viernes, 10 de junio de 2016

El arte maya

El arte maya
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La civilización maya alcanzó su apogeo durante el período Clásico (250-900). En esta etapa, las ciudades más importantes estuvieron gobernadas por dinastías hereditarias; vinculado a estas dinastías por lazos de parentesco, surgió un funcionariado administrativo que ocupó los centros menores y más alejados de las capitales. Clases especializadas de sacerdotes, arquitectos, escribas y artistas satisfacían las necesidades de una población creciente. La población campesina ocupaba el nivel inferior y era empleada esporádicamente como mano de obra en las construcciones públicas.
El dominio absoluto del gobernante y la élite se basaba en su identificación con la divinidad y el orden cósmico, constituyendo el arte el vehículo idóneo para legitimarse ante el resto de la sociedad. A lo largo de su desarrollo, el arte maya evolucionó desde la sencillez y la pureza en las formas del periodo Clásico hasta cierta complejidad ornamental y vigor dramático en el periodo Posclásico (900-1500). En todos las etapas, sin embargo, existió una tendencia hacia el equilibrio, la claridad expresiva y la armonía en la composición.
La arquitectura maya
La arquitectura maya presenta numerosas variaciones regionales, pero también unas características comunes. Una de las más destacables es el diseño urbanístico de los centros ceremoniales, en los que los principales edificios (templos, palacios, juegos de pelota) se agrupan en torno a amplias plazas, sobresaliendo por su altura respecto a las demás construcciones los templos-pirámide. Los centros urbanos, espacios administrativos, políticos y rituales, se relacionaban por medio de calzadas y se completaban con otras obras públicas como pozos de almacenamiento. Otros rasgos característicos son el uso de la falsa bóveda (formada mediante la progresiva aproximación de las hiladas de piedras de los muros) y la decoración externa de los edificios: las fachadas de los palacios y templos se adornaron con grandes mascarones de piedra tallada o estuco que evolucionaron con el tiempo hacia formas muy estilizadas; fue notable asimismo el uso de las cresterías (muros de piedra ornamentados que rematan las estructuras), que incrementaban la altura aparente de las edificaciones.
Las Tierras Bajas del Sur
En El Petén central destaca la actividad constructiva de Tikal, cuyos templos más importantes se conciben como monumentos conmemorativos de los gobernantes muertos. Sus construcciones, de gran verticalidad, coronadas por templos rematados por gigantescas cresterías cubiertas de relieves de estuco, sobresalen por encima del imponente techo de verdor de la selva. Los palacios se combinan formando inmensas acrópolis y surgen conjuntos arquitectónicos novedosos, como los complejos de pirámides gemelas o las plataformas de danza y rituales destinadas a la conmemoración de los katunes, ciclos de veinte o trece años de especial significación en el calendario maya.

Templo de las Inscripciones (Palenque)
En la región del río Usumacinta se mantienen algunos rasgos de El Petén, como los grandes basamentos o las gigantescas cresterías colocadas sobre los techos de los templos. Palenque es tal vez la ciudad más famosa, con un estilo propio de estructuras aligeradas por un mayor número de vanos, espacios interiores más amplios y basamentos menos elevados, lo que le confiere un aspecto más humano y menos solemne, de carácter más secular, con un impresionante complejo escultórico totalmente integrado en la arquitectura.
En el sudeste del área maya, ya en Honduras, destaca Copán, cuyo núcleo urbano se construye en torno a una inmensa acrópolis. Cabe subrayar en este lugar las graderías de plazas y patios, pero sobre todo las amplias escalinatas profusamente talladas con relieves jeroglíficos.
Los estilos de la región norte
En la península de Yucatán se dieron dos estilos regionales de interés: Chenes-Río Bec y Puuc, de gran importancia en el desarrollo del Clásico Tardío y Posclásico del área maya, períodos en que alcanzó su mayor esplendor. El estilo Chenes-Río Bec del Clásico se caracterizó por sus monumentales torres macizas de esquinas redondeadas y las portadas zoomorfas de grandes mascarones. Se inició el uso de columnas y pasadizos abovedados bajo las escalinatas, que sirvieron de precedente al estilo Puuc, y tuvieron continuidad hasta el Posclásico. A medida que avanzaba el período, en las fachadas tendieron a proliferar los mascarones zoomorfos en tres dimensiones, muy recargados.
El estilo Puuc, en la región del mismo nombre, conoció su mayor florecimiento entre el año 830 y las primeras décadas del siglo XI. Entre los conjuntos arquitectónicos Puuc se encuentran obras cumbres de la América precolombina, con nombres como Uxmal, Sayil, Kabah o Labná. Prevalece aquí la construcción de palacios formados por largas crujías horizontales organizadas en cuadrángulos con las esquinas abiertas, entre los que destaca el conocido como Cuadrángulo o Casa de las Monjas de Uxmal.

Cuadrángulo de las Monjas (Uxmal)
La horizontalidad que caracteriza a estos edificios se acentúa con la decoración. El mosaico, de piedras perfectamente cortadas, sustituye al modelado del estuco de las selváticas Tierras Bajas. Entre sus motivos decorativos hay grecas escalonadas, serpientes, máscaras, junquillos, columnillas, chozas y otros dibujos geométricos que producen imponentes efectos de claroscuro bajo la resplandeciente luz del cielo yucateco.
Los conjuntos urbanos se encuentran más alejados unos de otros que en las Tierras Bajas del Sur y la idea de una plaza central se difumina; grandes calzadas unen los grupos neurálgicos de cada ciudad y tienen a veces una enorme longitud, alcanzando una de ellas los ciento cuatro kilómetros. Aparecen también rasgos novedosos como los arcos, o mejor falsos arcos, exentos en algunas ocasiones a la manera de entradas triunfales (como en Kabah) o integrados en la arquitectura y decorados con profusión (Labná). Excepcionalmente hay templos, y en tal caso, como ocurre con la pirámide del Adivino de Uxmal, destacan sobre los conjuntos palaciegos.
Chichén Itzá
Los mitos en los que se narra la huida de Quetzalcóatl de Tula con un grupo de toltecas, su asentamiento en Chichén Itzá y la toma del poder de esta ciudad, junto con las construcciones de estilo tolteca existentes en la misma, contribuyeron a crear una particular reconstrucción de la historia de la zona septentrional del área maya a comienzos del período Posclásico. Sin embargo, su inexactitud es cada vez más evidente. Los hallazgos arqueológicos más recientes parecen indicar que la Chichén Itzá "mexicana" es anterior a Tula o, al menos, contemporánea, por lo que su estilo no puede derivar directamente de allí.
Lo que sí parece claro es que Chichén Itzá fue hogar de linajes que mantuvieron fuertes contactos con el centro de México y que introdujeron en el área maya rasgos mexicanizantes. La articulación de las soluciones arquitectónicas del centro de México con la magnífica tradición técnica y artística maya produjo resultados espectaculares y uno de los conjuntos urbanísticos más grandiosos de la América antigua. Chichén Itzá se organiza según un eje orientado de este a oeste, distinto de los centros Puuc, estructurados de norte a sur. Un observatorio astronómico de forma circular, El Caracol, edificio de transición, lo diferencia del centro Puuc.
Los elementos arquitectónicos mexicanos, como las columnas y pilares, convertidos en este momento en elementos estructurales, permiten una mayor amplitud de los espacios interiores, lo que redunda en la creación de grandes salas hipóstilas. Se abandona además el empleo de la falsa bóveda como cubierta y se prefieren los techos planos. Los edificios ganan en grandiosidad y se revalorizan al encontrarse más aislados.
La costumbre maya de superponer estructuras continúa en El Castillo o Pirámide de Kukulkán, nombre maya de Quetzalcóatl, y en el Templo de los Guerreros, versión mucho más majestuosa de un templo de Tula. Durante el equinoccio de primavera, el perfil de las plataformas de la pirámide proyecta paulatinamente su sombra sobre la alfarda de la escalinata principal hasta alcanzar la gigantesca cabeza de serpiente con que termina a ras del suelo. Al avanzar el Sol el fenómeno se invierte. Es la representación plástica, a escala gigantesca, del mito del descenso al inframundo de Quetzalcóatl-Kukulkán, la Serpiente Emplumada, para crear, con los restos de los hombres anteriores, una nueva humanidad.

El descenso de Quetzalcóatl en el equinoccio (Pirámide de Kukulkán, Chichén Itzá)
La iconografía de la escultura se aproxima también a modelos mexicanos, pero la talla carece de la rudeza y del geometrismo de sus congéneres toltecas y tiende más a la suavidad y rotundidad de las formas típicamente mayas. Gigantescas serpientes emplumadas sostienen los dinteles de entrada a los templos. Altares de calaveras, guerreros de diferentes órdenes militares y águilas y jaguares devorando corazones fueron tallados en relieve en tableros, frisos o pilares. Se realizaron también esculturas de bulto redondo de tradición mexicana empleadas como soportes de altar y portaestandartes, así como diversos Chac Mool, figuras reclinadas con una vasija sobre el vientre en la que se depositaban las ofrendas rituales.
Un edificio destacado es el Juego de Pelota, cuyos altos muros verticales disponen de un talud inferior, donde se encuentran talladas complejas escenas con iconografía semejante a la de El Tajín. El enfrentamiento de jugadores ataviados al estilo tolteca y maya, llevando yugos y palmas, se salda con la decapitación del capitán del equipo perdedor. Adosado al Juego de Pelota se encuentra el Templo de los Jaguares, que, junto con otros edificios, es un importante exponente de la pintura mural de esta cultura. Las escenas, protagonizadas por mayas y mexicanos, narran acontecimientos históricos y comerciales. En el cenote de los sacrificios, un enorme pozo natural, se encontraron multitud de ofrendas realizadas con materiales como la turquesa, el jade y el hueso, y también de oro y otros metales cuya existencia era desconocida en el período Clásico.
El periodo Posclásico
Tradicionalmente se ha tendido a menospreciar el arte maya del Posclásico tardío, considerándolo decadente en comparación con el esplendor del arte clásico. El mejor ejemplo es el de Mayapán, ciudad en que, entre centenares de grupos habitacionales, sólo parecen emerger copias reducidas del Caracol y de la Pirámide de Chichén Itzá como únicos rastros de grandiosidad. Una visión más justa consideraría este arte como el reflejo de una sociedad de características diferentes, en la que comerciantes pragmáticos habían sustituido a los reyes endiosados que se legitimaban a través de una cosmovisión. El poder descansaba en esta etapa en el mantenimiento de unas redes comerciales a larga distancia que incluían la navegación de cabotaje hasta Honduras.
La costa y las cercanas islas del Caribe están jalonadas de centros pertenecientes a este período. La arquitectura, de estilo mexicanizante, es adintelada, con techo plano de vigas y mortero, siendo frecuentes los vestíbulos y las portadas columnadas, así como las escalinatas enmarcadas por alfardas, rematadas verticalmente en su parte superior. Singulares son el panel rehundido o dintel remetido sobre la puerta de entrada, las molduras en la parte superior de los edificios y los nichos sobre el vano de entrada con figuras en relieve del «dios descendente».

Tulum
El sitio costero de Tulum, que pervivió hasta la llegada de los españoles, es el centro más importante en la costa del Caribe y el compendio del estilo de la región. En este enclave del estado de Quintana Roo destacan las estructuras de El Castillo y del Templo del Dios Descendente, cuyos muros se abren hacia el exterior desplomándose intencionalmente, otro rasgo estilístico de la región. El Templo de los Frescos descuella por los mascarones de sus esquinas, pero sobre todo por sus pinturas, que, junto con las halladas en otros lugares, configuran un estilo relacionado con la cerámica policroma y con los códices. Otra construcción característica, sorprendente por lo reducido de su tamaño, son los templetes colocados al borde del mar, que debieron ejercer función de faros o de hitos para la navegación, a la par que de adoratorios locales.
En los Altos de Guatemala, las ciudades cabeza de señoríos como Utatlán, Zaculeu, Mixco Viejo e Iximché contaron con edificaciones similares a las ya descritas, localizadas en torno a plazas: templos-pirámide, palacios, plataformas ceremoniales y juegos de pelota, cuya ornamentación se limitó a la aplicación de pinturas policromas sobre el estucado del exterior de los edificios. El aspecto general de las construcciones, con fuerte tendencia geometrizante y rectilínea, revela una vez más su estilo mexicanizante.
La escultura maya
Los mayas alcanzaron un alto grado de especialización en el arte de esculpir la piedra. Realizaron tableros, tronos, jambas y dinteles, elementos que, por su situación en el interior de los edificios, sólo podían ser vistos por unos pocos. También aplicaron este arte a numerosos monumentos destinados a ser colocados en grandes espacios abiertos, como las estelas y los altares, que al propio tiempo cumplían la función utilitaria de ser vehículos de transmisión de su historia, sus ideas y sus creencias.
Los monumentos tallados más tempranos se concentraron en lugares de la zona más meridional del área maya como Izapá, Kaminaljuyú o Abaj Takalik, donde se localizaron estelas y altares, ya aislados, ya en estrecha asociación entre sí. Al poco tiempo, las Tierras Bajas empezaron también a erigir este tipo de monumentos.

Chac Mool frente al Templo de los Guerreros (Chichén Itzá)
Asociada a la arquitectura, la escultura maya completó el mensaje ideológico de la nobleza, convirtiéndose en expresión plástica de su historia. Las estelas (una columna de piedra de forma rectangular grabada en alguna de sus caras o en todas ellas) mostraban retratos de los gobernantes, que lucían símbolos de poder y estaban rodeados de inscripciones jeroglíficas que conmemoraban fechas determinadas como dedicaciones importantes, ascensiones al trono, nacimientos o relaciones de parentesco, entre otras muchas. Son frecuentes las representaciones de los señores de pie, en toda su gloriosa majestad, sobre cautivos desnudos y humillados, acompañados por otros en actitud de aflicción y con posturas retorcidas que contrastan con la solemnidad y el hieratismo del personaje principal.
En los altares cabe apreciar mayor variedad de formas, desde las geométricas con personajes y animales, hasta grandes e irregulares cantos rodados materialmente saturados de diseños abstractos cuyo significado simbólico resulta en muchas ocasiones ininteligible.
Al igual que en la arquitectura, hubo multitud de variaciones que caracterizaron territorios o ciudades, y que van desde el tamaño y la técnica de relieve hasta la manera de estructurar la escena grabada. En El Petén domina el bajorrelieve, y la escultura tiende a la bidimensionalidad. De esta región procede un interesante conjunto de dinteles de madera esculpidos, material que debió ser mucho más abundante, pero que no ha resistido el paso del tiempo. En el Usumacinta las representaciones son mucho más vivas y dinámicas, siendo frecuentes las escenas (como las de guerra o sacrificio) con un tratamiento de las formas más tridimensional. Sobresale en esta zona Palenque, cuyo fino bajorrelieve alcanza su máxima expresión en los paneles interiores de los templos.
En la región del Motagua, Copán se singulariza por la rotundidad de sus formas escultóricas, en las que los personajes, casi de bulto redondo, parecen escapar de las estelas talladas en todas sus caras. En la cercana Quiriguá se levantaron las estelas más altas de toda el área maya; también allí se esculpieron los célebres zoomorfos, enormes bloques de piedra completamente recubiertos de relieves. Fue sin duda en Copán y Quiriguá donde se erigieron las estelas y los altares más espectaculares de la cultura maya. Al igual que en tantas otras civilizaciones anteriores y posteriores, los monumentos públicos fueron depositarios y transmisores de la historia dinástica y política de los centros mayas, y aspiraban a perpetuar una sociedad desigual.
Pintura y cerámica
Casi todas las edificaciones importantes de la cultura maya fueron decoradas con pinturas, en particular los muros interiores y las bóvedas. Los temas principales de tales obras fueron dos: representaciones de deidades y escenas narrativo-históricas; en estas últimas, la figura humana posee un papel protagónico. Son característicos, en este sentido, los murales en los que aparecen miembros de las diferentes dinastías reinantes en escenas donde se demuestra su poderío y grandeza. También se representaron batallas, sacrificios de prisioneros y la entronización de monarcas. La pintura mural tuvo, seguramente, la misma importancia que la escultura en cuanto a su cantidad y a su mensaje ideológico, pero debido a las condiciones ambientales, se han conservado muy pocos ejemplos. Obras de este tipo se encontraron en ciudades como Yaxchilán, Toniná y Palenque, en el estado de Chiapas, y Chicanná y Dzibilnocac en Campeche.
Destacan de manera particular los murales de Bonampak, lugar ubicado en la selva chiapaneca. Se trata de un conjunto de escenas, repartidas en tres habitaciones, que ocupan un área aproximada de cincuenta metros cuadrados. Los artistas mayas representaron allí imágenes donde aparece una multitud de personajes heterogéneos, pertenecientes a la élite gobernante. Algunos estudiosos creen que las pinturas ilustran la represión, por parte de la clase dominante, de una sublevación campesina, y a continuación, el juicio y el castigo de los prisioneros; de ser así, las ceremonias, procesiones y danzas corresponderían al agradecimiento de los vencedores a los dioses por haber obtenido la victoria. Las escenas, además de contener valiosas informaciones sobre la organización de la sociedad maya, presentan una gran animación, un rico cromatismo y una excelente ejecución.

Estatuilla hallada en la isla de Jaina
El arte maya y su compleja escritura brillaron también en la espléndida cerámica policroma de estilo códice, en la que se narran pasajes de la mitología y del ritual maya. Aunque muchas vasijas se utilizaban para beber cacao en las ceremonias y reuniones cortesanas, fueron también depositadas en las tumbas de personajes importantes como recipientes de comida y bebida.
En cerámica se produjeron, además, las más espléndidas estatuillas encontradas nunca en Mesoamérica. Proceden de la isla de Jaina, en la costa cercana a Campeche, donde se emplazó una importante necrópolis de las élites de la región. De sus tumbas se ha extraído un conjunto de figurillas, verdaderas esculturas a pequeña escala de personajes de un realismo extremado, que constituyen un variopinto muestrario de indumentarias, adornos, actividades cotidianas, sociales o rituales.
Pero los mayas se expresaron artísticamente a través de otros muchos materiales. Con obsidiana, conchas o caracolas se labraron los célebres "excéntricos", cuchillos con personajes incorporados de rebuscada asimetría, obras maestras de gran complejidad técnica. El pedernal, la turquesa, la pirita y sobre todo la jadeíta se emplearon en toda clase de adornos personales.

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