LIBERALISMO y JACOBISMO.
Artículo escrito por don Federico Garcia Godoy, Cuna de América No
27, 7de julio de 1907.
Aminados
del mismo espíritu del viejo sectarismo
judaico, modernos escribas y fariseos, pontificado en nombre de los que se les
antoja llamar la verdad, prosiguen con ahincó la obra de destruir toda clase de
símbolos religiosos, y muy particularmente cuando evoca el recuerdo de la gran
figura histórica del fundador del cristianismo. Y no ya
en el terreno de la investigación paciente
y laboriosa, en el vasto campo
donde chocan las ideas produciendo vivos
resplandores, sino en la realidad vibrante de los hechos de la vida diaria, en
van exteriorizando tales manifestaciones de
intolerancia y de poco respeto a las
creencias ajenas, que por ello, naturalmente, se oyen a cada paso
voces de alarma, gritos de protesta, clamores de conciencias cruelmente heridas
en su parte más sensible.
Al
horrible fanatismo religioso, purpurado de sangre, incinerador de herejes, a lo
Torquemada y Felipe II, sucede, a los
ojos vistas, otro fanatismo por completo incruento y mas manso en su aspecto
visible, aunque menos lógico que el otro
en el fondo y con los mismos lineamientos de inflexible intolerancia.
En
nombre y representación de ciertos principios, falsamente interpretados, se
quiere ejercer un apostolado de verdad, realizar una obra de ficticias
depuración, sin percatarse que semejante propósito contiene en si,
por su agresión violenta al santuario
de la conciencia individual o colectiva, gérmenes de contradicción
resaltante que tienden a esterilizar el cumplimiento del magisterio moral que
se propone.
En
virtud de una orden de la Comisión de Caridad y beneficencia pública de
Montevideo se han expulsado los crucifijos de las salas del Hospital de aquella culta ciudad de
Montevideo se han expulsado los crucifijos de las salas del Hospital de aquella
culta ciudad. De ahí una controversia empeñada y ardiente, en que José Enrique Rodó, el insigne escritor uruguayo, ha defendido, con
gran acopio de erudición filosófica de buena cepa y con hermosa brillantez de
estilo, los fueros de la libertad de conciencia y el verdadero concepto
histórico, vulnerados o desconocidos por
aquella censurable disposición.
El
autor de Ariel la ha calificado acertadamente no como manifestación de “radical”. Y extremado
liberalismo”, según frase de un periodista montevideño, sino como lo que es en realidad: “un acto de franca
intolerancia y de extrema incompetencia y de estrecha incomprensión moral e
histórica”. Razón que le sobre tiene, a mi ver José Enrique Rodó ya bastante tiempo que para mí ha desaparecido la aurora de divinidad que
muchos ven todavía en la figura serena y dulce de Jesús.
Ya
no se dirigen las almas por los senderos
de la bienaventuranza eterna arrastradas por la suave unión de sus palabras encendidas y persuasivas. Las
concupiscencias innobles han marchitado
la rosa mística de su ideal de amor y esperanza. Pero subsiste, firme e
inquebrantable, a despecho de cuantas negaciones se hayan producido o puedan
producirse, su ser moral, su personalidad de
reformador, recia y fuerte estructura del sembrador de altos conceptos de humano altruismo, antes
que él, ciertamente, expresados, de modo por él, únicamente por él como lo afirma Rodó, cristalizados en
la prolífica realidad del sentimiento colectivo, en la sencilla psicología de las muchedumbres seducidas por la novedad
de sus ideas llamadas a operar una transformación social de incalculable
trascendencia.
Acabo
de leer el famoso libro de Emilio Rossi,
ensalzado por unos hasta la hipérbole y por otros denostado con exagerada
acritud.. Contiene la más radical negación que
hasta ahora se haya hecho de la existencia personal de Jesús. Está
indudablemente escrito con cierto método científico que le presta no escaso
valor relativo, pero por todos los poros de su epidermis resuma, copiosamente,
no un ideal de verdad serenamente perseguido, sino un propósito de proselitismo mezquino, de propaganda
vulgar, que obscurece, en gran parte, algunas de sus páginas, las mejores, tal vez de la obra.
Como todos los que se dejan ir por la pendiente de
las negaciones absolutas, fabricas teorías a su antojo, y así y así pretende
reemplazar la tradición de la existencia personal de Jesús con cierta evolución
mística, en que entran elementos de
índole varia y discrepante, que, bien estudiada resalta más inverosímil y sin
verdadera consistencia científica.
Para
Emilio Ross, el religionario de Judea es pura “creación teológica, dogmatica y
mitológica “, y fundado en criterios pasaje de la metafísica de Filón, el
célebre filósofo alejandrino, atribuye a éste el carácter de verdadero fundador
del cristianismo… Como síntesis de una gran evolución histórica, el
cristianismo, indudablemente aparece ante el examen crítico como un vasto
conglomerado en que, sin necesidad de
extremar el análisis, apercíbanse, a la
simple vista, materiales procedentes de la cantera de diversos sistemas
religiosos. Por eso, considerado en cierto sentido, carece de
peculiar originalidad. Todas las religiones, anteriores o coetáneas, han aportado en mayor o menor cantidad su contingente para la construcción de la
vasta obra.
Pero
nada de eso invalida, ni mucho menos, la
tesis brillantemente sustentada por el perspicaz crítico americano. Como éste
sostiene, el concepto de la caridad había ya
surgido, a manera de chispazos, en época anterior a Jesús, del cerebro
de algunos sabios y poetas; más sin positivo y visible alcance práctico, con valor puramente ideológico. El Homo sumt,….
De Terencio había sonado ya dejando una estela de luz en algunas almas
selectas. Pero ese concepto flojo sólo en las alturas de la intelectualidad,
vago, embrionario, sin contornos
precisos.
Las
muchedumbres lo desconocen por completo. Para que esa idea se abierta paso hasta el alma colectiva y arraigada
fuertemente en ella, fueron necesarios
la prédica persistente de Jesús y el
ejemplo de su corta vida plena de abnegaciones y de desprendimientos.
Ahí estriba su mayor mérito, la parte más perdurable de su obra, que el jacobismo al uso, intolerante y
mezquino, pretende torpemente reducir
a pavesas en nombre de un liberalismo
falso a todas luces.
En
determinadores de principios forzosamente relativos y que pretenden elevar a la
categoría de absolutos. Producto de tal convicción, la lógica de esos hombres, implacable y dura,
reviste toda la inflexibilidad de la
línea recta. Ya Taime, en su maravillosa
obra sobre la Revolución Francesa, lo
hizo notar al referirse a ciertos hombres que actuaron en primera línea en
aquel tormentoso periodo de la historia humana. El jacobismo resulta, en
muchas ocasiones, resaltante
antítesis del genuino liberalismo. Como
lo sugiere un crítico, al juzgar Les Jacobines, la reciente producción teatral de Abel Hermant,
el Jacobismo,. Que tenía ya su política, va también formando su moral.
Es
falso, absolutamente falso, ese liberalismo que se ensaña con símbolos que evocan las más grades ideas que
han agitado, purificándolo, el ambiente casi siempre deletéreo en que se mueve
ese ser colectivo llamando humanidad. Si
de improviso se suprimieran de la
historia algunos nombres excelsos, verdaderas cúspides de positiva grandeza
moral, no se varía la humanidad, en su marcha al través del tiempo y del
espacio, sino como un monstruo insaciable, alimentado sólo con víctimas propiciatorias, como aquel horrible
dios de la guerra de los indios aztecas.
Y
entre esas cúspides, en la más alta, se
levanta y se levantará siempre aureola
´por una admiración muchas veces
secular, la figura melancólica y dulce
de Jesús, como miraje de
hipnotizadora seducción para los hambrientos de amor, de paz y de justicia. Nada importa que mezquinos apetitos,
intereses del momento, espíritus de estrecho
sectarismo, hayan enturbiado la linfa cristalina que brota de su código de
perfección moral, el de más alto valor y
alcance reformador social, grande y
excelsa, esplenderá continuamente, como
esplende, herida por los rayos del sol,
la nieve perpetua, de blancura
inmaculada, que corona la cima más elevadas e inaccesible de la tierra
Fuente consultada: Publicado en la Obra d Julio
Jaime Julia. Rodo y Santo Domingo (Recopilación). Año. 1971.
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