cos sucedería en el obispado
Miguel Laborda y Galindo (1833-1845), mientras la rectoría del seminario la
ocupaba Fr. Pablo Benigno Carrión, capuchino exclaustrado, que sería obispo de
San Juan en 1857.
Su primer trabajo pastoral en la ciudad de Santo Domingo a
partir del 22 de julio de 1839 fue el curato de San Carlos extramuros
(1839-1843), que alternó con el cargo de cura del Sagrario de la Catedral
(1841-1843). Posteriormente y antes de su regreso a San Carlos (1852_1855), fue sucesivamente párroco interino de La Vega (9 de
octubre de 1848 _1º de
mayo de 1849), Santa Bárbara (5 de abril-16 de agosto de 1851), y Azua
(1851-1852).
Maestro y consejero de algunos
trinitarios (1842-1843)
Según testimonio de Rosa Duarte y otros cronistas de la época,
el P. Hernández abrió una clase diaria de Filosofía en la sacristía de la
Iglesia de Regina Angelorum (calle de la Universidad), quizás poco antes del terremoto del 7
de mayo de 1842, a la que asistieron entre otros, los trinitarios Juan Pablo
Duarte, Francisco Sánchez, Juan Isidro Pérez y Pedro Alejandrino Pina. En
realidad, las clases comenzaron en una casa (“un bohío, detrás del camarín
de la Iglesia, esquina con el callejón de la noria”), es decir, detrás del ábside de la Iglesia de San Carlos.
Sólo cuando fue trasladado a la Catedral para sustituir a Francisco Roca
Castañer, la pequeña “escuela” se trasladó a la pieza anexa a la sacristía del
templo de Regina Angelorum. Allí se reunía con los jóvenes cuatro horas cada mañana, y de
ahí proviene la categoría de “prohombre
de la separación” o “inspirado
apóstol de las ideas redentoras de
nuestro pueblo” que le adjudicó la historia romántica del siglo XX. A pesar de
lo escueto de las notas de Rosa Duarte, sí nos dejó constancia de que aquellas
reuniones a las que asistía todos los días su hermano parecía más “una junta revolucionaria
que clase de estudios filosóficos”. Emilio Rodríguez Demorizi (ed.). Apuntes
de Rosa Duarte Santo Domingo, Instituto Duartiano 1970, p. 48.
El que ciertamente aportó más informaciones, de tono romántico,
casi hagiográfico, es José María Serra en sus Apuntes para la historia de
los Trinitarios fundadores de la República Dominicana (1887). Esas notas dicen del P. Hernández que era pequeño de estatura,
ágil y vivo en sus movimientos, pero el metal de su voz era “agudo y algo desapacible”, cosas que resultaban inconvenientes a “la gravedad del sacerdote, a
las cualidades de un orador”. Por
el contrario, “su
trato dulce y simpático, su franqueza y su jovialidad,
le captaron muy pronto el aprecio del pueblo, que acudía
diligente a oír su palabra fácil e instructiva y en cuyo ejercicio
era infatigable”. Eso y su
actuación pacificadora y consoladora durante el terremoto del 7 de mayo de 1842
debió ser una de las razones para que los jóvenes trinitarios le buscasen y le
pidiesen dirigir aquel grupo de reflexión
Filosófica. José María Serra, Apuntes para la historia de
los Trinitarios, fundadores de la República Dominicana. Santo
Domingo: Imprenta
de García Hermanos, 1887, p. 12; reproducido en
BAGN, Vol. VII, Nos. 32-33, Ciudad Trujillo enero-abril de 1944, pp.
61-63.
No cabe duda que Fr. Gaspar supiera Filosofía, probablemente
escolástica, porque había sido profesor de esa materia en el Seminario
Conciliar de Lima y luego lo sería en el colegio-seminario San Ildefonso en San
Juan (Puerto Rico). Quizás su buena preparación humanística y sus lecturas le permitieron
también el acceso a corrientes e ideas totalmente nuevas para el Santo Domingo
haitiano. Resulta revelador que, en los años en que representó a Santiago ante
el Congreso Nacional prefirió participar siempre en las comisiones de Justicia
e Instrucción Pública porque, según él mismo decía, eran “los ramos más adecuados a sus
conocimientos”.8 Los primeros historiadores dominicanos
que sembraron la sana duda acerca del verdadero papel del Camilo Gaspar
Hernández fueron Félix Pérez Sánchez en su artículo “Algo más
acerca del supuesto mentor P. Gaspar Hernández” (1939), reproducido por Emilio
Rodríguez Demorizi en su trabajo “El historiador García y la verdad” (1942), y
por supuesto en las comisiones de Justicia e Instrucción Pública porque, según
él mismo decía, eran “los
ramos más adecuados a sus conocimientos”. Peña Batlle. Manuel A. (ed.). Congreso
Nacional, 1851-1853. Documentos legislativos II.
Ciudad Trujillo, 1944, p. 238.
Los primeros historiadores dominicanos que sembraron la sana
duda acerca del verdadero papel del Camilo Gaspar Hernández fueron Félix Pérez
Sánchez en su artículo “Algo más acerca del supuesto mentor P. Gaspar
Hernández” (1939), reproducido por Emilio Rodríguez Demorizi en su trabajo “El historiador
García y la verdad” (1942), y por supuesto Máximo Coiscou Henríquez al
reproducirnos las cartas del P. Gaspar en su trabajo “El caso Gaspar Hernández.
¿Cuál fue su ideario político de 1842 a 1844?”, publicado como parte del 2º tomo
de su obra Historia de Santo Domingo.
Contribución a su estudio (1943). Y aunque el autor decidió reconocer que en Hernández no
estaban reñidos el sentimiento monárquico y su apoyo al separatismo,
precisamente en una de esas cartas se reveló que sus esperanzas en “apoyar” la separación eran que, una vez libres “de la dominación de los
“mañeses-cocolos”, se suponía que
los dominicanos, que “no
han sido nunca ingratos con su madre patria”, pronto buscarían su protectorado. “Carta de G. Hernández a Baltasar Morcelo
(marzo de 1844)”, citada por B. Morcelo a José Gabriel García (8 de septiembre
de 1897). En Coiscou Henríquez, Máximo, Ob. cit., Vol. II, p. 79.
El 30 de abril de 1843 tuvo a su cargo el sermón en el Te Deum que se entonó en la Capilla de la Misericordia (provisional) por el reciente éxito del movimiento de la reforma del 24 de marzo de aquel año, fruto directo de la insurrección de Praslin, que Jean Price-Mars considera raíz del “rompimiento
de la unidad nacional” del
año siguiente. En
presencia del Can. Tomás de Portes, Vicario
General del Arzobispado, del general Pablo Allí, comandante del Departamento de Santo Domingo, y los cinco miembros del Comité Popular (dos haitianos y tres dominicanos), en una pieza oratoria, marcadamente política, no exenta de una base teológica e incluso de historia antigua, Hernández sensibilizó a su auditorio sobre la funesta tiranía de Boyer en ambas partes de la isla, mientras auguraba para haitianos y dominicanos un futuro prometedor, como si sólo eso fuese lo que esperaba lograr la isla y su redención definitiva. El
Comité Popular lo componían Alcius Ponthieux y Jean Baptiste Morin, por el
Oeste, y Manuel Jiménez, Pedro Alejandrino Pina y Félix Mercenario por el Este,
que habían contribuido al derrocamiento del gobernador y general Alexis Carrié.
En Emilio Rodríguez Demorizi. En torno a Duarte, 1976,
p. 244
Sin embargo, como todas aquellas ilusiones se frustraron al
presentarse en la Parte Oriental el hombre
fuerte de la Jornada que había
desplazado a Jean-Pierre Boyer del Poder, antes de los cuatros meses de
aquel sermón ( 1ro de agosto de 1843,
Gaspar Hernández, se vio obligado a
salir de la Isla rumbo a Curazao,
expulsado por orden expresa de Charles Hérrad-Riviere, junto con el franciscano
Navarro Fr. Pedro Pamiés (1809-1843), acusado ambos de agitar al pueblo con su predicación
subversiva. Ambos habían ejercido el curato de aquella capilla provincial de la
plazuela de San Gil o del Matadero, y su
honrosa actuación a raíz del terremoto del 7 de
mayo de 1842 se conservó en la composición de la solterona Doña Ana de
Osorio;
“Dos ministros de excelencia
Hemos tenido a favor;
El muy docto don Gaspar
Y el virtuoso Pamiés,
Con oraciones tal vez
Han disipado el pesar
El mismo año del
destierro de ambos sacerdotes, Manuel Joaquín del Monte dedicaba a Gaspar
Hernández unos versos hirientes y se abrió así una guerra a versos, aunque la
paternidad de la composición en respuesta
a las letrillas ofensivas de Del Monte, donde sale a relucir más de una vez el
inevitable antihaitianismo y racismo del segundo, sólo se atribuyó al religioso limeño, y según asegura Rodríguez Demorizi, eran en
realidad de la autoría de Ramón Hernández Chávez. (Emilio Rodríguez Demorzi,
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