sábado, 13 de septiembre de 2014

El tiempo de la Responsabilidad Social – Desafíos del Desarrollo Sustentable

El tiempo de la Responsabilidad Social – Desafíos del Desarrollo Sustentable

De qué hablamos, cuando hablamos de Responsabilidad Social

El concepto de Responsabilidad Social, o la responsabilidad intrínseca de cada individuo con su comunidad, se remontan a las bases de la filosofía griega de Aristóteles; donde resignar la obligación a participar, cuestionar y tomar roles de gestión pública o política, era visto de la peor forma. Luego la noción de interrelación entre el individuo y su comunidad fue agregando grados de complejidad y volviéndose difusa, en un mundo que fue ganando latitudes, conocimientos, medios de producción; desembocando en una sociedad industrial y de mercado signada por dos rasgos característicos: la delegación o centralización del poder; y el peso relativo de la voluntad individual en las decisiones de producción y consumo.
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Sin desvalorizar el grado de desarrollo alcanzado, ni yendo a contramano del proceso económico, surge la necesidad de agregar a la ecuación del desarrollo y el crecimiento, una ética indelegable, que intente corregir los desequilibrios a los que desembocó el escenario moderno.
El ser humano, por necesidad, se debe relacionar con otros y para ello debe cumplir una serie de reglas de comportamiento, dependiendo del lugar y el tiempo en el que se encuentre; estas obligaciones que cada individuo debe cumplir con los demás se denominan responsabilidades sociales.
En la actualidad, la Responsabilidad Social es considerada una ley blanda, un código no obligatorio, pero no por eso menos vinculante e influyente sobre los propósitos que el futuro se plantea; tal es así, que dentro de los numerosos conceptos y citas que se relacionan pueden nombrarse dos similares, que cumplen totalmente con el fin y permiten ser ilustrativos: La adoptada por la Unión Europea y la suscripta en el código de Normas ISO.
La Responsabilidad Social es la Responsabilidad de una organización por los impactos de sus decisiones y actividades en la sociedad y en el medio ambiente, a través de una conducta transparente y ética que:
  • Contribuya con el desarrollo sostenible, incluyendo la salud y el bienestar de la sociedad;
  • Tome en cuenta las expectativas de las partes interesadas.
  • Cumpla con las leyes y sea compatible con las normas internacionales de conducta;
  • Sea integrada en la totalidad de la organización y puesta en práctica en todas sus relaciones.
Desde esta nueva visión plasmada en las definiciones,  se pone de manifiesto que la Responsabilidad Social es exigible, contrastable y oponible al valor otorgado y perseguido por los demás miembros la comunidad. Superando de esta manera una visión de Responsabilidad Social Empresaria más asociada a lo filantrópico, que encontró en el marketing y la publicidad material para mercantilizar; y alejó a extremos opuestos, en términos de ética, los propósitos a los que se buscaba arribar.
Ejemplo de lo expuesto, resulta la definición de RSE suscripta en 2001 en el Libro Verde de la Unión Europea y que fue blanco de numerosas críticas, donde la responsabilidad social se limitaba a un libre compromiso voluntario más allá de toda obligación jurídica, dependiente del buen querer de las organizaciones, sin ninguna posibilidad de exigir rendición de cuentas.
De manera metafórica puede decirse que la Responsabilidad Social Empresaria como concepto dominante ha sucumbido a la aparición de un nuevo concepto superador, la Responsabilidad Social de las Organizaciones; la que busca no delegar el rol activo en el sector empresario, sino influenciar en todos los estamentos de la comunidad y la sociedad civil, en la búsqueda de conseguir un mundo más solidario, comprometido y humano.
Las bases de la economía social 
El economista Argentino, Bernando Kliksberg, referente mundial en temas de Sustentabilidad y Responsabilidad Social,  pone el foco en siete “escándalos éticos” a los que se enfrenta el mundo; asimetrías tan grandes que obligan a repensar el compromiso de cada uno de los habitantes con el entorno, y es ahí donde la Economía Social consigue su sustento.
El mundo presenta un “hambre inexplicable”, donde 1/6 de la población mundial sufre problemas alimenticios relacionados a la desnutrición, en un mundo con la capacidad técnica de producir alimentos para casi el doble de sus habitantes. Exacerbado por el aumento del precio de los alimentos, que afecta de manera directa a la mitad del mundo que gasta el 80% de su presupuesto en alimentos.
Existe un preocupante “déficit de agua potable e instalaciones sanitarias”. 900 millones de personas no tienen acceso al agua potable y 2.600 millones viven en zonas sin redes de instalaciones sanitarias. Su influencia sobre la salud pública es determinante. En América Latina, a pesar de ser poseedora de casi la mitad de aguas limpias del mundo, 50 millones de personas no tienen acceso al agua potable.
Se verifican “elevadas tasas de mortalidad infantil y mortalidad materna”. Frente a un mundo que se propuso llegar a 2015 con una tasa de 3 cada cien niños con 5 años cumplidos, respecto a una tasa de mortalidad infantil de 10 cada cien en 1990; aún hoy se lamentan 7 fallecimientos de cada cien. Respecto a las madres, el panorama arroja similares características, de 480 madres fallecidas cada 100.000 nacimientos en 1990, se propuso llegar a 2015 con una tasa de 120 cada 100.000; pero aún hoy se evidencian 350 cada cien mil.
Los “Déficits en Educación”, también resultan alarmantes. Mientras los países donde se evidencian las inversiones sostenidas y de largo plazo en la materia, como los países escandinavos, arrojan las tasas más altas de avance tecnológico, estándar de vida e igualdad; en el mundo en desarrollo 121 millones de habitantes no concurren a la escuela de manera regular, con un marcado sesgo hacia las mujeres, dado que 2/3 de los analfabetos son mujeres. En América Latina solo el 50% de la población termina la escuela secundaria y la diferencia entre clases sociales es apabullante.
La OIT denomina “La generación perdida” a los jóvenes que atraviesan la crisis económica actual; dado que no han podido insertarse en el mercado laboral y no han terminado sus estudios secundarios. Las tasas de desocupación joven duplican a la general en la mayoría de los países; exacerbado por el hecho de que los jóvenes profesionales comienzan a aceptar trabajos menos calificados, y por ende corriendo a los sectores vulnerables a la informalidad y precarización laboral.
Persiste la “Discriminación de Género”, a pesar del enorme avance en la materia, ante iguales responsabilidades laborales, la remuneración del hombre es un 30% más alta que la de la mujer. Y recae sobre las mujeres la responsabilidad del “cuidado del hogar” por mandato cultural, aun cuando se ha ido equiparando la carga horaria laboral de ambos miembros de una familia. Dentro de la misma temática, la violencia de género ocupa un lugar determinante de la agenda.
Por último, resulta de enorme urgencia tomar conciencia del “cambio climático”. Aun cuando se contemple el grado relativo de incidencia de la acción del hombre respecto al ecosistema; no existe discusión respecto al desequilibrio y daño generado por dicha acción y su consecuencia.
En un mundo donde la evidencia de fenómenos climatológicos potenciados, comienza a volverse frecuente; y las zonas de mayor incidencia se presentan en los países en desarrollo; se vuelve de primer orden comenzar a trabajar en la tendencia que cambie este presente.
La hora de la acción
Durante mucho tiempo, los siete “escándalos éticos” se presentaron como los resultados del sistema económico dominante, como los desafíos pendientes, como el costo necesario para transitar el camino al desarrollo. Hoy la academia comienza a postular  tomarlos como objetivos, como las metas de cualquier plan de acción y como la responsabilidad indelegable de todos los ciudadanos de un mundo con exageradas desigualdades.
Desde este punto de vista, se postula como primera premisa la formulación de políticas públicas que alienten el crecimiento mediante generación de empleo, priorizado la economía real, aún en detrimento de las políticas que pugnan por la disciplina fiscal.
En los últimos 50 años el sector financiero ha ganado muchísimo terreno en la consideración de las políticas, debido a su enorme participación y su rol crucial en la tracción de la totalidad de la economía, lo monetario bregaba por la estabilidad general de los precios. Hoy se comienza a pensar en políticas que desde lo monetario y lo fiscal, apunten a generar trabajo y producción.
No es la primera vez que se plantean ideas en esta dirección, pero esta vez tiene la particularidad de darse en un mundo que cuenta con gran parte de los recursos y la producción, pero sufre un enorme problema de desigualdad y distribución.
Un eje central de estos programas resulta el trabajo de las cooperativas, que son las organizaciones donde el trabajo se auto gestiona de manera democrática, presidido por un credo de valores éticos y solidarios. Y de estos sectores es de donde ha surgido la Economía Social.
La ONU nombró el año 2012 el año de las cooperativas, considerando su gran rol en el tratamiento de la pobreza y bajo la estimación de que 1.000 millones de personas trabajan en alguna organización que funciona bajo esta forma. Actualmente contribuyen en el 10% del producto mundial, pero se busca mediante fomento crecer su participación a 25% para 2025. 
En síntesis, ésta es la perspectiva que relaciona la política activa del estado, fomentando el crecimiento mediante generación de empleo, priorizando lo educativo, lo cultural, la salud y lo sustentable. Y promoviendo organizaciones comprometidas con los valores éticos, democráticos y solidarios.
En un mundo donde se traza como objetivo el resolver los costos de la actualidad, comprometerse a ser parte de la solución resulta indispensable, necesario, trascendente, y tentador…

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