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DOTAS DE UNA VIDA PRODUCTIVA (10)
Otra de las desastrosas intervenciones llevadas a cabo en edificaciones
importantes de la Ciudad Colonial de Santo Domingo fue la casa No.105
de la calle Luperón, conocida como la Casa de los Nadal. Esta fue una
de las escogidas por la Oficina de Patrimonio Cultural (OPC), entonces
dirigida por el arquitecto Esteban Prieto Vicioso, gobernando el país,
en el período conocido como de los diez (10) años (1986-1996), el Dr.
Joaquín Balaguer, entonces afectado por una ceguera total, y cuyo
secretario y hombre de confianza, el señor Rafael Bello Andino, resultó
ser algo así como el poder detrás del trono, en cuanto a lo que se
hiciera, o dejara de hacer, en la Ciudad Colonial.
Respaldados los que tuvieron en sus manos hacer una fructífera labor,
dado el apoyo económico que recibieran del presidente Balaguer, en
términos del derroche económico que fuera destinado a la ejecución de
obras en el centro histórico, seleccionaron, a su antojo,
aproximadamente una docena de casas coloniales, todas del Siglo XVI, que
fueron repartidas a un grupito de arquitectos y arquitectas, en calidad
de contratistas, que no se conocían en el quehacer restaurador de
monumentos.
Fue así, como las arquitectas Linda Roca y Mauricia Domínguez, a quienes
se les otorgó el contrato de la casa de la calle Luperón, elaboraron el
proyecto que incluyó el presupuesto correspondiente. Siendo la
arquitecta Ligia Calero, la misma que fuera responsable de los
desastrosos trabajos de la casa que le fuera cedida por el gobierno a la
Embajada de México, la que asumió la responsabilidad de dirigir la
ejecución de las obras.
Para iniciar los trabajos, fue desprendido, como procedía, todo pañete
del siglo XVIII, cuando la interesante edificación fue objeto de una
reconstrucción toptal, después de haber sido incendiada, al igual que
muchas otras edificaciones de la ciudad, por el corsario Francis Drake y
la tropa de facinerosos que lo acompañaban, en el año 1586.
Para completar la desastrosa intervención, a la fachada, al igual que al
resto de la casa, le fue aplicado otro pañete, esta vez con una mezcla
cargada de cemento gris. De esta forma, volvieron a recubrir los
sillares, que habían descubierto al inicio de los trabajos. Como para
entrar en detalles de la “bárbara” intervención acometida por el trío de
profesionales de la arquitectura, metidas a restauradoras a la carrera,
haría falta escribir un libro, me conformaré con decir, que de no haber
sucedido lo que sucedió en el año 1996, cuando se produjo el cambio de
gobierno, y modificada la composición, de arriba abajo, de la OPC,
encausando las obras por rumbos totalmente distintos, la joya
arquitectónica de la calle Luperón hubiera pasado a la historia como
otra de las que forman parte de la penosa aventura de 1986-1996.
Al parecer, todo estaba señalado por el destino, para que una de las
mejores casas coloniales que todavía perduran en Santo Domingo, tuviera
que pasar por el via crusis que la política dominicana se ha encargado
de arruinar, y que la misma tuviera que ser objeto de una entrega
improcedente por parte del gobierno del presidente Leonel Fernández a la
Organización de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia, y la
Cultura (UNESCO), para instalar una supuesta embajada, que duró, como
decía Juan Bosch, lo que dura una cucaracha en un gallinero.
Para quienes no tienen la menor idea del funcionamiento de ese organismo
multinacional, este no tiene embajada en ningún país del mundo. Siendo
su representación en cada uno de las naciones que forman parte de la
misma, la llamada Comisión Nacional de la Unesco. Que la nuestra tenía
como sede la entonces Secretaría de Estado de Educación, Bellas Artes, Y
Culto.
“De acuerdo con la Constitución de la UNESCO y el Decreto Presidencial
No. 3297-57, la Comisión Nacional Dominicana para la UNESCO fue fundada
en el año 1957, partiendo de la reorganización de la antigua Comisión
Nacional de Cooperación Intelectual. Desde el año 1939 esta comisión
tuvo a su cargo el seguimiento de todos los asuntos relacionados con la
Resolución IX de la Conferencia Interamericana de Consolidación de la
Paz (Buenos Aires, diciembre de 1936 y el Acta Internacional
concerniente a la Cooperación Intelectual (Paris, diciembre de 1938)”
Desde que la supuesta “embajada” fue cerrada, todo el mobiliario y
equipo que fuera instalado a costa del gobierno dominicano, como regalo a
una institución que lo único que ha hecho a favor de nuestra Ciudad
Colonial, fue darle la rimbombante categoría de Patrimonio Cultural de
la Humanidad, que de nada nos ha servido. Todo ese excelente equipo se
encuentra arrumbado en las monumentales Atarazanas Reales, que de
reales, además de haber sido convertid en un depósito de cachivaches, lo
único que le queda es su extraordinaria estructura. Y la esperanza de
que algún día se conduelan de ella, para contribuir al desarrollo del
centro histórico donde se encuentra, desde los días del virrey Diego
Colón, en 1514.
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