Política y esencialismo
La zarzuela Gigantes y cabezudos,
compuesta por Manuel Fernández Guerrero con libreto de Miguel
Echegaray, contiene uno de los números más celebrados de la lírica
española, “Si las mujeres mandasen”.
En dicho cuadro se dice: “si las mujeres mandasen serían balsas de
aceite los pueblos y las naciones”, constituyendo de este modo, avant la lettre,
un programa de las políticas de identidad que vienen desarrollándose
desde finales del siglo XX o, si nos ponemos un tanto más clásicos, de
esos que, al calor del mayo del
68, teorizaron autores como Marcuse o Sartre. Desde esa perspectiva, la
condición de mujer, de minoría étnica, de minoría social, concede una
cualidad política per se que implica nuevos modos de gestionar el mundo.
Desde mi
punto de vista, ese tipo de planteamientos sigue preso de los
esencialismos que caracterizaban a la izquierda más clásica de origen
marxiano y que veían en la clase obrera al único y verdadero sujeto
revolucionario. Por ello, uno de los grandes problemas de esa
tradición, como puede apreciarse especialmente en autores como Lukács,
es cómo producir conciencia de clase, conciencia política, en la clase
obrera. En ese aspecto, como en otros, el marxismo se muestra
atravesado por inercias modernas que se constituyen, como diría
Althusser, en obstáculos epistemológicos para una política materialista.
Curiosamente, ciertas corrientes que han pretendido superar al
marxismo, lo han hecho recayendo en ese esencialismo, buscando para la
acción política sujetos esencialistas preconstituidos.
El último,
y preocupante, caso en esa dirección lo protagoniza el planteamiento
político de Podemos, con esa división entre y
, eje de su discurso como presunta innovación y
superación de la dicotomía izquierda-derecha. Intuyo que, en realidad,
se trata de una estrategia electoral y que los dirigentes de Podemos no
ignoran que la historia muestra fehacientemente que el proyecto político
de no tiene por qué ser un proyecto emancipador.
Son muchas las ocasiones en que se han aliado con
los intereses de , lo que ha llevado a numerosos
autores, de La Boétie a Reich, pasando por Spinoza, a preguntarse por
qué los seres humanos luchan por su esclavización como si fuera por su
libertad. Y si nos remitimos a la Antigüedad griega y romana, podremos
constatar cómo las revueltas de esclavos no solían cuestionar el orden
esclavista, sino que lo que buscaban sus protagonistas era abandonar,
ellos, la condición de esclavos, no abolir la esclavitud.
Desde
nuestra óptica, la posición social, de género, racial, sexual, no
garantiza proyectos políticos emancipatorios. En EE.UU. un presidente
negro ha reproducido, milimétricamente, las políticas imperialistas de
su país, ha empleado la tortura y los asesinatos como instrumento de su
política, ni siquiera ha incidido de manera notable en la mejora de las
condiciones sociales de su y otras minorías. Pero es que podemos añadir
que negros son Condolizza Rice o Collin Powell, dos de los agentes más
brutales del terrorismo norteamericano en el planeta. En nuestro país,
el PP ha incorporado a primera línea a buen número de mujeres que, desde
luego, no han constatado lo que la zarzuela prometía. Cospedal,
Esperanza Aguirre, Luisa Fernanda Rudi, Ana Botella son exponentes
máximos de las políticas reaccionarias y represivas del PP. Tampoco la
condición de homosexual inviste al sujeto de unos valores emancipadores
ni les concede privilegio ético alguno, tal como se encargó de
recordarnos Paco Vidarte en su magnífico libro Etica marica.
Frente a
las políticas esencialistas se imponen las políticas constructivistas,
cuya pretensión es la de generar un sujeto político trenzado de
posiciones heterogéneas pero con un proyecto y unas prácticas
compartidas. Es lo que algunos denominamos multitud y que es, a
diferencia de lo que plantea Paolo Virno, fruto de un proceso de
constitución con materiales heterogéneos. La multitud no está, tampoco
se la espera, se la construye. Y se compone de materiales de arriba y
de abajo, de mujeres y hombres y todas sus invenciones, de blancos,
negros y todas las otras etnias, de homos y heteros. Pero eso sí, y que
me perdonen los novísimos, se sitúa a la izquierda, pues posee un
proyecto de emancipación social e individual que es a lo que
tradicionalmente hemos llamado izquierda. No me empeñaré en subrayar,
en una denominación política, en una marca electoral, esa especificidad
de izquierda, pues la práctica política de ciertas presuntas izquierdas
han erosionado el concepto; puedo, incluso, conceder su inconveniencia
táctica. Pero desde una perspectiva filosófica, desde las políticas de
fondo, que no de superficie, no existe, de momento, otro modo de
denominar a aquellos proyectos que buscan la emancipación humana. Y a
diferencia de los esencialismos topológicos, la izquierda, como proyecto
emancipatorio, es una actitud, un agenciamiento que afecta al sujeto,
independientemente de sus diversas condiciones sociales, étnicas o de
género.
Fuente Foto javierbarreiro.wordpress.com
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