Caamaño: héroes y antihéroes (I)
http://www.diariolibre.com/lecturas/2014/07/05/i686231_caamao-hroes-antihroes.html
Se pudiera entender que a un gran hombre
no se le conozcan sentimientos comunes; que las pequeñas cosas estén
fuera de su condición, atendiendo sólo a los altos y nobles ideales y a
las grandes tareas. No sería propio de un héroe interesarse por las
pequeñas cosas de los demás. Las cosas humanas estarían fuera de sus
asuntos. Se tratarían a distancia.
Sin embargo, para Francisco Alberto Caamaño, un gran hombre y un héroe, los hombres y las cosas de los hombres fueron su principal preocupación. No se hable del pueblo, a cuya defensa él consagró su vida desde la guerra de abril de 1965 hasta su muerte en Nizaíto, sino de los hombres bajo su mando y responsabilidad en la guerrilla de Ocoa y antes.
Los testimonios acerca de la hora final de la vida de ese héroe revelan que su preocupación por la suerte de los hombres era tan constante y decisiva que hasta descuidó su labor de conductor de la guerrilla y le costó su propia vida.
Hamlet Hermann refiere, en su obra El Fiero, el interés de Caamaño por salvar a sus compañeros en los momentos más dramáticos de la guerrilla.
"Caímos en una emboscada y Juan está herido. Freddy, ve a rescatarlo, dijo Caamaño."
"Freddy, vete para arriba y reúnete con la gente."
"Cuando la tropa enemiga llegó hasta él, reclamó al oficial del Pelotón de reconocimiento del Batallón de Cazadores que comandaba las fuerzas atacantes que atendiera a Eugenio y a Armando que estaban heridos. Agregó diciéndoles que Eugenio era el mejor hombre de la guerrilla que todavía podía dar buenos servicios a la patria."
Esos fragmentos subrayan la gran sensibilidad humana de Caamaño. Fue más sensible al cuidado de sus hombres que al cuidado de la guerra.
Pero, además, son indicios de su visión acerca del ejército revolucionario. Él ponía en primer plano al combatiente, que en situación de peligro en la guerra, nunca debía ser abandonado en combate, y en situaciones menos urgentes merecía la mayor atención, los mejores cuidados.
En general, todos aquellos que Caamaño conoció y enroló en sus planes en Cuba durante cinco años, llenaban su iluminado pensamiento y sus vivos recuerdos, como hurgando en el elemento humano la clave de la derrota y de la situación en que se encontraba, antes de que lo asesinaran y le dieran el tiro de gracia en Ocoa.
Si a algo se dedicó Caamaño en los años anteriores a su fatal momento, más que a las armas, que fue su profesión, si algo le ocupó y le trastornó la existencia desde que llegó a Cuba, fue el trato con personas buscando que se le acercaran y que fueran suyas, pero para la lucha que se proponía librar para liberar al pueblo. Eso, como ha de suponerse, no fue fácil, desde el comienzo hasta el último tramo de la guerrilla en Ocoa.
Luego de tantos esfuerzos, en gran medida en vano, de un total de algo más de treinta guerrilleros que reunió en Cuba y un número indeterminado de "palmeros" que reunió Amaury en Santo Domingo, solo pudo conseguir que le acompañaran ocho de sus hombres en Cuba. Ninguno de los de Amaury le acompañó.
La suerte de cada uno de esos hombres merece una página aparte, que aquí no escribiremos. Uno y su principal apoyo yacía herido a su lado, Eugenio, otro, Felipe, se extravió o desertó, todavía no se sabe, en el mismo momento y lugar del desembarco. Mientras que otros fueron aniquilados o murieron de inanición, Armando, Braulio, Juan, Ismael. Dos de ellos, Freddy y Sergio, pudieron escapar del cerco enemigo y son hoy los únicos sobrevivientes de esa gesta.
En el plano militar las cosas no resultaron como Caamaño las había planeado desde 1967, cuando quiso que sus hombres fueran no simples guerrilleros sino cuadros ejemplares de una indestructible organización político-militar, pero su heroísmo y el de los combatientes en las montañas de Ocoa son legados que debemos honrar, pues son la manifestación de un humanismo guerrillero jamás visto antes.
Esos eran pensamientos que probablemente ocupaban a Caamaño en aquellos días en Nizaíto, Ocoa, herido, prisionero y en espera del tiro de gracia; recuerdos que se le agolparían con cierto dejo de decepción porque no obtuvo los resultados esperados, pero con gran alegría y satisfacción por haber hecho el esfuerzo, desplegando un enorme trabajo para organizar de nuevo a los hombres y llevarlos de nuevo a la lucha, luego de la derrota gloriosamente sufrida en la guerra de abril de 1965.
Desde los primeros días de su llegada a Cuba, la primera tarea de Caamaño fue entrar en contacto con los dominicanos que ya estaban en la Habana de manera independiente o pertenecientes a las distintas organizaciones de izquierda. La segunda fue tratar por todos los medios de que algunos hombres de su confianza dispersos en el mundo lo encontraran en ese país, para lo cual envió comunicaciones a Santo Domingo, España, Londres, Francia, Holanda, Chile y otros países en los cuales, según sus conocimientos, se encontraban esos cuadros que en la guerra de abril y en otras circunstancias le acompañaron en tareas difíciles, en particular relacionadas con la guerra. Y la tercera, buscar aliados comunicándose con todas las organizaciones antiimperialistas del país, el PRD, el PCD, el 1J4 y otras organizaciones y luchadores independientes.
En los primeros apuntes de su diario del viernes 3 de noviembre de 1967, (llegó a Cuba el día 1ro.), Caamaño muestra el interés de reunir en La Habana a la mayor cantidad de sus compañeros de armas dispersos por el mundo. A sus contactos fuera de Cuba les habla de la posibilidad de que se ponga en camino a los hombres ranas que estaban en República Dominicana, específicamente en la capital, en Santiago y otros lugares; de que le envíen informes sobre conversaciones con compañeros reunidos en Europa; y de que los compañeros de Holanda debían informarle acerca de los hombres ranas residentes en Nueva York y acerca de los pasos que se estaban dando con ellos, con el fin de que vinieran a encontrarlo a Cuba.
Mientras en La Habana, en esos primeros días en Cuba, Caamaño se disponía a reclutar a los dominicanos que ahí se encontraban y que provenían de diferentes organizaciones de izquierda. Lo primero que hizo fue inquirir con los responsables cubanos quiénes eran esos hombres y qué tipo de entrenamiento militar y político ellos habían recibido en Cuba. Había hecho un estimado de la cantidad de hombres que era necesario entrenar para llevar a cabo la guerrilla en las montañas dominicanas.
A fin de que esos vínculos se establecieran sobre bases firmes se planteó dos cuestiones. La primera era acerca de la calidad de los hombres y del nivel de compromiso que asumían. Ellos debían tener una comprensión cabal de la tarea a realizar y en la que se comprometían. No era un reclutamiento mecánico y a ciegas.
Debía hablarles claro sobre el hecho de que la lucha iba a ser larga y difícil y que se sufrirían reveses. Caamaño fue un visionario. Eso fue lo que sucedió en Ocoa. No todos los hombres respondieron como él lo presuponía, lo cual acarreó todas las consecuencias conocidas: conflictos, deserciones, frustraciones de un gran número de los reclutados desde el inicio o años después, por vía principalmente de los Comandos de la Resistencia liderado por Amaury Germán Aristy.
La segunda cuestión era acerca de la cantidad de hombres que formarían el núcleo estratégico de la guerrilla. No debían ser numerosos. Escribió en su diario el ocho de noviembre de 1967: "Los hombres a operar en la Guerra Revolucionaria no deben pasar de 50 a 100 hombres puesto que esto provocaría una gran concentración."
Sin embargo, Caamaño no limitaba el ingreso de otros combatientes a la organización revolucionaria. Pero no participarían de manera directa en la guerrilla, por lo menos en el primer momento.
Como no se le podía poner tope al reclutamiento para la lucha del pueblo, entonces pensaba también que los demás hombres que se agregaran debían ser dedicados a diversa tareas revolucionarias, entre las cuales, la principal, la resistencia armada en las ciudades. Y cuando la guerra progresara se formarían otros frentes de combate como sucedió al desarrollarse la guerrilla de Fidel. La guerra necesitaba, además, una gran red de espionaje, de abastecimiento, de apoyo, y para todo eso nunca habrá suficiente hombres.
El número de integrantes de la guerrilla de Ocoa quedó muy por debajo de las previsiones de Caamaño: con él eran nueve. Lo que indica que esa guerrilla no se montó de acuerdo con las ideas originales de Caamaño sino que fue el resultado de un sinnúmero de circunstancias adversas.
Es fácil imaginar la amargura y la frustración que sentiría el comandante Caamaño en Ocoa al darse cuenta de que había llegado el fin de sus sueños ese dieciséis de febrero de mil novecientos setentitres, cuando se vio solo, desarmado, herido y rodeado por los soldados enemigos. Muchos descuidos explicarían esa derrota.
Son patéticas e inimaginables las pruebas que sufrió Caamaño momentos antes de su muerte; fatal situación que no solo puso término a su vida sino que consagró el final de la esperanza armada escenificada en la acción guerrillera emprendida en las montañas de Ocoa a partir del 3 de febrero de 1973.
Un testigo de excepción, protagonista y sobreviviente de esa hazaña, el ingeniero Hamlet Hermann, reconstruye en forma impresionante en su obra El Fiero, dedicada a resaltar la figura del combatiente Eberto Lalane José, segundo en mando de la guerrilla, herido en combate y luego ahorcado, el drama que Caamaño vivió en aquella circunstancia.
En los párrafos que se reproducen el autor narra los últimos momentos de Caamaño, destacando la dolorosa situación en que se hallaba el héroe de la revolución de abril, herido y capturado por la fuerza enemiga, la gran preocupación del jefe guerrillero por la suerte de sus hombres, y su convencimiento de que sus captores lejos de tratarlo con la dignidad que él merecía por ser el coronel Francisco Alberto Caamaño Deñó y por su condición de jefe militar prisionero y prisionero de guerra, estaban decididos a poner fin a su vida:
"Aquel 16 de febrero, en la loma Cuero del Puerco de la Cordillera Central, volvían a surgir las cualidades que habían convertido al coronel Francisco Caamaño Deñó en el comandante Román, quien asumía la misión de rescatar personalmente a Eugenio, a pesar del enorme riesgo que aquello significaba.
Caamaño no pudo llegar hasta donde estaba su fusil debido a que fue herido levemente en una pierna."
"Los soldados se arremolinaron alrededor del jefe guerrillero recién capturado y, mientras algunos querían matarlo, otros trataban de quitarle sus pertenencias. Daba la impresión de que no podían creer lo que estaba sucediendo. Su pelotón acababa de capturar al ex Presidente de las República en armas de 1965, coronel Francisco Caamaño Deñó."
"A las tres y quince de la tarde, llegaron en helicóptero desde Santo Domingo el contralmirante Ramón Emilio Jiménez Reyes (46 años), Secretario de las Fuerzas Armadas, el general Enrique Pérez y Pérez (49 años), Jefe de Estado mayor del Ejército, y el comodoro Francisco Amiama Castillo, Sub Secretario de las Fuerzas Armadas. Éstos conversaron con Caamaño dentro de una de las casitas del lugar durante un corto lapso.
Se instruyó al coronel Héctor García tejada (42 años) para que se hiciera cargo del prisionero. García tejada se hizo acompañar en su misión del teniente Almonte Castro y del cabo Martínez, del Batallón de Cazadores quienes llevaron al coronel Caamaño hasta un lugar cercano donde esperaban emboscados unos soldados. Al llegar al punto señalado, el coronel García Tejada instruyó al teniente Almonte castro para que se alejara del prisionero. Es entonces cuando Caamaño se da cuenta de que el momento ha llegado y grita:
¡Ah, entonces me van a matar! ¡Viva Santo Domingo libre, coño!"
Años después de que Caamaño pronunciara esas desesperantes y gloriosas palabras, Hamlet Hermann confirmaba en la citada obra el terrible final del héroe, a quien la tropa enemiga no solo mató, sino que masacró con heridas y golpes, disparándole para rematarlo, un tiro de gracia en la frente:
"Considerando el tipo de heridas y golpes que presentaban los cadáveres, la prensa dominicana puso en duda desde el principio que aquellos guerrilleros hubieran sido aniquilados en combate frontal. La existencia del "tiro de gracia" en la frente de Caamaño confirmaba el crimen que se había cometido con un prisionero en guerra."
Los vejámenes que experimentó Caamaño conmueven y violentan la cordura humana. Hay sensaciones que se evocan y proyectan, haciendo difícil imaginar su martirologio.
Un tiro de gracia es la acción más cobarde y vil que un asesino pueda cometer contra su víctima. El verdugo sabe que ya ha asesinado, que ha matado, pero el sadismo y el horror de su conciencia atroz, insegura e inconforme con el crimen cometido, le impulsan a seguir más allá, y así se regodea con el cadáver, temeroso de que una fuerza heroica y vengativa se levante más allá de la muerte y se cobre los agravios recibidos, como la que era capaz de emerger de las entrañas de ese excepcional hombre sin vida.
Fue múltiple su tragedia. Tragedia como jefe guerrillero impotente, incapaz de cumplir con su rol y su deber de socorrer a sus hombres en desgracia y comandarlo en pos del éxito de la guerra largo tiempo preparada. Tragedia del gran héroe derrotado por un ejército y por jefes militares que él había derrotado en la guerra de abril de 1965 y que consideraba inferiores a él y a sus superentrenados y aguerridos guerrilleros. Tragedia personal e íntima que le dolía en el cuerpo y en el alma: verse solo, herido y prisionero, seguro de que no lo iban a dejar con vida y que debía resignarse a espera el tiro de gracia.
Siempre es bueno pensar en algo positivo cuando se está en el peor momento. En esas trágicas circunstancias, Caamaño evocaría, con risueña nostalgia, los momentos esplendorosos del proyecto que inició cinco años antes. Esos recuerdos eran necesarios y reconfortantes, eran como un bálsamo que aliviaba su adolorido espíritu, aunque no sus torturadas carnes.
matosmoquete@hotmail.com
Sin embargo, para Francisco Alberto Caamaño, un gran hombre y un héroe, los hombres y las cosas de los hombres fueron su principal preocupación. No se hable del pueblo, a cuya defensa él consagró su vida desde la guerra de abril de 1965 hasta su muerte en Nizaíto, sino de los hombres bajo su mando y responsabilidad en la guerrilla de Ocoa y antes.
Los testimonios acerca de la hora final de la vida de ese héroe revelan que su preocupación por la suerte de los hombres era tan constante y decisiva que hasta descuidó su labor de conductor de la guerrilla y le costó su propia vida.
Hamlet Hermann refiere, en su obra El Fiero, el interés de Caamaño por salvar a sus compañeros en los momentos más dramáticos de la guerrilla.
"Caímos en una emboscada y Juan está herido. Freddy, ve a rescatarlo, dijo Caamaño."
"Freddy, vete para arriba y reúnete con la gente."
"Cuando la tropa enemiga llegó hasta él, reclamó al oficial del Pelotón de reconocimiento del Batallón de Cazadores que comandaba las fuerzas atacantes que atendiera a Eugenio y a Armando que estaban heridos. Agregó diciéndoles que Eugenio era el mejor hombre de la guerrilla que todavía podía dar buenos servicios a la patria."
Esos fragmentos subrayan la gran sensibilidad humana de Caamaño. Fue más sensible al cuidado de sus hombres que al cuidado de la guerra.
Pero, además, son indicios de su visión acerca del ejército revolucionario. Él ponía en primer plano al combatiente, que en situación de peligro en la guerra, nunca debía ser abandonado en combate, y en situaciones menos urgentes merecía la mayor atención, los mejores cuidados.
En general, todos aquellos que Caamaño conoció y enroló en sus planes en Cuba durante cinco años, llenaban su iluminado pensamiento y sus vivos recuerdos, como hurgando en el elemento humano la clave de la derrota y de la situación en que se encontraba, antes de que lo asesinaran y le dieran el tiro de gracia en Ocoa.
Si a algo se dedicó Caamaño en los años anteriores a su fatal momento, más que a las armas, que fue su profesión, si algo le ocupó y le trastornó la existencia desde que llegó a Cuba, fue el trato con personas buscando que se le acercaran y que fueran suyas, pero para la lucha que se proponía librar para liberar al pueblo. Eso, como ha de suponerse, no fue fácil, desde el comienzo hasta el último tramo de la guerrilla en Ocoa.
Luego de tantos esfuerzos, en gran medida en vano, de un total de algo más de treinta guerrilleros que reunió en Cuba y un número indeterminado de "palmeros" que reunió Amaury en Santo Domingo, solo pudo conseguir que le acompañaran ocho de sus hombres en Cuba. Ninguno de los de Amaury le acompañó.
La suerte de cada uno de esos hombres merece una página aparte, que aquí no escribiremos. Uno y su principal apoyo yacía herido a su lado, Eugenio, otro, Felipe, se extravió o desertó, todavía no se sabe, en el mismo momento y lugar del desembarco. Mientras que otros fueron aniquilados o murieron de inanición, Armando, Braulio, Juan, Ismael. Dos de ellos, Freddy y Sergio, pudieron escapar del cerco enemigo y son hoy los únicos sobrevivientes de esa gesta.
En el plano militar las cosas no resultaron como Caamaño las había planeado desde 1967, cuando quiso que sus hombres fueran no simples guerrilleros sino cuadros ejemplares de una indestructible organización político-militar, pero su heroísmo y el de los combatientes en las montañas de Ocoa son legados que debemos honrar, pues son la manifestación de un humanismo guerrillero jamás visto antes.
Esos eran pensamientos que probablemente ocupaban a Caamaño en aquellos días en Nizaíto, Ocoa, herido, prisionero y en espera del tiro de gracia; recuerdos que se le agolparían con cierto dejo de decepción porque no obtuvo los resultados esperados, pero con gran alegría y satisfacción por haber hecho el esfuerzo, desplegando un enorme trabajo para organizar de nuevo a los hombres y llevarlos de nuevo a la lucha, luego de la derrota gloriosamente sufrida en la guerra de abril de 1965.
Desde los primeros días de su llegada a Cuba, la primera tarea de Caamaño fue entrar en contacto con los dominicanos que ya estaban en la Habana de manera independiente o pertenecientes a las distintas organizaciones de izquierda. La segunda fue tratar por todos los medios de que algunos hombres de su confianza dispersos en el mundo lo encontraran en ese país, para lo cual envió comunicaciones a Santo Domingo, España, Londres, Francia, Holanda, Chile y otros países en los cuales, según sus conocimientos, se encontraban esos cuadros que en la guerra de abril y en otras circunstancias le acompañaron en tareas difíciles, en particular relacionadas con la guerra. Y la tercera, buscar aliados comunicándose con todas las organizaciones antiimperialistas del país, el PRD, el PCD, el 1J4 y otras organizaciones y luchadores independientes.
En los primeros apuntes de su diario del viernes 3 de noviembre de 1967, (llegó a Cuba el día 1ro.), Caamaño muestra el interés de reunir en La Habana a la mayor cantidad de sus compañeros de armas dispersos por el mundo. A sus contactos fuera de Cuba les habla de la posibilidad de que se ponga en camino a los hombres ranas que estaban en República Dominicana, específicamente en la capital, en Santiago y otros lugares; de que le envíen informes sobre conversaciones con compañeros reunidos en Europa; y de que los compañeros de Holanda debían informarle acerca de los hombres ranas residentes en Nueva York y acerca de los pasos que se estaban dando con ellos, con el fin de que vinieran a encontrarlo a Cuba.
Mientras en La Habana, en esos primeros días en Cuba, Caamaño se disponía a reclutar a los dominicanos que ahí se encontraban y que provenían de diferentes organizaciones de izquierda. Lo primero que hizo fue inquirir con los responsables cubanos quiénes eran esos hombres y qué tipo de entrenamiento militar y político ellos habían recibido en Cuba. Había hecho un estimado de la cantidad de hombres que era necesario entrenar para llevar a cabo la guerrilla en las montañas dominicanas.
A fin de que esos vínculos se establecieran sobre bases firmes se planteó dos cuestiones. La primera era acerca de la calidad de los hombres y del nivel de compromiso que asumían. Ellos debían tener una comprensión cabal de la tarea a realizar y en la que se comprometían. No era un reclutamiento mecánico y a ciegas.
Debía hablarles claro sobre el hecho de que la lucha iba a ser larga y difícil y que se sufrirían reveses. Caamaño fue un visionario. Eso fue lo que sucedió en Ocoa. No todos los hombres respondieron como él lo presuponía, lo cual acarreó todas las consecuencias conocidas: conflictos, deserciones, frustraciones de un gran número de los reclutados desde el inicio o años después, por vía principalmente de los Comandos de la Resistencia liderado por Amaury Germán Aristy.
La segunda cuestión era acerca de la cantidad de hombres que formarían el núcleo estratégico de la guerrilla. No debían ser numerosos. Escribió en su diario el ocho de noviembre de 1967: "Los hombres a operar en la Guerra Revolucionaria no deben pasar de 50 a 100 hombres puesto que esto provocaría una gran concentración."
Sin embargo, Caamaño no limitaba el ingreso de otros combatientes a la organización revolucionaria. Pero no participarían de manera directa en la guerrilla, por lo menos en el primer momento.
Como no se le podía poner tope al reclutamiento para la lucha del pueblo, entonces pensaba también que los demás hombres que se agregaran debían ser dedicados a diversa tareas revolucionarias, entre las cuales, la principal, la resistencia armada en las ciudades. Y cuando la guerra progresara se formarían otros frentes de combate como sucedió al desarrollarse la guerrilla de Fidel. La guerra necesitaba, además, una gran red de espionaje, de abastecimiento, de apoyo, y para todo eso nunca habrá suficiente hombres.
El número de integrantes de la guerrilla de Ocoa quedó muy por debajo de las previsiones de Caamaño: con él eran nueve. Lo que indica que esa guerrilla no se montó de acuerdo con las ideas originales de Caamaño sino que fue el resultado de un sinnúmero de circunstancias adversas.
Es fácil imaginar la amargura y la frustración que sentiría el comandante Caamaño en Ocoa al darse cuenta de que había llegado el fin de sus sueños ese dieciséis de febrero de mil novecientos setentitres, cuando se vio solo, desarmado, herido y rodeado por los soldados enemigos. Muchos descuidos explicarían esa derrota.
Son patéticas e inimaginables las pruebas que sufrió Caamaño momentos antes de su muerte; fatal situación que no solo puso término a su vida sino que consagró el final de la esperanza armada escenificada en la acción guerrillera emprendida en las montañas de Ocoa a partir del 3 de febrero de 1973.
Un testigo de excepción, protagonista y sobreviviente de esa hazaña, el ingeniero Hamlet Hermann, reconstruye en forma impresionante en su obra El Fiero, dedicada a resaltar la figura del combatiente Eberto Lalane José, segundo en mando de la guerrilla, herido en combate y luego ahorcado, el drama que Caamaño vivió en aquella circunstancia.
En los párrafos que se reproducen el autor narra los últimos momentos de Caamaño, destacando la dolorosa situación en que se hallaba el héroe de la revolución de abril, herido y capturado por la fuerza enemiga, la gran preocupación del jefe guerrillero por la suerte de sus hombres, y su convencimiento de que sus captores lejos de tratarlo con la dignidad que él merecía por ser el coronel Francisco Alberto Caamaño Deñó y por su condición de jefe militar prisionero y prisionero de guerra, estaban decididos a poner fin a su vida:
"Aquel 16 de febrero, en la loma Cuero del Puerco de la Cordillera Central, volvían a surgir las cualidades que habían convertido al coronel Francisco Caamaño Deñó en el comandante Román, quien asumía la misión de rescatar personalmente a Eugenio, a pesar del enorme riesgo que aquello significaba.
Caamaño no pudo llegar hasta donde estaba su fusil debido a que fue herido levemente en una pierna."
"Los soldados se arremolinaron alrededor del jefe guerrillero recién capturado y, mientras algunos querían matarlo, otros trataban de quitarle sus pertenencias. Daba la impresión de que no podían creer lo que estaba sucediendo. Su pelotón acababa de capturar al ex Presidente de las República en armas de 1965, coronel Francisco Caamaño Deñó."
"A las tres y quince de la tarde, llegaron en helicóptero desde Santo Domingo el contralmirante Ramón Emilio Jiménez Reyes (46 años), Secretario de las Fuerzas Armadas, el general Enrique Pérez y Pérez (49 años), Jefe de Estado mayor del Ejército, y el comodoro Francisco Amiama Castillo, Sub Secretario de las Fuerzas Armadas. Éstos conversaron con Caamaño dentro de una de las casitas del lugar durante un corto lapso.
Se instruyó al coronel Héctor García tejada (42 años) para que se hiciera cargo del prisionero. García tejada se hizo acompañar en su misión del teniente Almonte Castro y del cabo Martínez, del Batallón de Cazadores quienes llevaron al coronel Caamaño hasta un lugar cercano donde esperaban emboscados unos soldados. Al llegar al punto señalado, el coronel García Tejada instruyó al teniente Almonte castro para que se alejara del prisionero. Es entonces cuando Caamaño se da cuenta de que el momento ha llegado y grita:
¡Ah, entonces me van a matar! ¡Viva Santo Domingo libre, coño!"
Años después de que Caamaño pronunciara esas desesperantes y gloriosas palabras, Hamlet Hermann confirmaba en la citada obra el terrible final del héroe, a quien la tropa enemiga no solo mató, sino que masacró con heridas y golpes, disparándole para rematarlo, un tiro de gracia en la frente:
"Considerando el tipo de heridas y golpes que presentaban los cadáveres, la prensa dominicana puso en duda desde el principio que aquellos guerrilleros hubieran sido aniquilados en combate frontal. La existencia del "tiro de gracia" en la frente de Caamaño confirmaba el crimen que se había cometido con un prisionero en guerra."
Los vejámenes que experimentó Caamaño conmueven y violentan la cordura humana. Hay sensaciones que se evocan y proyectan, haciendo difícil imaginar su martirologio.
Un tiro de gracia es la acción más cobarde y vil que un asesino pueda cometer contra su víctima. El verdugo sabe que ya ha asesinado, que ha matado, pero el sadismo y el horror de su conciencia atroz, insegura e inconforme con el crimen cometido, le impulsan a seguir más allá, y así se regodea con el cadáver, temeroso de que una fuerza heroica y vengativa se levante más allá de la muerte y se cobre los agravios recibidos, como la que era capaz de emerger de las entrañas de ese excepcional hombre sin vida.
Fue múltiple su tragedia. Tragedia como jefe guerrillero impotente, incapaz de cumplir con su rol y su deber de socorrer a sus hombres en desgracia y comandarlo en pos del éxito de la guerra largo tiempo preparada. Tragedia del gran héroe derrotado por un ejército y por jefes militares que él había derrotado en la guerra de abril de 1965 y que consideraba inferiores a él y a sus superentrenados y aguerridos guerrilleros. Tragedia personal e íntima que le dolía en el cuerpo y en el alma: verse solo, herido y prisionero, seguro de que no lo iban a dejar con vida y que debía resignarse a espera el tiro de gracia.
Siempre es bueno pensar en algo positivo cuando se está en el peor momento. En esas trágicas circunstancias, Caamaño evocaría, con risueña nostalgia, los momentos esplendorosos del proyecto que inició cinco años antes. Esos recuerdos eran necesarios y reconfortantes, eran como un bálsamo que aliviaba su adolorido espíritu, aunque no sus torturadas carnes.
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