Un Reino Unido sin Escocia
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Si Escocia vota Sí…
Parece posible que los escoceses voten que quieren abandonar el Reino
Unido en el referéndum del día 18. Las consecuencias del Sí a la
independencia son inimaginables, pero no se limitarían a las Islas
Británicas. Un Sí no solo sacudiría la política británica, sino que
también aumentaría la probabilidad de que el resto del Reino Unido (RRU)
se saliera de la UE, alimentaría el separatismo en otros países
europeos y disminuiría el peso mundial de lo que quedara de Gran
Bretaña.
La escisión escocesa causaría problemas al Partido Conservador. Sería
la segunda vez que es responsable de que una parte de las Islas
Británicas abandone el Reino Unido. Irlanda obtuvo la independencia en
1922, pero suele olvidarse que, cuando los irlandeses exigieron el
autogobierno a finales del siglo XIX y principios del XX, la mayoría de
ellos no deseaba la independencia. Los gobiernos liberales intentaron
concederles la autonomía en varias ocasiones, pero los conservadores se
lo impidieron en la Cámara de los Lores. La situación se prolongó
durante decenios, hasta empujar a los irlandeses (salvo los protestantes
de Irlanda del Norte) a reclamar la independencia.
El primer ministro conservador, David Cameron, cargará con parte de
la responsabilidad si se separan los escoceses. Es él quien aceptó el
calendario del primer ministro escocés, Alex Salmond (celebrar el
referéndum en 2014 y no en 2013 le ha dado al Partido Nacional Escocés
(SNP) más tiempo para obtener apoyos), una pregunta que, aun con la
modificación hecha por la Comisión Electora, favorece al SNP (“Debe ser
Escocia un país independiente”), y la exclusión de nuevas transferencias
de poderes como tercera opción en la papeleta (que habría reducido el
número de Síes).
Las políticas de austeridad del gobierno de Cameron también tienen
parte de culpa de que los conservadores tengan tan malísima imagen en
Escocia. Uno de los argumentos más poderosos a favor de la independencia
es que el Reino Unido es un país cada vez más de derechas, thatcheriano
y lleno de desigualdades. Es una afirmación exagerada, pero que ha
permitido a los nacionalistas afirmar que, si Escocia quiere emular a
los países nórdicos, modernos, socialdemócratas y con principios, debe
separarse de la Gran Bretaña tory.
De modo que Cameron sufriría presiones para dimitir, pero quizá
llegaría a trompicones hasta el final de su mandato, cada vez más
incapaz de controlar a los poderosos euroescépticos de su partido. Si
Cameron dimitiera, su sustituto tendría seguramente que adoptar una
postura más contraria a la UE para poder ser elegido líder, y el partido
podría empezar a plantear demandas radicales de reforma de la Unión que
otros gobiernos europeos no querrían o no podrían conceder, por lo que
la conclusión sería que los conservadores recomendarían votar No en un
referéndum sobre la posibilidad de seguir perteneciendo a la UE.
Ed Miliband, el líder laborista, también saldría perjudicado de un Sí
escocés. Su popularidad en Escocia no es muy superior a la de Cameron.
El aumento reciente de los apoyos al Sí procede sobre todo de votantes
suyos en zonas obreras, que no sienten ningún entusiasmo por la
perspectiva de otro gobierno laborista en Westminster con Miliband de
primer ministro. Si se va a celebrar el referéndum es solo porque el
Partido Laborista –la fuerza tradicionalmente dominante en Escocia– se
ha convertido en un ente tan gris y aburrido que el SNP ganó las
elecciones en 2007.
Ahora bien, al margen de los fallos de Cameron y Miliband, la campaña
escocesa refleja unas tendencias más amplias que se observan en toda
Europa. El populismo, en gran parte nacionalista, está en ascenso en
muchos países europeos. En Gran Bretaña, en las últimas elecciones
europeas, el Partido de la Independencia del Reino Unido de Nigel Farage
(UKIP) obtuvo más votos que el Conservador y el Laborista. El SNP de
Salmond tiene diferencias importantes con el UKIP: no muestra la misma
animadversión hacia la UE y la inmigración. Pero los dos aprovechan la
hostilidad hacia Westminster, las élites y los partidos políticos (y
tanto Farage como Salmond han elogiado con matices a Vladímir Putin). Y,
si bien muchos de los que hacen campaña por el Sí son jóvenes e
idealistas y buscan un nuevo tipo de política, su campaña, como la del
UKIP, está recibiendo enorme apoyo de votantes que no están tan
preparados y ven peligrar su futuro.
El resto del Reino Unido tal vez sería más de derechas y más
euroescéptico que el actual y, por consiguiente, tendría más
posibilidades de abandonar la UE. El Partido Conservador siempre se ha
declarado unionista, pero no tiene más que un parlamentario escocés y
ocho en Gales, y no participa en las elecciones de Irlanda del Norte. Es
probable que un partido que estuviera más centrado en Inglaterra y para
el que el UKIP fuera un adversario fundamental se convirtiera en un
defensor más descarado del nacionalismo inglés.
Aunque Ed Miliband ganara las elecciones generales de mayo de 2015,
su gobierno tendría poca legitimidad si su mayoría dependiera de los
parlamentarios escoceses, como seguramente ocurriría. Habría que
celebrar unas nuevas elecciones cuando Escocia se separara del Reino
Unido, que, según el SNP, sería en marzo de 2016. A los laboristas les
costaría mucho más obtener una mayoría parlamentaria sin sus escaños
escoceses. De modo que el Sí en Escocia aumentaría las probabilidades de
que hubiera otra vez un gobierno conservador y, por tanto, un
referéndum sobre la UE (los laboristas, como los demócratas liberales,
se oponen a la consulta si no se traspasan más poderes a la UE). A falta
de cinco millones de escoceses relativamente proeuropeos, sería más
difícil que los europeístas del RRU derrotaran a los escépticos.
Los británicos proeuropeos que confían en que ganarían ese referéndum
van a aprender alguna cosa de la campaña escocesa. Cuando unos hombres
de mediana edad y bien trajeados les dicen a los votantes que la
independencia va a repercutir en menos inversiones extranjeras directas y
más inestabilidad económica, muchos lo oyen con indiferencia. Los
consejos de las clases dirigentes se reciben con frecuencia como algo
dicho en tono de superioridad. La campaña del No en Escocia se ha
centrado en la economía y ha tratado de inspirar en la gente el miedo a
lo desconocido. Solo al final ha intentado presentar un relato positivo
de los beneficios que supone la unión para todas las partes.
La lección más evidente para un posible referéndum sobre la UE es que
los europeístas no deberían hablar solo de la economía y los aspectos
negativos. Sin embargo, es mucho más difícil construir un relato
positivo sobre la UE que sobre Gran Bretaña. Ingleses y escoceses tienen
una historia común y han hecho muchas cosas juntos; no se han peleado
desde la batalla de Culloden, en 1746. Mientras que hace solo 70 años
que los británicos estaban luchando contra otros europeos, y los logros
de la UE –como la paz y la prosperidad– no parecen emocionar a muchos
británicos.
Impacto en el resto de Europa
Un Sí escocés causaría conmoción en otros países europeos, en
particular en los que tienen movimientos separatistas. Los separatistas
catalanes ya consideran que el referéndum escocés, sea cual sea el
resultado, es una victoria, porque se les ha permitido votar. El
gobierno catalán, encabezado por Artur Mas y su partido Convergència i
Unió, moderado, quiere celebrar un referéndum en noviembre de 2014, pero
el Ejecutivo del partido Popular en Madrid se niega autorizarlo. Esa
obstinación está empujando cada vez a más catalanes a apoyar la
independencia.
Si el Gobierno de Madrid y el Tribunal Constitucional continúan
impidiendo la consulta, es posible que Mas la celebre de todas formas o
que convoque elecciones. Los escándalos financieros han debilitado a su
partido, por lo que Esquerra Republicana de Catalunya, más extremista,
tendría muchas posibilidades de formar gobierno. Esquerra ha prometido
declarar la independencia si no se autoriza el referéndum. Un Sí en
Escocia envalentonaría a los catalanes, sin duda, les animaría a
insistir en la independencia y complicaría aún más la crisis
constitucional de España. Y lo que suceda en Escocia y Cataluña tendrá
repercusiones en País Vasco, Flandes y otras regiones de la UE.
Si Escocia se escinde del Reino Unido tendría que solicitar la
entrada en la Unión Europea. La integración de una Escocia independiente
sería mucho más compleja y se prolongaría mucho más de lo que imagina
el SNP. Como ha señalado
John Kerr, Escocia no podría incorporarse hasta que hubiera acordado
las condiciones con cada uno de los 28 Estados miembros, que tendrían
que ratificar por unanimidad el tratado de adhesión. Sería técnicamente
muy difícil, aunque tal vez no imposible, garantizar que las empresas y
los ciudadanos escoceses no perdieran las ventajas de la pertenencia
durante el periodo entre la independencia del Reino Unido y su
integración en la Unión.
Muchos asuntos entre la UE y Escocia no podrían resolverse hasta que
ésta y el RRU acordaran los términos de su separación. La cuestión de la
moneda sería un problema en ambas negociaciones. Escocia no podría
entrar en la Unión sin unirse al euro. Pero, si quisiera verlo como un
objetivo a largo plazo y, mientras tanto, tener su propia moneda o
utilizar la libra, tal vez los Estados miembros de la UE se lo
permitirían. Sin embargo, Londres no permitiría que Escocia utilizara la
libra ni que el Banco de Inglaterra fuera su prestamista de último
recurso a no ser que Edimburgo cediera unos poderes considerables en
materia de política económica.
Como cualquier otro país que solicita la entrada en el club,
Escocia descubriría que debe cumplir las condiciones impuestas por los
demás Estados miembros y las instituciones de la UE. Por ejemplo,
Escocia no obtendría ninguna parte del reembolso que recibe el Reino
Unido en su aportación al presupuesto de la Unión. España, por ejemplo,
no tendría ninguna prisa en demostrar a Escocia que la independencia
puede obtenerse fácilmente y con rapidez (y quizá se cobraría el precio
en derechos de pesca).
Al mismo tiempo que se llevasen a cabo las difíciles negociaciones
entre el RRU y Escocia y la UE y Escocia, Reino Unido, gobernado por los
conservadores, podría intentar lograr un nuevo acuerdo con la UE y,
tras un referéndum en 2017, quizá la salida. Entonces la UE podría
aparcar durante un tiempo la petición escocesa para tratar de resolver
un problema mucho más importante (para la mayoría de los gobiernos), el
de la salida del RRU.
Tanto si Reino Unido se quedara en la UE como si no, la pérdida de
Escocia reduciría su peso internacional, un peso que ya ha disminuido en
los últimos años. El gobierno dirigido por los conservadores ha tenido
una actitud menos enérgica en política internacional que sus
predecesores laboristas, en parte porque la opinión pública mira con
escepticismo el activismo en este ámbito (después de las guerras de Tony
Blair en Irak y Afganistán) y, en parte, por la resistencia de los
conservadores a perseguir objetivos internacionales a través de la UE.
El Reino Unido ha tenido una actitud relativamente pasiva durante la
crisis de Ucrania y Rusia (por lo menos en sus primeros momentos) y el
ascenso del Estado Islámico en Oriente Medio.
No obstante, la separación de los escoceses causaría un daño mucho
mayor. Otros países reaccionarían con una mezcla de compasión y
escarnio. Las Fuerzas Armadas y el servicio diplomático del RRU, que ya
sufren recortes presupuestarios del Gobierno, tendrían que reducirse
todavía más, con lo que perderían su papel destacado en la OTAN y la UE.
Durante la negociación de los detalles de la independencia –incluida la
necesidad de repartir todos los bienes comunes–, al gobierno del RRU
podría resultarle difícil prestar atención al mismo tiempo a las crisis
internacionales.
El SNP se ha comprometido a deshacerse de los submarinos Trident que
tienen su base en Faslane, en el fiordo del Clyde. Pero el coste de
construir una nueva base para submarinos en Inglaterra sería inmenso, y
quizá inclinaría la balanza de la discusión en Londres, donde la clase
política está cada vez más dividida sobre la conveniencia de conservar
un arma disuasoria nuclear o eliminarla. Cualquier decisión de abandonar
o reducir su número empeoraría la imagen del RRU en Estados Unidos. Y
todos esos cambios harían que a Gran Bretaña le fuera más difícil
defender su derecho a conservar su asiento en el Consejo de Seguridad de
la ONU (aunque no se le puede obligar a cederlo). Que el Reino Unido
siga teniendo un puesto permanente y capacidad de veto ya parece un
anacronismo cuando potencias como India, Brasil, Alemania y Japón no
tienen ninguna de las dos cosas.
Incluso en el caso de que Escocia vote No, habrá grandes
consecuencias. No parece que un No consiguiera zanjar la cuestión, sobre
todo si la diferencia de votos es muy pequeña, como parece que va a
suceder. Aunque en 1980 se celebró un referéndum en el que el 60% de los
québécois votaron permanecer en Canadá, 15 años más tarde se celebró otro en el que los separatistas perdieron por una mínima diferencia.
Los conservadores, laboristas y demócratas liberales han prometido
que, si gana el No, pondrán en marcha el traspaso de competencias
fiscales y otros poderes al Parlamento escocés. Es muy posible que eso
provoque el resentimiento entre los ingleses. Si los escoceses consiguen
unas condiciones especiales, ¿por qué no ellos? Si se transfirieran más
poderes, sería aún más urgente dar respuesta a la cuestión inglesa:
¿Por qué tienen que votar los parlamentarios escoceses en Westminster
sobre asuntos que están transferidos a Edimburgo, cuando los
parlamentarios ingleses no pueden votar sobre esos mismos asuntos en
Escocia? Mientras tanto, Gales y quizá otras regiones reclamarían
también más poderes. El UKIP haría todo lo posible para aprovechar la
sensación de agravio comparativo de los ingleses.
El ascenso del populismo y el nacionalismo seguirá desestabilizando
Gran Bretaña y el resto de Europa mientras las clases dirigentes
tradicionales no se muestren más acertadas a la hora de resolver los
problemas económicos y ejercer una política capaz de inspirar a los
votantes.
La versión original de este artículo fue publicada con anterioridad en la página web del Centre for European Reform. Traducción de María Luisa Rodríguez Tapia.
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