La simulación política | Sustitución de la realidad por la hiper-realidad
Publicado por: Ssociólogoshttp://ssociologos.com/2015/03/31/la-simulacion-politica-sustitucion-de-la-realidad-por-la-hiper-realidad/
La simulación es un tema trabajado por Jean Baudrillard, se refiere a las estrategias de la apariencia, a las estrategias de la seducción, a la sustitución de la realidad por la hiper-realidad, es decir, por la virtualidad. Hablamos de los extremos de la experiencia vertiginosa de la modernidad, experiencia figurada como cuando todo lo sólido se desvanece en el aire[1]. Esta modernidad extrema radicaliza la experiencia estética, las experiencias del gusto y del placer, acompañadas por sus representaciones plásticas. No se olvide que la modernidad nace como concepto estético, concebido por los poetas malditos, que representa la experiencia del trastrocamiento urbano, la sensación de suspensión de valores, de transformación de instituciones, de demolición de estructuras[2]. Experiencia también expresada en la narrativa romántica del Fausto de Goethe. Según Baudrillard esta experiencia de dilución y evaporación se habría radicalizado y extendido convirtiendo a la sociedad en un sistema de simulaciones. La idea, el concepto, la configuración de simulación se convierte en una de las claves para comprender la experiencia extrema de la modernidad radicalizada, junto al concepto de ilusión y de realidad, convertida en virtualidad, en hiper-realidad.
Jean Baudrillard escribe en El crimen perfecto:
Esto
es la historia de un crimen, del asesinato de la realidad. Y del
exterminio de una ilusión, la ilusión vital, la ilusión radical del
mundo. Lo real no desaparece en la ilusión, es la ilusión la que
desaparecen la realidad integral[3].
Un poco más adelante, en al capítulo dedicado a la definición de El crimen perfecto, escribe:
Si no
existieran las apariencias, el mundo sería un crimen perfecto, es decir,
sin criminal, sin víctima y sin móvil. Un crimen cuya verdad habría
desaparecido para siempre, y cuyo secreto no se desvelaría jamás por
falta de huellas[4].
Cuando se refiere a la simulación dice:
En el
horizonte de la simulación, no sólo ha desaparecido el mundo sino que ya
ni siquiera puede ser planteada la pregunta de su existencia. Pero es
posible que esto sea una treta del mundo[5].
Después de
dar el ejemplo de los iconoclastas de Bizancio que hacen desaparecer a
Dios cuando precisamente quieren darle más gloria a través de la
profusión de sus imágenes, escribe:
Lo
mismo hacemos con el problema de la verdad o de la realidad de este
mundo: lo hemos resuelto con la simulación técnica y con la profusión de
imágenes en las que no hay nada que ver[6].
A la simulación se opone la ilusión, empero también la posibilita, a través de una relación laberíntica. Baudrillard anota:
Existe algo más fuerte que la pasión: la ilusión. Existe algo más fuerte que el sexo o la felicidad: la pasión de ilusión[7].
En el capítulo sobre El fantasma de la voluntad, se refiere a la ilusión radical:
La
ilusión radical es la del crimen original, por el cual el mundo es
alterado desde el inicio, jamás idéntico a sí mismo, jamás real. El
mundo sólo existe gracias a esta ilusión definitiva que es la del juego
de las apariencias, el lugar mismo de la desaparición incesante de
cualquier significación y de cualquier finalidad. No sólo metafísica:
también en el orden físico, desde el origen, sea el que sea, el mundo
aparece y desaparece perpetuamente[8].
Refiriéndose al mundo dice:
El exceso está en el mundo, no en nosotros. El mundo es lo excesivo, el mundo es lo soberano.
Esto
nos previene de la ilusión de la voluntad, que también es la de la
creencia y el deseo. La ilusión metafísica de existir para algo, y de
hacer fracasar la continuación de la nada[9].
En cuanto a lo real, la definición es aplastante:
Lo
real es el hijo natural de la desilusión. No es más que una ilusión
secundaria. De todas las formas imaginarias, la creencia en la realidad
es la más baja y trivial[10].
Cerrando estas citas, en el capítulo sobre la ilusión radical, escribe:
Así
pues, el mundo es una ilusión radical. Es una hipótesis como otra
cualquiera. De todos modos, es insoportable. Y para conjurarla hay que
realizar el mundo, darle fuerza de realidad, hacerle existir y
significar a cualquier precio, eliminar de él cualquier carácter
secreto, arbitrario, accidental, expulsar sus apariencias y extraer su
sentido, apartarlo de cualquier predestinación para devolverle a su fin y
a su eficacia máxima, arrancarlo de su forma para devolverlo a su
fórmula. La simulación es exactamente esta gigantesca empresa de
desilusión – literalmente: de ejecución de la ilusión del mundo a favor
de un mundo absolutamente real[11].
Cuando
ocurre esto la realidad en tiempo real no sólo se vuelve virtual sino
que desaparece. Hay como un origen ilusorio y como un fin de
desaparición virtual, como producto de la simulación total. La
simulación hace desaparecer la realidad al convertirla en una sombra de
la simulación, una sobra de la sombra, de la virtualidad. La ilusión se
opone a la realidad no sólo como el origen al fin, sino también como la
indiferenciación afortunada se opone a la indiferenciación
desafortunada. Baudrillard escribe:
Hay
que devolver su fuerza y su sentido radical a la ilusión, tantas veces
rebajada al nivel de una quimera que nos aleja de lo verdadero: de
aquello con que se disfrazan las cosas para ocultar lo que son. Pero la
ilusión del mundo es la manera que tienen las cosas de ofrecerse para lo
que son, cuando no son en absoluto. En apariencia, las cosas son tal
como se ofrecen. Aparecen y desaparecen sin dejar traslucir nada. Se
despliegan sin preocuparse por su ser, y ni si quiera por su existencia.
Hacen señales, pero no se dejan descifrar. En la simulación, por el
contrario, en ese gigantesco dispositivo de sentido, de cálculo y de
eficiencia que engloba todos nuestros artificios técnicos incluyendo la
actual realidad virtual, se ha perdido la ilusión del signo a favor de
su operación. La indiferenciación afortunada de lo verdadero y lo falso,
de lo real y lo irreal, cede ante el simulacro, que, en cambio,
consagra la indiferenciación desafortunada de lo verdadero y de lo
falso, de lo real y sus signos, el destino desafortunado, necesariamente
desafortunado, del sentido en nuestra cultura[12].
Como se
puede ver, la simulación, la ilusión y la realidad conforman un
triangulo prohibido o, si se quiere, usando otra metáfora, el Triángulo de las Bermudas.
Ocurre que la simulación expresa elocuentemente la experiencia misma de
la modernidad en su forma plástica de imitación; no exactamente a
través del procedimiento de la metáfora, sino de la metonimia, de la
sustitución de una cosa por otra. Empero, la modernidad no es solamente
simulación, sino también el mito del origen y el desvanecimiento de la
realidad.
Este es el
contexto teórico que usamos para referirnos a la simulación política,
simulación que contiene un tipo de sustitución, de suplantación, si se
quiere, de metonimia, que calificamos de impostura,
que no es otra cosa que una figura para representar un tipo de
suplantación. Como se puede ver, con el uso de estos términos no
pretendemos descalificar, ni juzgar, sino tan sólo describir un fenómeno
político que forma parte, si se quiere, de la granfenomenología de la modernidad. Esperamos acercarnos a esta intención descriptiva, en ayuda a la interpretación delacontecimiento político, sus singularidades y personajes.
Figuras de la impostura
¿Qué es un
impostor? ¿Un embaucador? ¿Un charlatán, un mentiroso, un embustero, un
tramposo, un defraudador, un simulador, un falaz, un fanfarrón, un
estafador? Hemos mencionado una lista de sinónimos. ¿El impostor es uno
de los sinónimos? ¿Es toda la lista, comprendiendo una curva de
posicionamientos y de estilos? Todo depende de lo que queramos
significar, lo que queramos decir, quizás lo que queramos describir,
mediante aproximaciones figurativas. Empero, la pregunta más difícil es
¿quién es el impostor? ¿Qué clase de sujeto es el impostor? Además de
preguntarnos ¿hay el impostor? ¿Es ese el problema o es otro? Fuera de
añadir un problema nuevo u otra característica del problema enunciado,
¿si el que llamamos impostor no cree, no considera que lo sea, no es
consciente de que actúa en función de una simulación, sino que efectúa
su puesta en escena creyendo efectivamente en el guión, que en este caso
no sería un libreto, sino un drama personal, historia de vida, el
recorrido tortuoso de una subjetividad partida; es decir, una escisión
de la personalidad, una actuación comprometida con su propia ilusión? No
es fácil resolver estas tramas subjetivas. Pero, entonces, ¿podemos
usar este término, impostor, impostura, para referirnos a alguien que
actúa constantemente ante un supuesto público, auditorio convertido, en
el imaginario del sujeto en cuestión, en masa de espectadores? Hagamos
la pregunta directa: ¿es el político un impostor? ¿Actúa permanentemente
ante el pueblo, población reducida, en su imaginario, a masa
espectadora asombrada de sus actos osados?
Indudablemente
el político es un personaje connotado de nuestro tiempo, de nuestra
contemporaneidad, moderna, democrática, representativa, de campañas
electorales y campañas publicitarias, dispuestas en escena colosales y
concentraciones multitudinarias. El político no es el anti-héroe de la
novela, sino algo más modesto, es el perfil de sujeto más desvaído de la
experiencia de la modernidad, que expresa elocuentemente los dilemas y
las tribulaciones del deseo de poder. Hay cierta mediocridad asociada a
las atribuciones del político. No se requiere gran talento, aunque
algunos lo presuman; no se requiere de una condición moral
irreprochable, al contrario ésta puede convertirse en un obstáculo para
la necesaria flexibilidad de la práctica política. No se requiere de
sabiduría, aunque algunos ostenten tenerla; tampoco se requiere de
compromiso, aunque en el pasado lo haya tenido, aunque entienda ahora
que el compromiso es con el Estado, “sagrada” institución que se ha
convertido en su causa; antes, en cambio, se trataba de una causa ideal,
de la búsqueda de una utopía. Incluso pasa algo extraño con el
político, el hombre convertido en político, ocurre una especie de
pérdida de atributos en aras de un cambalache; si antes tenía
cualidades, las pierde ante las exigentes condiciones de presión del
ejercicio del poder. Al parecer, no parece haberse dado un género
literario que se haya ufanado en descifrar la composición subjetiva de
semejante personaje. Hay una que otra novela que se detiene en la
historia de una persona especifica, como El señor presidente, de Miguel Ángel de Asturias, Yo El supremo, de Roa Bastos, también sobre La candidatura de Rojas,
de Armando Chirveches, y otras más por el estilo; empero, esta
narrativa no se dedica a la subjetividad del político, sino al
itinerario subjetivo de una persona renombrada dedicada
circunstancialmente a la política, o, en su caso, a la pretensión
desolada de la dominación absoluta, refiriéndose a las características
propias de una persona específica, el dictador, catapultada a la cumbre
borrascosa del poder. Lo que falta es convertir a este sujeto político
en personaje, comediante que tiene características repetitivas, con uno
que otro matiz, con una y otra diferencia; empero manteniéndose el
perfil compartido. Diríamos entonces tipo, no necesariamente
individualizado, sin embargo, dosificado, donde la composición de las
características generales parece repetirse. De todas maneras, ahora no
estamos intentando hacer una novela ni proponer una, sino intentando
analizar las analogías más sobresalientes y repetitivas del político,
personaje característico de las ambivalencias de la modernidad y de las
suplantaciones de la representación.
En el campo de la sociología Max Weber escribe sobre la diferencia del científico y el político[13],
atribuyéndole al primero un comportamiento racional y obligado a la
objetividad, en tanto que al segundo le atribuye un comportamiento
emotivo e inclinado a la subjetividad, que comparte valores. Esta
diferenciación y su tipología correspondiente incumben a modelos
abstractos, a una distinción metodológica que lleva a exigir al
científico a dejar sus valores en la puerta antes de comenzar una
investigación, pues tiene que realizar un análisis objetivo y evitar
dejarse llevar por sus valorizaciones. Esta distinción del sociólogo no
es una clasificación de los tipos políticos, sino una distinción
efectuada y demarcadora desde el campo científico respecto del campo
político. Es como una especie de limpieza de lo que pueda haber en el
sociólogo de inclinación política. Este género de escritura denotativa,
la sociología, no ha efectuado una clasificación de los tipos políticos.
Pierre Bourdieu en el análisis del campo político confecciona una
descripción topográfica y estructural de la distribución de las fuerzas
políticas; cuando analiza el habitus se refiere a la internalización del
campo en el sujeto o en la subjetividad social. Ciertamente el concepto
de habitus nos sirve para profundizar la constitución de lo político,
de la institucionalidad política, de los imaginarios políticos,
ayudándonos a comprender mejor la diferenciación vaporosa del detalle de
los tipos políticos. Tomando en cuenta esta perspectiva de campo
político, podemos ver que no es posible hacer una clasificación general,
universal, apropiada a distintos contextos, periodos y coyuntura. Es
indispensable tener en cuenta que cualquier clasificación es, en todo
caso, provisional, una herramienta descriptiva para aproximarnos a la
variedad de conductas y comportamientos de los que llamamos políticos de
profesión.
En la
filosofía antigua, la griega, Aristóteles escribe sobre la política y
define al hombre como un ser político, es decir, un ser de la polis,
inclinado a la organización, a la administración y a las formas de
gobierno. Platón, su discípulo, continúa esta ruta, en El político define al político como pastor de rebaños, también como soberano tejedor. A propósito Cornelius Castoriadis en El político de Platón hace una sugerente anotación comparando al filósofo y al político en los escritos de Platón, usando un esquema estructural[14].
Dice que el verdadero saber se opone al falso saber, entonces el
filósofo se opone al sofista; ahora bien, la verdadera praxis
corresponde al político, en tanto que la falsa praxis corresponde al
demagogo. Tomemos el escrito de Platón como una crítica a los políticos
de su tiempo, griegos, sobre todo atenienses, particularmente contra
Temístocles; crítica que distingue el ideal del político de lo que
efectivamente se da como perfil subjetivo. Esta distinción de la
antigüedad griega, ateniense, que hace Platón, puede servirnos para
distinguir también la diferencia entre un ideal, lo que se espera, del
político, de su efectiva práctica; también puede ayudarnos a situar la
comprensión de la diferencia entre la Ley y su administración ilegal,
acaecida en la práctica política. Podemos también hacer otras
anotaciones sobre referencias al “político” en textos antiguos, forzando
un poco los términos, pues se refieren al soberano y al guerrero, esta
vez hechas en el texto sagrado veda deEl Bhagavad-Gita, cuando
Krisna enseña a Arjuna el conocimiento absoluto, hace la distinción
entre lo espiritual y lo material, pero también la necesidad de que el
guerrero se desempeñe en el campo de batalla, despreciando a la muerte y
colocándose por encima de las sensaciones y contingencias temporales.
Podríamos sugerir una interpretación de estas partes dedicadas al
“político” en el Canto a la divinidad; la responsabilidad del “político” es mantener el equilibrio.
Podemos
seguir ampliando nuestro recuento, lo que hace interesante este
recorrido y esta reflexión; sin embargo, en estos textos no estamos ante
una clasificación de tipos políticos, sino ante diálogos que nos llevan
a la verdad de la filosofía y a la verdad de la “política”, así como
ante enseñanzas que preparan al soberano tanto para el conocimiento de
lo absoluto así como para cumplir con sus responsabilidades en la
Tierra. Todo esto nos ayuda a comprender que los temas de gobierno y de
ética, que podemos aproximarlos forzadamente a la cuestión política,
eran de preocupación desde la antigüedad. Podemos incluso acercar el
concepto de demagogia de Platón a lo que llamamos ahora la simulación
política, también la calificación de El Bhagavad-Gita de
pasiones perversas a las inclinaciones de los que usurpan el poder;
pero, lo que nos interesa en este ensayo es dibujar un cuadro
provisional de las conductas políticas en una modernidad heterogénea y
abigarrada.
El
problema o el desafío que nos plantea el perfil ilusionista del político
nos recuerda que conocemos poco de los espesores y recovecos de la
subjetividad humana. En el caso que nos ocupa, cuando la persona,
cualquiera sea ésta, incluso más sencilla, sin mayores pretensiones, se
ve sometida, puesta a prueba, en las atmósferas y climas del poder,
parece que se desencadena algo en su cuerpo, experiencia que lo
transforma, convirtiéndola en alguien que disfruta de ese deleite de
poder, que satisface el deseo de dominio. Cuando se da lugar a la
complacencia, al gusto por el disfrute del poder, la persona ha
cambiado, es otra. La subjetividad política es una construcción
representativa de este gusto, este deleite y deseo de poder. Entonces el
sujeto de esta subjetividad, si se puede hablar así, entra como a un
tren que lo encarrila a conservar este escenario, la repetición
compulsiva de la escena, esta disposición estructural al poder y a la
dominación, que lo ha alejado de los mortales y lo ha acercado a los
dioses y los demonios.
Es
aleccionador observar el comportamiento de los políticos, sobre todo
cuando están en el poder. Las atmósferas y climas de poder, la
ceremonialidad del poder, que forma parte de su suelo, de su territorio
institucional, los llevan tan lejos que los desconectan de la
“realidad”, por lo menos de aquella vivida cotidianamente por los
ciudadanos, a quienes se dirige con sus discursos y para quienes actúa.
Lo que dice es siempre legítimo, es siempre la verdad, aunque esta
legitimidad devenga de la representación y de la estructura jurídica,
aunque esta verdad sea producto del poder, de esa objetividad
burocrática del poder que se construye con informes, descripciones
oficiales, estadísticas estatales. Por otra parte, el político siempre
encuentra argumentos convincentes, aunque cueste sostenerlos
empíricamente. Puede convencer del beneficio de proyectos más dudosos o
claramente destructivos. Siempre hay una verdad superior, si no es la
razón del Estado, es la necesidad de desarrollo, es una estrategia
histórica o una geopolítica elaborada para articular un espacio
fragmentado.
A veces el
político es cuidadoso, hasta cauteloso, otras veces es torpe y
arronjado. Le gusta a veces mostrarse pensativo, reflexivo, mostrarse
como sabio, como alguien que se detiene a meditar antes de decir alguna
palabra; otras veces, en cambio, prefiere amenazar, mostrarse como un
castigador, ser inflexible, manifestar su determinación implacable. El
político en el poder llega hasta diferenciar los distintos escenarios
con mucha sutileza, tiene para cada ocasión un discurso distinto;
discierne a los interlocutores, busca agradar a todos con distintas
respuestas, con diferentes disertaciones, aunque estas terminen siendo
contradictorias. No importa que en un lugar diga una cosa y en otro
lugar otra. Lo importante es convencer o, como dice algún analista
político atribulado, acumular convencidos, someterlos a su telaraña,
controlarlos, de tal forma que forme parte de sus “tejidos”. Se compara
con un “tejedor”, aunque no se sepa qué “teje” exactamente o si su
“tejido” termina siendo un embrollo. Lo que importa es su propio
auto-convencimiento; se construye una imagen propia, satisfactoria,
podríamos decir narcisa. La imagen que tiene de sí mismo la
llega a comentar hasta en público, en alguna ocasión imprevista. Ahí
aparece como el sabio político, el estratega, el que siempre hace algo
con algún objetivo, todos sus actos tienen un sentido, se dirigen a
algo. No hay nada improvisado. Los que no se dan cuenta lo que hace son
los mortales, que no tienen el privilegio de sus perspectiva, de ver
varios panoramas. Por eso dice, todo depende cómo se mire, de qué
panorama se trata, local, nacional, regional, mundial. Cómo se puede
ver, tenemos cartas para todo, escoja usted.
Haremos
una digresión en relación a la metáfora del “tejido” como tarea del
político. La hemos encontrado en una interpretación de un atribulado
analista político contemporáneo, también la volvemos a encontrar en las
exposiciones de Cornelius Castoriadis sobre El político de Platón, criticando la posición ambigua de Platón en El político, rescatando más bien su posición en Las leyes.
Por último, encontramos la metáfora del “tejedor” en el mismo Platón,
en su escrito citado. En los diálogos del joven Sócrates con el
Extranjero sale a relucir esta segunda definición del político como
“tejedor”. El político sería un “tejedor” porque su tarea es hilar las
distintas artes de la sociedad y lograr un equilibrio, el “tejido”
político sería el arte primordial que es capaz de articular las
distintas artes logrando una armonía en la ciudad. Empero la tesis de
Platón supone la presencia del soberano que abole las leyes y se dedica a
“tejer”, a gobernar, hilando el tejido de la polis, la composición
adecuada de las fuerzas de acuerdo a las circunstancias. Castoriadis
dice que esto es dejar la política a la soberanía del soberano,
suspendiendo las leyes y la democracia. Esto tiene que ver con la
crítica desplegada por Platón a la forma de gobierno democrática.
Extraña que, en este caso, en este diálogo, se aparte de lo planteado en
Las leyes y en La República, donde relaciona gobierno
con virtud. La metáfora del “tejedor” entonces sirve para justificar el
papel excepcional del soberano. ¿Qué significa la metáfora del
“tejedor” en el atribulado analista político contemporáneo? El soberano,
en este caso, el presidente, también “teje”, pero no las artes de la
ciudad, sino alianzas, suma fuerzas, articula territorios y
organizaciones, compromete a dirigencias, las vincula y orienta de
acuerdo a una perspectiva. Empero, este “tejido” se lo hace saltando las
decisiones democráticas de las comunidades, de los sindicatos, de los
municipios, de las regiones. No se respeta a sus candidatos elegidos, se
impone otros, considerados más afines a la perspectiva del gobierno.
Hay algo análogo a estos “tejidos”, el de la metáfora griega de Platón y
el de la metáfora del atribulado analista político, ambos “tejidos” no
son democráticos; son el arte del soberano para lograr equilibrios o
para construir alianzas. El soberano es como un “hilandero” que “teje”
destinos, se encuentra sobre las instituciones, las leyes, la
democracia. El uso de esta metáfora, su desplazamiento metafórico,
trastoca la figura inicial del tejedor, del sentido del tejedor y del
tejido, para hacer prendas de vestir, para hacer textiles útiles,
textiles ceremoniales, textiles de escritura geométrica. Se pierde el
arte del tejedor para ser suplantado por el arte del político, que es
más bien un “arte” para amarrar y hacer nudos. La trama que aparece es
otra, la trama del poder. En el discurso del analista político se
legitima los atributos excepcionales del soberano, el colocarse sobre
las instituciones, las leyes y la democracia.
El
político también se muestra como un hombre sacrificado, hace gala de su
entrega, de su renuncia a la vida privada, del tiempo dedicado a las
grandes tareas estatales por el bien público. No hay horario. Cuando se
dedica a su vida privada sólo es para concederle breves lapsos, pequeños
momentos, donde tampoco deja de actuar. Donde vaya, ante los allegados,
ante la esposa, ante los familiares, ante los amigos, no deja de ser un
actor. Siempre siente que está en un escenario, no puede dejar de
desempeñar su función simbólica, es el centro en todas estas ocasiones.
Está condenado a repetir el papel de elegido, incluso en la vida
privada; las fronteras entre lo público y lo privado se han borrado,
después de haberse borrado, hace tiempo, los perfiles de lo que alguna
vez ha sido y el personaje que representa. Al respecto, en descuento del
sujeto en cuestión, podríamos recordar que todos los políticos también
nacen pequeños, parafraseando el título de la película Werner Herzog: También los enanos empezaron pequeños.
Hay por
cierto toda clase de políticos, se puede hacer su taxonomía. Empero no
podemos perder de vista ciertos rasgos generales que caracterizan un
tipo de comportamiento ante la sociedad. La distribución de estas
características generales varía, dependiendo de la individualización.
Nos interesa definir un tipo, una composición más o menos manifiesta, no
tanto como promedio, sino como conjunto de rasgos repetitivos, aunque
esta repetición se efectúe de manera variada. Por otra parte, tampoco se
trata de perder la variedad misma de políticos, la distribución
dosificada de las características compartidas. Ciertamente, como en la
base de esta clasificación, aparecen, en su distribución masiva, como
una masa significativa de políticos de base, a quienes no les importa
las apariencias, son como operadores, cumplen órdenes, optan más bien
por satisfacer los caprichos de los “jefes”, compensando su sumisión con
la obtención de beneficios colaterales, mas bien pedestres y vulgares,
que los placeres del teatro político y la ilusión de prestigio de los
jerarcas; prefieren la inclinación al enriquecimiento privado,
instalándose en redes clientelares y circuitos de influencia, en
mecanismos de extorsión y prácticas de corrupción. En todo caso, de lo
que se trata es que todas estas redes sean invisibles o, en el mejor de
los casos, opacas. Este sujeto de base, operador, es un político sin
escrúpulos, que contrasta con el otro, que ya definimos en parte, el que
actúa respondiendo a una trama donde aparece como predestinado. A este
último, que es como la cima de una suerte de clasificación de los tipos
de políticos, sí le interesan las apariencias; es más bien cuidadoso y
evita, en lo posible, hallarse involucrado en actividades pedestres y
con intereses vulgares, menos en actividades corrosivas como las
relativas a la corrupción. Estos dos tipos, el tipo de político
predestinado y el operador vulgar, dibujan no sólo un intervalo de
variedades te tipos y perfiles políticos, sino que son como los polos
opuestos, que, sin embargo, se complementan, se necesitan mutuamente. El
“predestinado” requiere de quienes realicen la guerra sucia, las tareas
indecorosas, pues él se encuentra tan alto, tan distante, ejerciendo su
labor encomiable en la guerra limpia. El operador, en cambio, requiere
del “predestinado” para que ampare y cubra sus propias acciones. Así
como la idea de dios requiere la idea del demonio y la idea del demonio
requiere de la idea de dios. En la trama celestial, ambas figuras se
complementan en la economía política sagrada; en tanto que, en la trama
terrenal, las otras figuras se complementan en la economía política del
poder.
Siguiendo
con la clasificación, como en el medio de esta polarización figurativa
de los tipos políticos aparece, en el escalafón de la taxonomía, otra
figura política de mando, las autoridades. Éstas cumplen, pero, también
deciden; quizás están más cerca de la materialización de las decisiones
que las altas jerarquías, los que “sintetizan” la representación, los
que simbolizan al Estado. Las autoridades son designadas, son como una
extensión del poder de los elegidos; no representan, pero, son como la
irradiación de la representación; entonces utilizan esta proximidad y
ejercen a su modo, como en una división del trabajo, la dominación. Las
autoridades ejecutan, están directamente ligados a los mecanismos
institucionales, de ejecución, administración y gestión. Estas
autoridades son de la confianza del presidente, gobiernan como en una
miniatura del país, que son sus ministerios. Se encuentran también en
una cumbre, aunque no de las más altas de la cordillera del poder; por
lo tanto también están dentro de escenarios, obligados a puestas en
escena, aunque no tengan el alcance y el resplandor de los monumentales
montajes y puestas en escena de los jerarcas del poder. Pero, esta
experiencia es suficiente, como para padecer también una transformación
psicológica. El uso mismo del lenguaje cambia, el tono; no sólo porque
tienen que dar órdenes y garantizar la disciplina institucional, sino
porque también ellos creen en su papel, siguen el guion, otro libreto.
Hablan también a los mortales, quienes tienen que terminar de comprender
la situación, las difíciles tareas que les toca emprender, las
dificultades técnicas y administrativas de sus gestiones ejecutivas.
Estos personajes se involucran directamente, diariamente, no solamente
en lo relativo a sus tareas ejecutivas, sino en lo que concierne a su
exposición ante la opinión pública. Hacen las declaraciones respectivas,
justifican los actos del gobierno, hasta los actos y las frases del
presidente. Son los que tienen que mostrar siempre el lado positivo, son
los que tienen que darle la vuelta a la adversidad, los que tienen que
mostrar que todo anda bien, que todo se hace convenientemente, aunque
empíricamente no parezca que eso ocurre. Son los personajes más
convencidos de la buena gestión, pero también los que terminan siendo
los chivos expiatorios, como se dice popularmente, son los “fusibles”.
Sus periodos de existencia son variados; pueden ser improbablemente
prolongados, durar la gestión de gobierno, que es lo que menos ocurre;
son pocos los privilegiados que gozan de esta perdurabilidad. Las más de
las veces sus periodos de existencia son mas bien cortos; salen cada
que hay una crisis. Por lo tanto, a diferencia de los “predestinados”
tienden, en distintas circunstancias, a manifestar debilidades, a
mostrarse a veces inseguros, a asumir su responsabilidad. De lo que se
trata es de salvar a las altas jerarquías, a la cúspide del poder.
Muchas veces sus reputaciones eventuales terminan rápidamente, se
convierten con facilidad en personas odiadas por la población, pues,
como hemos dichos, son las más expuestas al escarnio; terminan siendo
los culpables. El pueblo que apoyó al gobierno tarda o le resulta
difícil culpar a la jerarquía del poder, prefiere encontrar la
culpabilidad y la responsabilidad en los ministros. Tiene que haber una
crisis más profunda, que las periódicas, como para que pueda alcanzar la
duda o la interpelación a las altas jerarquías. Las autoridades, estos
personajes de mandos medios, cuando caen en desgracia son vilipendiados,
incluso pueden serlo por el mismo gobierno; pueden llegar a ser
defenestrados. Para ellos, sorprendentemente, los días de gloria
terminaron precipitadamente; quedan en el recuerdo. Si bien saben lo que
puede sucederles, por eso mismo, al parecer son los más
extravagantemente leales, los más pronunciadamente fieles, lo más
grotescamente aduladores. Este comportamiento es como una táctica para
posibilitar la perduración en el poder. Sin embargo, este comportamiento
adulador no sólo es una atribución de estas autoridades, sino parece
expandida a la gran masa de los funcionarios públicos. Los subordinados
de estas autoridades también optan por esta actitud de manifiesta
sumisión al “jefe”. Con esto llegamos a una cuarta figura de los tipos
políticos; la del funcionario adulador, en términos aymara popularizado,
“llunku”. Este personaje pusilánime, que es de los perfiles más
difundido en el campo burocrático, no es propiamente un político, no
ocupa un cargo político, sino un cargo burocrático, empero está afectado
por ser parte de las atmósferas y climas del poder, donde participa. Si
bien no actúa ante un público, como lo hacen la jerarquía y las
autoridades, como lo hacen los políticos profesionales, actúa, en
cambio, para el “jefe”, para la autoridad a la que está subordinado;
entonces también cae en esta conducta teatral de la simulación política,
sólo que desde otro lugar.
Hay una
quinta figura de la clasificación de los tipos político, ésta tiene que
ver con la masa de los militantes. Ellos no están expuestos de la misma
manera que las otras figuras de la simulación política, no tienen
necesariamente que actuar ante públicos, no tienen imperiosamente que
formar parte de puestas en escena, tampoco tienen que actuar ante un
“jefe” de oficina; son de alguna manera también el “público”, pero, esta
vez hablamos del “publico” restringido y circunscrito al partido, al
“publico” convencido. De manera diferente, ocurre como si los militantes
actuaran para sí mismos, compitiendo entre ellos, quién es más
consecuente, quién es más “radical”, en relación a seguir la línea
política del partido. En los “escenarios” donde se mueven los
militantes, que son mas bien espacios de convocatoria, ellos, más que
actuar, se esfuerzan por ser el ejemplo. Por lo tanto, el perfil del
militante es una figura política, no tan ligada a la actuación, sino a
la competencia y selección. Esta figura corresponde a la historia de la
política, es como un sedimento geológico conservado, de tiempos cuando
la política tenía que ver con la entrega y el riesgo, con la
participación sin retorno, con el dar sin recibir, con el gasto heroico.
Esto ha desaparecido prácticamente, lo que queda son reminiscencias,
rudimentos de antiguas funciones fosilizadas. El militante de hoy no es
más que una figura opaca y devaluada de lo que fueron los militantes en
la época heroica.
De este
perfil, de la figura del militante, estamos descartando al oportunista,
que más se parece a las otras figuras del político, pues el oportunista
también está obligado a actuar, a hacer creer a los demás que le
interesa la línea, los objetivos, el programa del partido. Este
personaje también monta sus pequeños escenarios, pone en escena sus
pequeños dramas, tiende a exagerar en sus exhibiciones, para que no
quepa duda que es un militante como los demás. Puede ser que el
oportunista sea una sexta figura de la clasificación de los tipos
políticos, aunque a él le interese otra cosa y no la política; lo que
despliega es más un instinto de sobrevivencia. La política es más un
medio para llegar a un fin; por lo tanto, el oportunista se parece más a
una figura de los tipos económicos. Para el oportunista la única
realidad que existe es la económica, lo demás es una ilusión de los
idealistas o de los que confunden la realidad con el poder, los que
creen que el poder mueve el mundo, cuando es la economía la que lo
mueve; si hay que hablar de poder hay que hablar de economía. No hay
más.
Pero,
volvamos al militante; cuando llega a ser diputado, senador,
parlamentario, alcalde, es decir, representante, entonces cruza la
línea, no está tanto en competencia con otros militantes, sino que ya
tiene que responder a un público local, tiene que responder a su
circunscripción, a los que votaron por él, tiene que responder a su
municipio. En este caso ya es un político en el poder, aunque los
alcances y extensión de su dominio queden circunscritos. En este caso,
la ceremonialidad del poder se repite en escala local, los montajes y
puestas en escena son también locales; adquieren el esplendor que puede
permitir las condiciones de posibilidad locales. Entonces las
tribulaciones del político son las mismas, las presiones que sufre son
equivalentes, la composición de las características generales se
distribuye dosificadamente de acuerdo a las individualidades e historias
de vida específicas y del lugar. Se vuelve a experimentar lo mismo,
empero en territorios locales y de una manera distribuida en los sitios y
lugares donde se efectúa la simulación política, como expresión teatral
del convencimiento, que sustituye al arte de la argumentación, que es
la retórica.
Estamos
ante un universo proliferante de simulaciones políticas, con todos sus
matices, variaciones, distribuciones, efectuadas en distintas escalas.
Estamos ante uno de los fenómenos característicos de la modernidad, las
puestas en escena, la simulación, la teatralización de las relaciones
sociales. No se crea que la simulación política sea la única forma de
simulación, al contrario, forma parte de distintas formas, maneras y
modalidades de simulación. La modernidad ha hecho estallar en grande
estos procedimientos plásticos, que ciertamente se encontraban también
en otras épocas y sociedades, empero estaban situados y fijados a
determinadas expresiones culturales o estrategias; en cambio en la
modernidad estas expresiones, estas puestas en escena, desbordan, se han
convertido en la forma de comunicación por excelencia; la sociedad
misma se ha convertido en un gran teatro, no sólo político, sino de
todas las formas de simulación posibles. La publicidad es un ejemplo de
lo que ocurre; en el comercio contemporáneo es más importante la
publicidad de la mercancía que la calidad de la misma. Se simula que se
satisface necesidades, cuando lo que se hace es buscar la satisfacción
de la única necesidad real del capitalismo, la acumulación ampliada
incesante. La simulación política no es más que una de las formas de
simulación de una modernidad teatral.
Vamos a
hacer dos anotaciones más; una sobre lo que ocurre en el Congreso, que
debería ser el escenario por excelencia de la retórica, de la locución
espectacular, el auditorio de la concurrencia discursiva, por lo tanto
donde la simulación política se explaye. Extrañamente, en la actualidad,
ocurre lo contrario. Es el lugar donde menos se habla, no hay ningún
esfuerzo por convencer, por argumentar para convencer, por esforzarse en
los discursos para encandilar. Se ha convertido en el lugar donde es
preferible callarse, guardar silencio, bajo perfil, pues lo que se
quiere de uno es el voto, no la deliberación. Esto ciertamente es un
contraste, una paradoja, pues siendo la política una puesta en escena,
ocurre que el lugar privilegiado para hacerlo, el parlamento, no lo
hace, por lo menos en su forma retórica y discursiva. El Congreso se ha
convertido en un lugar opaco, una zona de silencio, un espacio mudo
donde se ejecuta mecánicamente la votación, se impone la mayoría. Sólo
algunos hablan a nombre de todos, son los elegidos por el presidente del
Congreso; empero lo hacen no para convencer sino para significar el
sentido de la votación de la mayoría, pues el acto de votar y la
existencia de la mayoría tiene que tener un significado; este es el
decidido en otro lugar, en el ejecutivo. El espacio de la deliberación
se ha convertido en un espacio de ejecución, en la prolongación del
aparato de ejecución. Hay que darle atención a esta paradoja, pues nos
dice mucho sobre la estrategia y estructura de la simulación política.
Si el lugar instituido para deliberar, el parlamento, es donde
precisamente no se delibera, ¿dónde se ha trasladado la deliberación?
¿Ha desaparecido? No tanto así; pues los grandes montajes políticos, la
ceremonialidad apabullantes del poder, las puestas en escena, las
campañas publicitarias y propagandísticas, la concurrencia
comunicacional, han sustituido a la práctica deliberativa, a la
deliberación misma. Es en estos lugares donde se legitima la decisión
política antelada.
La otra anotación que queremos hacer es sobre la mujer y la política; concretamente explicar por qué hablamos de el político y no la política
también. Primero, porque no hay una política feminista, no hay una
política de las mujeres; en todo caso, esta practica alterativa y
alternativa iría más allá de la política, que es como un campo de
dominio del hombre. Segundo, cuando las mujeres terminan haciendo
política lo hacen prácticamente de manera masculina, como “machos”,
sustituyen a los hombres en prácticas masculinas, basadas en la
complicidad de la fraternidad. En el peor de los casos terminan siendo
adornos o decorados, como se dice popularmente “floreros” en un dominio
de los hombres. Esto merece una crítica radical de las mujeres a la
política, a la simulación política; en este caso, a la simulación
política o demagogia de que se le da lugar a la mujer, que se respeta
sus derechos, abriendo espacios para su participación. Estas
participaciones y porcentajes de participación, incluso en el cincuenta
por ciento, no son otra cosa que la incorporación de las mujeres al
mundo masculino, su conversión varonil, usada como legitimación de la
dominación del varón.—-
Artículo de Raúl Prada Alcoreza en bolpress.com
[1] Frase de Shakespeare en La Tempestad, retomada por Marx en su representación de la modernidad.
[2] Baudelaire tiene un escrito sobre esta experiencia dedicado al lodo urbano de Paris. Revisar también de Marshall Berman Todo lo solido se desvanece en el aire; Siglo XXI; Buenos Aires.
[3] Jean Baudrillard: El crimen perfecto. Anagrama 1996; Barcelona. Pág. 9.
[4] Ibídem: Pág. 11.
[5] Ibídem: Pág. 16.
[6] Ibídem: Págs. 16-17.
[7] Ibídem: Pág. 18.
[8] Ibídem: Pág. 20.
[9] Ibídem: Pág. 23.
[10] Ibídem: Pág. 25.
[11] Ibídem: Pág.30.
[12] Ibídem: Pág. 31.
[13] Max Weber: El político y el científico. Alianza 1998; Madrid.
[14] Cornelius Castoriadis: El político de Platón. Ensayo y Error 2001; Bogotá.
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