Historia
de la cultura material
Trabajo publicado en La Nouvelle Histoire.
Bajo la dirección de Jacques Le Goff, París, Éditions Complexe, 1988, pp.
191-227. Traducido por María del Pilar Díaz Castañón y reproducido en Luis M.
de las Traviesas Moreno y Gladys Alonso González (Editores). La Historia y el
oficio de historiador: Colectivo de autores franceses y cubanos. La Habana,
Editorial de Ciencias Sociales, 1996, pp. 191-224.
Por
Jean-Marie Pesez
Arqueólogo e historiador de la civilización
rural, la cultura y el material pre medieval. Catedrático de Historia, fue
director de estudios en la EHESS y director adjunto del Centro de Historia y de
Arqueología Medieval de Lyon II. Presidió el Consejo Nacional de investigaciones arqueológicas de Francia por muchos
años.
En 1919 –o sea, en plena guerra civil–, Lenin
firmó el decreto que instituía la Academia de Historia de la Cultura Material
en la URSS. En este acontecimiento se inscribe lo esencial de los hechos y
connotaciones respecto a la noción de cultura material: su surgimiento tardío,
su evidente choque con el materialismo histórico y la importancia que le
concedieron los marxistas, su aparición en un país socialista y sus relaciones
privilegiadas con la historia.
Si se
añade que la nueva Academia retomó las atribuciones de la Comisión Arqueológica
del régimen zarista, designado así al método arqueológico como la mejor vía de
acceso a la historia de la cultura material, se acaban de dibujar tanto los
contornos de la noción como de la búsqueda que se reclama en ella.
El acta de nacimiento que constituye el decreto
de Lenin lleva una fecha relativamente tardía. No hay que asombrarse: se
explica por la necesidad de una larga maduración epistemológica en el seno de
esa extraordinaria renovación del
pensamiento científico que caracteriza la segunda mitad del siglo XIX. Sin
duda, ninguna de las nuevas ideas es ajena a este surgimiento, y menos que
cualquier otra el positivismo y el cientificismo que impregnaban entonces las
novedosas corrientes del pensamiento.
Pero se
necesitó sobre todo que estallara un yugo demasiado estrecho: el de las bellas
letras, en el cual el humanismo había encerrado el estudio del hombre; fue
necesario que se pusiera en su lugar las ciencias humanas, la sociología y muy
pronto la etnología, sin olvidar esa historia natural del hombre que propone
Darwin. La obra decisiva de Darwin, On the Origen of Species, es de 1859; en
esta fecha, ya Comte ha propuesto el término “sociología”, y La sociedad antigua
de Morgan aparece en 1877.
El auge de las ciencias humanas a fines del
siglo XIX no se concibe fuera de la corriente evolucionista. A la misma corriente
pertenece una nueva arqueología cuyo desarrollo tiene mucho que ver con la toma
de conciencia respecto a la cultura material. Se trata de una arqueología que
considera desde el inicio los aspectos materiales de las civilizaciones y funda
sobre ellos la definición, incluso, de las culturas de su evolución: la arqueología
prehistórica. El hombre antediluviano de Boucher de Perthes es de 1860.
En fin, para que la cultura material se
desprendiera de la noción de cultura o de civilización, fue necesario que se diseñase
un modelo de evolución de las sociedades humanas que no recurriese más que a
las infraestructuras; que se propusiera una teoría de la historia apoyada en un
análisis materialista y que en sus esquemas hiciese intervenir hechos concretos
y mensurables: el materialismo histórico. El primer volumen de El capital
aparece en 1867.
El capital no usa el término de “cultura
material”. Pero resulta fácil hallar en la obra de Marx una invitación a
construir una historia de las condiciones materiales de la evolución de las
sociedades. Marx desea una historia crítica de la tecnología, porque no separa
el estudio de los medios de trabajo del hombre en el proceso de producción del
estudio de la producción misma.
Y las relaciones
que el hombre sostiene con la naturaleza pertenecen tanto al análisis marxista
como a las relaciones de los hombres entre sí. Así, los historiadores marxistas
debían necesariamente tropezar con la cultura material y destacarla en sus investigaciones,
para verificar el análisis marxista al aplicarlo a diversas situaciones del
pasado
.
Que haya escapado en parte a los marxistas, o al
menos que haya desbordado ampliamente a la historiografía marxista, no quita nada
a la deuda contraída respecto al materialismo histórico.
De esta herencia proviene también que la cultura
material esté aún unida estrechamente a la historia. Si la nueva noción debe
algo a todas las ciencias humanas, en el seno de la historia –y aquí, no puede
separarse de la arqueología– encontró su terreno de elección. Todo ocurre como
si sólo allí fuese un instrumento conceptual útil y eficiente. Hay motivos para
sombrarse, pues no debía parecer menos útil en etnología. Por otra parte,
resultaría excesivo afirmar que la etnología la ignora.
El terreno que le pertenece ha sido ampliamente
abordado por la antropología cultural anglosajona, y el término mismo ha hecho
su aparición en etnología, por ejemplo, en el Centro de Etnología Francesa
Tampoco pueden ignorarse las búsquedas
tecnológicas de André Leroi-Gourhan, cuya obra aparece como capital en la
construcción de una historia de la cultura material. Pero es significativo, sin
duda, que André Leroi-Gourhan sea un etnólogo prehistórico. Y resulta que la
etnología, en Francia sobre todo, desde Marcel Gauss y aún más bajo la
influencia del estructuralismo, se comprometió en el estudio de los fenómenos
superestructura les y privilegió los simbolismos y las representaciones
mentales, la magia, el don, los mitos y el
parentesco.
La cultura material queda relegada al nivel de
los trabajos preparatorios –puramente analíticos y descriptivos– de la
etnografía. Apenas participa de las síntesis de la etnología.
Ocurre por otra parte que, salvo excepciones,
tampoco entra en las síntesis del historiador, pues aquél no está habituado (¿aún?)
a separar la elaboración de sus tesis del análisis de los materiales que
concurren a ella, ni a disociar los esquemas explicativos de las realidades
vividas en que se expresa la cultura material.
La cultura material está unida a la historia de la
arqueología
No obstante,
el nuevo terreno es de los arqueólogos, aún más que de los historiadores. Como
testigo de ello están los Institutos de Historia de la Cultura Material de la
URSS y de Polonia, donde, sin estar solos, los arqueólogos son los más
numerosos y quienes conducen la investigación. En los comienzos, el vehículo
resultaba evidente, como se ha visto con el decreto de Lenin. En Occidente, si
los historiadores contribuyen a construir la nueva disciplina practicándola, el
debate al que ella da lugar está dominado por los arqueólogos, como es el caso
de Italia con Andrea Carandini, Diego Moreno y Máximo Quaini. (A. Carandini. Archeologia e cultura
materiale. Lavori senza glorianell’antichità classica. Bari, De Donato, 1975;
D. Moreno y M. Quaini.“Per una storia della cultura materiale”. En Quanderni
Storici, 31,1976.) Y el primer editorial de la revista
Archivología Medievales hacía de la cultura material el tema mayor, llamado a
reunir los trabajos de los arqueólogos medievalistas.
En Francia,
si aún no hay cátedras universitarias dedicadas a la historia de la cultura material,
las primeras direcciones de estudios que reclamaron ese título en la Escuela
Práctica de Altos Estudios fueron las de los arqueólogos. Su actividad en el
nuevo campo de investigación se explica sin dificultad por las fuentes que
emplean: aquellas gracias a las cuales los arqueólogos abordan las sociedades
del pasado constituyen fuentes materiales de las civilizaciones dominan
naturalmente. De todos modos, debe recordarse que por largo tiempo la arqueología
ha buscado en el esencial en los vestigios concretos las manifestaciones de representaciones
mentales bajo sus aspectos religiosos y artísticos. Luego, la arqueología no
llegó de un golpe a la cultura material: fue necesario el ejemplo de la prehistoria
y el impacto de la renovación de las ciencias humanas.
¿Qué es la cultura material?
Si se trata
de definir la cultura material, se mirará entonces hacia quienes hacen mayor
uso de la noción y la expresión: los historiadores y los arqueólogos. Se
percibirá, pues, que ellos no dan ninguna definición, (R. Bucaille y J.-M. Pesez.
“Cultura materiale”. En Enciclopedia Einaudi.) o, al
menos, ninguna definición nominal que dé cuenta de manera breve y adecuada del
significado de la expresión. Se limitan a utilizar la noción como si los
términos por los cuales se la designa bastasen a definirla sin ninguna otra
explicación. Naturalmente, los debates realizados en Polonia o en Italia en
torno a la cultura material, muestran un esfuerzo de definición; mas, parece
que en total conducen sobre todo a circunscribir el campo de la investigación y
a precisar el proyecto propuesto para el estudio de la vida material.
Sin embargo,
no es seguro que la idea de cultura material se comprenda por sí misma: se le
ha reprochado, entre los arqueólogos, por realizar un corte arbitrario en la
totalidad de una civilización. Pero ése constituye un mal procedimiento: nadie
sueña con negar el contenido sociocultural. Se trata simplemente de aguzar un
instrumento intelectual; delimitar los campos separados para aprehender mejor
lo real es una búsqueda constante del espíritu. La noción de cultura material no
posee valor por sí misma: sólo lo tiene si se revela útil.
¿Cultura o civilización material?
Sin querer
proponer una definición que se pretendiese decisiva y universal, puede
observarse lo que supone la materialidad asociada a la cultura. La cultura
material tiene una evidente relación con las restricciones materiales que pesan
sobre la vida del hombre, y a las cuales el hombre opone una respuesta que es
precisamente la cultura. Pero éste no es todo el contenido de la respuesta en
lo concerniente a cultura material. La materialidad implica que, desde el
momento en que la cultura se expresa de manera abstracta, ya no se trata de
cultura material.
Ésta designa
no sólo el campo de las representaciones mentales, del derecho, del pensamiento
religioso y filosófico, del leguaje y de
las artes, sino igualmente las estructuras socioeconómicas, las relaciones
sociales y las relaciones de producción; en suma, la relación del hombre con el
hombre La cultura material está del lado de las infraestructuras, pero no las
recubre: no se expresa más que en lo concreto, en y por los objetos. En
resumen, ya que el hombre no puede estar ausente al tratarse de cultura, la
relación del hombre con los objetos (al ser, por otra parte, el hombre mismo,
en su cuerpo físico, un objeto material).
Quizás aún
sería necesario evocar una interrogante que no dejará de plantearse: ¿cultura o
civilización material? Parece que puede discutirse hasta el cansancio sobre los
matices que separan los dos términos, respecto a los cuales seguramente no
recubran siempre conceptos diferentes. Puede estimarse que civilización resulta
más globalizante, que la palabra hace referencia a un sistema de valores, que
opone los civilizados a los bárbaros y a los primitivos, y, por estas razones,
puede preferirse cultura, que se emplea más cómodamente en plural y no implica
jerarquización.
También puede
sostenerse que en francés, en el lenguaje corriente, “cultura” y “material” son
un poco antitéticos. Pero es necesario admitir sobre todo que el alemán y el
eslavo dicen cultura allí donde el francés diría civilización, y que la
expresión en cuestión nos viene del Este: cultura material parece consagrada
por el uso y el origen de la noción.
En fin, antropólogos y estudiosos de la
prehistoria emplean con más gusto cultura cuando se pretende designar el
conjunto de objetos que caracterizan una sociedad. De hecho, están dadas todas
las oportunidades para que se trate de un falso problema, desde que –como bien
parece ser el caso– se da el mismo sentido a una y otra expresión y el mismo
contenido a civilización material y a cultura material..(M. Serejski. “Les
Origines et le sort des mots ‘civilisation’ et ‘culture’ en Pologne”. En
Annales E.S.C., noviembre-diciembre, 1962.)
Cultura material e historia
Resultaría
injusto y falso escribir que la historia ha querido por largo tiempo ignorar la
cultura material. Desde el siglo XIX, ya no vestimos más (o no siempre) a los
héroes de Corneille o de Shakespeare a la manera de nuestros contemporáneos.
Luego algo ha
ocurrido; una toma de conciencia de la cual la historia es evidentemente
responsable. Y es una toma de conciencia de cultura material aún más aguda la
que nos hace deplorar el abuso del peplo en los filmes hollywoodenses: tenemos
la impresión de que no basta un poco de tela para hacer de una estrella
americana un contemporáneo de César.
Un capítulo descuidado de la historia
Pero si la
historia no ha ignorado la cultura material, tampoco le ha concedido por largo
tiempo más que un interés limitado. Recordemos la enseñanza que hemos recibido
en la escuela y en el liceo. En los cursos y en nuestros libros, las edades
prehistóricas se definían, excepcionalmente, por sus instrumentos de trabajo:
de piedra, y luego de bronce y de hierro. Tras lo cual los imperios y los
reinos proveían los títulos de los capítulos. No obstante, en nuestros manuales
encontrábamos algunas páginas consagradas a la vida cotidiana, en las cuales la
cultura material tenía cierto lugar.
A ellas les debemos tener alguna noción de las
técnicas agrarias de los egipcios, del barco de guerra de Salamina o de la toga
del ciudadano romano. Pero esas páginas tenían más lugar en los manuales consagrados
a la Antigüedad, lo que sin duda no es casual. Como la Antigüedad trata con un
tiempo tan lejano, el historiador la aborda un poco al modo en que el etnógrafo
aborda los pueblos exóticos; por el vestuario, la alimentación, las técnicas,
así como por las creencias y las costumbres.
Ocurre también que, en gran medida, estas
civilizaciones antiguas sólo nos son accesibles por la arqueología, y ésta, por
su propia naturaleza, informa más de los aspectos materiales de la vida que de
los acontecimientos o las mentalidades. Fuera de los capítulos consagrados a
los tiempos más lejanos, nuestros libros de historia se limitaban a saludar, como
de paso, el molino de agua y la collera, el gobernalle y la invención de
Gutenberg, los esmaltes de Bernard Palissy, el café de madame de Sévigné, la
hierba de Nicot y el tubérculo Parmentier,
hasta la máquina de vapor que arrastraba tras de sí todo un tren de progresos
técnicos. En conjunto, lo circunstancial de la historia material de los hombres,
y de circunstancias en parte legendarias. Según parece, Bernard Palissy
dominaba mejor las técnicas de su publicidad personal que las de la cerámica
esmaltada. Y se sabe que Parmentier no introdujo la papa en Francia: sólo se aventuró
a extraer de ella una harina panificable, en lo que fracasó.
Un estudio abandonado a los eruditos de
provincia
Con un tiempo
de retraso, como siempre, la historia enseñada reflejaba la que se construía en
las universidades y en los medios eruditos: la historia de Lavisse, de
Seignobos, de las colecciones Glotz o Halphen y Sagnac, era la que construía el
edificio circunstancial. La cultura material entonces se relegó al nivel de las
curiosidades del bazar históricos: se abandonó a los eruditos de provincia y a
los aficionados sin ambición. Sin embargo, transitaba por los pisos inferiores
de la ciencia.
El arqueólogo
medievalista sabe que poco puede esperar de los manuales y tesis redactados en la
primera mitad de este siglo, inclusive de aquellas consagradas a la arqueología
medieval –piénsese aquí en Camille Enlart–. Sabe que en las revistas de las
sociedades eruditas puede, por el contrario, hallar estudios que no son
despreciables: los únicos consagrados a la cerámica medieval figuran en este
tipo de publicación.
No obstante,
es necesario recordar a algunos sabios de otra envergadura. Pertenecen casi todos
a generaciones anteriores a la gran esterilización de la historia por los
universitarios y son, en general, buscadores que permanecen muy cerca de las
fuentes, frecuentemente cartistas; es decir, profesores en la Escuela de mapas:
Jules Quicherat, historiador del traje (1875); Léopold Delisle, historiador de
la agricultura (1851); Víctor Gay, autor de un precioso glosario arqueológico
de la Edad Media, y además Douët d’Arcq, Jules Finot y los Prost. Pero sin duda
habría que poner en primer lugar a Michelet, demasiado preocupado por la
condición humana para olvidar la vida material, y a Viollet-le-Duc, cuyo
Diccionario del mobiliario francés ha sido muy despreciado.
La escuela de
los Annales
Entre las dos guerras, fuera de la escuela de
los Annales, no hay que señalar apenas más que raros investigadores originales,
como los comandantes Quenedey y Lefebvre des Noettes.( R. Quenedy.
L’Habitation rouennaise, étude d’historie, de géographie et d’archéologie
urbaines. Rouen, 1926; Lefebvre des Noettes. L’Attelage et le Cheval de Selle à
travers les âges. París, 1931.) Pero todo comenzó a
cambiar con la escuela de los Annales:
ella abrió ampliamente el campo del historiador, y en especial, al hacerlo, entrar en la
cultura material.
Con Marc Bloch se descubre el paisaje rural y, por tanto, las masas
campesinas que lo han transformado, y se dedica la
atención a las técnicas medievales, al molino de agua, al estribo, al arado.(M. Bloch. Les Caracteres originaux de
l’historie rurale française. Oslo y París, 1931; “Avènemente et conquête du
moulin à eau” y “Les Inventions medievales”. En Annales d’historie économique
et sociale, t. VII, 1935.)
Si Lucien Febvre fue, ante todo, un historiador
de las mentalidades, estuvo también muy atento a los progresos de todas las ciencias
humanas, y su interés por la etnología y la geografía le hizo tomar en cuenta
la cultura material. Con La tierra y la evolución humana aparece como el
iniciador de una historia unida al suelo, al medio, al entorno de los hombres,
historia magníficamente realizada por la tesis de Fernand Braudel, El Mediterráneo
y el mundo mediterráneo en la época de Felipe II. (A. Colin. París, 1949). Fernand Braudel, a la cabeza de la
Sección VI de la Escuela Práctica de Altos Estudios, lanzó o suscitó las
investigaciones entrevistas por Marc Bloch y Lucien Febvre (vida material y
comportamientos biológicos; historia de la alimentación; arqueología del pueblo
desierto). Ante todo, es el autor de la primera gran síntesis de la historia de
la cultura material, Civilización material y capitalismo (A. Colin. París, 1967. (Publicación retornada en el
tomo 1 de Civilisation matérielle, économie et capitalisme, XVe-XVIIIe siècles,
A. Colin, Paris, 1979). Y
entonces a esta obra le preguntaremos qué es la cultura material y cuál puede
ser su historia.
Las masas silenciosas se sitúan en primer plano
El arqueólogo
italiano Andrea Carandini le reprochó a Fernand Braudel no definir la noción
que constituye el objeto de su libro, o sólo
definirla por metáforas o imágenes literarias. Ciertamente, aunque más de una
fórmula salida de la pluma del historiador francés vale una definición, pues da
en el clavo con una expresión feliz sin igual. Pero es necesario detenerse primero
en el título, que asocia cultura material y capitalismo. Hay que comprender que
para el autor el estudio de la cultura material resulta, al menos para el
período considerados (siglos XV-XVIII), indisoluble de la del capitalismo.
Incluso podría ser que ella dependiera de aquél. “La gran obra de Fernand
Braudel –escribió Jacques Len Goff– no dejó al nuevo terreno invadir el campo
de la historia sin subordinarla a un fenómeno propiamente histórico, el capitalismo”.( F.
Furet y J. Le Goff. “Histoire et Ethnologie”. En Mélanges en l’honneur de
Fernand Braudel. Toulouse Privat, 1973, t. II.)
De hecho,
para Fernand Braudel, la vida material es como el piso inferior de una construcción
cuyo piso superior está constituido por lo económico. Aquí hay como una
disminución de la historia de la cultura material sobre la cual uno pude interrogarse.
Pero debe admitirse que la vida material no ha hecho más que una entrada bien
tímida en la historia, en un momento en que la historia económica domina, tras
haber sacudido el relato circunstancial para tomar su lugar, el primero. La
historia de la cultura material todavía está por investigarse; aún no ha sabido
forjar sus conceptos, ni desarrollar todas sus implicaciones.
Cierto, Fernand Braudel afirma con su libro la
dignidad de estudio de la cultura material, proclama mayoritaria la historia de
las masas e invierte los esquemas habituales, colocando, “por prioridad, al
frente del escenario, a las masas mismas”, y abriendo de
inicio sus páginas a “los gestos repetidos, a las historias silenciosas y como olvidadas
de los hombres, a las realidades de larga duración cuyo peso ha sido inmenso y
el ruido apenas perceptible”.
De estas
premisas se retendrá que la historia de la cultura material es la del gran número,
y que vida material y vida económica están a la vez estrechamente unidas y netamente
diferenciadas. Para Fernand Braudel, la vida mayoritaria está hecha de objetos,
de instrumentos, de gestos del común de los hombres; sólo esta vida les
concierne en la cotidianidad; ella absorbe sus pensamientos y actos. Y, por
otra parte, establece las condiciones de la vida económica, “lo posible y lo imposible”.
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