Iba a ser la presentación más importante de mi vida: era mi primera aparición en el escenario principal de las conferencias TED y ya había descartado siete borradores. En busca de nuevas ideas, les pedí algunas sugerencias a mis amigos y colegas. “Lo más importante”, dijo el primero, “es ser tú mismo”. Las siguientes seis personas me dieron el mismo consejo.
Vivimos en la Era de la Autenticidad, en la que “ser tú mismo” es el típico consejo para la vida, el amor y el trabajo. La autenticidad significa borrar la división entre lo que tú crees firmemente en tu interior y lo que le muestras al mundo exterior. Tal como la defineBrené Brown, profesora de la Universidad de Houston, la autenticidad es “la decisión de dejar que nuestro verdadero yo se revele”.
Queremos vivir vidas auténticas, casarnos con parejas auténticas, trabajar para jefes auténticos y votar por un presidente auténtico. Al inicio de los cursos universitarios los discursos basados en “sé tu mismo” son de los más populares (después de “expande tus horizontes” y antes de “nunca te rindas”).
“No tenía idea de que ser tú misma te podía volver tan rica como lo soy”, dijo en broma Oprah Winfrey hace algunos años. “Si lo hubiera sabido, lo habría intentado mucho antes”.
Pero para la mayoría de la gente “sé tú mismo” es un mal consejo. Permítanme ser auténtico por un momento: nadie quiere ver tu verdadero yo. Todos tenemos pensamientos y sentimientos que consideramos fundamentales en nuestras vidas, pero que es mejor callar.
Hace una década, el autor A. J. Jacobs pasó unas cuantas semanas tratando de ser totalmente auténtico. Le comentó a una editora que le gustaría acostarse con ella si fuera soltero y le hizo saber a su niñera que la invitaría a salir si su esposa lo dejara.
Le informó a una niña de cinco años que el escarabajo que tenía en la mano no estaba tomando la siesta, sino que estaba muerto. Les dijo a sus suegros que sus conversaciones eran aburridas. Es fácil imaginar cuáles fueron las consecuencias del experimento.
“El engaño es lo que hace que el mundo gire”, concluyó. “Sin mentiras se acabarían matrimonios, despedirían a los empleados, se destrozarían egos y caerían gobiernos”.
Cuánto busca alguien ser auténtico depende de un rasgo de la personalidad llamado autorregulación. Un autorregulador fuerte observa constantemente a su alrededor en busca de pistas sociales y se adapta. Odia la incomodidad social y trata desesperadamente de no ofender a nadie.
Pero si la autorregulación es baja, la persona se guía más por su estado interno, sin importar las circunstancias. En un estudio fascinante, cuando a un grupo de personas le servían un filete, los autorreguladores fuertes lo probaban antes de agregarle sal, mientras que los autorreguladores bajos le ponían sal primero. El psicólogo Brian Littlelo explica así: “Es como si quienes se controlan menos conocieran muy bien su personalidad salina”.
Los autorreguladores bajos tachan a los altos de camaleones e hipócritas. Tienen razón en cuanto a que hay un momento y un lugar para la autenticidad. Algunos resultados preliminares de unainvestigación sugieren que los bajos suelen tener matrimonios más felices y menos probabilidades de divorcio. Con la pareja amorosa, ser auténtico puede llevar a una conexión más genuina.
Sin embargo, en los demás aspectos de nuestras vidas, ser muy auténtico puede tener un precio. Quienes se regulan a un alto nivelavanzan más rápido y logran un mayor estatus, en parte porque están más preocupados por su reputación. Aunque para algunos eso pareciera premiar el fraude de la autopromoción, ellos pasan más tiempo investigando qué necesitan los demás y ofreciendo su ayuda.
En un extenso análisis de 136 estudios con más de 23.000 empleados, los autorreguladores altos recibieron evaluaciones mucho más altas y tuvieron más probabilidades de lograr ascensos a puestos de liderazgo.
Curiosamente, las mujeres suelen regularse menos que los hombres, quizá porque ellas tienen más presión social para expresar sus sentimientos. Tristemente, esto las pone en riesgo de que se les juzgue como débiles o poco profesionales. Cuando Cynthia Danaher fue nombrada gerente general en Hewlett-Packard, le anunció a sus 5300 empleados que el trabajo “le causaba miedo” por lo que “necesitaba ayuda”. Fue auténtica y su equipo le perdió la confianza desde el principio. Algunos investigadores incluso sugieren que la baja autorregulación puede afectar el progreso de las mujeres.
Pero incluso los autorreguladores altos pueden sufrir por la idea de autenticidad, pues eso presupone que existe un yo verdadero: un cimiento de nuestras personalidades que es una combinación de convicciones y cualidades. Tal como la psicóloga Carol Dweck ha demostrado desde hace tiempo: el simple hecho de creer que existe un yo inamovible puede interferir con el crecimiento.
Los niños que creen que sus capacidades son fijas se rinden después de fracasar; los gerentes que piensan que el talento es inalterable no pueden apoyar a sus empleados. “Cuando luchamos por mejorar nuestro comportamiento, un sentido claro y firme del yo es una brújula que nos ayuda a navegar entre las opciones y progresar hacia nuestras metas”, recalcó Herminia Ibarra, profesora de comportamiento organizacional en la escuela de negocios Insead. “Cuando buscamos cambiar nuestro comportamiento, un concepto muy rígido del yo se convierte en un ancla que nos impide zarpar”.
Entonces, ¿qué debemos esforzarnos por alcanzar? Hace décadas, el crítico literario Lionel Trilling nos dio una respuesta que suena anticuada para nuestros oídos auténticos: sinceridad. En lugar de buscar nuestro yo interno y después de hacer un esfuerzo consciente para expresarlo, Trilling nos insta a comenzar con nuestro yo externo. Poner atención a cómo nos presentamos a los demás y después esforzarnos por ser la persona que decimos ser.
En lugar de cambiar desde adentro hacia fuera, tratemos de interiorizar el exterior.
Cuando Ibarra estudió a consultores e inversionistas bancarios, se dio cuenta de que los autorreguladores altos eran más propensos que sus colegas auténticos a experimentar con distintos estilos de liderazgo. Observaban a los jefes más antiguos de la empresa, tomaban prestados su lenguaje y su modo de actuar y los practicaban hasta que estos se convertían en algo natural. No eran auténticos, pero eran sinceros. Esto los hizo más eficientes.
El cambio de autenticidad a sinceridad puede ser muy importante para la generación del milenio. La mayoría de las diferencias generacionales están muy exageradas: principalmente las motivan la edad y la madurez, no el hecho de haber nacido en determinado periodo. Sin embargo, un descubrimiento importante es que las generaciones jóvenes están menos preocupadas por la aprobación social. Ser auténticos funciona de maravilla, hasta que los empleadores comienzan a examinar sus perfiles en redes sociales.
Como soy introvertido comencé mi carrera con pánico de hablar en público. Es por esto que, en primer lugar, mi verdadero yo no podría participar en una TED Talk. Pero como me apasiona compartir conocimientos pasé la siguiente década aprendiendo lo que Little, el psicólogo, llama “meterse en el personaje”. Decidí ser la persona que yo aseguraba que era, una que está cómoda bajo los reflectores.
Funcionó. La próxima vez que la gente diga “Solo sé tú mismo” hay que pararla en seco. Nadie quiere oír todo lo que pasa por nuestra mente. Solo quieren que vivamos a la altura de lo que sale por nuestra boca.
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