'Celtas': Otras cuestiones.
'The comparison extends to include the immigration of the Yamnaya populations from the northern Pontic steppes into east and southeast Europe, and ends with the emergence of the Bell Beaker phenomenon on the west of the Iberian Peninsula. This is all set into the wider transformation horizon between 2900 and 2700 BC.'
(Richard Harrison & Volker Heyd, 2007).
La 'Cultura Atlántica' o 'Complejo Atlántico' nace, a partir del mundo campaniforme, como un cambio social común a la que se adhieren distintas y diferenciadas comunidades regionales, dentro del espacio geográfico donde se manifiestan una serie de fenómenos y códigos comprensibles en todos y para todos estos territorios, que incluirá el desarrollo de un 'lenguaje internacional' que desembocará en las distintas variedades locales 'célticas', probablemente ya dialectalmente constituidas en las regiones atlánticas estanníferas al inicio de la Edad del Hierro (cf. Almagro 2005, P. Brun 2007).
Constituye un importante foco de dinamización social, cultural y económico, caracterizado por sus contactos a larga distancia, que ha posibilitado su reconocimiento como una ‘identidad común’. Este concepto de ‘identidad común’ se materializa en todas sus manifestaciones materiales arquitectura (chozas redondas y ovales), arte estuatuaria y manifestaciones artísticas (estelas antropomorfas, estátuas-menhir, petroglifos), ajuares y adornos de oro, armas o cerámica, cuya evolución transcurrirá en paralelo a lo largos de los siguientes siglos, tomando y adaptando influencias externas, además de exportar sus propios modelos. Igualmente se entrelazan las nuevas concepciones espirituales, típicamente indoeuropeas, como los depósitos de armas, joyas y otros objetos en los ríos, culto que explica la profusión posterior de deidades acuíferas que encontramos ya en época romana en la Galia, Britannia y en la Hispania indoeuropea.
Petroglifo de Castriño de Conxo (A Coruña).
Representación de espadas de origen británico.
Dominado por una élite social con privilegios, con derecho a la poligamia, a beber cerveza con miel de tila o en los propios espacios habitacionales, donde se destaca, como apunta Magnus Artursson (2005), una o varias construcciónes centrales rectangulares destinadas a las jerarquías sociales, rodeada de pequeñas chozas circulares en las que se apilaba el resto de la población (tipo arquitectónico que perdurará en las regiones atlánticas hasta la segunda Edad del Hierro, con utilización posterior de piedra sustituyendo material perecedero). Se trata igualmente de una cultura de navegantes que dominará durante dos milenios el tráfico de mercancías en el difícil océano Atlántico, llegando a comerciar con las prósperas regiones del mediterráneo (especialmente Creta, Cerdeña, Chipre y Próximo Oriente).
Petroglifo (calco) de Acebros I (Oia, Pontevedra). Muestra una embarcación tripulada, probablemente egipcia.
Este concepto de ‘globalización’ desarrollará al mismo tiempo el uso de una ‘lengua internacional’ perteneciente a los mismos marcadores de estatus social que vemos en la cultura material, de ahí que debamos presuponer, en contra de la opinión de las Escuelas Lingüísticas tradicionales, el uso de una familia de lenguas para la comprensión mútua a través de grandes distancias (P. Brun, 2007). Una lengua común para interpretar no sólo estos conceptos y códigos, sino también para designar accidentes geográficos, objetos comerciales intercambiables o aquellas de uso cotidiano de las jerarquías sociales (vestuario, adornos, armas, etc.), y todas aquellas relacionadas con las actividades económicas y domésticas desempeñadas (términos especializados, animales, vegetación, etc.) asi como las religiosas (relatos, símbolos, conceptos místicos). Una lengua que tiende a ser variable en la interpretación de estos elementos y códigos entre las distintas identidades comunitarias, favoreciendo su persistencia y su dialectalización, y que como dice P. Brun (2007), explica la ‘celtización’ superficial y efímera en aquellas regiones indirectamente influenciadas por este fenómeno. Una lengua que se entiende sin duda como indoeuropea y que ha de establecerse formalmente como ‘protocelta’.
Durante 1500 años, la ‘Cultura Atlántica’ competirá con Lausitz-Unetiçe y sus culturas derivadas (p.e. la ‘urnenfelderkultur’) influyéndose mútuamente. Su decadencia, ya con el uso generalizado del hierro y la influencia ejercida por el ámbito cultural Lausitz-Unetiçe en el territorio vecino de Bohemia, que ejerce de nexo entre las regiones renanas y alpinas y las carpáticas-danubianas y bálticas, supondrá la diferenciación gradual de dos entidades con sus rasgos característicos que las identificarán, una caracterizada todavía por elementos propios de la tradición atlántica, la otra con las innovaciones propias de centroeuropa (a partir del eje Lausitz-Unetiçe) y su contacto con el mundo griego, que derivarán en las culturas hallstátticas y latenienses, con implicaciones lingüísticas (celta P) y con el progresivo reconocimiento del concepto de ‘Estado’, al contacto ya con el mundo romano, que definirá históricamente a los galos.
Las Escuelas Lingüísticas tienden a no prestar atención a los procesos de la historia en relación a su espacio y cronología, y se dedica habitualmente a sus especulaciones de probabilidades lingüísticas, la mayor parte, vinculadas a una concepción teórica neogimbutiana en la que se presupone la existencia de movimientos demográficos continuados, más o menos numerosos, a partir de la presencia indoeuropea en Europa y que ha sido desmentido por los recientes estudios genéticos (Balaresque et al. 2009, Myeres et al. 2010) al bajar las cronologías del haplogrupo (hg) R1b en Europa.
Entre la mayor parte de los lingüistas españoles se ha aceptado, no sin cierta ligereza crítica, la idea de un primitivo substrato lingüístico común indoeuropeo, prácticamente indiferenciado, que habría dado lugar a los nombres de índole hidronímica, anterior a la presencia de pueblos históricamente conocidos. A partir de la premisa de que para la reconstrucción del proto-indoeuropeo el uso del fonema vocálico /a/ es totalmente inevitable, se ha presentado una larga lista de raíces hidrónimicas para apoyar teóricamente las bases de esta lengua común: ab-, al-, albh-, ăp-, āp-, arg-, awe-, kat-, mar-, nav-, pal-, sar-, sal-, tal-, tam-, tar-, etc.. Ahora bien, el fonema /a/ parece haber tenido en realidad un carácter superfluo o secundario en la formación del PIE, y se duda incluso de su carácter indoeuropeo puesto que se presupone originariamente como una laringal (Lutbotsky 1989): cf. *seh²l- para el item *sāl- ‘sal, mar’ o *h²ep- para *ap-/*ab- ‘agua’. Además, estos hidronímicos se nos aparecen totalmente enquistados dentro de las lenguas celtas como para poder considerarlos como pertenecientes a un substrato indoeuropeo anterior. De hecho Dillon & Chadwick (1967:124) y Van der Linden (2001:2) sugieren la introducción del indoeuropeo en Occidente con la expansión del fenómeno campaniforme y de Hoz (2009:22) asocia este fenómeno con la introducción de esta hidronimia antigua, si bien no llega a considerarla como protocelta.
La separación genética y espacial del haplogrupo R, (R1a y R1b), hace aproximadamente unos 8000 años (Balaresque et al. 2010), explica con convicción la separación lingüística entre los dialectos indoeuropeos satem y centum, que, por otra parte, no impide, en su avance, el uso primitivo de ítems radicales idénticas para la denominación de los cauces fluviales europeos, que se configuraron como auténticas vías de comunicación entre espacios geográficos alejados. El problema del planteamiento de de Hoz es que, precisamente, esta hidronimia se encuentra también fuera del entorno del fenómeno campaniforme.
Mapa de frecuencias de Myers et al. 2010. Como se puede observar, S116 parece corresponderse con la difusión del fenómeno campaniforme y con el área geográfica históricamente considerado como 'celta', con un cline de dispersión sur-norte. U106, sin embargo parece corresponders con el mundo germánico.
De manera similar, el concepto ‘celta’ esconde una compleja, multiforme y plural realidad histórica, siendo inapropiado entender los términos ‘celta ‘ y ‘céltico’ con el carácter de etnicidad que nos ha legado la lingüística (Collis, 2003) y que parte intrínsecamente de haber establecido, diferenciado y desarrollado una variedad dialectal, bajo la etiqueta de ‘celta’, a partir del valor endocéntrico dado al galo y las lenguas ‘celtas’ insulares y, desde el punto de vista conceptual, de una identidad étnica que ni la arqueología, ni la antropología ni los estudios genéticos comparten. Lo que se viene dominando genéricamente como ‘celta’ debe conceptualizarse como un fenómeno de ‘identidad cultural’, es decir, una serie de características culturales comunes a los territorios atlánticos y centroeuropeos: afinidades lingüísticas, cultura material, ideológico-religiosas, etc. (Götz, 2010). Afirmar el origen exclusivamente centroeuropeo para definir lo que es o no ‘celta’ carece de base científica (Cunliffe, 2003) y se explica únicamente por el peso de la tradición historiográfica y lingüística (Rieckhoff, 2007).
Como dice P. Brun (2007):
“A menos que se quiera pensar que la cultura material pueda encontrarse completamente desconectada de la cultura oral -planteamiento que se tomaría como asombrosamente nihilista desde el punto de vista de la arqueología-, la idea acerca del desarrollo de una relación amplia de comunidades de lenguas célticas desde el final del IV milenio y principios del III milenario antes de nuestra era, desde Hungría hasta Irlanda, y desde Escocia hasta Andalucía, reviste una buena probabilidad, y es, en todo caso, compatible con el conjunto de los datos arqueológicos que disponemos”.
La Peninsula Ibérica ha quedado siempre relegada a un tratamiento de carácter apendicular, al margen del discurso general de lo que se entiende bajo el término ’celta’, creándose una imagen estereotipada de la ‘Céltica, construida selectivamente a partir de testimonios procedentes tan sólo de algunas regiones, que en realidad no es extensible a todas las áreas de lengua céltica (Beltran Lloris Francisco, 1992). El problema anatémico de la /p/ en todos los dialectos hispánicos, incluido el celtíbero, está, por tanto, formulado sobre un estereotipo ‘céltico’ basado en criterios extralingüísticos que contribuyeron a hacer del galo-romano y la literatura medieval insular como un único canon a seguir (Moralejo, 2006), tratándose, por tanto, de un término corrupto (Collis, 2003). En Irlanda, por ejemplo, se asume que la lengua celta fue precedida sólo por una no indoeuropea y no por otras lenguas indoeuropeas :"It can explain the loss of the indo-european *p in this area, except where the indo-european language was imposed severely. Those are the harsh facts about the origin of the protoceltic language, that a lot of people do not want to assume"(Mac Eoin 2007:123).
Naturalmente este punto de vista es difícilmente aceptado por la Escuela tradicional de Lingüística, que sigue inmersa, al menos desde hace unas siete décadas, en la eterna y estéril disputa sobre la celticidad o no del lusitano (y otros dialectos occidentales), cuando en la actualidad este tipo de argumentaciones ha pérdido toda su validez teórica o reducido a una mera discusión entre lingüistas. Lo ‘céltico’ o ‘no céltico’ no se interpreta por un hecho lingüístico individualizado y aún menos como un concepto que conlleva connotaciones de etnicidad. En este caso concreto del lusitano podríamos incluso optar por su carácter protocéltico, si tenemos en cuenta que la gloto-cronología data la separación de la lengua celta de la comunidad original indoeuropea en torno al 3500 a.C. (Tatyana A. Mikhailova, 2007).
De esta manera si propusiésemos el término hispánico, 'páramo', que se registra tanto en las lenguas occidentales (PARAMAECO) como en celtibero (SEGONTIA PARAMICA), nunca podría, según estas tesis tradicionales, ser considerada como voz celta, ya que el fonema original indoeuropeo */p/ es inexistente en este grupo de lenguas. Sin embargo, la peculiaridad de este término hispánico es que al mismo tiempo presenta el sufijo de superlativo *-(s)amo- < ie. *-(s)ºmmo-, compartido con el itálico *-(s)imo-, que es un rasgo innovador que pertenece exclusivamente al ámbito de la lengua 'celta'. Luego cabe preguntarse cuál es la 'acelticidad', puesto que una forma innovadora es un rasgo sensiblemente pertinente a la hora de definir una lengua, mientras que un arcaísmo puede no serlo. Además, la preservación del fonema */p/ no sólo es lo esperado para una voz indoeuropea, sino que su carencia nos permite deducirlo como una 'anomalia' dentro del indoeuropeo, puesto que, a excepción del armenio, debido a su contacto con lenguas caucásicas, todas las demás lenguas, sin excepción, realizan originalmente este sonido. Estamos, pues, ante un fenómeno que podemos reconocer como NO indoeuropeo. En este sentido, tal vez no sea nada descabellado esbozar un modelo como el expuesto por X. Ballester al hacernos observar, que la carencia del fonema */p/ en celtibero pudo haberse dado al contacto con la lengua ibera, de la que adoptaron también la escritura, la acuñación de moneda o las ciudades-estado (Numantia, Complega), entre otras cosas.
En la actualidad son muchos los autores que comienzan a dudar de la acepción clasicista en la que uno de los aspectos definitorios del celta sea la carencia del sonido */p/ original indoeuropeo. Podemos citar un par de ejemplos: 1.- La lengua ligúr histórica, lengua que preserva el fonema */p/, de la cual Delamarre (2003) llega a decir que "es el núcleo esencial para la formación del galo y del lepóntico". Aún antes, A. Grenier había sido consciente de que el ligúr era "presque de même langue" que la de los galos. En este mismo sentido podríamos citar a K. Schmidt o de Bernardo Stempel. 2.- El lepóntico del que Eska (2010) argumenta a favor de la desaparición tardía de este fonema viendo su posible reflejo en los ítems cisalpinos UVAMOGOZIS y UVAMO, con una finalización incompleta representada por la labial fricativa /v/, por cierto, de igual manera que en hispano-celta (cf. BLANIOBRIS < *planiobrigs) y no a través de /h/ como se admite tradicionamente, sugiriendo que */p/ ‘have been present in proto-celtic’.
Así pues, para la doctrina tradicional la celtización peninsular se representaría:
El foco de celtización peninsular, llegado del Centro Europa, se presupone en la Meseta Superior y, desde allí, se expande alcanzando el Occidente peninsular, previamente indoeuropeizada por el pueblo que habría introducido los hidronímicos en Europa. Ahora bien, tal afirmación choca con la realidad lingüística Occidental, ya que el celtibero carece de arcaismos e innovaciones que se observan, al mismo tiempo, en los dialectos occidentales. Además, tampoco explica la extremada abundancia de asentamientos occidentales terminados en *briga-, *bri(g)s y *okelo-, que representan un 2% en la celtiberia frente al aproximadamente 30% del los nombres de lugar occidentales.
Resulta totalmente muy complejo buscar un hipótético proceso de celtización alógena a partir de los estadios culturales de la 'urnenfelderkultur' o de 'Hallstatt'. Esta propuesta teórica parece altamente improbable.
La 'Urnenfelderkultur' surge en la región balcánica y Danubio medio bajo la influencia del comercio de ambar con Anatolia (Trzciniec Culture, aprox. 1700-1200 a. C.), pasando rápidamente la moda hitita de incineración en urnas a Milavce, Knovíz, Velatice y Čaka. Ciertos grupos culturales del Oeste de Rumania (Igrita, Biharea) pueden también ponerse en relación con el comienzo de los 'campos de urnas', mientras que se observan características del Hallstatt arcaico en el gran complejo nor-tracio de Gáva-Holiharady en Transilvania, Banat y Moldavia, actuando el espacio carpático de puente de enlace entre las regiones de Europa Central y las del SE al final del Bronce y comienzos del Hallstatt (Nicolae Ursulescu, 1996). Así pues, la primera conclusión es que la 'cultura de urnas' tiene un claro origen oriental y cuya aceptación talvez se pueda poner en relación con factores de higiene y de espacio (P. Brun, 1988).
Influirá con posterioridad en Bohemia, Austria y Hungría (de aquí nacen la nuevas influencias artesanas de Unêtiçe, una imitación de prototipos anatólicos, hititas en particular, que se difunden a Occidente), sin que se registren en ningún momento movimientos demográficos. En la región de Bohemia y regiones adyacentes, en la hipotética 'área celta' de expansión, su implantación es irregular, donde se muestra cerámica indígena neolítica (cf. facies Wölfersheim, Kressborn, Bodenseekreis, etc.) y sólo las armas adoptan el estilo de Unêtiçe, las cuales se tipificarán en Hallstatt. Se da la singularidad que en esta región prehallstáttica, los campos de urnas llega a ser más tardíos que en Aquitania o en depósitos de Ródano o del Sena, por ejemplo. Por otra parte, podemos constatarse que el núcleo de influencia para Europa Occidental se constata en el grupo de urnas Rin-Suiza-Francia Oriental (RSFO).
Flandes, por ejemplo, se sitúa como una zona intermedia entre influencias 'atlánticas' y las de Europa Central, especialmente con RSFO. El primer cambio fundamental que se opera en esta región, entorno a 1500-1400 a.C., son los depósitos de armas y otros objetos en los ríos que tiene un claro origen atlántico. Los objetos provienen ya de la zona atlántica, ya de Europa Central, pero vemos como la influencia de esta última se incrementa a medida que el tiempo progresa. Esta influencia centro europea se borrará al final del Bronce, cuando los productos atlánticos, particularmente los objetos de tipo Plainseau o las hachas armoricanas, se rehacen. Durante la etapa de adopción del ritual de urnas no se observa intrusión demográfica alógena. Los objetos en metal son raros y el ritual de incineración es muy variado de una zona a otra, siendo dominante este nuevo rito en su primer momento para después decaer y reaparecer el rito de inhumación o tumbas con fosa de incineración. Los objetos de bronce como cerámicos, durante esta etapa, muestran claras influencias de la RSFO; ciertos vasos se inspiran en formas y en elementos decorativos suizos, sin embargo, la cerámica atlántica siempre está presente en todas las necrópolis de esta región (Bourgeois, 2001).
La situación en Aquitania y Languedoc puede definirse sólo como continuadoras de la facies de 'campo de urnas' del Nordeste de Francia y ésto, evidentemente, no significa en absoluto que los pueblos indoeuropeos fuesen sus portadores. Esta situación es similar en muchas partes, como en la región del Isère, o en las regiones del Loira, Sena y Ródano en donde es un simple ritual de continuidad en que mezclan objetos neolíticos con los nuevos aportes de cultura material de estilo Unetiçe (A. Bocquet & J. Reymond, 2007). En la región del Lot, considerado como intermedio con Aquitania y Languedoc, la cerámica de esta fase constituye un fondo común regional sin que suponga ruptura con el Bronce Final, y como transición al Hierro Inicial (Fabrice Pons et al., 2001). Esta situación es generalizable en todo el meriodional francés: evolución local desde el Bronce IIIa hasta la transición Bronce Final/Hierro Inicial.
La conclusión para la región aquitana y de Languedoc es que la tradición local cambia los modelos autóctonos, uso de megalitos y cuevas para las urnas, para adoptar la moda de Unetiçe, pero sin que en ningún caso intervenga una población alógena. Desde la región aquitana esta nueva moda llega a los Pirineos hasta llegar a Navarra y a las orillas del Ebro en la Meseta Superior, manteniendo siempre su carácter local, si bien en un momento determinado adoptan las modas de Unetiçe al mismo tiempo que las atlánticas.
Desde Languedoc, la cultura de urnas entra en Cataluña poniendo fin al proceso de indoeuropeización, y señalando el comienzo de su iberización, evidenciando la llegada de aportes demográficos importantes. Estos aportes pueden registrarse genéticamente, como la mutación del marcador 49f SRY2627+ iniciada en el Valle de Arán, relacionado de alguna manera con la trasmisión de la lengua y muy susceptible de sufrir mutación por contactos exogámicos. Además, destacamos también una alta frecuencia del marcador 22, de alguna manera relacionada con poblaciones de Asia occidental, con una incidencia que es nula en el resto del continente europeo. La mutación de SRY2627+ y la divergencia entre la lengua vasca y el ibérico se establece cronológicamente en unos 3000-3500 años, y tal mutación se detecta principalmente en el Valle de Arán y Cataluña, Aquitania, Gascuña, Occitania y País Vasco (Matthew E. Hurles et al. 1999; Flores et al., 2004). Parece, pues, evidente que la presencia cultural de la urnas en estas regiones no se debe a poblaciones indoeuropeas, ya que las referencias son la costa mediterránea y Aquitania, y con la culminación del proceso que dará lugar al ibérico antiguo (Mercedes Unzu Urmeneta & J.A. Faro Carballa, 2006). Se corrobora así las posiciones de Almagro y Lorio al respecto en cuanto que los campos de Urnas del Noreste daban paso, sin una solución de continuidad, a la cultura ibérica.
Si la urnenfelder fuese tan indoeuropea en Iberia y los celtas sus sucesores en la Meseta Superior, ¿por qué no existen registros de frecuencia genética que conlleve hg I2b2 (L38/S154+) o de U106 asociado con la urnenfelderkultur en Alemania central y meridional, Austria y Bohemia?
HALLSTATT suele también asociarse tradicionalmente con la llegada a Hispania de grupos celtas desde algún lugar de Alemania meridional o región adyacente. Ahora bien, debe entenderse como la adopción de una moda, puesto que los acontecimientos socio-políticos y económicos están en relación a las influencias ejercidas por las dos grandes redes de intercambio comercial. Hallstatt es la difusión de objetos exóticos a larga distancia, siendo destacable, además, las rutas comerciales de la sal en los Alpes y Austria, estaño en el Atlántico, ámbar en el Mar del Norte y Báltico que provoca contactos con Grecia (por ejemplo, venta de vino en Marsella o adornos anatólicos en Dinamarca) además de con otras culturas mediterráneas cuyas influencias culminarán con La Tène. En su foco originario adopta costumbres propias de los 'pueblos del caballo' de la estepas, los Escitas, de los que se pueden registrar algunas de sus razzias en Europa Central. En la Peninsula Ibérica, como en el caso anterior, no se registran frecuencias genéticas correspondientes a U106 como cabría de esperar si hubiese alguna aportación demográfica.
Dos son las rupturas observadas en la evolución de la cultura material entre los siglos XIII y el VII a. C. Estas rupturas en la evolución del mobiliario arqueológico se corresponden con las rupturas socioe-conómicas que afectan a una gran parte de Europa y que se sincronizan particularmente con las transformaciones que condicionan la emergencia de las civilizaciones urbanas en Grecia y en Italia. El Bronce Final Atlántico siguió exportando sus modelos de armas, joyas, cerámica acanalada (originalmente atlántica) a las poblaciones del asentadas de la región RSFO, pero también un intercambio cerámico, especialmente en sentido inverso, pero sin que se pueda considerar su difusión como consecuencia de movimientos demográficos (J. Gómez de Soto, 2005).
Si nos atenemos a las diferentes interpolaciones de datos que podemos realizar, resulta, por ejemplo, muy curioso que en donde se registra una elevada distribución de estelas antropomorfas y estatuas-menhir coincide con una elevada frecuencia de nombres de lugar finalizados en -briga, -bri y -ocelo, cuya celticidad es incuestionable, y que se diluyen paulatinamente hasta su desaparición a medida que avanzamos en dirección Este.
También es observable, en la zona Este de habla indoeuropea, que el contacto con poblaciones ibéricas, caracterizadas por portar la mutación genética SRY2627+ en el marcador 49f, fue relativamente importante tras su irrupción a partir del año 1200 a.C. aprox., ya que tal mutación genética, que ni es indoeuropea ni, evidentemente, celta, se data cronológicamente en unos 3.500 años, coincidiendo con la aparición del fenómeno arqueológico anindoeuropeo de la 'cultura de las urnas'. Otro haplotipo analizado es el marcador 22 con frecuencias muy altas en el País Vasco, Cataluña y zonas colindantes: Aragón, Navarra, etc.; parte meridional Francia, sin registros en Europa Central, Islas Británicas o en el Occidente peninsular (cf. al contrario, por ejemplo, de la altísima frecuencia en Galicia del gen LDL Apo B 3500, mutación de hace aprox. 6000 años y coincidente cronológicamente con 'el pueblo de las estelas antropomorfas', que se registra igualmente en la mitad occidental peninsular, Centro Europa, Europa atlántica e Islas Británicas, y que puede relacionarse con movimientos demográficos). Este contacto ibérico resulta ser irrelevante en la mitad occidental peninsular (0-2% de SRY2627+).
Por último, reuniendo todos aquellos nombres de lugar considerados etimológicamente como celtas, el modelo vuelve a repetirse en cuanto a su difusión clinal Oeste-Este, siendo más abundantes cuanto más nos aproximemos al Atlántico. Se han tomado en cuenta, en el caso peninsular, el carácter céltico de algunos nombres de lugar que se habían clasificado imprecisamente como indoeuropeos, por ejemplo, TOVDE (hoy Tui, Pontevedra), perfectamente definible como celta (cf. galo TEVTATIS/TOVTATIS, celtib. TOUTAN, a.irl. tuath), el cual presenta el fenómeno innovador corriente en el Occidente hispánico de lenición, que se revierte en este caso en la sonorización de las oclusivas sordas (cf. callaeco TOVDADIGOI). Se ha añadido, además, algunos nombres de lugar no recogidos por Sims-Williams procedentes que nos proporcionan la epigrafía local (p.e. LETIOBRI)..
Este mapa de gradientes muestra, además:
- Que quienes fueron denominados CELTAE en la Galia, ocuparon el área geográfica entre el Sena y el Marne hasta el Atlántico descrito por Julio César.
- Que en toda la extensión geográfica, los celtas ejercieron, por motivos comerciales, un importante control de los cursos fluviales navegables así como de las principales rutas marítimas en el Atlántico.
- Que la elevada frecuencia registrada en el N-NW de Galicia, como en las zonas costeras del Canal de La Mancha, obedece al tráfico comercial marítimo de oro y estaño.
- Que debamos considerar como celtas, tal como en su día concluyó en su estudio genético H. Faux, a ambrones y cimbrios, ubicados en Frisia y oeste de Dinamarca.
Seguro que cada cual sacará sus propias conclusiones, pero lo que es evidente es que la dispersión de la lengua celta es de Oeste-Este y que sus límites geográficos seguían siendo en época romana prácticamente los mismos que en el periodo campaniforme.
Documental: El legado celta.
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