viernes, 25 de septiembre de 2015

El golpe de 1963, obra de la ultraderecha

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El golpe de 1963, obra de la ultraderecha

Lilliam Oviedo
Juan Bosch con el alto mando militar.
El golpe de Estado del 25 de septiembre de 1963 fue la primera acción trascendente que la ultraderecha dominicana ejecutó como sector social. Sentó las bases para el envilecimiento de la dirección política y asignó formalmente al Estado la misión de preservar los privilegios de clase.
La Iglesia Católica hizo enorme aporte en términos de logística.
Sacerdotes ultraconservadores junto a empresarios y políticos, se cobijaron bajo las siglas de la Alianza Democrática Independiente (ADI), subiendo el tono a la prédica anticomunista para organizar los llamados “mítines de reafirmación cristiana”.
La Iglesia puso al servicio de esta causa su relativa capacidad de convocatoria, mientras los empresarios se aliaban entre sí.
El Consejo Episcopal no desautorizó a quienes “en nombre de Dios” conspiraban contra el gobierno elegido en diciembre de 1962, también se pronunció como si hubiese estado en riesgo la libertad de cultos.
UN SERVICIO POLÍTICO
La unificación de la oligarquía era un objetivo político del imperialismo y de los políticos encargados de coordinar la relación de dependencia.
En noviembre de 1961, Joaquín Balaguer, como presidente de la República, llamó a la Unión Cívica Nacional y al Partido Revolucionario Dominicano a dialogar sobre temas de interés nacional. Habló de conciliación en forma demagógica, pero en realidad buscaba sustentación política para nuclear a la oligarquía alrededor de un proyecto común.
En un discurso publicado en el diario El Caribe el 24 de noviembre y recogido en el volumen “Entre la Sangre del 30 de Mayo y la del 24 de Abril”, Balaguer reconoció que había barcos estadounidenses en la cercanía de las costas dominicanas, y dijo textualmente: “El Gobierno dominicano no solicitó la presencia de las naves de los Estados Unidos, pero no ha protestado ni se propone protestar de ella porque la consideró y la sigue considerando saludable para la preservación no solo de la República Dominicana sino también de toda el área del Caribe, contra una infiltración de masa organizada en Cuba para subvertir las instituciones nacionales”.
El servilismo está en el origen de la acción organizada de la oligarquía, nucleada y organizada para constituirse en sostén de una relación de sumisión que el imperialismo pretende perpetuar.
Para no dejar duda de ello, en el mismo discurso Balaguer añade: “Los barcos de guerra de los Estados Unidos, por otra parte, han respetado estrictamente la soberanía nacional, y en ningún momento han entrado en nuestras aguas territoriales. Todos han permanecido fuera del límite de las tres millas que establece el dominio sobre el cual ejerce el Estado Dominicano su derecho de soberanía. Las protestas de los grupos fidelizantes o fidelizados que han hecho pronunciamientos contra el Gobierno por su supuesto apoyo a maniobras intervencionistas contra la República, no han hallado eco en ningún núcleo responsable del país, cuyas mayorías se hallan representadas por la Unión Cívica Nacional y por el Partido Revolucionario Dominicano, así como por una facción moderada del propio partido 14 de Junio”.
Se confirma con esto que el llamado al PRD y a la UCN y los contactos con sus dirigentes los hacía Balaguer en nombre de un compromiso de clase que a su juicio debía ser asumido de manera clara y sin dilación. Era un compromiso para excluir y golpear a “esos grupos fidelizantes y fidelizados”.
En ese momento, con la salida del país de Ramfis Trujillo, Balaguer veía factible dar apariencia legal al gobierno encabezado por él. No logró ese objetivo, pero puso en el debate nacional el tema de la unificación de los sectores dominantes.
EL PROYECTO DE BOSCH
La Constitución de 1963, la Ley de Defensa a la Economía Popular y la obligatoriedad de compartir con el Estado las ganancias que generarían los altos precios del azúcar en los años siguientes a 1963, convirtieron al gobierno constitucional encabezado por Juan Bosch en enemigo común de la oligarquía.
La oligarquía asumió sin poses los lineamientos políticos de la ultraderecha.
Juan Bosch no era comunista. Lo demostró al unirse con los sectores rancios de la oligarquía en el llamado Bloque de Dignidad Nacional a principio de la década de 1970. Mantuvo siempre la negativa a poner sello izquierdista a su activismo político, y no condenó en forma enérgica los privilegios de clase.
John Bartlow Martin, embajador de Estados Unidos en República Dominicana entre los años 1962 y 1964, y  enviado especial durante la intervención de 1965, trató de convencer a los más altos funcionarios del gobierno de John F. Kennedy de que Bosch no era comunista, pero no logró que las agencias oficiales de Estados Unidos agilizaran la inyección de fondos al Estado dominicano para contribuir a la recuperación económica.
La oligarquía sabía que, aunque fue recibido por Kennedy, Bosch no tenía el apoyo de Estados Unidos, y, como sector, aprovechó esa coyuntura para actuar contra un proyecto político que no consideraba suyo.
La Constitución de 1963, contrario a lo que afirman varios analistas hoy, no colocaba el trabajo por encima del capital. Eso sí, era el sustento de un proyecto político contrario a la especulación, al latifundio y al monopolio privado.
Está documentado que John Bartlow Martin trató de influenciar a Juan Bosch para instaurar en el país un régimen que, como el de Rómulo Betancourt en Venezuela, golpeara a la ultraderecha ortodoxa y a la izquierda, pero el presidente electo en 1963 consideraba que el comunismo había que combatirlo fortaleciendo el Estado en su papel regulador y con políticas sociales coherentes. Esta diferencia de enfoque, jamás fue aceptada por los estrategas yanquis.
El proyecto económico de sustituir importaciones y de industrializar al país (diversificando la industria azucarera e incursionando en la industria química, principalmente), era inaceptable tanto para el gobierno de Estados Unidos como para la oligarquía dominicana, que buscaba su realización con clase a través de la especulación, la sobreexplotación de la fuerza de trabajo y los privilegios que le pudieran otorgar el imperialismo.
Algunos analistas atribuyen a la influencia de los medios de comunicación la posición de un grupo de congresistas estadounidenses que consideraron que, con Juan Bosch en la presidencia, la democracia dominicana estaba en peligro.
En verdad, fue dañino el papel de periodistas como Hal Hendrix (de Miami News) y Jules Dubois (de Chicago Tribune), quienes dijeron que habían regresado al país más de 150 comunistas y que el gobierno no ponía trabas a la penetración de los “rojos”. Esos periodistas, sin embargo, en lugar de influir en los congresistas, actuaron con una influencia común a la de ellos: la de la Agencia Central de Inteligencia, CIA, que calificaba como comunista a todo político que buscara en su ejercicio ciertos niveles de independencia.
No hay que exaltar la figura de Juan Bosch para condenar el golpe de Estado de 1963 y menos para decir que la ultraderecha actuó contra el avance y contribuyó a envilecer el ejercicio de la política en el país.
A los nombres de militares como Victor Elby Viñas Román, Renato Hungría Morel, Miguel Atila Luna Pérez, Julio Alberto Rib Santamaría, Belisario Peguero Guerrero, Félix Hermida, Manuel García Urbáez, Antonio Imbert Barrera, Luis Amiama Tió, Salvador A. Montás Guerrero y Marcos A. Rivera Cuesta, igual que a los de civiles como los triunviros Emilio de los Santos, Manuel Enrique Tavares Espaillat, Ramón Tapia Espinal y Donald Reid Cabral, hay que añadir los de empresarios a quienes el sistema ha lavado nombres y fortunas (Horacio Álvarez Saviñón y Marino Auffant Pimentel, entre otros) y los de obispos como Hugo Eduardo Polanco Brito y Octavio Antonio Beras.
La lista no es exhaustiva, y hay que destacar que a través de estas figuras actuó la ultraderecha, allanando el camino al servilismo y al saqueo… ¡Infame papel ha desempeñado!

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