lunes, 13 de junio de 2016

Los Mamelucos

Los Mamelucos

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 Masacre de mamelucos en El Cairo ordenada por Mehmet Alí

La palabra mameluco significa poseído en lengua árabe, puesto que los mamelucos eran esclavos que pertenecían a los emires. No se trataba, sin embargo, de esclavos corrientes, sino que eran además guerreros y tenían una categoría especial. Una vez recibida la instrucción militar se convertían en hombres libres, si bien con unas obligaciones de servilismo hacia el sultán que recuerdan mucho las de un férreo sistema feudal. 

Eran todos de raza blanca, procedentes de la zona de Anatolia los Balcanes, Ucrania y norte de Rusia. Alcanzaron el poder en Egipto en 1250 como conscuencia de una conspiración palaciega, y se mantuvieron en el poder durante 267 años. En el transcurso de ese tiempo dieron al Cairo 52 sultanes. Su historia es muy turbulenta, de modo que un sultán mameluco rara vez moría de viejo, y era más probable que encontrara su final mediante el asesinato o las guerras. El último de ellos fue decapitado en 1517, pero los mamelucos continuaron siendo un poder, aunque fuera en la sombra, durante tres siglos más.

Al llegar Napoleón a Egipto, quiso tenerlos entre sus tropas, y procedió a un alistamiento obligatorio. Los mamelucos de entre 8 y 16 años se veían forzados a ingresar en el ejército, en un cuerpo especial.


En enero de 1804 integraron la guardia consular, y más adelante ese año la guardia imperial. Eran el orgullo de Napoleón. Prueba del aprecio que les tenía era que les reservaba el honor de precederle cuando entraba en alguna ciudad.

Se distinguieron en la lucha contra los rusos, y formaron parte de las tropas que invadieron España al mando de Joaquín Murat en febrero de 1808. Los mamelucos se destacaron entonces por su extrema crueldad.

El 23 de marzo participaron en el desfile con el que Murat celebró su entrada en Madrid. Desfilaban montados, con sus extraños uniformes, armados con un trabuco, cimitarra, dos pistolas al cinto, otras dos en unas alforjas, un hacha y una maza. Cada hombre parecía un arsenal en sí mismo.

 Joaquín Murat

El 2 de mayo Murat ordenó atravesar Madrid con los mamelucos, pasando por la Puerta del Sol y la calle Alcalá, es decir, por los sitios más concurridos. Buscaba el enfrentamiento de su poderosa caballería con paisanos a pie y mal armados. Y lo consiguió.

Llegados a la Puerta del Sol cargaron contra el gentío, abriéndose paso a sablazos. Pero no fue sin resistencia. Los mamelucos con su cimitarra se hicieron especialmente temibles: "Ellos solos hicieron caer al menos cien cabezas", se jactaría después Murat.

La oposición que encontraron fue, a pesar de todo, feroz y decidida. Por el camino hubo tiroteo, especialmente recio al pasar por delante del palacio del duque de Híjar y el convento de Santa María de Atocha, donde los propios monjes disparaban a los franceses desde las ventanas. Los mamelucos se detuvieron entonces e hicieron allí una horrible masacre, ensañándose además con cuantos rebeldes encontraron por El Prado. Entraron en el palacio del duque matando a cuantos se hallaban en el interior para a continuación arrojar los cadáveres por la ventana.

 La carga de los mamelucos - Francisco de Goya

Tuvieron que volver a atravesar la Puerta del Sol efectuando una segunda carga e irrumpieron en casa del corredor de vales reales, en el número 4 de la plaza, asesinando también a cuantos encontraron.

No contentos con las matanzas del 2 de mayo y con las condenas a muerte, los mamelucos continuaron cometiendo atrocidades. El propio Murat, desbordado, tuvo que enviar una nota ordenando que se convocara a los oficiales para comunicarles que no toleraría ninguna falta más, y que castigaría con pena de muerte a aquel que fuera denunciado por los ciudadanos por alguna de esas frecuentes tropelías.

Después de eso inspiraban tanto miedo que en cuanto la gente veía uno a lo lejos salían corriendo como si hubieran visto al diablo.


El fin de los mamelucos llegó el 1 de marzo de 1811, cuando el ambicioso Mehmet Alí, con ocasión de la investidura de su hijo como general de las tropas de Arabia, invitó a una suntuosa cena a 24 príncipes y más de 400 jefes militares y sirvientes de esta casta. Los agasajó de todos los modos posibles, pero a los postres, al pasar sus invitados por un estrecho pasadizo, fueron asesinados.

Cuenta la leyenda que uno de ellos sobrevivió, pero nunca ha podido encontrarse rastro de é

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