¿Qué es un clásico en Ciencias sociales? (Parte I)
En la
actualidad, el origen de la Sociología es asociado inmediatamente con
ciertas obras desarrolladas por teóricos que marcaron la pauta para el
desarrollo y posterior devenir histórico y científico de esta ciencia.
Cuando surge la pregunta ¿qué es la Sociología? se convierte casi en una
obligación recordar la figura y obra de Augusto Comte, Emilio Durkheim,
Max Weber, entre otros, cada uno de los cuales formuló su propia
definición de esta ciencia; también se le atribuye algunos de los
aportes más significativos a la misma a Karl Marx, Talcott Parsons y
Robert Merton que con sus respectivas corrientes teóricas de pensamiento
lograron postularse como representantes imprescindibles dentro del
campo sociológico que con su obra se han llegado a consolidar como
clásicos de la Sociología.
Pero
regresando a la pregunta inicial ¿qué es un clásico? o como diría
Roberto Von Sprecher, (2005: 21)… “de la selección de los autores
clásicos: ¿a qué obras debe atribuirse ese carácter y por qué?”. La
respuesta a dicha interrogante se puede encontrar en uno de los textos
escritos por Jeffrey Alexander (1990: 23) en donde aborda precisamente
el tema acerca de la centralidad de los clásicos definiéndolos de esta
manera: “Los clásicos son productos de la investigación a los que se les
concede ese rango privilegiado frente a las investigaciones
contemporáneas del mismo campo. El concepto de rango privilegiado
significa que los científicos contemporáneos dedicados a esa disciplina
creen que entendiendo dichas obras anteriores pueden aprender de su
campo de investigación tanto como puedan aprender de la obra de sus
propios contemporáneos”.
En otras
palabras, Alexander da a conocer la importancia que tienen las
interpretaciones que de la realidad social han realizado lo autores en
sus obras, hoy en día consideradas como clásicas, ya que aunque nos
remitan a un contexto político, social, económico y cultural diferente
al actual; coadyuvaron a sentar las bases sólidas de la Sociología a
través de conceptos y categorías de análisis (teoría) que los
contemporáneos pueden utilizan para seguir en sintonía con esas
formulaciones teóricas ya sea modificándolas, mejorándolas u
otorgándoles otra interpretación con el propósito de que la ciencia
sociológica continúe su evolución por medio de nuevos enfoques y
planteamientos.
Sin
embargo; no todo como es costumbre en las Ciencias Sociales en general y
en Sociología en particular, conlleva un consenso sino más bien se
provoca cierto choque de contrarios u opuestos que dan origen a
perspectivas de análisis distintas lo que trae como consecuencia el
desacuerdo y la defensa a la opinión propia; en este caso específico
acerca de los clásicos han surgido dos posturas que, contrarias al punto
de vista de Jeffrey Alexander que se abordará más adelante, niegan la
importancia atribuida a los clásicos arguyendo que aquéllos se han
vuelto obsoletos en relación a las demandas de los problemas sociales
actuales. A continuación se presentan esas dos posturas: la empirista y
la historicista.
Crítica empirista a la centralidad de los clásicos
“Para los
partidarios de la tendencia positivista, significa que, a largo plazo,
también la ciencia social deberá prescindir de los clásicos; a corto
plazo tendrá que limitar muy estrictamente la atención que se les
preste. Sólo habrá que recurrir a ellos en busca de información
empírica”. Estas conclusiones se basan en dos supuestos. El primero es
que la ausencia de textos clásicos en la ciencia natural indica el
status puramente empírico de ésta; el segundo es que la ciencia natural y
la ciencia social son básicamente idénticas”. (Alexander, 1990: 24).
Al
parecer, los positivistas todavía no han superado la idea de los padres
fundadores de la Sociología entre los que destaca Augusto Comte para
quien las ciencias sociales para ser consideradas científicas y
objetivas debían parecerse a las ciencias naturales; además en la idea
anterior se da a entender que las ciencias sociales carecen de un status
empírico y que por lo tanto siguen empeñadas en recurrir a textos
clásicos, mientras que las ciencias naturales solo poseen paradigmas;
también se observa la idea errónea de expresar que las ciencias sociales
y naturales son idénticas lo que carece de veracidad científica.
Una de las
figuras más destacadas del estructural funcionalismo, Robert Merton,
por su perspectiva ahistórica ha negado la centralidad de los clásicos
rechazando la fusión de ciencia e historia. Las ideas expuestas por
Merton, encajan con la crítica empirista ya que “criticaba lo que
llamaba la mezcla de la historia y sistemática de la teoría sociológica.
Su modelo de teoría sistemática eran las ciencias naturales, y
consistía, según parece, en codificar el conocimiento empírico y
construir leyes de subsunción. La teoría científica es sistemática
porque contrasta leyes de subsunción mediante procedimientos
experimentales, acumulando de esta forma conocimiento verdadero. En la
medida en que se dé esta acumulación no hay necesidad de textos
clásicos”. (Alexander, 1990: 24). Merton también propone “convertir los
textos clásicos en simples fuentes de datos y/o teorías no contrastadas,
es decir, hacer de ellos vehículos de ulterior acumulación o que éstos
sean estudiados como documentos históricos”. (Alexander: 1990: 26).
Lo contradictorio del pensamiento de Merton es que ahora él y su obra son considerados clásicos.
Crítica historicista a la centralidad de los clásicos
“Este es
el enfoque historicista de la historia intelectual relacionado con la
obra de Quentin Skinner, al que se deben importantes incursiones en la
discusión sociológica. La particular importancia de esta crítica se debe
al hecho de que la crítica al reduccionismo empirista contemporáneo de
la ciencia social se ha originado en las humanidades”. (Alexander, 1990:
66).
Dicha
perspectiva historicista considera oportuno que la recurrencia a los
textos clásicos debe considerarse solamente desde un punto de vista
histórico; por lo que las investigaciones tenderían a ser más
explicativas que interpretativas.
Los
supuestos en los que se basa esta postura consisten primero, en el
contexto singular versus el contexto infinito en donde se afirma que el
lenguaje empleado en determinada obra histórica puede revelar el
universo intelectual de la misma; el segundo, la intención transparente
versus la intención opaca, en donde se considera que las intenciones así
como los contextos son recuperables y tercero, textos explícitos versus
textos multivalentes, en donde se supone que investigar los textos
conlleva a averiguar lo que pensaron los agentes históricos genuinos.
Una de las
objeciones que se pueden presentar en torno a esta crítica
historicista, radica en que aunque si bien es cierto que el lenguaje
puede dar referencia del contexto histórico en el cual se enmarca una
obra, éste no puede coadyuvar a recuperar todo el contexto
sociohistórico de la misma. En cuanto a la recuperación de la intención
del autor de determinada obra aunque dicha intención se puede
interpretar no es posible hablar de una recuperación como tal; ya que en
el psicoanálisis se ha demostrado que ni siquiera los mismos autores
conocen todo el alcance de sus propias intenciones. Y por último, según
Skinner los textos son explícitos, sin embargo; éstos son multivalentes
en el sentido de que pueden tener muchas valoraciones tanto
interpretaciones se haga de ellos.
Completando
las críticas dirigidas a la centralidad de los clásicos no puede
dejarse sin mención la postura de José Joaquín Brunner a quien se
dedicará el apartado posterior.
¿Para qué estudiar a los clásicos?
La
pregunta que encabeza este apartado debe interpretarse no sobre la
importancia de los textos clásicos sino con cierto aire de ironía sobre
¿por qué estudiar a los clásicos si éstos han quedado obsoletos? Esta
idea que afirma que el discurso de la sociología se ha agotado se le
atribuye a José Joaquín Brunner, doctor en sociología, quien plantea que
“esa disciplina debe seguir un camino cuantitativo y acumulativo como
las ciencias naturales; pero también debe hacer literatura o considerar
como una rama de la sociología a la novela contemporánea o, simplemente
diluirse en la novela contemporánea”. (Osorio, 2000: 163).
La primera
postura se localiza en el empirismo y el positivismo, crítica que ya se
abordó en apartados anteriores, en donde se otorga primordial realce a
la acumulación de datos, información y estadísticas semejantes a algunos
informes elaborados por el Banco Mundial; como se puede observar el
descrédito de la sociología en esta postura es tal que se considera que
recurriendo a esos informes se encontrará mayor acercamiento a la
realidad que a través de esta disciplina. Respecto a la segunda postura
cabe mencionar que según Brunner en las narraciones de las novelas
contemporáneas se encuentran de forma más detallada las interacciones
sociales así como las relaciones entre los individuos y su entorno que
en los estudios sociológicos.
“Los
clásicos desde esta perspectiva brunneriana no tienen nada que decir
(“su lenguaje ha dejado de hablar”) y el interés por sus obras se limita
a aportar información para caracterizar una época”. (Osorio, 2000:
164).
En
conclusión, se puede decir, “que la propuesta de Brunner se ubica en el
campo de viejas disputas respecto al lugar y modo de operar de las
disciplinas sociales: ¿su quehacer debe seguir el camino de las ciencias
naturales o, por el contrario el de las humanidades? (Osorio, 2000:
163).
Se pueden añadir a estas perspectivas que relegan a los clásicos al olvido, las siguientes aclaraciones:
“Y es que
cualquier ciencia, y la sociología también, sólo progresa si cuestiona
permanentemente sus propios puntos de partida”. (Cardús i Ros, 2003:
196).
…“los
análisis sociológicos tienen fecha de caducidad porque la potencia
crítica de una teoría es precaria, tanto porque se refiere a las
realidades sociales de un tiempo y un espacio determinados como porque
el poder suele acabar integrando sin demasiadas dificultades todo
discurso crítico para convertirlo en ideología conservadora”. (Cardús i
Ros, 2003: 196).
Habiendo
profundizado acerca de las posturas críticas que se oponen a la
centralidad de los clásicos, también resulta clave como parte de este
análisis conocer las posturas teóricas que rescatan la importancia de
estos textos y por ello, se presenta a continuación la perspectiva de
Jeffrey Alexander y la de Jaime Osorio.
Jeffrey Alexander: en defensa de los clásicos
Jeffrey
Alexander sale en defensa de los clásicos desde la corriente
post-positivista que rehabilita los aspectos teóricos contraria a la
corriente positivista que reduce la teoría a los hechos. Con tal
intención Alexander sostiene cuatro postulados fundamentales:
- Los datos empíricos de la ciencia están inspirados por la teoría. La distinción teoría/hechos no es epistemológica ni ontológica sino es una distinción analítica. La distinción analítica se refiere a observaciones inspiradas por aquellas teorías que consideramos que poseen mayor certeza.
- Los compromisos científicos no se basan únicamente en la evidencia empírica.
- La elaboración general, teórica, es normalmente horizontal y dogmática y no es escéptica y progresiva. Cuando una posición teórica general se confronta con pruebas empíricas contradictorias que no pueden ignorarse, procede a desarrollar hipótesis ad hoc y categorías residuales. De esta manera, es posible explicar nuevos fenómenos sin renunciar a las formulaciones generales.
- Sólo se dan cambios fundamentales en las creencias científicas cuando los cambios empíricos van acompañados de la disponibilidad de alternativas teóricas convincentes. (Alexander, 1990: 31).
Tomando en
consideración los postulados anteriores y atendiendo a la idea de que
en ciencias sociales el discurso se convierte en una característica
esencial, lo que genera diversos debates en torno a cuestiones teóricas y
empíricas, es importante tomar en cuenta “por qué esta forma discursiva
de argumentación recurre tan a menudo a los clásicos. Esta centralidad
se deba a dos razones: la una funcional, la otra intelectual o
científica”. (Alexander, 1990: 42).
Respecto a
la primera razón se puede decir que se origina en la necesidad de
integrar el campo del discurso teórico, es decir, cuando surge un
desacuerdo generalizado dentro de la teoría social, es importante que
exista una base para que los que son partícipes en ese debate puedan
conocer de qué se está hablando, qué es lo que se está abordando, se
refiere a adquirir un lenguaje común para que todos estén inmersos en la
discusión. Y en cuanto a la segunda razón, se hace mención que a la
obras se les concede el rango de clásicas porque han hecho importantes
contribuciones a la ciencia de la sociedad, contribuciones que han
perdurado y que se continúan debatiendo en la actualidad.
La
permanencia de estas obras y de sus respectivos autores se vincula con
la capacidad de interpretación y empatía muy desarrolladas, así como con
su capacidad intelectual y el llamado a la reflexión sobre la
representación y concepción de la realidad social. Ambas
consideraciones, funcionales e intelectuales, otorgan a los clásicos una
importancia central para la praxis de la ciencia social; una vez que
determinada obra adquiere el rango de clásica su interpretación se
convierte en una clave para el debate científico.
Abordando
el tema de las interpretaciones, en una entrevista realizada a Jeffrey
Alexander en México por la Doctora en Sociología Gina Zabludovsky
(1990), el señalado autor hace referencia de ellas diciendo:
“En la
centralidad de los clásicos, sostengo que en las disciplinas sociales no
podemos hablar de los textos en sí mismos, sino más bien de las
interpretaciones que de ellos se han hecho. Nunca quise sugerir que los
textos clásicos resuelven las diferencias interpretativas, sino que son
un vehículo común a través del cual podemos resolverlas. Puesto que, por
definición, las obras consideradas como clásicas constituyen un número
reducido de textos que todos conocemos; su estudio nos permite tener un
lenguaje común a través del cual podemos entender la naturaleza de
nuestros desacuerdos. Es interesante cómo al recurrir a las obras
clásicas cada lector, o conjunto de lectores, argumenta que la
interpretación adecuada del texto es la suya, dando lugar así al
desarrollo de diferentes escuelas y tradiciones empíricas que siguen
distintas interpretaciones. A pesar de esto, creo que el apoyo de
ciertos textos clásicos resulta muy útil para que nos podamos entender
relativamente bien “…
Sobre el proceso de de-construcción de los clásicos, en esa misma entrevista, Alexander señala:
“Para mí
las interpretaciones de los clásicos son en sí mismas estrategias
teóricas, la lectura de los textos nos permite argumentar teóricamente,
éste es mi camino hacia la de-construcción.
El
principal ejercicio que hacen los intérpretes de un texto es
reconstruirlo como una estrategia teórica para presentar evidencias de
una forma particular de concebir el mundo. Un buen texto clásico permite
realizar esta tarea de forma efectiva. Considero que en vez de
limitarnos a estudiar las obras – que obviamente necesitamos todavía
conocer mejor-, nuestra tarea es la de de-construirlas a través del
estudio de tradiciones interpretativas que nos permitan darnos cuenta de
cómo los diferentes textos han sido reconstruidos a través de
interpretaciones. Si quisiéramos ser más honestos y sofisticados
enseñando a los clásicos, siempre deberíamos verlos en relación con los
diferentes marcos interpretativos en contradicción entre sí”.
(Alexander, 1990).
Jaime Osorio: volver a los clásicos
En este
texto, el autor expone el malestar con la teoría en las ciencias
sociales siendo ello la causa de que algunos teóricos no reconozcan la
importancia de los clásicos, ya que la no vigencia de éstos aparece
vinculada a los cambios surgidos en el mundo debido a las
transformaciones e innovaciones tecnológicas, afirmando que las
interpretaciones teóricas acerca del mundo elaboradas en siglos pasados
han quedado obsoletas y que ese mundo al cual se refieren ya no existe.
“La vida
social se mueve en nuestros días de manera vertiginosa, pero la
organización societal sigue siendo, en cuestiones fundamentales,
expresión de una sociedad vieja. Hay aspectos del nuevo mundo que
rezuman premodernidad o, simplemente, modernidad. Por ello, los viejos
problemas, que dieron vida a las ciencias sociales, continúan con total
vigencia en la actualidad. En un cierto sentido, asistimos, por tanto, a
un tiempo de vertiginosa inmovilidad”. (Osorio, 2000: 165).
En
relación a la cita anterior, Osorio comenta que lo que se debate en
realidad no es la vigencia de la sociología sino que el cuestionamiento
de la necesidad o no de la teorización social.
“El campo
de desarrollo más fructífero de la sociología y de las ciencias sociales
se encuentra en demandar discursos que tengan la capacidad de dialogar
entre las explicaciones generales de las sociedad, las miradas macro,
con las explicaciones de rangos menores; que logren integrar los
movimientos estructurales con la capacidad de acción de los sujetos; lo
general con lo particular. Los desarrollos teóricos que se han movido en
estas fronteras son los considerados clásicos en las ciencias sociales y
en la sociología y es el avance teórico en esas fronteras lo que
permitirá contar con cuerpos teóricos de mayor riqueza interpretativa de
la realidad social”. (Osorio, 2000: 168).
Como complemento de la perspectiva de Jeffrey Alexander y de Jaime Osorio se puede mencionar la de Salvador Giner quien afirma:
“Así,
aunque hoy sabemos más que algunos de nuestros pensadores clásicos
acerca de este o aquel aspecto del mundo, en sociología sus esfuerzos
nunca dejan de ser interesantes. Pos esa razón nunca nuestros clásicos
sociológicos acaban de pertenecer solamente a una arqueología que nada
tuviera que decirnos a las gentes de hoy. Con todo lo que está
transformándose día a día en nuestras vidas, continúa siendo interesante
adentrarse en la obra y logros de quienes elaboraron el núcleo de
cierta sociología perennis, mucho antes de que pudieran vivir lo que
nosotros estamos presenciando. Sólo acercándose a sus aportaciones son
humildad y curiosidad se nos desvelará el secreto de por qué aquellas
gentes siguen diciéndonos cosas fundamentales aunque no moraran en el
mundo de hoy”. (Giner, 2004: 12).
En
conclusión se puede decir que los debates en torno a la importancia de
recurrir a los clásicos o no hacerlo todavía continúa ya que hay quienes
consideran, sobre todo los que se ubican en la postura empirista, que
estas obras que han conseguido ese rango privilegiado deben ser
sustituidas por paradigmas en la medida de que el status empírico que se
le otorga a las ciencias naturales radica precisamente en la
acumulación de conocimiento para que surjan nuevos modelos y que por lo
tanto ya no hay razón para tomar en cuenta a los clásicos. Aunque
existen fuertes críticas derivadas de la postura historicista en
relación a la situación obsoleta de los clásicos, hay teóricos que se
empeñan en mantener su defensa a estos textos y rescatar su importancia
como puntos de reflexión o como pautas para engendrar nuevas corrientes
de pensamiento tomando en consideración que éstas son originadas por las
discusiones o desacuerdos que surgen en torno a la interpretación de
esos textos clásicos que son conocidos así por su contemporáneos.
BIBLIOGRAFÍA
- Alexander, Jeffrey C. (1990). La Centralidad de los clásicos. En Giddens, Turner y otros. La teoría Social hoy. Alianza Editorial.
- Cardús i Ros, Salvador. (2003). Qué es, qué hace, qué dice la Sociología. Editorial UOC, págs. 163, 196.
- Giner, Salvador. (2004). Teoría Sociológica Clásica (2da. Ed.) España: Ariel, pág. 12.
- Metapolítica. (2000). Volver a los clásicos, el malestar con la teoría en las ciencias sociales Jaime Osorio. Volúmen 4, págs. 162 – 169.
- Seminario: “Los debates teóricos y metodológicos contemporáneos en Ciencias Sociales” Gina Zabludovsky (ponente) El Colegio de la Frontera Norte, Tijuana, BC, 5 de junio de 2012. Recuperado el 3 de junio de 2014 de http://ginazabludovsky.com/2012/06/05/seminario-los-debates-teoricos-y-metodologicos-contemporaneos-en-las-ciencias-sociales/
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