Negros de mentiras y blancos de verdad
Haití
es el otro lóbulo de nuestra historia. En los últimos 300 años todo lo
que ha ocurrido en la parte oeste de nuestra isla ha repercutido sobre
la vida de los dominicanos. No hay ninguna duda de que el problema de
Haití ha sido –y es- el centro de la sociología política dominicana. Los
historiadores y sociólogos haitianos no tienen ningún empacho en
reconocer esta verdad incuestionable. Price-mars titula su famoso libro
sobre la República Dominicana y la República de Haití: Diversos aspectos
de un problema histórico, geográfico y etnológico.
A
mi manera de ver, algunos de los artículos publicados con motivo de la
reciente polémica sobre los haitianos indocumentados que viven en el
territorio dominicano, han sido parciales o insuficientes. En primer
lugar, no se trata de un problema racial; se trata de un problema
cultural. En el Africa negra influida por los árabes es posible
encontrar individuos –negros puros- que usan el albornoz, hablan la
lengua árabe, son mahometanos, fuman el narguille. Su cultura es
enteramente árabe aunque su piel sea completamente negra. No es lo mismo
el negro biológico –piel, morfología, ángulo facial- que el negro
biográfico –lengua, historia, costumbres-.
Las
despoblaciones realizadas por el Gobernador español Osorio, en 1605 y
1606, dejaron la parte norte de nuestra isla a merced de los
aventureros, filibusteros y bucaneros, que habitaban la Isla de la
Tortuga. Los franceses normandos que poblaban esa isla (de la Tortuga)
empezaron a trasladarse a la parte noroeste de La Española y formaron
una colonia francesa.
En esa
colonia se fomentaron plantaciones atendidas por mano de obra esclava.
Estos esclavos procedían de diferentes lugares de Africa: bantúes,
sudaneses, del Senegal, del Dahomey –y no hablaban una lengua común.
Adoptaron como lengua franca el francés normando que hablaban los
propietarios de las plantaciones-. Este francés normando es el origen
del cróele haitiano que hoy se habla allí. Sobre este punto es
interesante leer The Haitian People, del sociólogo norteamericano James
Leyburn, quien da a conocer un trabajo filológico, publicado por Yale
University Press, acerca de las particularidades lingüísticas del
cróele.
En la
Biblioteca Nacional (de Santo Domingo) se encuentran ejemplares de los
libros de Jules Faine y Suzanne Silvain, quienes han hecho pormenorizado
estudio de la gramática cróele, de su sintaxis y lexicografía. El
cróele haitiano no es un patois del francés, o sea, una corrupción. Es
una lengua en desarrollo, históricamente anterior al francés moderno,
que ya tiene poemas, proverbios, gramática. Apunto todo esto para
señalar que los haitianos constituyen un pueblo bilingüe. En la
República Dominicana se habla una sola lengua: la lengua española. Y
esta es la primera y básica diferencia entre el negro dominicano y el
negro haitiano.
La
esclavitud en las plantaciones de la colonia del oeste (hoy Haití) fue
tan intensa que los esclavos apenas sobrepasaban siete u ocho años de
vida útil. Esa espantosa explotación no permitía que vivieran muchos
años. La consecuencia de esas muertes por agotamiento fue que los
colonos franceses se vieran obligados a importar continuamente nuevos
esclavos que sustituyeran a los caídos. De modo que siempre eran nuevos,
pues esa explotación inmisericorde no permitía que nacieran en Haití,
que se criaran criollos nacidos en la nueva tierra.
Cuando
estalló la revolución haitiana (en 1793) la mayoría de los líderes que
la dirigieron habían nacido en Africa. Ese es el caso de Biassou, Jean
Francois, Dessalines. No es seguro que Bouckmann haya nacido en Jamaica,
ni es seguro que Cristóbal naciera en Saint Kitts. Toussain fue el
único líder de la revolución –el más viejo- que con toda seguridad
sabemos nació en Haití. Si los esclavos morían rápidamente, y siempre
eran importados nuevos esclavos de Africa, no es de extrañar que
mantuviesen siempre una vinculación cultural con el Africa de origen.
En el
Santo Domingo español hubo plantaciones en los primeros años de la
colonia, pero el desarrollo económico posterior es de la ganadería. En
lugar de plantaciones hubo hatos. Los esclavos dominicanos no estuvieron
sometidos al duro trabajo de cuadrillas que se exige en las
plantaciones. Es útil recordar que tanto Toussaint como Bouckmannn
intentaron conseguir que en las plantaciones haitianas se suprimiera la
pena de foete durante 3 días a la semana. Tres días sin foete se
consideraba una importante conquista o mejora en las condiciones de
trabajo.
En Santo
Domingo los esclavos vivían ordeñando y arreando vacas; por eso no
morían con la facilidad que morían los esclavos haitianos. Y por eso no
había que importar nuevos esclavos “recién llegados” de Africa. De este
modo entre los negros esclavos de Santo Domingo se fue atenuando la
vinculación con Africa, y se operó un largo proceso de transculturación
en sentido hispánico. Plantaciones y hatos es otra diferencia
fundamental en el desarrollo social de los dos países. Lemonnier
Delafosse, en Segunda Campaña de Santo Domingo, dice que los negros
dominicanos de esa época exclamaban orgullosos “yo soy blanco de la
tierra”, para indicar que habían nacido criollos y no en Africa, y creo
que este aspecto es también básico para entender la diferencia cultural
que separa a Haití de Santo Domingo.
Un poeta haitiano, León Laleau, escribió un poema que dice:
Ese corazón obsesionante
que no corresponde a mi lengua
o a mis costumbres,
y sobre el que muerden, como un gancho,
sentimientos prestados y costumbres de Europa...
¿sienten ustedes este sufrimiento
y esta desesperación sin paralelo,
de domeñar con palabras de Francia
este corazón que me vino del Senegal?
que no corresponde a mi lengua
o a mis costumbres,
y sobre el que muerden, como un gancho,
sentimientos prestados y costumbres de Europa...
¿sienten ustedes este sufrimiento
y esta desesperación sin paralelo,
de domeñar con palabras de Francia
este corazón que me vino del Senegal?
Esta
dualidad o conflicto cultural no existe en el negro dominicano que se
siente instalado, de modo unívoco, en su lengua materna, que es la
lengua española. El primer cultivador de la poesía negroide en Santo
Domingo es Manuel del Cabral, un poeta vivo, esto es, reciente. Y no se
trata de una poesía que provenga de una corriente social autónoma y
nacional –como es el caso de Cuba- sino de influencias belgas, españolas
y cubanas; quiero decir influencias extranjeras. La poesía negra
dominicana está escrita por blancos, que en esos textos protestan por la
infravaloración social de negro.
Santo
Domingo no se independizó de España, como casi todas las naciones de
América; se independizó de Haití. Y aquí hay otro aspecto importante de
nuestra cultura no suficientemente subrayado. Las invasiones haitianas
de 1801, 1805, 1822; después la dominación por 22 años; los muy
impopulares impuestos establecidos por Boyer para pagar reparaciones a
Francia y cobrables en Santo Domingo; luego diversas invasiones
frustradas, fijaron el anti-haitianismo en la conciencia nacional
dominicana.
El
anti-haitianismo no es obra ideológica de los grupos superiores
dominantes –como han dicho muchas personas-; es algo que penetró hasta
en el folklore nacional. A comienzos de este siglo (siglo veinte) se
asustaba a los niños diciéndoles: “Vete a acostar que ahí viene el
haitiano”. Y el folklore, en resumidas cuentas, no es otra cosa que la
cultura de los pobres. Los llamados “horrores de Dessaliness” están
documentados nada menos que en el propio diario de campaña de
Dessalinnes.
Toussaint
no entendió nunca la razón por la cual los dominicanos negros no
manifestaban tanto interés como los haitianos en la lucha por abolir la
esclavitud. Tampoco lo entendió Dessalines. Price-Mars, el sociólogo y
etnólogo, nos acusa de bobarismo, esto es, de creernos ser lo que no
somos; unos negros que nos creemos blancos. Pensó el Dr. Price-Mars que
se trataba de una manifestación hipócrita del pueblo dominicano. Es, en
realidad, un problema de cultura. No somos blancos de verdad; somos
negros de mentira; que son dos cosas de decir lo mismo: piel negra y
lengua española. La autopercepción racial del dominicano –sea blanco,
mulato o negro- lo revela poco menos que “desvinculado” culturalmente de
Africa y atado a la cultura hispánica, todo ello sin sombra de
hipocresía. Lo cual quiere decir que el pleito actual entre
“africanistas” e “hispanistas” está mal planteado desde la raíz.
II
Durante
gran parte del siglo pasado (siglo diecinueve) los dominicanos vivieron
sobresaltados por el miedo a las invasiones haitianas. Este miedo era,
al mismo tiempo, miedo militar, miedo económico y “miedo demográfico”.
Haití poseía las armas de Leclerc, esto es, las armas de Napoleón, del
imperio francés, las armas de la nación más poderosa de entonces. Es
opinión aceptada que Haití era en aquella época la colonia más rica de
Francia y tal vez del mundo. En 1790 Haití contaba con una población de
400.000 esclavos, 28,000 mulatos y 10,000 blancos (total: 438,000
personas). En cambio, Santo Domingo, según un censo realizado poco
después de las emigraciones resultado del Tratado de Basilea de 1795,
tenía una población de unas 73,000 almas. De este tratado, que nos cedió
a Francia, dice Pedro Henríquez Ureña que fue recibido: “con dolor de
los naturales y llanto de poetas”. Quiere decir que Haití tenía mayor
población, reputación de mayor riqueza y mejores armas que los
dominicanos. Ante un enemigo tan poderoso es explicable que se
mantuviera vivo un anti-haitianismo militante entre los pobladores de la
parte Este de la isla. Riqueza económica, poderío militar y población
numerosa, causaban miedo a unos vecinos pobres y débiles.
Al ir
desapareciendo esos tres factores de superioridad, es también explicable
que haya menguado el anti-haitianismo y que haya sido substituido por
una especie de dolorido idealismo pro-haitiano.
¿Por qué se empobreció Haití?
El
Presidente Petión comenzó una reforma agraria la cual fue continuada por
Boyer, su sucesor al frente del gobierno desde 1818. La plantación
había sido considerada por Toussaint como la unidad económica de
producción en Haití; pero a la vez las plantaciones fueron el símbolo de
la esclavitud. Siguiendo las disposiciones de la reforma agraria de
Petión se distribuyeron tierras entre la población campesina y se
dividieron algunas grandes propiedades. Se pasó así del latifundio al
minifundio. Los trabajadores que formaban parte de esa unidad coherente
de producción que era la plantación, llegaron a ser cultivadores libres
de conucos de subsistencia. Esto quiere decir que se arruinó la
industria y Haití se convirtió en una nación de campesinos. Esa es una
de las causas más importantes del empobrecimiento de nuestros antiguos
ricos vecinos. Los comunistas haitianos de hoy llaman a este paso de su
historia “el error revolucionario”.
La tasa de
natalidad en Haití es una tasa elevadísima, la resultante final, que es
la tasa de crecimiento de la población, ha sido más baja en Haití que
en la República Dominicana. Aunque a finales del Siglo XVIII Haití tenía
una población de casi medio millón de habitantes, y Santo Domingo no
llegaba a los 100,000, al ser nuestra tasa de crecimiento más elevada,
hemos casi alcanzado la población de Haití. A pesar de que el
crecimiento poblacional es una progresión geométrica y de que Haití
partió de una base mayor. Y ahí tenemos cómo ha desaparecido el “miedo
demográfico” y el miedo económico. En cuanto a las armas de Napoleón,
obtenidas tras la derrota de Leclerc –armas entonces poderosas-, el paso
del tiempo las ha despojado de su importancia técnica y militar. Aquí
está la fuente de nuestro cambio de actitud frente a los haitianos; en
lugar de “los peligrosos haitianos” de ayer tenemos hoy a “los pobres e
indefensos haitianos”.
Como es de
todos sabido, a comienzos del siglo pasado (siglo diecinueve) –desde
1807- Haití tuvo dividido en dos estados independientes; una república
en el Sur dirigida por Petión; y un reino en el norte, cuya capital fue
el Cabo Haitiano de hoy, dirigida por Cristóbal, el célebre constructor
de la Citadelle. A esa localidad se se llamó primero El Guarico, después
Cabo Francés, más adelante Cabo Henry y, finalmente, Cabo Haitiano. Al
matarse Cristóbal de un pistoletazo en el pecho, se aceleró la
unificación de Haití en un solo Estado. Los soldados licenciados de
Cristóbal también recibieron tierras en la continuación de la reforma
agraria dirigida entonces por Boyer.
Todo esto
ocurría en el año 1820, dos años antes de la invasión de Boyer a nuestro
país. No debe olvidarse que en 1815, a la caída de Napoleón, se empezó a
hablar en Francia de una posible restauración de los Borbones. En
España los Borbones reinaban desde 1700, tras ascender al trono Felipe
V. Los líderes haitianos temían que si se restauraba la monarquía en
Francia, la presencia de España en la parte Este de la isla podría ser
peligrosa, pues eso significaba que habría Borbones en París y Borbones
en Madrid.
La
independencia proclamada por Núñez de Cáceres en 1821 dio oportunidad a
los haitianos de invadir la parte Este de la isla sin provocar a los
gobiernos europeos. Y las nuevas tierras ocupadas ofrecieron la ocasión
de ampliar una reforma agraria para beneficiar a miles de antiguos
soldados del viejo régimen de Cristóbal.
Tal vez
estos datos históricos no sean del todo inútiles para comprender el
cambio de actitud mental de los historiadores contemporáneos con
respecto a nuestros viejos historiadores tradicionales. Estos últimos
eran todos anti-haitianos, puesto que recibían como herencia sentimental
una larga historia de luchas contra los franceses: primero contra los
“franceses blancos” , antes y después del Tratado de Aranjuez de 1777; y
después contra los “franceses negros”, antes de ser liberados y también
después de su revolución. Manuel Arturo Peña Batlle, nuestro gran
historiador, nació en 1902.
La lengua
es, entre todas las manifestaciones de la cultura de un pueblo, la más
abarcadora y de más sutil influencia. El idioma es una psicología
colectiva que “nos hace” por dentro; la lengua es la matriz fundamental
de nuestra cosmovisión o manera de ver el mundo. Los modos económicos de
producción y las guerras también dejan sus huellas como “formas de
vida” o cicatrices existenciales.
Es claro
que existen influencias africanas en nuestra cultura –en la música, en
la comida, en la religión –pero todas ellas están incorporadas a un
torso cultural básico que es hispánico.
Con
seguridad los dominicanos no somos “blancos de verdad”, pero podríamos
ser “negros de mentira”. Muchas naciones de América sienten su cultura
“como problema”. En el Cuzco, algunos peruanos de hoy contemplan las
construcciones incaicas como algo ajeno y miran las iglesias y los
edificios de la municipalidad taimen como algo ajeno –nos dicen que
fortalezas y calles incaicas fueron hechas por ellos-,; y miran las
iglesias y los edificios de la municipalidad también como ajenos,
construidos por ellos los españoles. Y esos peruanos no saben a que
carta quedarse, a qué cultura adscribirse de todo corazón. ¿Hijos del
imperio incaico o hijos de la colonización española? No aciertan
encontrar su identidad antropológica.
El Santo
Domingo español es plenamente una población de mulatos desde mediados
del Siglo XVI; desde esa fecha la corona española tuvo que aceptar que
los mulatos tuviesen cargos públicos. Eso contribuyó mucho entre
nosotros a la atenuación de los prejuicios raciales. En Cuba, el
gobiernos colonial español trazó una política racista que no pudo
mantener en Santo Domingo. De todos los países birraciales de las
Antillas, Santo Domingo es el que conserva menos prejuicios raciales.
Jamaica, Martinica, Cuba, no pueden compararse con Santo Domingo. Haití,
como es bien sabido, ha sufrido varias guerras raciales entre negros y
mulatos.
Tiene
razón Juan Bosch cuando dice que Santo Domingo nunca ha tenido una
guerra social. Podemos añadir que tampoco nunca ha tenido una guerra
racial. Los sociólogos e historiadores, desde luego, no nos explican por
qué no han ocurrido ninguna de las dos cosas.
Sin
embargo, estos asuntos culturales e históricos son tan sólo el marco
dentro del cual podemos abordar los más peliagudos y recientes problemas
económicos y políticos que existen entre la República Dominicana y la
República de Haití.-
Santo Domingo, República Dominicana,
Octubre, 1994.
Octubre, 1994.
Por Federico Henríquez Gratereaux
Periodista y ensayista dominicano. Miembro de la Academia Dominicana de la Lengua y Correspondiente de la Real Academia Española. Premio Nacional de Ensayo.
Periodista y ensayista dominicano. Miembro de la Academia Dominicana de la Lengua y Correspondiente de la Real Academia Española. Premio Nacional de Ensayo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario