Pedro Henríquez Ureña y el cine
El segundo propósito de mi mini-investigación es rectificar la tesis del silencio acerca del cine en Pedro Henríquez Ureña, sostenida en las páginas 161-169 por mi dilecto amigo el padre jesuita José Luis Sáez en su libro “Historia de un sueño importado. Ensayos sobre el cine en Santo Domingo” (SD:Taller, 1983, pp. 161-169). En la portada del libro dice 1982, pero estimo que el editor de la obra le colocó este dato en alusión al año en que ganó el Premio Siboney.
Al obrar así, rectifico también cualquier otra afirmación, de dominicanos o extranjeros, en el sentido de que PHU guardó silencio con respecto al cine. La idea de la serie de artículos se me ocurrió cuando estudiaba el libro ya citado del padre Sáez para reconocerle su labor en esta área en el prólogo de mi obra publicada por el título de “y práctica semiótica. Para la historia de la crítica de cine en Santo Domingo” (SD:Editora Universitaria de la Universidad Autónoma de Santo Domingo, 2015, 323p).
¿Cómo y por qué se me ocurrió la idea? Tuve la intuición de que un humanista de la dimensión y el entendimiento como PHU no podía ser extraño a este nuevo arte con el que convivió durante 46 años de su vida, como mínimo. Y me dije, no es posible lo afirmado por el padre Sáez, pero algo debe de existir, y me acogí, para hurgar, a su afirmación siguiente: “El silencio de Pedro Henríquez Ureña, como el de tantos otros humanistas de la lengua castellana –Ortega y Gasset y el maestro Azorín probablemente son una verdadera excepción–, estaría justificado por las mismas razones que le llevaron a luchar contra el realismo teatral. Quizás para un espíritu exquisito y exigente como el humanista dominicano, el cine no había logrado satisfacer los requisitos del arte y, como cualquier otra ‘conquista’ de la técnica no conllevaría un verdadero progreso en la producción de la belleza o en la expresión de lo mejor del hombre”. (Ob. Cit., 168-169).
Las últimas tres referencias cronológicas al cine dominicano documentadas por Sáez se sitúan en 1981 y aluden al documental de Agliberto Meléndez “El mundo mágico de Gilberto Hernández Ortega”, realizado en 1981, al cortometraje de Pedro Guzmán Cordero “Carnaval y caretas” y al de Max Rodríguez y Martín López, “Lumiantena”, premiado este último en la XV Bienal Nacional de Artes Plásticas.
La única explicación posible que hallo en el libro de Sáez para concluir en que PHU guardó silencio con respecto al cine es que su investigación terminara, y el manuscrito para concursar en los Premios Siboney fuera entregado, antes de la salida en marzo y septiembre de 1981 de los dos primeros tomos del “Epistolario íntimo” entre PHU y su entrañable amigo mexicano Alfonso Reyes (SD: Universidad Nacional “Pedro Henríquez Ureña”), donde constan todas las referencias de nuestro insigne humanista al cine. Y todavía muchas más referencias al cine contendrán el tomo tercero (1983) y último de dicho epistolario editado por Juan Jacobo de Lara.
Pero debo reconocer que en PHU hubo cierta resistencia a ir a ver películas y menos a escribir sobre ellas, pero silencio no hubo, sino una reserva debida a la justificación final que da el padre Sáez más arriba, puesto que un humanista clásico, un espíritu platónico, como se definía él, tenía raíces para sumarse a la mayoría de los intelectuales mundiales que se opusieron al nuevo invento del cinematógrafo en nombre de una identificación apresurada con el realismo artístico del siglo XIX en contra del cual lucharon.
En el decirse clásico y espíritu platónico existe ya una limitación extraña en un hombre tan abierto a las nuevas manifestaciones de final del siglo XIX y principio del XX como fue el modernismo de Martí, Casal y Darío y todos los que siguieron este movimiento en América hispánica. Pero cuando el modernismo llegó a sus últimos estertores incluso antes de la muerte de Darío en Nueva York, PHU se rehusó a ir a conocerle.
Pero, ¿qué vino después del modernismo en América Latina y Europa? Creacionismo con Herrera y Reissig y Huidobro, cubismo con Picasso y Apollinaire y surrealismo con André Bretón y sus seguidores. Luego el existencialismo y la literatura del absurdo con Jean-Paul Sartre y Albert Camus. Pero del cubismo y el surrealismo apenas si hay mención en PHU. Con respecto al existencialismo se justifica, pues su teoría del compromiso político de la literatura volvía a la repetición de un realismo caduco. Aunque el surrealismo se comprometió políticamente con el socialismo, mantuvo una especie de autonomía de la obra de arte, producto de la invención y el sueño, por donde reventó la ruptura con el estalinismo. Aunque PHU tuvo veleidades socialistas, el clasicismo y su adhesión al espíritu plantónico le obligó a separar la participación del escritor en la política y el rol de este como creador de obras puras.
En varias cartas a Reyes, PHU abomina de la política, tanto en México, donde pudo haber alcanzado los más altos puestos en la burocracia cultural, como en la Argentina, donde no los alcanzó por no ser nativo. Vino a alcanzar el cargo de Superintendente de Enseñanza, equivalente a Secretario de Estado de Educación con Trujillo porque, acicateado por su hermano Max que ocupaba ese puesto y había sido nombrado titular en Relaciones Exteriores, el maquiavélico hermano le convenció de que viniera a Santo Domingo y aceptara el cargo, a lo que se decidió PHU cuando creyó en los pajaritos que le pintó Max, pero también PHU estaba presionado por la situación económica extremadamente precaria en Buenos Aires y las presiones de su mujer Isabel Lombardo Toledano por salir de la Argentina, país al cual nunca se adaptó totalmente.
El estrecho círculo de amigos de PHU en México era loco con el cine: Luis G. Urbina, Juan José Tablada, Campo y Valle y Amado Nervo, y sobre todo su amigo íntimo Alfonso Reyes, quien, como veremos por el epistolario y por el libro de su hija Sonia Henríquez Ureña deHlito, “Apuntes para una biografía” (México: Siglo XXI, 1993) le presionaba para que cambiara su posición. Esta afición por el cine se la apropiarán amigos y desconocidos de PHU en el México del porfiriato y posrevolucionario: Torres Bodet, Villaurrutia, Novo, Revueltas, Huerta, Fuentes, y agrego a Paz.
Veremos también cómo Reyes se involucró en la crítica de cine en Madrid, donde adoptó el seudónimo de Fósforo para las crónicas de cine que escribió al alimón con el autor de “El águila y la serpiente”, Martín Luis Guzmán, contenidas en el libro de Manuel González Casanova “El cine que vio Fósforo” (México: FCE, 2003), así como una lista de la filmografía del período en que PHU vivió en México y Argentina y que quizá pudo haber visto en compañía de su esposa o de sus hijas Sonia y Natacha.
Tanto Reyes como Martín Luis recogieron en sus obras completas las crónicas que escribieron en Madrid sobre películas y problemas del cine. (Continuará).
No hay comentarios:
Publicar un comentario