Desmontando “Una teoría de la clase política española” por Alberto Gil
Artículo de Alberto Gil – Publicado en el blog “Este país de todos los demonios” (http://detodoslosdemonios.blogspot.com.es) el 11/09/2012v.
Estos
días* ha sido objeto de discusión y comentario en las redes sociales y
en los mentideros políticos un artículo firmado por César Molinas en El
País, titulado “una teoría de la clase política española”, en el que el
autor parte de las tesis expuestas porlos economistas Daron Acemoglu y
Jim Robinson en su libro Why nations fail (Por qué fallan las
naciones), para intentar establecer la tesis de que “la clase política”
española se ha constituido en una “elite extractiva” que genera burbujas
en los distintos ámbitos económicos para capturar las rentas de los
actores de cada uno de ellos. Configurado el escenario, propone como
solución el cambio del sistema electoral para pasar del sistema
proporcional, con listas bloqueadas y cerradas hacia otro de tipo
mayoritario (como el vigente en Gran Bretaña), de los denominados first-past-the-post (el
que gana se lo lleva todo), aduciendo que así los políticos tendrían
que estar más vinculados a los electores que los eligen, defendiendo sus
intereses. Este artículo pueden encontrarlo en el siguiente enlace: http://politica.elpais.com/politica/2012/09/08/actualidad/1347129185_745267.html
Una
lectura apresurada del texto puede resultar sugerente y cautivadora,
puesto que alude a efectos ciertamente sentidos en la economía española,
como la burbuja inmobiliaria, la crisis de las cajas de ahorros, las
infraestructuras innecesarias o la politización de los estamentos
judiciales, y carga (matizadamente) contra las maniobras políticas que
hacen recaer el esfuerzo sobre los más débiles. Pero, a poco que se
escarbe, sale a la luz un texto tramposo, desde sus premisas de partida
hasta, por supuesto, el corolario de la interesada solución vía sistema
electoral. Vayamos por partes.
La primera en la frente: el autor
Curioso personaje, este César Molinas. Actualmente
es socio- fundador de la consultora Multa Paucis, pero en su currículum
descubrimos su vinculación con varios Hedge Funds como Providentia
Capital o Merril Lynch. Efectivamente, empresas dedicadas a la
especulación con activos financieros de alto riesgo, de esos que dieron
origen a la crisis mundial de las hipotecas subprime. También destaca su
paso por el Ministerio de Economía como Director General de
Planificación y algún que otro cargo en la Comisión Nacional del
Mercado de Valores y en empresas públicas como RENFE o Correos. Tan
dilatada trayectoria le debería proporcionar una visión privilegiada
sobre los movimientos de capital que generan las burbujas y sobre sus
verdaderos impulsores, algunos hoy pagadores suyos. Lo que sí conoce
bien, por experiencia propia, es el proceso de pasar del sector público,
en el que se toman decisiones y se crean marcos regulatorios a mayor
gloria y beneficio de determinados grupos de interés económico, a los
staff directivos o a los consejos de administración de esos mismos
grupos, que agradecen y remuneran así los servicios prestados desde las
entrañas del estado.
Construyendo ideología: la ”clase política” como sujeto
Molinas
nos señala al asesino al principio de la novela. La malvada clase
política, reconocible en todos los tópicos al uso desde las charlas de
bar a la discusión politológica académica. Un sujeto unívoco de perfiles
claros y uniformes. Esa “casta” de chupópteros desaprensivos que
deviene aquí en cardumen de calamares vampiro, en elite extractiva ávida
de captar recursos allá donde los haya, y que no dudará para ello en
generar burbujas inflacionistas o despilfarrar recursos creando
problemas antes inexistentes. Recoge así, pervirtiéndola, la idea
expresada por Matt Taibbi en un artículo de la revista Rolling Stone
que utilizaba la metáfora del calamar para caracterizar la voracidad de
los bancos de inversión americanos.
Ya es
difícil tragarse el cuento, más allá de clichés, de la existencia de una
“clase política” como tal (hay políticos y políticos, pero no me venga a
decir que Sánchez Gordillo y Francisco Camps son, por ejemplo, lo
mismo). En política hay de todo, bueno y malo, competente e inepto,
honrado y falsario. Cierto es que los numerosos casos de corrupción
vinculados al poder político han llevado a generalizaciones como que
“todos los políticos son iguales”, ergo, unos corruptos, y que la
similitud de las medidas adoptadas por los dos grandes partidos en el
poder, toda vez que se hallan constreñidos por idénticas servidumbres
concedidas a los poderes económicos que los sustentan económicamente,
haga parecer que en el fondo solo hay variaciones con el mismo tema de
fondo.
Pero esta
uniformidad es engañosa. Hay una política diferente, aunque no sea
mayoritaria, y políticos diferentes. Dentro también, pero sobre todo
fuera de los partidos mayoritarios. Otra manera de ver y actuar, con
otros objetivos y otros modelos de sociedad y de servicio público. Que
estén ahí, clamando las más de las veces en el desierto contra un
entramado mediático hostil, y ninguneados o acallados desde el poder y
pugnando por abrirse paso, solo prueba que lo que hay no es una clase
política, sino distintas clases de políticos.
El autor
del artículo de marras se queja de que no ha habido nadie que haya
sabido hacer un diagnóstico adecuado de la situación económica ni de
establecer un plan adecuado para enderezar el rumbo del país. Quizá
tenga razón en lo que concierne a los partidos mayoritarios que, como
veremos, tienen que hacer verdaderas filigranas para elaborar propuestas
públicas que garanticen los votos suficientes para mantener o adquirir
el poder institucional, y que sean compatibles con los requerimientos de
la agenda oculta que les imponen otros ámbitos extrapolíticos que les
dan sustento. Por supuesto que existen otros diagnósticos mucho más
certeros y realistas, y otras soluciones posibles, pero no forman parte
del discurso de lo inevitable promovido desde la ortodoxia oficial y
amplificado desde los grandes conglomerados mediáticos, por lo que son
desconocidos como alternativa por el gran público y despreciados y
arrinconados por los teóricos arribistas que mantienen y reproducen el
statu quo..
Así,
matizando a Molinas, podríamos conceder que hay una clase de políticos
que desde su posición privilegiada en los aparatos de los grandes
partidos mayoritarios alternantes en el poder, están tomando ciertas
decisiones de orden práctico que se traducen en la extracción de riqueza
(general y mayoritariamente de las rentas del trabajo) que no revierten
en beneficios públicos sino que van a manos privadas. Hasta ahí, de
acuerdo. Pero ¿a que manos va esta riqueza?
Quién está bajo la máscara del calamar
Acabamos
de localizar la primera trampa del tramposo artículo. Resulta obvio que
hay una élite extractiva, algo que nos muestran los índices de
desigualdad de renta entre los más ricos y los más pobres que aumentan
cada día. Pero Molinas, que no puede aducir desconocimiento en este
caso, porque trabaja para ésta élite, olvida intencionadamente
mencionarla. Se trata, cómo no, del verdadero poder en la sombra,
aquel que no ha sido elegido democráticamente por nadie y que raramente
toma nombre concreto en los medios de comunicación de masas. Si acaso
se alude a él bajo difusas denominaciones como “los mercados”, dando la
impresión de ser entes difusos que operan con reglas propias y olvidando
que tienen nombres y apellidos que solo se conocen y circulan en los
canales restringidos de los circuitos financieros o en los medios
especializados.
Es
esta élite financiera la que mayoritariamente acaba obteniendo los
beneficios, asistida servilmente por unos políticos en el poder que les
proporcionan los marcos regulatorios apropiados y las oportunidades de
negocio mediante la intervención del sector público, actuando como
lacayos de lujo desde el subsistema político, que pervierte así su
teórica función de garante del interés general para servir realmente a
estos intereses oligárquicos. Por supuesto que estos impagables
servicios tienen un precio, que normalmente se traduce en ventajas
crediticias y financiación de las estructuras de los partidos, a veces
en abrir canales ocultos de financiación de tipo personal para algunos
de los menos escrupulosos o sus allegados (en complicados ejercicios
para eludir las restricciones legales que dotan de una apariencia de
legalidad y justicia institucional a la labor política), y, sobre todo,
en la cooptación de los miembros más destacados (como expresidentes y
ministros, pero también en los niveles inferiores) al final de sus
mandatos para acabar formando parte de los consejos de administración o
como consejeros destacados –y muy bien remunerados- de sus empresas y
corporaciones. Un proceso que Molinas seguro que conoce –y calla- de
primerísima mano.
La evolución reciente del noviazgo entre las finanzas y la política
Esta
conclusión de intereses entre las elites financieras y poder político
parece haber avanzado un paso más últimamente, y el pacto secreto es
cada vez más evidente: las economías en crisis son presentadas como el
fracaso de la política en vez de como la resultante de un sistema
económico y financiero depredatorio y obsesionado con la acumulación. De
ahí que la nueva agenda impuesta a los políticos en ejercicio del poder
público esté enfocada fundamentalmente al pago de una deuda que lo es
frente a las grandes corporaciones financieras y que se dirija a
levantar las barreras que protegían los capitales acumulados en grandes
sistemas públicos de protección social de los estados del bienestar
(fondos de pensiones, sistemas sanitarios y educativos,…) hasta ahora
vedados a la rapiña extractiva.
Si surgen
problemas por las gravísimas consecuencias sociales que se adivinan al
empobrecer a las sociedades y despojarlas de los elementos de
redistribución de rentas y de bienestar social, se aduce que no hay otro
camino posible, que la única alternativa es el caos. Y la exigencia de
la ortodoxia presupuestaria y financiera llega hasta el increíble
extremo de cuestionar la propia legitimidad del entramado democrático,
proponiendo la sustitución de los políticos, ineficaces en tanto se
resistan al cumplimiento de esta agenda, por técnicos a sueldo de las
corporaciones, teóricamente más eficaces para meter la economía en la
vereda marcada por los corrillos de los verdaderamente poderosos, que
hacen y deshacen con impunidad y creciente desparpajo.
Pero a Molinas le preocupa esa pretendida clase política extractiva que se apoya, según sus palabras en “el
sector público empresarial, esa zona gris entre la Administración y el
sector privado, que, con sus muchos miles de empresas, organismos y
fundaciones, constituye una de las principales fuentes de rentas
capturadas por la clase política”. Propone como solución una mayor
liberalización (privatización) de este sector obviando que el
desmantelamiento del sector público empresarial ha sido una de las
labores a las que los gobiernos recientes se han aplicado con mayor
empeño, malvendiendo las empresas más rentables que en su momento fueron
llamadas “joyas de la corona” y privando al estado de su capacidad de
generar beneficios aplicables a los presupuestos públicos y para
cumplir con las necesidades de financiación sin el recurso al
endeudamiento gravoso frente al sistema bancario. Empresas que, otra vez
de primera mano, conoce bien el señor Molinas.
Y si tramposo es el argumento, no lo es menos el desenlace
Eludiré un
análisis exhaustivo de las medias verdades y apreciaciones interesadas
con que Molinas adoba el resto de su artículo, que harían todavía más
largo y farragoso lo que no es sino una entrada más de este modesto
blog, para centrarme en su propuesta final, en la que concluye que la
solución para acabar con esta casta política depredadora no es ni más ni
menos que modificar el sistema electoral proporcional para sustituirlo
por uno de tipo mayoritario. Así, dice, un sistema tal lograría “conseguir una clase política más funcional” porque los sistemas mayoritarios “producen
cargos electos que responden ante sus electores, en vez de hacerlo de
manera exclusiva ante sus dirigentes partidarios” y, por tanto “las cúpulas de los partidos tienen menos poder que las que surgen de un sistema proporcional”.
Recordemos
que el sistema electoral español, elaborado en los albores de la
transición, pese a ser de tipo proporcional incorpora mecanismos (regla
de Hondt) para beneficiar a las opciones mayoritarias en el proceso de
traducción votos-escaños. Esto es se hizo por el temor inicial a que una
representación proporcional estricta generara un parlamento
excesivamente fragmentado que impidiera un gobierno estable, pero pese a
la consolidación del sistema de partidos en España, este sistema no ha
sido siquiera corregido porque ha demostrado ser extraordinariamente
beneficioso para los dos partidos mayoritarios al haber convertido la
democracia española en un bipartidismo de facto con alternancia de poder
entre el PSOE y el PP.
Los sistemas mayoritarios first-past-the-post, agudizan
este efecto de consolidación de las opciones mayoritarias, porque
otorgan la totalidad de los votos en liza al candidato más votado,
excluyendo automáticamente al resto de opciones. Para notar los efectos
espurios de este sistema, baste recordar las sucias maniobras con que,
en el distrito electoral de Florida le robaron la cartera a Al Gore,
propiciando la victoria de George W. Bush en las presidenciales de los
EE.UU. Los ejemplos en todo el globo de los sistemas mayoritarios solo
recogen como efectos claros la laminación de las opciones minoritarias,
porque en cuanto a las opciones del electorado, por más de que se
personalice el voto, siguen siendo igual de limitadas, por cuanto los
candidatos con algún tipo de opción siguen siendo los propuestos por
los partidos y llegan al electorado en función de estrategias mediáticas
respaldadas y pagadas por los propios partidos (y por los lobbys a
ellos asociados).
Si el
problema es, pues, la inanidad de los políticos en activo que han
proporcionado los partidos mayoritarios y el sistema bipartidista
alternante no parece capaz de proveer políticos de calado con nuevas
ideas y proyectos de futuro, cabría pensar (como discurre la calle
cuando, indignada, explicita que estos políticos no les representan),
que va siendo hora de dar una oportunidad a otras opciones hoy
minoritarias o incipientes, pero que cambien de una vez este estado de
cosas suprimiendo inercias y rompiendo discursos ideológicos sobre la
inevitabilidad de ciertos comportamientos que se han instalado como
naturales en el ejercicio del poder desde las instituciones.
Molinas lo
que plantea realmente, y aunque no quiera decirlo con todas sus
consecuencias, es un sistema que impida el surgimiento de alternativas
al sistema desde las bases de la sociedad. Los partidos mayoritarios no
pierden con el sistema mayoritario, sino que refuerzan su poder a costa
de la desaparición forzada de los minoritarios. Así se mantienen y
fortalecen los dos grande “partidos de estado” para perpetuar su
comisión de servicios en tanto que sigan siendo útiles a la agenda de
los poderes económicos. Pero hay algo todavía más inquietante: llegado
el caso, y ante la posibilidad de que alguno de estos partidos
mayoritarios decida dar un golpe de timón que cuestione el programa de
la verdadera elite en la sombra, se corta el grifo y se pasa a la acción
directa. Siempre cabe proponer candidatos “independientes”, que,
fabricados con mimo y catapultados por impecables y costosas campañas
de marketing, logren hacerse un hueco para tomar las riendas de lo
político y para asegurar a los auténticos calamares vampiros que todo
cambia para que, en las profundidades abisales en que residen, y que nos
son vedadas al resto de los mortales, todo siga igual.
Artículo de Alberto Gil – Publicado en el blog “Este país de todos los demonios” (http://detodoslosdemonios.blogspot.com.es) el 11/09/2012v.
No hay comentarios:
Publicar un comentario