Doña Carmen Quidiello de Bosch, digna, brillante y entrañable
Hija de la cubana Bárbara y el español Raymundo Quidiello, había hecho sus estudios primarios en Barcelona. Por un majestuoso atrevimiento de la madre, ella y su hermana Cristina pudieron ingresar al Instituto de la Segunda Enseñanza de Santiago de Chile, en momentos en que ninguna muchacha cursaba estudios a este nivel.
Cuenta María Eugenia Pereira Quidiello, sobrina de doña Carmen, que las Quidiello fueron las primeras mujeres en ir a la secundaria en Santiago de Cuba, y que para ello doña Bárbara tuvo que enfrentarse al cura que dirigía el Instituto, retándolo a explicar en qué parte de la Constitución decía que las mujeres no podían hacer el bachillerato.
Así empezó un proceso de formación bastante prolongado: en la Universidad de La Habana estudió licenciatura en filosofía y letras y un postgrado en derecho diplomático, y en Kingston, Jamaica, hizo estudios de inglés y un secretariado.
En La Habana fue alumna de los dominicanos Max Henríquez Ureña y Fabio Fiallo Cabral, el “poeta del amor”, a quien le inspiró algunos versos:
«…Embriágame la gracia de su ingenio sutil // Y al escuchar la charla que su aliento perfuma // Sueno con otro tiempo distinto al que viví// A ella también la cambio. Ya no es Carmen Quidiello // La muchacha más linda de una tierra oriental// Sino que es Galatea, ‘blanca como la leche’. // Y el pelo en oro rizo como una onda de mar// Y zagala otras veces, sus cándidas ovejas // a triscar lleva al Parque del Pequeño Trianón// va risueña y confiada, pues yo guardo sus pasos// La daga aun en sangre de un Condé, o un Borbón // Al final un secreto diría a esta niña // cuyo contacto es leve como un lazo de tul…. si fura permitido a un corazón ya viejo// en su entusiasmo cálido, tener un sueño azul».
Doña Carmen y el ex presidente Juan Bosch se conocieron en Cuba, en el año 1942. Ella viajaba en un autobús interprovincial. Cuenta su hijo, Patricio Bosch Quidiello, que solo había un asiento vacío - el que estaba justo al lado de doña Carmen- cuando don Juan subió, en la parada de Cárdenas, en la ruta Santiago - La Habana.
La casualidad habría sido tan perfecta que ella estaba leyendo un cuento del escritor vegano justo en ese momento. Dizque era Luis Pié, en la revista Bohemia.
Aquel fortuito encuentro fue el inicio de una unión que duraría casi 60 años, tan cargada de momentos felices como de días de agitación, ya sea en un palacio presidencial, en una humilde casa capitalina o en el exilio.
Muchos años más tarde doña Carmen le dedicó su libro de poemas en prosa Pajaritas de papel, al particular pasajero que abordó en Cárdenas: “A Juan, el viajero que conocí un 26 de septiembre en ruta hacia la vida, y llenó de vida mis rutas”.
Como escritora, ha sido reconocida, pero tuvo la dicha de compartir su vida con un hombre de dimensiones extraordinarias y, piensa la profesora Josefina Pimentel, tal vez eso hace que su propia grandeza no sea apreciada justamente.
Su sensibilidad hacia el arte en general ha sido notoria y las expresiones de esta sensibilidad han estado presentes en su vida familiar: “A mí y a Patricio nos enseñó a mirar las estrellas”, cuenta su sobrina, rememorando las noches viejas del exilio de la familia en Cuba.
Recuerda que, algunas noches, mientras Bosch escribía sus cuentos, doña Carmen salía con los niños a descifrar los secretos del cielo: “veíamos cosas extrañas, a veces, maravillosas”.
Como primera dama, dejó un legado de dignidad que debe servir de ejemplo, según la apreciación de la primera dama actual, Cándida Montilla, quien tuvo una breve participación en el homenaje que se le hizo en la Biblioteca Nacional este viernes. También de humildad. Algunos medios recogen declaraciones suyas de 1963 en las que advertía que no era primera dama porque, si había una primera, debía haber también una última, y esto no era aceptable.
Durante el corto periodo en que ocupó esta posición “elaboró un proyecto para crear el Instituto del Niño, promovió el histórico concierto de Pablo Casals en República Dominicana y auspició, por primera vez en el país, la celebración conciertos de la Sinfónica Nacional en los Jardines del Palacio Nacional”, según recoge la biografía que acompaña su libro Reloj de Sol, una compilación de los artículos publicados en la revista Ahora.
La compositora Aura Marina del Rosario, quien fuera su amiga cercana, habla de doña Carmen con afecto y orgullo: “En ella tuvimos una primera dama de lujo, y la primera dama de la democracia”.
Recuerda, conmovida, cómo recitaba de memoria, y con cierta frecuencia, Farewell, ese tristísimo poema de Neruda cuyos versos finales rezan: “…Yo me voy. Estoy triste: pero siempre estoy triste. // Vengo desde tus brazos. No sé hacia dónde voy. //Desde tu corazón me dice adiós un niño. // Y yo le digo adiós”.
Pese a su gusto por estos versos, la tristeza no ha sido la marca de su vida, ni su credo, ni su estética. Tampoco lo ha sido la felicidad desmedida y absurda. “La felicidad como concepto, como un bien abstracto, es indefinible porque no existe. Existe, en cambio, en una dimensión concreta, precisa, reducible –y siempre que sea reducible- a una mínima expresión”, escribió.
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