Es un secreto de familia: la receta fue creada casi de casualidad por el bisabuelo de Pascal Miche, quien vende 34.000 botellas anuales de este elixir dorado en sus tierras en Canadá
En
vez de viñedos, hay un pequeño sembradío de tomates cuidadosamente
seleccionados por este quebequense de origen belga de unos 40 años, que
se instaló en las montañas de Charlevoix, al sur de Canadá, hace siete
años.
Miche,
quien renunció a su antiguo oficio de charcutero para dedicarse a este
proyecto, cuenta que siempre tuvo ganas de producir el vino inventado
por su antepasado, con quien se crió en Bélgica: una bebida para todo
público.
"Quería
terminar lo que mi bisabuelo había comenzado" en los años 30, explica a
la AFP mientras escudriña una de sus 6.200 plantas de tomate que, se
supone, madurarán a mediados de agosto. Ésa será la tercera cosecha
destinada a la producción de un brebaje al que se le puede llamar vino
en América del Norte, pero que deberá elegir otro nombre si aspira a ser
comercializado en Francia, donde sólo la uva puede transformarse en
vino.
Sin
embargo, Miche cuida sus tomates como los vitivinicultores a sus uvas.
E, incluso, el proceso al que los somete es similar al que siguen los
frutos de la vid: machacado, licuación, maceración, presión.
Miche
parece un viñador de Beaujolais o de California cuando habla de sus dos
productos: un vino seco y otro suave que se parecen más a un Pineau des
Charentes que a un Chardonnay blanco.
Tomates sabrosos y resistentes
Para
poder denominar vino a su elixir, Pascal Miche debió primero demostrar a
las autoridades locales que el tomate es una fruta. "Tuve que
remontarme hasta el siglo XV para rastrear las diferentes variedades de
tomates", explica.
Luego,
probó 16 especies de tomates para seleccionar las seis que se adaptan
mejor al clima extremo de Quebec y a la altitud. Entre ellas, están los
rojos de la variedad Subarctique, los amarillos, y los negros Black
Cherry, excelentes por su rendimiento y cualidades gustativas, que Miche
mezcló para crear su vino bautizado Omerto, una suerte de homenaje a su
bisabuelo Omer, cuenta.
De
la tierra a la botella, la transformación del tomate en vino toma cerca
de nueve meses antes de convertirse en un líquido claro de tono dorado,
con 18% de alcohol. No queda ni rastro del tomate en el producto final,
ni siquiera en el sabor.
La
sommelier Elen Garon, del nuevo hotel-restaurante de tres estrellas La
Ferme, en Baie-Saint-Paul, está luchando para definir el producto, como
la mayoría de sus colegas. Para ella, la bebida de Moche tiene "notas
frutales, un lado picante muy presente y sabor especiado. El dejo de
miel podría ser muy interesante para postres y especias", dice.
Los
clientes que se acercan a degustar el Omerto en las tierras de Moche
suelen ser atraídos por la originalidad de este vino. "Me gusta porque
es un producto que no conocía", bromea Ghislaine Boyer, entusiasta
cliente que llegó al lugar y dijo confiar en el “boca en boca” para
hacer conocer el vino de tomate en Montreal, donde ella vive.
Lo
mismo piensa Miche, que dedica la mayor parte de su energía a promover
la receta de su familia en toda la provincia, presentándola en los
salones de cata y ofreciéndola a unos 25 dólares (20 euros) la botella
de 375 ml en unos pocos puntos de venta en Quebec.
Por
ahora su vino de tomate se comercializa sólo en Canadá, pero Moche está
trabajando en proyectos de distribución en los Estados Unidos y Europa,
en especial en Francia, Alemania y el Benelux.
Fuente: AFP
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