Pasajes y personajes de la guerrilla de Ñancahuazú
2. La nostalgia
combativa del Inti
combativa del Inti
Era ágil y de mediana estatura; tenía el rostro alargado, las cejas pobladas y los ojos hundidos. Militó en el Partido Comunista y participó en la fundación del Ejército de Liberación Nacional (ELN), junto a otros jóvenes bolivianos que hicieron su campaña junto al Che.
Víctor Montoya
Siendo aún adolescente, atraído por los misterios que encierran las selvas del oriente boliviano, abandonó sus estudios secundarios y se hizo autodidacta. Años más tarde, cuando ingresa en la guerrilla comandada por el Che, algo le bullía en la mente como anunciándole la futura tragedia, quizá el hecho de que Ñancahuazú no ofrecía las mismas condiciones estratégicas que Camiri, donde el campesinado había superado ya su postración feudal para transformarse en un sólido proletariado industrial.
El Inti, al cabo de ganar la distancia, llegó a la base guerrillera. Su mirada alcanzó la figura del Che y su cara se iluminó de asombro y felicidad. La impresión que le causó la personalidad de ese hombre de rostro barbado se le perpetuó en la mente. “Era la noche del 27 de noviembre de 1966 –recuerda el Inti–. Me golpearon varias reacciones: turbación por el respeto que le tenía (y mantendré siempre), emoción profunda, orgullo de estrecharle la mano, y una satisfacción difícil de describir al saber con absoluta seguridad que en ese momento me convertía en uno de los soldados del ejército que dirigía el más famoso comandante guerrillero (...) Al poco rato, Pombo me entregó una carabina M-2 (mi primera arma) y el equipo de combatiente. Sin embargo, esa anoche comenzó mi vida de revolucionario verdadero”. Posición en la cual se mantuvo a lo largo de la lucha, viendo morir a una brazada de sus ojos al primer guerrillero, a un joven de físico muy débil, quien, al cabo de hacer un brusco movimiento, cayó en las aguas turbulentas del Río Grande. Inmediatamente, Rolando se zambulló tratando de salvarlo, pero era demasiado tarde. Después, otro guerrillero boliviano (Carlos) desapareció en las aguas turbias del río y el Che apuntó en su Diario: “Era considerado el mejor de los bolivianos en la retaguardia, por su serenidad, seriedad y entusiasmo...”.
A pesar de estos incidentes, los guerrilleros prosiguieron la marcha, hasta que una mañana de marzo, apenas escucharon fuertes chapoteos en el río, se apostaron con sus armas para tender un cerco a los soldados. De pronto se desató un tiroteo intermitente. Al cesar el fuego, los guerrilleros tenían en su poder siete muertos, seis heridos, once prisioneros y algunos oficiales que hablaron todo cuando sabían.
El 10 de abril, los guerrilleros libraron dos combates en un día. Uno después de desdibujarse los primeros matices del alba y, otro, antes de palidecer los últimos rayos del ocaso; dos enfrentamientos en los cuales desarmaron al ejército, y ocasión en la que fue hecho prisionero el mayor Rubén Sánchez, quien, según relata el Inti, se comportó con “altura y dignidad”. Cumplió con admirable decisión el compromiso que contrajo con la guerrilla y salvó la vida de Régis Debray.
El 8 de mayo, a la altura del Río Ñancahuazú, los guerrilleros tendieron una nueva emboscada a una tropa dirigida por un subteniente, que se aproximó hacia los fusiles camuflados en la maleza. Cuando un soldado detectó a los guerrilleros, el subteniente disparó atolondrado contra toda sombra que se movía en derredor. Los guerrilleros, parapetados en la cruzada, contestaron con fuego graneado, derribándolo en el acto.
El subteniente se incorporó a ciegas, a tientas, dio un giro y echó a correr en dirección al río, con una bala alojada en el cuerpo. Seguidamente, otro tiro lo desplomó con un ruido sordo. Al revisar sus bolsillos, encontraron una carta en la que su esposa le pedía una cabellera de guerrillero “para adornar el living de la casa”.
Entretanto los mercenarios del gobierno seguían las huellas de los combatientes, el Che y su diezmado grupo de vanguardia llegó el 6 de octubre a la quebrada del Churo, donde pasaron la noche bajo un peñol que tenía la forma de un techo. En la tarde del día 7, una campesina cruzó por sus miradas vigilantes, arreando una manada de cabras. Tres guerrilleros la persiguieron hasta su casa y, al caer la noche, constataron que la anciana vivía con una hija paralítica y otra enana. Así que continuaron la macha quebrada adentro, cruzando sitios sumamente pedregosos, que la avanzada miopía del chino la hacia cada vez más lenta y fatigosa.
La mañana del 8 de octubre, el viento soplaba helado, provocando escalofríos y entumeciendo las manos. “Los que teníamos chamarras nos la colocamos”, dice el Inti.
Los guerrilleros, al detectar la presencia de Boinas Verdes, organizaron de inmediato la toma de posiciones en un pequeño cañón lateral. El Che puso a Urbano y Pombo en la parte superior de la quebrada; a Benigno, Aniceto y Willy, en el extremo inferior; y mandó a Pachunga al flanco izquierdo como observador. Luego dio las instrucciones de que no se comenzara el combate sino hasta que él diera la orden.
A eso de las 8 de la mañana se escuchó el primer disparo de la compañía y, dos horas después, el combate se inició en la parte superior de la quebrada. Urbano y Pombo resistieron manteniendo a raya al ejército, mientras los demás se retiraban quebrada abajo. “Todo parecía indicar que el Che detectó el avance del ejército –dice Pombo–.Tomó como medida revelar a Urbano y a mí, que estábamos en la parte superior, por el Ñato y Aniceto. Cuando ellos llegaron adonde estábamos, nos plantearon que dice que el Che que retornemos. En ese momento, el ejército dice que en la quebrada hay dos, y comienzan a tirar. Allí se inició el tiroteo. Como comienza por nuestras posiciones, y el Che nos había dado la indicación de que mantuviéramos esta posición, costara lo que costara, para garantizar la retirada de los demás, mandamos a Aniceto a que le pregunte al Che de que si ya comenzó el combate nos retiramos o si cumplimos la orden inicial. Aniceto va, pero cuando llega donde estaba el puesto de mando, donde estaba el Che, éste ya se había retirado. Retorna donde estábamos nosotros, le dan un tiro en la cabeza y lo matan”. Entonces, los soldados gritan desde sus posiciones: “¡Cayó uno, cayó uno!...”.
Los guerrilleros comienzan el despliegue y, mientras el tiroteo va menguando, el Che se queda a cubrir la retirada de los enfermos, hasta que es herido en la pantorrilla derecha. Un proyectil perfora el cañón de su fusil. No encuentra otro medio para seguir resistiendo y comienza a trepar una ladera ayudado por Willy. El chino, despojado de sus lentes por unas ramas, se queda a tantear el lugar donde habían caído; trance en el que cae a merced de los soldados, al igual que el Che y Willy.
En tanto esto ocurría en un lado de la quebrada, en el otro, Urbano y Pombo hacían proezas para salir de un recóndito a una cañada, pero les cortan el paso con ráfagas de ametralladoras. Pombo da un brinco, sale corriendo y llega hacia donde está el Ñato. En la guarida sólo queda Urbano. Le disparan. No le dan por el ángulo de tiro y deciden sacarlo con granadas. En eso, un manto de polvo producido por una explosión le permite salir con vida.
Los guerrilleros avanzan hacia una loma, que era el punto de encuentro. A su paso encuentran la mochila del Che y, al registrarla, comprueban que se había llevado todas las cosas de valor. Cuando llegan al pie de la loma, escuchan silbidos y voces: “Cojudo, cojudo, no avancen, que los soldados están en la loma de enfrente”. Eran Benigno, Dario y el Inti, quienes, desde sus posiciones, dejaron fuera de combate a varios soldados.
“Anochecía cuando bajamos a juntarnos con Pombo, Urbano y Ñato, y a buscar nuestras mochilas –dice el inti–. Ya estábamos en nuestro medio. Preguntamos a Pombo:
–¿Y Fernando (Che)?
–Nosotros creíamos que estaba con ustedes, nos respondieron”.
Al caer la noche, envueltos por el rumor de la naturaleza, los seis fugitivos rompieron el cerco. A partir de entonces avanzaron sólo en la oscuridad, convencidos de que la noche era la compañera del guerrillero. Caminaron por zonas inexploradas, aprendiendo otra vez a sobrevivir en condiciones difíciles. Días y noches sin comer ni dormir, soportando el peso de la mochila, ascendiendo por colinas para luego descender rodando como ovillos, arrastrándose entre los hierbajos del monte, viendo sobrevolar helicópteros encima de los árboles, escurriéndose de sus perseguidores por quebradas de riscos filudos y empinados, cruzando arroyos y caminos abruptos.
Romper el cerco tendido por el enemigo, les costó la vida del Ñato, quien, a poco de evadirse en una loma, fue alcanzado por una bala que lo tendió boca abajo. Los otros seguían corriendo más allá de sus perseguidores, oyendo voces a lo lejos. Pero después, sólo el eco de sus propios pasos.
El Inti y Urbano fueron los primeros en salir del laberinto de la montaña al asfalto de la ciudad.
Dos años más tarde, cuando el Inti fue detectado por los esbirros del gobierno en una casa de seguridad, el Ministerio del Interior recibió órdenes terminantes del Servicio de Inteligencia Militar para abolir de raíces al Ejército de Liberación Nacional (ELN), dirigido desde la clandestinidad por Guido Peredo Leigue (Inti).
En la madrugada del 9 de septiembre de 1969, un grupo de fuerzas combinadas rodeó la casa de seguridad donde se refugiaba el prófugo. Acto seguido, los asaltantes abrieron fuego desde todos los ángulos. En el interior de la habitación, el Inti intentó defenderse con un revólver que se le encasquilló. Entonces quiso lanzar una granada, pero el vértigo de una bala hizo impactó en su brazo. El explosivo chocó contra el umbral de la puerta y estalló en el cuarto. Una vez arrinconado entre los vidrios que volaron por doquier, el Inti cayó gravemente herido en manos de sus verdugos, quienes, sin dejar transcurrir mucho tiempo, lo trasladaron a las dependencias del Ministerio del Interior, donde le partieron el cráneo a culatazos. .
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Víctor Montoya
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