La tercera guerra
Japón se aleja del pacifismo. China afirma su presencia en los mares circundantes. Crecen los presupuestos de defensa, junto al verbalismo nacionalista. De ahí que el Mar del Sur de la China sea ya la zona del planeta con mayor riesgo bélico convencional.
Una tercera desgarradura aparece simultáneamente en este mapamundi en refacción del siglo XXI, aunque de momento sea poco visible, porque está amortiguada incluso por su remota localización y su carácter marítimo. Esta no corresponde a la disolución de un imperio, sino al ascenso al parecer imparable de otro. Se trata de la formidable y constante presión ejercida por China para cambiar el estatu quo en sus mares adyacentes, el Mar de China Oriental, donde compite con Corea del Sur y Japón, y el Mar del Sur de la China, donde se disputa con seis países nada menos que dos centenares de peñascos e islotes con sus correspondientes aguas territoriales.
En la fachada marítima oriental de Asia se produce además la mayor acumulación de medios militares, y concretamente de capacidad de fuego, de todo el planeta. Todos los países de la zona incrementan sus gastos de defensa y hay una auténtica escalada, que se concreta en la instalación de misiles de todos los alcances, crecimiento de las flotas navales, especialmente submarinas, y aumento de las maniobras y actividades de vigilancia, que en numerosos casos se convierten en incidentes y momentos de alto riesgo de enfrentamiento bélico. El área geográfica circundante es, de añadidura, la que cuenta con la concentración de mayor número de potencias nucleares: China, Rusia, India y Pakistán, el Estado gamberro de Corea del Norte, y por supuesto EE UU, a través de sus bases y de su flota, todavía muy superior a la china.
La China de Xi Jinping, más todavía que la de su antecesor Hu Jintao, está reafirmándose en sus confines marítimos y pone a prueba a sus vecinos, mediante una presión minimalista pero constante sobre cualquier pedazo de tierra emergida. Apenas se habla ya del ascenso pacífico patrocinado por Hu y mucho más en cambio del sueño chino de Xi, paralelo del sueño americano. Pekín ha declarado una zona de identificación aérea obligatoria sobre el Mar de la China Oriental, y ha ido todavía más lejos en el Mar del Sur de la China, donde sus mapas marítimos incluyen una línea de puntos, que oscila entre nueve y once trazos, que se adentra como una lengua hasta llegar a las aguas territoriales de cada uno de los vecinos: Vietnam, Filipinas, Taiwan, Singapur, Malasia y Brunei. Dentro de la lengua de vaca quedan incluidas los archipiélagos de las Paracelso y las Spratley, además de numerosos arrecifes, algunos sumergidos y utilizados para crear estructuras portuarias. La zona fue convertida en 2012 en una prefectura, con capital en Shansa, en una de las Paracelso, con una población allí trasladada de apenas unos centenares de pescadores, funcionarios y militares.
Ninguno de los peñascos, ni siquiera el más disputado de las Senkaku en el Mar de China Oriental, tiene interés en sí mismo. Mucho mayor es el que ofrecen sus fondos pesqueros y no digamos ya los hipotéticos yacimientos de gas y petróleo, sobre todo para un país necesitado de energía a espuertas como es China. En todo caso, la voracidad de Pekín respecto a la zona se explica por su interés geopolítico, que la ha convertido, según explica Robert Kaplan en su reciente libro La olla asiática, en el nodo marítimo de mayor valor estratégico del planeta. Por sus aguas pasa una tercera parte del tráfico marítimo mundial con la mitad de la carga de mercancías que se transporta en el mundo, tres veces más que el Canal de Suez y quince más que el de Panamá. Para China, dominar ambos mares, algo que ni Japón ni Estados Unidos pueden permitir, significaría dominar la región entera.
China se inspira en el ascenso de Estados Unidos como potencia americana a finales del siglo XIX. El primer paso es hacerse con los mares adyacentes, como hizo Washington con el Caribe. Y la premisa es alejar a las otras potencias de la zona. A ello se dedican las inversiones militares chinas, centradas en la estrategia denominada A2/AD (antiacceso, denegación de área) para evitar la presencia y la proyección del poder ajeno en las zonas marítimas o aéreas propias. También sirven las armas retóricas: Pekín utiliza su propia Doctrina Monroe (Asia para los asiáticos, al igual que América para los americanos) para resolver las querellas entre asiáticos y buscar la resolución bilateral, de fuerte a débil, en vez del marco multilateral de las instituciones internacionales. “La regla china frente el poder de las reglas”, según el enunciado del debate que se celebró en Roma el pasado 13 de junio en la reunión anual del think tank paneuropeo ECFR (European Council on Foreign Relations).
Este es el contexto en que el Gobierno de Shinzo Abe ha aprobado una nueva interpretación de la Constitución japonesa que relaja las restricciones pacifistas impuestas al término de la Segunda Guerra Mundial. A Japón le interesa reforzar la garantía de mutua defensa en caso de ataque dentro su alianza militar con Estados Unidos, principalmente para disuadir a China respecto a una ocupación de las islas Senkaku, Diaoyu en chino, situadas al norte de Taiwan en el Mar de China Oriental; pero también para hacer todavía más creíble la disuasión sobre Corea del Norte. La actual interpretación de la Constitución solo contempla la autodefensa, es decir la defensa del territorio japonés, mientras que con el nuevo concepto Japón podría interceptar un misil dirigido a un aliado o responder directamente contra el ataque a otro socio.
Todo esto pilla muy lejos a Europa y a unos europeos a los que ya nos cuesta sentirnos concernidos con las dos desgarraduras más próximas, Ucrania e Irak, y que más directamente nos afectan. En aquellos peñascos marítimos en disputa ni siquiera hay poblaciones a proteger. Tampoco hay aparentemente confrontación de valores democráticos y libertades, como los que acostumbran a polarizar en Europa. Está, sin embargo, la cuestión crucial del derecho y del imperio de la ley como guía en las relaciones internacionales y, por supuesto, la ausencia de modelos de cooperación y de integración regional de los que Europa ha sido el espejo en algún momento, aunque ahora no pueda precisamente hacer exhibición de ellos. También cuenta el riesgo bélico, cada vez más alto según los expertos, que señalan hacia una tercera guerra, con más tecnología y menos milicia que en Irak y en Ucrania, y por tanto más peligrosa. A 100 años de la Primera Guerra Mundial, vemos en Asia cosas similares a las que pasaban en Europa entonces, como son el incrementos de presupuestos de defensa, la escalada de armamento o la intensificación de la retórica nacionalista, aunque también hay argumentos en dirección contraria: no ha habido guerras abiertas desde 1979 y la interdependencia económica es muy sólida.
En el continente del futuro que es Asia se percibe, quizás con más intensidad que en cualquier otra zona del planeta, la dificultad de la Unión Europea para existir como actor global. Para China y Japón, basta con Alemania y algo de Francia y Reino Unido para resolver la ecuación europea, sobre todo en el plano económico, que es el que más les interesa. Según François Godement, director del programa Asia-China del ECFR, “Europa es la región de gran tamaño menos interdependiente de China, gracias a las tiranía de la distancia, a la ausencia de una moneda compartida y a la limitada cantidad de deuda pública y de activos financieros europeos en manos chinas”. De ahí los esfuerzos del think tank paneuropeo para abrir una reflexión sobre el futuro de Asia y especialmente sobre el papel que las instituciones europeas deben jugar en la configuración de este nuevo equilibrio de poder asiático, que a su vez determinará también el nuevo equilibrio de poder mundial.
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