lunes, 1 de julio de 2013

Dónde está la tumba de Alejandro Magno


Dónde está la tumba de Alejandro Magno

HAY QUIEN DICE QUE LA MAYOR VICTORIA DE ALEJANDRO MAGNO FUE CONQUISTAR LA INMORTALIDAD. LO CIERTO ES QUE SUS HAZAÑAS SIGUEN DESPERTANDO PASIÓN PESE A QUE HAN TRANSCURRIDO MÁS DE 2.000 AñOS DESDE SU MUERTE. LA INCESANTE BÚSQUEDA DE SU TUMBA ENCARNA ESTE INTERÉS ETERNO POR EL REY MACEDÓNICO.
ALEJANDRO MAGNO falleció en el 323 a. de C. en Babilonia. Tenía tan solo 33 años, pero ya había conquistado media Asia. Si su azarosa vida lo convirtió en uno de los personajes clave de la historia universal, tras su muerte volvió a nacer como mito. Sus sucesores lucharon entre sí para repartirse su vasto imperio, y poseer sus restos mortales se convirtió en un símbolo de legitimidad para sus generales.
Tolomeo, uno de sus generales y amigo, consiguió hacerse con el cadáver y le construyó un mausoleo en Alejandría que se convirtió en un destacado lugar de culto en el mundo antiguo. Siglos después de su muerte, Alejandro era adorado como un dios. El mundo helenístico dio paso a la emergencia de Roma como dueña del Mediterráneo, pero sus césares continuaron venerando al macedonio, al que consideraban un modelo para imitar.
La inestabilidad que vivió el Imperio Romano a partir del siglo III d. de C. provocó la desaparición de la tumba en extrañas circunstancias. Sin embargo, lejos de caer en el olvido, el mausoleo de Alejandro siguió alimentando la imaginación y las ambiciones de toda clase de personajes. Napoleón; arqueólogos como Heinrich Schliemann y Howard Carter, y diversos aventureros se dejaron seducir por la tumba perdida de Alejandro y la buscaron afanosamente.
LA DISPUTA POR LA HERENCIA
Prácticamente desde que Alejandro Magno exhaló su último suspiro, sus generales comenzaron a disputarse su imperio. Perdicas había sido nombrado regente por el propio conquistador justo antes de morir. Pero los otros compañeros de armas no reconocieron su autoridad y en seguida comenzaron a conspirar unos contra otros para hacerse con la herencia alejandrina.
Paralelamente, se tenía que decidir dónde y cómo enterrar a Alejandro. Se barajaron varias localizaciones: Babilonia, el oasis de Siwa, Macedonia? Todos eran conscientes de la importancia del la decisión, pues quien controlara la tumba podría otorgarse una legitimidad absoluta. Según las costumbres macedónicas, el que enterraba a un monarca podía aspirar a ser reconocido como su sucesor.
Mientras tenía lugar la discusión sobre el destino de sus restos, se produjo el primer misterio que rodea al cadáver. Según la tradición macedónica, un rey fallecido debía ser incinerado, y sus cenizas habían de depositarse en una tumba. Sin embargo, el cuerpo de Alejandro fue momificado y colocado en un sarcófago de oro en un templo en Babilonia.
Aunque la ciudad mesopotámica parecía un emplazamiento idóneo, el ejército macedónico se mostró contrario a dejar el cadáver en Asia, pues quería que volviera a su tierra natal. Los compañeros del Magno (Perdicas, Seleuco y Eumenes) se inclinaron por esta opción.
EL ROBO DEL CUERPO
Para trasladar los restos a Macedonia se diseñó un fastuoso carruaje, reflejo del imperio multiétnico que había forjado Alejandro. En el otoño del año 321 a. de C., la carroza abandonó Babilonia. Perdicas no pudo acompañar al cortejo porque se fue con el ejército a consolidar la dominación del norte de Capadocia. Dejó la comitiva a cargo de Eumenes.
Pero, en el ambiente de traiciones que rodeaba a los sucesores de Alejandro, Eumenes pactó con Tolomeo el desvío de la comitiva fúnebre a la altura de Damasco. El nuevo destino era la ciudad egipcia de Menfis. El sarcófago de Alejandro fue depositado en la tumba que debía ser para el faraón Nectanebo II. Perdicas respondió a la treta de Tolomeo invadiendo Egipto. Pero fracasó y acabó asesinado por sus propios oficiales. Estos ofrecieron la regencia de todo el impero alejandrino a Tolomeo; pero este prefirió afianzar su poder en el País del Nilo.
MAUSOLEO EN ALEJANDRÍA
Tolomeo se proclamó rey de Egipto y fundó una dinastía que iba a gobernar durante casi tres siglos. Para consolidar su posición, inventó una compleja genealogía que establecía lazos de parentesco entre él mismo, Alejandro y Nectanebo II. De hecho, llegó a decir que el destino final de este último faraón no había sido Etiopía sino Macedonia.
Según los deseos de Tolomeo, la capital de su reino debía ser Alejandría, fundada por el conquistador macedónico. Para aumentar su poder, tenía que traer el mausoleo alejandrino desde Menfis. Parece que inició la construcción del mausoleo, pero no conocemos la fecha exacta del desplazamiento. El nuevo monarca egipcio falleció en el año 283 a. de C., y la primera referencia a la presencia del cuerpo del Magno en Alejandría es del 274 a. de C. Así que no se sabe si fue trasladado al final del reinado de Tolomeo o a comienzos del de su sucesor, Filadelfo.
Hubo un segundo cambio de ubicación dentro de Alejandría. Tolomeo IV construyó, entre los años 221 y 204 a. de C., un gigantesco y lujoso mausoleo para su antepasado, donde resaltaba un magnífico sarcófago de oro. El nuevo emplazamiento sería conocido como el Soma («cuerpo» en griego). Según Estrabón, dicha tumba estaba en el distrito de los Palacios (al norte de la ciudad), rodeada de los lugares de reposo eterno de otros reyes tolemaicos.
Esta sepultura se convirtió en un punto de referencia en el mundo antiguo. Además de su significado político, adquirió un marcado carácter religioso, pues se generó un culto en torno a la figura de Alejandro. Aparte de otorgar ventajas políticas, esta adoración atraía fieles de todo el mundo helenístico que hacían cuantiosas ofrendas, lo que implicaba una importante cantidad de ingresos. A pesar de todo ello, la tumba no se salvó de algunas profanaciones. En el 89 a. de C. Tolomeo X fundió el sarcófago de oro para pagar a sus tropas, e introdujo el cuerpo en uno nuevo, este de cristal.
LA FASCINACIÓN DE LOS EMPERADORES ROMANOS
El culto a Alejandro sobrepasó las fronteras del mundo helenístico y egipcio. Los romanos sentían una profunda admiración por el macedónico. Julio César fue el primero en mostrarla, al llegar a Alejandría tras haber derrotado a Pompeyo. Allí apoyó a Cleopatra VII en su lucha contra su hermano Tolomeo XIII. Durante su estancia, el general romano se mostró muy interesado en visitar el Soma. Los historiadores romanos presentan a César comparándose con Alejandro. También se decía que el romano se lamentaba de lo poco que había conseguido en comparación con el macedonio, que había muerto cuando era más joven que él.
La tumba estuvo muy presente en la guerra civil que provocaría el final de la República romana. Tras el asesinato de César, Octavio y Marco Antonio -con Cleopatra como aliada- retomaron la lucha por el poder.
Cuando Augusto ganó en la batalla de Accio (31 a. de C.), Cleopatra intentó reunir dinero para organizar un nuevo ejército, y para ello saqueó el oro de las tumbas de sus ancestros y del propio Soma. Sus esfuerzos fueron inútiles, pues Augusto ocupó Alejandría un año después y puso fin a la guerra civil.
Octavio utilizó la figura de Alejandro, presentándose como su sucesor. Una leyenda asegura que, al inclinarse para besar su momia, la rompió en un descuido.
Aunque los romanos despreciaban a los Tolomeos, a los que consideraban una dinastía decadente y corrupta, siempre se mostraron fascinados por Alejandro, en quien veían un reflejo de lo que ellos mismos querían ser. Augusto fue el primer emperador que rindió culto al conquistador macedónico, y otros muchos lo siguieron: Calígula, Vespasiano, Caracalla... El Soma mantenía todo su simbolismo político y religioso, y los césares se presentaban allí como un gesto de reafirmación de su poder personal.
Finalmente, en el año 200 d. de C., Septimio Severo cerró el acceso de los visitantes a la tumba ya que se había convertido en el centro de prácticas ocultistas que cuestionaban la divinidad del emperador.
LA DESAPARICIÓN DE LA TUMBA
Hacia el siglo III d. de C, el valle del Nilo pasó por una época turbulenta. La inestabilidad que empezó a reinar en todo el Imperio Romano tuvo uno de sus centros en Egipto y especialmente en Alejandría. La ciudad fue escenario de guerras civiles y del enfrentamiento entre la reina Zenobia de Palmira y Roma. Nuevamente, un manto de silencio se cernió sobre el destino de la tumba de Alejandro, aunque algunos historiadores apuntan que probablemente sufrió algún daño durante esta época. Pero el verdadero desafío para su conservación vino poco después, cuando el cristianismo comenzó a ganar adeptos entre las élites imperiales.
Constantino fue el emperador que despenalizó el cristianismo con el Edicto de Milán en el año 315 d. de C. Nueve años después lo convirtió en la religión oficial del Imperio Romano. A partir de ahí, los dirigentes de la Iglesia se lanzaron a una férrea persecución de los rituales y lugares de culto paganos.
Nicholas Saunders, en su libro Alejandro Magno. El destino final de un héroe, ofrece una curiosa teoría sobre esta época. Según este antropólogo británico, las autoridades cristianas recelaban de la influencia que seguía teniendo el Soma y decidieron buscarle un contrapeso. En este contexto, Saunders sitúa el hallazgo del Santo Sepulcro en Jerusalén. La tumba de Jesús se habría convertido en competidora de la de Alejandro, simbolizando el enfrentamiento entre cristianismo y paganismo.
Poco después el Soma desaparecería de la historia. Algunos creen que su destrucción fue consecuencia de algún desastre natural que habría azotado la ciudad en esos años. Otros la atribuyen a los enfrentamientos religiosos. En la segunda mitad del siglo IV d. de C., el obispo y patriarca de Alejandría Georgias hizo continuos llamamientos al derribo de la tumba alejandrina. No se han hallado más referencias al mausoleo hasta el año 400, cuando el pensador cristiano Juan Crisóstomo dejó claro en un discurso que la tumba ya llevaba algún tiempo demolida.
En este punto, también Saunders lanza una interesante hipótesis: la tumba habría sido destruida en ese período y la momia, troceada en miles de pedazos. A primera vista parece un acto salvaje, pero el autor británico lo atribuye a la fiebre que había en la época por poseer amuletos relacionados con Alejandro.
La imagen del conquistador se asociaba a buenos augurios, y las reliquias con su efigie eran muy apreciadas tanto por cristianos como por paganos. Así que resulta verosímil que la gente que profanó el Soma se llevara trozos de la momia creyendo que poseer un pedazo del propio Alejandro les reportaría suerte. Además, la teoría de Saunders añade cierto romanticismo al destino del rey macedónico: sus restos se habrían convertido en miles de reliquias, desperdigadas por los territorios que había conquistado en vida.
LA RECUPERACIÓN DEL MITO
Lo cierto es que, a partir del siglo V, la figura de Alejandro cayó en el olvido. Pero, si la irrupción del cristianismo había supuesto el fin de la influencia de la figura del macedonio, la conquista árabe de Alejandría en el año 642 iba a recuperarla. Los musulmanes sentían cierta veneración por el antiguo conquistador, ya que el Corán lo consideraba un profeta, y cuando entraron en la ciudad intentaron identificar el lugar donde había reposado su cuerpo. Dos mezquitas se disputaron el honor de albergar la insigne tumba: la de Attarina y la de Nabi Daniel.
La expedición de Napoleón a Egipto en 1798 iba a suponer el comienzo de la pasión por el Egipto antiguo en Occidente. Bonaparte también se sentía fascinado por la figura del Magno, y creía que la gloria lo aguardaba, como al antiguo monarca, en la conquista de Oriente. Dominique Vivant Denon fue uno de los numerosos científicos que acompañaron a las tropas francesas a Egipto. En julio de 1798 llegó a la mezquita de Attarina, donde se encontraba un sarcófago atribuido a Alejandro. Los franceses se apoderaron de él con la idea de utilizarlo como un símbolo propagandístico del poder de Napoleón.
Pero, después de que las fuerzas francesas capitulasen ante los británicos a finales de 1799, las negociaciones relacionadas con la rendición se centraron, en buena parte, en el destino de las antigüedades que habían recuperado los galos y que también eran ambicionadas por los británicos. Finalmente, lord Hutchinson, comandante de las fuerzas británicas, incautó cinco toneladas de piezas egipcias, entre ellas la célebre Piedra de Rosetta y el sarcófago de la mezquita. Este último fue expuesto en el Museo Británico.
Comenzó un debate entre historiadores. Un grupo defendía su autenticidad, convencido de que los jeroglíficos debían hablar de sus grandes campañas. Otros la cuestionaban, ya que no había suficientes pruebas que la avalasen. La discusión duró hasta 1821, cuando Champollion descifró los jeroglíficos y se demostró que se trataba de la tumba reservada para Nectanebo II y que las supuestas inscripciones sobre batallas eran textos funerarios egipcios.
AVENTUREROS Y FARSANTES
A pesar de este fracaso, el mito de Alejandro Magno iba a alimentar la arqueología durante los siglos XIX y XX. Los más variopintos personajes intentaron encontrar su tumba: exploradores con las teorías más disparatadas o arqueólogos con ansias de aumentar su gloria personal.
El descubridor de Troya, Heinrich Schliemann, también tenía sus teorías sobre la posible ubicación del famoso sepulcro. Creía que se encontraba bajo la mezquita de Nabi Daniel, cuyo subsuelo está plagado de túneles que han alimentado el mito. En 1888 el alemán trató de conseguir los permisos necesarios para acceder a ella, pero finalmente le fueron denegados. Por su parte, en el año 1936 Howard Carter afirmó conocer el emplazamiento de la tumba, pero nunca intentó concretar una expedición para encontrarla.
Hallar la sepultura resulta bastante difícil, ya que Alejandría ha sufrido diversas destrucciones a lo largo de su historia. Los restos de la ciudad tolemaica se encuentran bajo estratos de las épocas romana, bizantina y árabe. Una de las descripciones más detalladas de su ubicación la dejó plasmada Estrabón poco después de la conquista romana. El historiador la situaba en el distrito de los Palacios, una zona al norte de la ciudad que se hundió parcialmente tras un maremoto.
Según otra hipótesis que ha tenido cierto eco, el cadáver fue trasladado en secreto al oasis de Siwa tras la demolición del Soma. Esta tesis cobró especial relevancia en la década del 90, cuando la arqueóloga griega Liana Souvaltzi anunció que había encontrado el emplazamiento de la tumba en Siwa, bajo un templo grecorromano, y que estaba a punto de hacer lo propio con el cuerpo de Alejandro.
Liana Souvaltzi apoyó sus teorías en una inscripción que presuntamente demostraba la autenticidad de la sepultura. El texto hablaba del traslado del cadáver que hizo Tolomeo, e incluso hacía referencia a que Alejandro Magno había sido envenenado.
El Consejo de Antigüedades Egipcias dio credibilidad a los hallazgos de la arqueóloga en un primer momento y se encargó de comunicarlo a los medios, pero expertos de todo el mundo comenzaron a dudar. Sospechaban que Souvaltzi se había dejado llevar por las teorías de un arqueólogo egipcio, Ahmed Fakir, sobre la localización del cuerpo de Alejandro en Siwa. Las acusaciones subieron de tono, y la experta griega Olga Palagia acusó a Souvaltzi de haber falsificado las inscripciones.
Souvaltzi se defendió con los argumentos más extraordinarios, incluso llegó a decir que las serpientes del lugar le había indicado la ubicación de la tumba. Esta afirmación tan mística era una alusión a lo que había dicho el propio Alejandro Magno cuando atravesó el desierto para ir a Siwa; según el conquistador, estos reptiles (que se identificaban con el dios Amón) le habían indicado el buen camino.
La polémica alcanzó un grado más en 1995, cuando el Gobierno griego tomó cartas en el asunto. Envió a un grupo de expertos a Siwa, y estos comprobaron la poca consistencia del trabajo de Souvaltzi. De hecho, la acusaron de inventar la supuesta inscripción de Tolomeo.
Para entender esta implicación de las autoridades de Atenas, hay que situarla en el contexto internacional de aquellos años, cuando se estableció una fuerte disputa entre Grecia y la ex república yugoslava de Macedonia con motivo del nombre de este territorio. Cualquier cosa que hiciera referencia al pasado macedónico despertaba enormes sensibilidades entre los nacionalistas griegos. Incluso se sugirió que la famosa tumba se hallaba en Macedonia. Por su parte, las autoridades egipcias se sentían muy incómodas con el escándalo desatado. Finalmente, en 1996 decidieron no renovarle el permiso de excavación a Souvaltzi, y la arqueóloga hubo de abandonar sus intentos de probar sus extravagantes hipótesis.
¿ALEJANDRO EN VENECIA?
Una de las últimas teorías es la del historiador británico Andrew Chugg, quien en el 2003 publicó el libro La tumba perdida de Alejandro Magno, donde defendía que la momia estaba en Venecia y que había sido erróneamente atribuida a san Marcos. Esta suposición se basa en algunos paralelismos entre el destino de los cuerpos de ambos personajes.
La teoría de Chugg parte de la coincidencia temporal entre la desaparición del Soma y el hallazgo de la tumba de san Marcos en Alejandría. El historiador sitúa la acción en el año 391, en medio de las pugnas interreligiosas que vivió la ciudad egipcia. Según Chugg, un grupo de cristianos que también veneraban al macedonio salvaron la momia y la depositaron en una cripta vacía. Poco después se halló el cadáver y se confundió con el del evangelista que, según la tradición, habría llevado el mensaje de Cristo a Alejandría.
El relato de Chugg hace un salto al siglo IX, concretamente al año 828, cuando dos marineros venecianos, Buono de Malamocci y Rustico de Torcello, habrían robado el cadáver para llevarlo a la República Serenísima. Allí se construyó expresamente la célebre basílica para albergar los restos del santo.
Las teorías de Chugg tienen una base más amplia que las de Souvaltzi, aunque también han sido contestadas. Además de la simultaneidad entre la desaparición de un cuerpo y la aparición del otro, el británico defiende que el Soma y la iglesia que dio cobijo a los restos de san Marcos estaban muy próximas, lo que habría facilitado el traslado de la momia.
Sin embargo, la ubicación del templo cristiano en Alejandría no se conoce con exactitud, ya que también fue objeto de destrucciones y relocalizaciones. De hecho, crónicas cristianas de siglos posteriores lo sitúan fuera de las murallas, al este de la ciudad, y no al norte, donde aparentemente estaba el Soma. Por lo tanto, resulta difícil que la momia de san Marcos sea en realidad la del Magno.
Otro punto que añade Chugg es el descubrimiento, bajo el ábside de la basílica de San Marcos, de una lápida con una estrella real que recuerda el símbolo de la dinastía macedónica de los Argéadas (la de Alejandro). Pero los detractores de esta teoría consideran muy difícil que este emblema haya sido utilizado en la Edad Media, pues había caído en desuso tras la conquista romana de Macedonia.
De cualquier manera, la mejor forma de comprobar la hipótesis de Andrew Chugg sería llevar a cabo un estudio detallado de la momia que hay en San Marcos, algo que de momento parece improbable que se haga.
Al margen de cuál fue su destino final, si la historia de Alejandro vivo es apasionante, la que sigue a su muerte combina esplendor y leyenda. Sin duda, se trata de uno de los retos de la arqueología aún pendientes y de un mito universal que ha atraído a gente de todas las culturas. Pero quizá importen más los sueños y las ansias de conocimiento que despierta la búsqueda de su tumba que su hallazgo, que pondría fin a siglos y siglos de mitos e ilusiones.
UN CARRO PARA VIAJAR A LA OTRA VIDA
PARA TRASLADAR EL CUERPO desde Babilonia, se diseñó un enorme carro que pretendía ser un reflejo de la propia vida de Alejandro Magno. El historiador griego Diodoro de Sicilia ofrece una preciosa descripción del catafalco que debía acompañar al rey de Asia y Grecia a su descanso eterno. Parece que, mientras sus generales se disputaban el destino del imperio, en lo único que se pusieron de acuerdo fue en que el carruaje, al igual que Alejandro, debía dejar un recuerdo imperecedero en la historia.
En primer lugar, la momia de Alejandro fue colocada en un féretro de oro. El cuerpo fue bañado en las especias más valoradas y cubierto de paño con motivos áureos. En cada esquina del carro habían estatuas de la diosa griega de la victoria, Niké, también hechas del preciado metal. Diversos adornos completaban la parte superior del suntuoso carromato. En los laterales se representaron los triunfos de Alejandro Magno y a este acompañado de sus guardias persas y macedonios. También había imágenes de su famosa caballería, así como de la flota y de una espectacular formación de elefantes de guerra indios. Las ruedas tenían figuras de enormes cabezas de leones cuyos dientes sostenían lanzas. El tamaño del carruaje era tal que, según Diodoro, hacían falta 64 mulas para tirarlo. Cada uno de los animales llevaba una corona de oro y un collar de gemas. El sarcófago se colocó en un templo griego dorado. La entrada estaba presidida por dos leones propios de la iconografía persa. Una malla de hilo de oro cubría el espacio entre las columnas del templo.
Sin duda, la imagen del conjunto debió ser algo inolvidable, una muestra de las riquezas que había conseguido Alejandro con sus conquistas. Su fusión de iconografía persa y griega simbolizaba el imperio multicultural que había fundado.
EL SARCÓFAGO DE ESTAMBUL
UN ANTICUARIO TURCO, Osman Hamdi Bey, llevó a cabo unas excavaciones en el cementerio real de la ciudad libanesa de Sidón. Allí encontró lujosos sarcófagos de mármol pertenecientes a aristócratas de la época helenística. Uno de ellos llamó su atención por los grabados que representaban batallas de Alejandro Magno. Bey en seguida lo identificó como la tumba del emperador. Además, el sarcófago había sido hallado en una lujosa tumba que destacaba entre las demás.
La pieza fue llevada a la ciudad de Estambul, donde fue expuesta con orgullo por las autoridades otomanas, en lo que representó una muestra más de la universalidad del mito. La arqueóloga inglesa Gertrude Bell quedó fascinada al contemplar los grabados y apoyó las teorías de Osman Hamdi Bey.
Pero estas suposiciones estaban basadas más en la fantasía que en la realidad. Diferentes estudios posteriores de la tumba de Sidón demostraron que pertenecía al rey fenicio Abdalonio. Este monarca había sido aliado de Alejandro, quien lo ayudó a ocupar el trono, por lo que, según parece, Abdalonio decidió rendirle homenaje en su tumba plasmando las victorias del Magno en su propio sepulcro. El citado sarcófago está hoy expuesto en el Museo de Antigüedades de Estambul.
LAS OTRAS TUMBAS PERDIDAS
GENGIS KAN
Si alguien pudo rivalizar con Alejandro Magno por las conquistas conseguidas en vida, ese fue sin duda el líder mongol Gengis Kan. Murió en 1227 y fue enterrado en absoluto secreto con el fin de evitar saqueos. Para que no se desvelara su localización, todas las personas que formaron parte del cortejo fúnebre se suicidaron o fueron asesinados. Se desconoce en qué punto exacto de Mongolia se encuentra, aunque algunos señalan que puede estar cerca de donde nació, en la cuenca del río Odón, siguiendo la tradición mongola.
CLEOPATRA Y MARCO ANTONIO
Si el paradero de la tumba del creador del mundo helenístico es un misterio, tal vez la de su última representante en Egipto, Cleopatra VII, se halle pronto. Al menos en esa idea insiste el presidente del Consejo de Antigüedades Egipcias Zahi Hawass. El egiptólogo anunció que un equipo de arqueólogos estaban buscando las sepulturas de Cleopatra y Marco Antonio en Borg Al Arab, cincuenta kilómetros al oeste de Alejandría, con la ayuda de un radar diseñado para localizar cámaras funerarias subterráneas. En realidad, hace dos años que se trabaja en un templo de esa zona, donde se han encontrado restos de importantes nobles egipcios de la época.
LA «AL0»: UNA BIOGRAFÍA, DOS ENSAYOS Y DOS NOVELAS
ALEJANDRO MAGNO ES UN PERSONAJE QUE SIGUE DESPERTANDO PASIONES. BUENA MUESTRA DE ELLO ES LA CONTINUA APARICIÓN DE LIBROS QUE TRATAN DE SU FIGURA. ESTAS SON LAS NOVEDADES MÁS RECIENTES SOBRE EL CONQUISTADOR MACEDÓNICO.
Alejandro Magno. La búsqueda de un pasado desconocido (Paul Cartledge, Ariel, 2008)
El historiador británico ofrece una recopilación de las diversas visiones sobre Alejandro. Profundiza en la complejidad de su personalidad y lo relaciona con la época que le tocó vivir, recalcando sus aspectos contradictorios: su crueldad con algunos rivales y el respeto por las costumbres de los pueblos sometidos.
Alejandro Magno. Conquistador del mundo (Robin Lane Fox, Acantilado, 2008)
Reedición de una biografía clásica. Presenta un Alejandro con una juventud arrolladora, impulsado por ambiciones de gloria propias de un héroe homérico. Fue la obra en la que se inspiró Oliver Stone para su film.
Alejandro Magno. El destino final de un héroe (Nicholas J. Saunders, Zenith, 2007)
El antropólogo británico Nicholas J. Saunders hace un recorrido por el azaroso destino de la tumba de Alejandro. Desde las disputas iniciales entre sus generales por el lugar donde ubicarla hasta las teorías más recientes.
La campaña afgana (Steven Pressfield, Militaria, 2008)
Esta novela histórica rompe con la estela de las publicadas por Mary Renault o Valerio M. Manfredi. Ofrece una visión de la conquista del Hindu Kush, en la que las tropas macedonias tuvieron que usar tácticas muy duras.
El secreto del oráculo (José Ángel Mañas, Destino, 2007)
El escritor madrileño, que se dio a conocer con Historias del Kronen, ha escogido al monarca macedonio como protagonista de su última novela. En su lecho de muerte, Alejandro Magno debe escuchar las razones de todos aquellos que perecieron por su culpa.
ALEJANDRO MAGNO UN EJEMPLO DE HÉROE
EN PRIMER LUGAR, siento una antigua atracción personal por él. He enseñado el tema de Alejandro de una forma u otra en muchas universidades y países durante más de treinta años. Realmente, si uno es un historiador profesional de la antigua Grecia como yo, es imposible evitarlo, incluso si se quisiera, que no es mi caso. De hecho, continúo encontrándolo fascinante -aunque también frustrante en algunos aspectos, uno de los cuales, y no el menor, es la dificultad para averiguar qué clase de hombre era en su faceta personal-.
LA ACTUALIDAD DEL EMPERADOR
En segundo lugar, y principalmente, escribí sobre él por su importancia intrínseca, tanto en su época como todavía en la nuestra. Él era de los que hacen época, dicho sea de forma literal, y seguramente es el ejemplo clásico de héroe que convierte en un acontecimiento todo lo que emprende.
El filósofo italiano del siglo XX Benedetto Croce dijo una vez sabiamente que «toda la historia es historia contemporánea», refiriéndose a que entendemos el pasado en términos que tienen sentido y significación para nosotros en el presente. Esto significa, por supuesto, que siempre hay un peligro de anacronismo, de ver la historia a través de las lentes distorsionadoras del presente. Pero este es solo uno de los varios obstáculos para investigar y escribir sobre Alejandro, como pronto veremos.
Recordé de forma contundente la sentencia de Croce cuando estaba dando conferencias sobre Alejandro en Atenas y Creta a principios de la década de 1990. Era el momento álgido de la polémica sobre la Antigua República Yugoslava de Macedonia, como todavía es conocida oficialmente por la comunidad internacional, aunque no por muchos de los griegos del estado de Hellas -que la llaman Skopje Macedonia-, ni por supuesto por los macedonios ex yugoslavos -que la llaman simplemente Macedonia-, ni, debo añadir, por la administración del presidente Bush: en uno de sus primeros actos oficiales después de su reelección en el año 2004 se refirió a ese proyecto de Estado como Macedonia.
Mucha sangre fue derramada en esos años, así como lágrimas, y Alejandro de Macedonia, que no fue ajeno él mismo a la sangre ni a las lágrimas (ni tampoco al esfuerzo y al sudor), era constantemente evocado como un tema clave de la reclamación oficial del Estado griego, el cual, citando a Estrabón, afirmaba que «Macedonia es siempre Grecia».
Volví a recordar la relevancia de la sabia máxima de Croce mientras estaba escribiendo mi libro sobre Alejandro doce años después. ¿Era George W. Bush -me preguntaba yo- un segundo Alejandro Magno? Bien, no, por supuesto que no lo es. Pero la Guerra de Iraq del 2003 (y del 2004, y del 2005, y?) tuvo lugar en un territorio donde Alejandro había luchado e incluso muerto (en Babilonia, en lo que hoy es el el sur de Iraq, en el año 323 a. de C.). Y si vamos hacia atrás un poco más, Alejandro también estuvo una vez en Afganistán. Por ejemplo, la ciudad afgana donde los medios han informado que la quema de mujeres es especialmente común hoy, Herat, fue originalmente conocida como Alejandría Areión, «AL0».
Y en la actualidad, en los años 2007 y 2008, el asunto ha vuelto a arder otra vez, ya que Macedonia es un Estado candidato a ser miembro de la Unión Europea. El asunto de bajo qué nombre va a ser admitida está despertando las más fieras pasiones a cada lado de varias fronteras oficiales.
ALEJANDRO EL SANTO
Sin embargo, Alejandro también significa mucho para otros no menos importantes grupos y pueblos, además de los griegos y macedonios. Para los coptos (cristianos egipcios), que lo consideran un santo. Para los musulmanes, porque Alejandro aparece en el Corán, y es reverenciado en muchos textos islámicos posteriores e iluminaciones como un hombre santo hacedor de maravillas. Y también para los judíos: hay una maravillosa historia judía según la cual Alejandro fue a Jerusalén y cayó de rodillas ante el gran rabino, que salió del Templo para recibirlo; se trata de una ficción, desafortunadamente, ya que Alejandro no visitó nunca Jerusalén, pero es muy reveladora de la importancia de Alejandro como talismán.
Finalmente, en un sentido diferente, completamente negativo, el macedonio significa mucho para los persas zoroástricos, que lo aborrecen e insultan como Iskander el maldito, el villano griego que robó la legítima corona de la antigua Persia y destruyó los libros sagrados de sus ancestros, cuando quemó la capital y ciudad sagrada de Persépolis, en el sur de Irán, en el año 330 a. de C.
Así que Alejandro viene con una horrible cantidad de equipaje ideológico, pesadamente cargado, si ustedes quieren. Pero esta es la principal razón por la que deberían mantenerse bajo continuo estudio académico la vida de Alejandro, sus éxitos y sus consecuencias a largo o corto plazo. Esta es mi excusa para haberme aventurado en uno de los campos mejor cultivados de la historiografía, sea antigua o moderna.
MÁS QUE UN SIMPLE MORTAL
Pero, dejando de lado las razones puramente académicas (si es que pueden ser solo académicas), yo comparto el enorme interés público por averiguar los verdaderos móviles del comportamiento y de las actitudes de Alejandro.
Como es natural, una figura como la suya dio lugar a multitud de anécdotas. Una de las más reveladoras, quizá, es la declaración que se le atribuye de que solo dos cosas le recordaban que era mortal: el sueño y el sexo. Esto es interesante en dos aspectos: Alejandro claramente pensaba que era, en algún sentido, más que un simple mortal. En realidad, se consideraba divino por nacimiento y ascendencia. Y ciertamente fue venerado en vida no solo como un héroe, sino también como un dios.
Pero la afirmación es casi tan interesante por si actitud algo negativa o despectiva hacia el placer sexual. Uno de los debates más vivos que todavía rodea la vida privada de Alejandro concierne a su sexualidad. En mi opinión, es muy engañoso afirmar que era o no homosexual, o bisexual, porque las actitudes sexuales de los antiguos griegos eran radicalmente diferentes de las nuestras. Es seguro que tuvo relaciones sexuales con mujeres. Su primera mujer Roxana dio a luz al hijo de ambos después de la temprana muerte de Alejandro. Casi con seguridad las tuvo también al menos con un eunuco (el persa Bagoas) y un con otro hombre (Hefestión).
Pero de la declaración citada se deduce que el sexo no era una gran fuerza motriz para él. Creo que lo que otros hombres obtenían del sexo él lo conseguía más bien en la batalla y en la caza de peligrosos animales salvajes (leones y jabalíes, sobre todo). Aparte de la guerra y la caza, lo que principalmente preocupaba y motivaba a Alejandro era la religión -o, como podría parecerle a un griego antiguo menos creyente o más escéptico, la superstición-. He mencionado que él mismo era objeto de veneración religiosa, pero para Alejandro era más significativa la adoración que él mismo derramaba sobre un buen número de dioses; especialmente Zeus, Dionisos, Atenea, Heracles y el egipcio Amón. Su inclinación por este último es reveladora también en otro aspecto: al contrario que muchos, probablemente la mayoría, de sus compatriotas macedonios y de otros griegos, Alejandro era lo opuesto a un etnocéntrico. Él dio la bienvenida a la asociación y a la cooperación con mortales no griegos -incluyendo sus tres mujeres- y con sus dioses. Al menos por esto Alejandro merece que lo consideremos un ejemplo.
PAUL CARTLEDGE, UNO DE LOS MÁS IMPORTANTES HELENISTAS DEL MUNDO, NOS EXPLICA, EN EXCLUSIVA, POR QUÉ EL PERSONAJE DE ALEJANDRO MAGNO ES TAN ATRACTIVO PARA EL ESTUDIOSO DE LA ANTIGÜEDAD Y CUÁLES SON LOS MOTIVOS QUE LO IMPULSARON A DEDICARLE SU ÚLTIMA INVESTIGACIÓN.
Fuente: La Revista del Diario
http://www.aguasdigital.com/pardogato/leer.php?idnota=3698

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