Posted: 21 Dec 2014 08:50 PM PST
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Mi
último proyecto de restauración, el que he considerado más completo, lo
constituye la edificación colonial que interviniera hace quince años,
con el propósito de adaptarla para nuestra residencia. Ya antes, en
1969, había restaurado otra en la calle Padre Billini No.15,
que aunque puse, igualmente, toda mi pasión, y mis limitados
conocimientos y experiencia, los recursos económicos con que contaba no
eran los mismos, ni tampoco lo era la edificación.
De esta manera traté siempre de poner en práctica lo que he estado predicando durante más de medio siglo.
La
casa en cuestión se encuentra en la calle Arzobispo Meriño No. 263,
casi a esquina Las Mercedes. Pertenecía a una familia que hasta aquel
entonces se había reservado el derecho de no vender ninguna de sus
propiedades. Su apariencia, tanto exterior como interior, dejaba mucho
que desear, y solo unos ojos dotados de una visión privilegiada, podían
darse cuenta de lo que había detrás del viejo recubrimiento, muy
deteriorado, tal como muestran las fotografías.
El
primer paso que hube de dar fue la reconstrucción del techo de la
primera crujía, al que se le había desprendido una parte. Por suerte,
todas las vigas, incluyendo las que se habían desprendido, se
encontraban en condiciones de ser vueltas a utilizar.
Intrigado
con lo que habríamos de encontrar debajo del camuflaje que le habían
puesto en épocas pretéritas, y ya resuelto el desastroso derrumbe del
techo, que precisamente pendía, de un lado, del muro frontal de la casa,
a continuación me concentré en la fachada, que para confirmar mi
presunción resultó toda de sillería. En una palabra, tal y como fueron
las primeras edificaciones que se construyeron en Santo Domingo en el
siglo XVI. Todos los vanos habían sido modificados con la idea de
“modernizarla”, siguiendo la costumbre de principios del siglo XX. Un
balcón corrido, de madera, fue agregado, de la misma manera que se
hiciera durante el Siglo XIX en casi todas las edificaciones existentes
en el centro histórico santodominguense. Elemento este que tenía algún
tiempo de haber desaparecido, producto de la embestida que recibiera de
un camión, que lo derribó totalmente. El rompecabezas fue resuelto,
volviéndose a destapar los vanos cegados, y cerrando con el mismo
material pétreo los que habían sido abiertos.
El
portal de entrada fue recompuesto, totalmente, gracias a los abundantes
elementos que quedaron después de la “modernización” de que fuera
objeto.
El
único detalle mantenido tal cual llegó hasta nuestros días fue la
cornisa de ladrillo, que sustituyó la de piedra, que fuera víctima de
los incendios a que fueron sometidas la mayoría de las casas de Santo
Domingo, durante la despiadada invasión del corsario inglés Francis
Drake en 1586. Evitando así, que toda la fachada volviera a lucir su
antiguo esplendor.
Otros
de los elementos más importantes de la edificación lo constituyó la
fachada posterior del cuerpo principal de la casa. Ya desde que visité
las personas que vivían en la segunda planta (la primera estaba
desocupada y clausurada), pude percatarme de lo que había detrás del
pañete decimonónico que cubría la pared que da al patio central. Una
arcada, compuesta por dos arcos y columna central, se dejaba entrever de
forma discreta, de lo que nadie se había percatado antes. En ese
momento, parado frente a la misma me dije: “esta casa ha de ser mía”.
Como de hecho sucedió.
Al
tiempo que trabajaba la fachada frontal iniciamos los trabajos en la
fachada contrapuesta. Resultando lo que esperaba, aunque no en la
magnitud de lo que apareció. Dos arcos de piedra sostenidos por una
columna central fue, indudablemente, la sorpresa más grande. A
diferencia de las demás columnas encontradas en restauraciones
anteriores, todas de sección circular, la que acabábamos de encontrar es
de sección octogonal, u ochavada. Similar a algunas que he visto en
Extremadura, España.
Mientras
interveníamos ambas fachadas, pasamos a investigar la fachada del anexo
construido del otro lado del patio, frente a la arcada del cuerpo
principal, que resultó ser, igualmente de piedra, y muy poco modificada.
Ese
fue el momento en el que me dije: “aquí está la compensación emocional
que necesitaba”. Culminaba, de esa manera, un sueño acariciado por tanto
tiempo, que de pronto se convertiría en la compensación materias que
Dios me tenía reservada.
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