jueves, 19 de junio de 2014

El Paso de Los Andes (I)

El Paso de Los Andes (I)

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Ni más asiento que las calaveras de las bestias, que para racionar las tropas habían matado"




El Paso de Los Andes es la proeza más extraordinaria que enaltece las páginas de la historia militar. Grandes escritores le han prodigado loas, tanto por la valentía y arrojo de sus participantes como por los obstáculos severos de la naturaleza en la época invernal, cuando el cielo parece derramar todo su caudal incalculable de agua sobre la tierra.
El político e historiador francés Adolfo Thiers, al referirse al histórico Paso de Los Andes por Napoleón, que "fue esta empresa superior a la de Anibal".
"A las aventuras inmortales de Barca y de Bonaporte ha sido comparada-entre otros por Carlyle- la de los ventisqueros de Pisba, en las alturas andinas, trajo de las cálidas llanuras que bañan el Apure y el Cauca al corazón misma de la Nueva Granada la libertad y la vida; cuando -para valernos de la frase admirable del General Santander- "ese hombre -Bolívar- se hizo superior a todos los hombres" (Fabio Lozano y Lozano, colombiano, en Versiones de la Guerra de la Independencia).
El Paso de Los Andes por Bolívar en 1819, es por antonomasia el Paso de Los Andes, ha dicho en forma lapidaria esa cumbre de la literatura y del pensamiento americano José Enrique Sodó, "Otros pasos de montaña pueden haber más hábiles y de más ejemplar estrategia, ninguno tan audaz, ninguno tan heroico y legendario".
El profesor de la Universidad de Yale, destacado historiador de los Estados Unidos, abismado por ese acontecimiento, quiso verificar con sus propios ojos lo que han narrado otros importantes escritores, y resolvió recorrer el Páramo, pero en pleno verano, y sobre el particular dijo: "Al conocer por mí mismo las dificultades de la famosa marcha de Bolívar, he llegado a la conclusión de que todavía no se ha dicho a tal respecto la mitad de lo que puede decirse".
"¡Qué vuelo de cóndores!", exclama el notable escritor e historiador venezolano Don Rufino Blanco Fombona, quien dejó plasmado en varios de sus libros las impresiones de heroísmo, inteligencia y genio del Libertador Simón Bolívar.
En febrero de 1819, El Libertador se encontraba en Angostura, desde donde se dirige a Los Llanos para reorganizar sus tropas y hacerle frente a las fuerzas del jefe español Pablo Morillo. Ya en su mente latía la idea de invadir la Nueva Granada, y una vez ésta liberada, con tropas debidamente equipadas y experimentadas, volver a Venezuela con el fin de dar cuantas batallas fuesen necesarias para alcanzar la independencia nacional.
Pronto entrará la época de lluvias que favorecerían a los soldados venezolanos, expertos en la lucha en esas situaciones, y desfavorables para los realistas, como bien lo comprende el mismo Morillo, cuando se dirige al ministro de Guerra español, en estos términos: "Atravesamos días enteros pantanos y lodazales, pasando ríos y caños con el agua hasta la cintura… y son muchos los heridos por las rayas y los peces llamados caribes y tembladores, siendo hasta ocho, devorados por los caimanes". (JA Cova en el Superhombre, Vida y Obra de Bolívar).
Trazada la estrategia de combate. Guerra de sorpresas, guerrillas y montoneras, conquistando de esta manera los patriotas triunfos importantes, entre otros, la batalla Las Queseras del Medio, en la que el General José Antonio Páez infringe una aplastante derrota al General Pablo Morillo. El invierno recrudecía, arroyos que apenas tenían agua en verano, inundaban las sabanas. "No hay más enemigo que la naturaleza. Este enemigo no espanta a Bolívar. Los realistas no pensaban en esta audacia, en esta temeridad de los ejércitos de Bolívar. Tranquilos descansaban los del rey en sus cuarteles de invierno, mientras los libertadores se disponían llenos de fe y esperanza a partir a donde los llevara Bolívar, su caudillo". (Bolívar sin Espada, del colombiano Ricardio Sabio, Pbro.)
El biógrafo Guillermo Ruiz Rivas, narra también las penalidades soportadas por el ejército en esas marchas heroicas por Los Llanos inundados, hasta llegar a donde comienza a empinarse la cordillera andina. "La primera etapa estaba ya cumplida, pero faltaba la peor, subir ahora las cumbres enhiestas, rebasar los páramos, soportar la ventisca helada que calaba los huesos, trepar por flancos resbaladizos bordados de pavorosos abismos".
Bolívar tenía el plan muy secreto de atravesar Los Andes por la ruta más difícil, casi inaccesible. Para ello, convoca a su Estado Mayor para discutir con sus oficiales y analizar con ellos tan audaz hazaña. Por unanimidad se aprobó el plan, después de prolongada discusión. La reunión se realizó en el punto llamado "Llano de Miguel". "No había una sola mesa - dice O´Leary - en aquella choza, ni más asiento que las calaveras de las bestias, que para racionar las tropas habían matado, no hacía mucho una guerrilla realista. Sentados en esas calaveras, iban aquellos jefes a decidir los destinos de América",
Anota Gil Fortoul, en su Historia Constitucional de Venezuela, que "Al emprender su más brillante campaña, Bolívar tenía 36 años de edad; Revenga, su secretario General, 37; Soublette, Jefe de Estado Mayor, 39; Santander, quien mandaba la División de Vanguardia, 28; Anzoátegui, Comandante de la Retaguardia, 30. Estos iban con poco más de dos mil soldados a subir Los Andes, destruir un aguerrido ejército español, ocupar a Bogotá y fundar la Gran Colombia; no era mejor en sus corazones la audacia de los conquistadores del siglo XVI". Asistieron también a esa Junta del Estado Mayor de Bolívar, Pedro Briceño Méndez, Juan José Rondón, Lucas Carvajal, Leonardo Infante, Ambrosio Plaza, Jacinto Lara, Julián Mellao, Diego Ibarra, el inglés Jaime Roock, Rangel y Pedro León Torres, quienes una vez juramentados por El Libertador, se confundieron en un abrazo de fraternidad, henchidos de esperanza, y entusiasmo extraordinario, dispuesto a arriesgar sus vidas en aras de la Independencia de Colombia la Grande. "Aquellos hombres nacidos y criados en climas y vestidos de tal manera, eran los que debían atravesar y obrar en climas excesivamente fríos… el llanero que nunca había recibido la impresión de un aire templado, ese de la luz y del sol, debía pasar el temperamento de Tunja, desnudo, a pie, reducido a nulidad, porque no podía hacer uso de su caballo ni de su lanza…" (Felipe Larrazábal, en Simón Bolívar).

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