Los reyes magos, astrónomos tras una conjunción planetaria y supernova que llegaron a Judea.
In 7-Roma on enero 5, 2013 at 01:27Paleorama en Red. Prehistoria y Arqueología en Internet
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Pero
ahora es preciso preguntarse ante todo: ¿Qué clase de hombres eran esos
que Mateo describe como «Magos» venidos de «Oriente»? El término
«magos» (mágoi)
tiene una considerable gama de significados en las diversas fuentes,
que se extiende desde una acepción muy positiva hasta un significado muy
negativo.
La primera de las cuatro acepciones principales designa como «magos» a
los pertenecientes a la casta sacerdotal persa. En la cultura helenista
eran considerados como «representantes de una religión auténtica»; pero
se sostenía al mismo tiempo que sus ideas religiosas estaban
«fuertemente influenciadas por el pensamiento filosófico», hasta el
punto de que se presenta con frecuencia a los filósofos griegos como
adeptos suyos (cf. Delling, Theologisches Wörterbuch zum Neuen Testament,
IV, p. 360). Quizá haya en esta opinión un cierto núcleo de verdad no
bien definido; después de todo, también Aristóteles había hablado del
trabajo filosófico de los magos (cf. ibíd.).
Los otros significados mencionados por Gerhard Delling designan a los
dotados de saberes y poderes sobrenaturales, y también a los brujos. Y,
finalmente, a los embaucadores y seductores. En los Hechos de los Apóstoles
encontramos este último significado: Pablo califica a un mago llamado
Barjesús «hijo del diablo, enemigo de toda justicia» (13,10),
manteniéndolo así a raya.
Los diversos significados del término «mago» que encontramos aquí hacen
ver también la ambivalencia de la dimensión religiosa en cuanto tal. La
religiosidad puede ser un camino hacia el verdadero conocimiento, un
camino hacia Jesucristo. Pero cuando ante la presencia de Cristo no se
abre a él, y se pone contra el único Dios y Salvador, se vuelve
demoníaca y destructiva.
En el Nuevo Testamento vemos estos dos significados de «mago»: en el
relato de san Mateo sobre los Magos, la sabiduría religiosa y filosófica
es claramente una fuerza que pone a los hombres en camino, es la
sabiduría que conduce en definitiva a Cristo. Por el contrario, en los Hechos de los Apóstoles
encontramos otro tipo de mago. Éste contrapone el propio poder al
mensajero de Jesucristo, y se pone así de parte de los demonios que, sin
embargo, ya han sido vencidos por Jesús.
La primera acepción vale evidentemente para los Magos en Mateo
2, al menos en sentido amplio. Aunque no pertenecían exactamente a la
clase sacerdotal persa, tenían sin embargo un conocimiento religioso y
filosófico que se había desarrollado y aún persistía en aquellos
ambientes.
Se ha tratado naturalmente de encontrar clasificaciones todavía más
precisas. El astrónomo vienés Konradin Ferrari d’Occhieppo ha mostrado
que en la ciudad de Babilonia, centro de la astronomía científica en
épocas remotas, aunque ya en declive en la época de Jesús, continuaba
existiendo todavía «un pequeño grupo de astrónomos ya en vías de extinción… Hay tablas de terracota con inscripciones en caracteres cuneiformes con cálculos astronómicos… que lo demuestran con seguridad» (p. 27). La conjunción
astral de los planetas Júpiter y Saturno en el signo zodiacal de
Piscis, que tuvo lugar en los años 7-6 a. C. —considerado hoy como el
verdadero período del nacimiento de Jesús— habría sido
calculada por los astrónomos babilonios y les habría indicado la tierra
de Judá y un recién nacido «rey de los judíos».
Sobre la cuestión de la estrella volveremos de nuevo más adelante. Por
ahora queremos dedicarnos a la pregunta sobre qué tipo de hombres eran
aquellos que se pusieron en camino hacia el rey. Tal vez fueran
astrónomos, pero no a todos los que eran capaces de calcular la
conjunción de los planetas, y la veían, les vino la idea de un rey en
Judá, que tenía importancia también para ellos. Para que la estrella
pudiera convertirse en un mensaje, debía haber circulado un vaticinio
como el del mensaje de Balaán. Sabemos por Tácito y Suetonio
que en aquellos tiempos bullían en el ambiente expectativas según las
cuales surgiría en Judá el dominador del mundo, una expectación que Flavio Josefo interpreta como referida a Vespasiano, con el resultado de que éste pasó a gozar de su favor (cf. De bello Iud., III, 399-408).
Varios factores podían haber concurrido a que se pudiera percibir en el
lenguaje de la estrella un mensaje de esperanza. Pero todo ello era
capaz de poner en camino sólo a quien era hombre de una cierta inquietud
interior, un hombre de esperanza, en busca de la verdadera estrella de
la salvación. Los hombres de los que habla Mateo no eran únicamente
astrónomos. Eran «sabios»; representaban el dinamismo inherente a las
religiones de ir más allá de sí mismas; un dinamismo que es búsqueda de
la verdad, la búsqueda del verdadero Dios, y por tanto filosofía en el
sentido originario de la palabra. La sabiduría sanea así también el
mensaje de la «ciencia»: la racionalidad de este mensaje no se
contentaba con el mero saber, sino que trataba de comprender la
totalidad, llevando así a la razón hasta sus más elevadas posibilidades.
Basándonos en todo lo que se ha dicho, podemos hacernos una cierta idea
de cuáles eran las convicciones y conocimientos que llevaron a estos
hombres a encaminarse hacia el recién nacido «rey de los judíos».
Podemos decir con razón que representan el camino de las religiones
hacia Cristo, así como la autosuperación de la ciencia con vistas a él.
Están en cierto modo siguiendo a Abraham, que se pone en marcha ante la
llamada de Dios. De una manera diferente están siguiendo a Sócrates y a
su preguntarse sobre la verdad más grande, más allá de la religión
oficial. En este sentido, estos hombres son predecesores, precursores,
de los buscadores de la verdad, propios de todos los tiempos.
Así como la tradición de la Iglesia ha leído con toda naturalidad el relato de la Navidad sobre el trasfondo de Isaías 1,3, y de este modo llegaron al pesebre el buey y el asno, así también ha leído la historia de los Magos a la luz del Salmo 72,10 e Isaías
60. Y, de esta manera, los hombres sabios de Oriente se han convertido
en reyes, y con ellos han entrado en la gruta los camellos y los
dromedarios.
La promesa contenida en estos textos extiende la proveniencia de estos hombres hasta el extremo Occidente (Tarsis-Tartesos en España),
pero la tradición ha desarrollado ulteriormente este anuncio de la
universalidad de los reinos de aquellos soberanos, interpretándolos como
reyes de los tres continentes entonces conocidos: África, Asia y
Europa. El rey de color aparece siempre: en el reino de Jesucristo no
hay distinción por la raza o el origen. En él y por él, la humanidad
está unida sin perder la riqueza de la variedad.
Más tarde se ha relacionado a los tres reyes con las tres edades de la
vida del hombre: la juventud, la edad madura y la vejez. También ésta es
una idea razonable, que hace ver cómo las diferentes formas de la vida
humana encuentran su respectivo significado y su unidad interior en la
comunión con Jesús.
Queda la idea decisiva:
los sabios de Oriente son un inicio, representan a la humanidad cuando
emprende el camino hacia Cristo, inaugurando una procesión que recorre
toda la historia. No representan únicamente a las personas que han
encontrado ya la vía que conduce hasta Cristo. Representan el anhelo
interior del espíritu humano, la marcha de las religiones y de la razón
humana al encuentro de Cristo.
La estrella
Pero ahora hemos de volver aún a la estrella que, según la narración de
san Mateo, impulsó a los Magos a ponerse en camino. ¿Qué tipo de
estrella era? ¿Existió realmente?
Exegetas de renombre, como Rudolf Pesch, opinan que esta cuestión tiene
poco sentido. Se trataría aquí de un relato teológico, que no se
debería mezclar con la astronomía. San Juan Crisóstomo había
desarrollado en la Iglesia antigua una postura similar: «Que ésta no
fuera una estrella común, para mí incluso que no fuera siquiera una
estrella, sino un poder invisible que había tomado esa apariencia, me
parece consecuencia sobre todo de la trayectoria que había tomado. En
efecto, no hay una sola estrella que se mueva en esa dirección» (In Matth., hom. VI, 2: PG
57, 64). En gran parte de la tradición de la Iglesia se ha resaltado el
aspecto extraordinario de la estrella; así, ya en Ignacio de Antioquía
(ca. 100 d. C.), que ve el sol y la luna hacer el corro en torno a la
estrella; así también en el antiguo himno de la Epifanía del Breviario
Romano, según el cual la estrella habría superado al sol en belleza y
luminosidad.
Pero no se podía dejar de plantear la pregunta sobre si, a pesar de
todo, acaso no se hubiera tratado de un fenómeno que se podía determinar
y clasificar astronómicamente. Sería un error rechazar a priori esta
pregunta remitiéndose a la naturaleza teológica de la historia. Con el
surgir de la astronomía moderna, desarrollada también por cristianos
creyentes, se ha planteado nuevamente también la cuestión sobre este
astro.
Kepler
Johannes Kepler
(† 1630) adelantó una solución que sustancialmente proponen también los
astrónomos de hoy. Kepler calculó que entre el año 7 y el 6 a. C. —que,
como se ha dicho, se considera hoy el año verosímil del nacimiento de
Jesús— se produjo una conjunción de los planetas Júpiter, Saturno y Marte.
Él mismo había notado una conjunción semejante en 1604, a la cual se
había añadido también una supernova. Este término indica una estrella
débil o muy lejana en la que se produce una enorme explosión, de manera
que desarrolla una intensa luminosidad durante semanas y meses. Kepler
creía que la supernova era una nueva estrella. Opinaba que también la
conjunción ocurrida en los tiempos de Jesús debía de estar relacionada
con una supernova; intentó explicar así astronómicamente el fenómeno de
extraordinaria luminosidad de la estrella de Belén. Puede ser
interesante en este contexto que el estudioso Friedrich Wieseler, de
Gotinga, haya encontrado al parecer en tablas cronológicas chinas que, en el año 4 a. C., «había aparecido y se había visto durante mucho tiempo una estrella luminosa» (Gnilka, p. 44).
El citado Ferrari d’Occhieppo puso ad acta
la teoría de la supernova. Según él, para explicar la estrella de Belén
era suficiente la conjunción de Júpiter y Saturno en el signo zodiacal
de Piscis, y pensaba que podía determinar con precisión la fecha de este
fenómeno. Es importante a este respecto que el planeta Júpiter
representaba al principal dios babilónico Marduk. Ferrari d’Occhieppo lo
resume así: «Júpiter, la estrella de la más alta divinidad de
Babilonia, compareció en su apogeo en el momento de su aparición
vespertina junto a Saturno, el representante cósmico del pueblo de los
judíos» (p. 52). Dejemos los detalles. Los astrónomos de
Babilonia —afirma Ferrari d’Occhieppo— podían deducir de este encuentro
de planetas un evento de importancia universal, el nacimiento en el país
de Judá de un soberano que traería la salvación.
¿Qué podemos decir ante todo esto? La gran conjunción de Júpiter y Saturno en el signo de Piscis en los años 7-6 a. C.
parece ser un hecho constatado. Podía orientar a los astrónomos del
ambiente cultural babilónico-persa hacia el país de Judá, hacia un «rey
de los judíos». Los pormenores de cómo aquellos hombres han llegado a la
certeza que los hizo partir y llevarlos finalmente a Jerusalén y a
Belén, es una cuestión que debemos dejar abierta. La constelación
estelar podía ser un impulso, una primera señal para la partida exterior
e interior. Pero no habría podido hablar a estos hombres si no hubieran
sido movidos también de otro modo: movidos interiormente por la
esperanza de aquella estrella que habría de surgir de Jacob (cf. Nm 24,17).
Que los Magos fueran en busca del rey de los judíos guiados por la
estrella y representen el movimiento de los pueblos hacia Cristo
significa implícitamente que el cosmos habla de Cristo, aunque su
lenguaje no sea totalmente descifrable para el hombre en sus condiciones
reales. El lenguaje de la creación ofrece múltiples indicaciones.
Suscita en el hombre la intuición del Creador. Suscita también la
expectativa, más aún, la esperanza de que un día este Dios se
manifestará. Y hace tomar conciencia al mismo tiempo de que el hombre
puede y debe salir a su encuentro. Pero el conocimiento que brota de la
creación y se concretiza en las religiones también puede perder la
orientación correcta, de modo que ya no impulsa al hombre a moverse para
ir más allá de sí mismo, sino que lo induce a instalarse en sistemas
con los que piensa poder afrontar las fuerzas ocultas del mundo.
En nuestra narración pueden verse las dos posibilidades: ante todo, la
estrella guía a los Magos sólo hasta Judea. Es del todo normal que en su
búsqueda del recién nacido rey de los judíos fueran a la ciudad regia
de Israel y entraran en el palacio del rey. Era de suponer que el futuro
rey habría nacido allí. Después, para encontrar definitivamente el
camino hacia el verdadero heredero de David, necesitan la indicación de
las Sagradas Escrituras de Israel, las palabras del Dios vivo.
Los Padres han destacado aún otro aspecto. Gregorio Nacianceno dice
que, en el momento mismo en que los Magos se postraron ante Jesús, la
astrología había llegado a su fin, porque desde aquel momento las
estrellas se moverían en la órbita establecida por Cristo (Poem. dogm., V, 55-64: PG
37, 428-429). En el mundo antiguo los cuerpos celestes eran
considerados como poderes divinos que decidían el destino de los
hombres. Los planetas tienen nombres de divinidades. Según la opinión de
entonces, dominaban de alguna manera el mundo, y el hombre debía tratar
de avenirse con estos poderes. La fe en el Dios único que muestra la
Biblia ha realizado muy pronto una desmitificación al llamar con gran
sobriedad al sol y a la luna —las grandes divinidades del mundo pagano—
«lumbreras» que Dios puso en la bóveda celeste (cf. Gn 1,16s).
Al entrar en el mundo pagano, la fe cristiana debía volver a abordar la
cuestión de las divinidades astrales. Por eso Pablo insiste con
vehemencia en sus cartas desde la cautividad a los Efesios y a los
Colosenses en que Cristo resucitado ha vencido a todo principado y poder
del aire y domina todo el universo. También el relato de la estrella de
los Magos está en esta línea: no es la estrella la que determina el
destino del Niño, sino el Niño quien guía a la estrella. Si se quiere,
puede hablarse de una especie de punto de inflexión antropológico: el
hombre asumido por Dios —como se manifiesta aquí en su Hijo unigénito—
es más grande que todos los poderes del mundo material y vale más que el
universo entero.
Joseph Ratzinger – Benedicto XVI
Extracto del libro, La infancia de Jesús.
BENEDICTO XVI, BIBLIOGRAFÍA, JESÚS, JESUCRISTO, LIBRO, LIBROS, PUBLICACIÓNBenedicto XVI, un millón de libros sobre la vida de Jesús.
In 7-Roma, 8-Otros períodos, I-Bibliografía y revistas digitales on noviembre 27, 2012 at 20:23
Salió a la venta en 50 países y nueve idiomas diferentes «La infancia de Jesús», el libro con el que el Papa cierra su trilogía sobre Cristo. Editada en español por Planeta, esta obra analiza los Evangelios de Mateo y Lucas, donde se narran los primeros años de Jesucristo, para subrayar su verdad histórica y mostrar que la fe cristiana está basada en hechos. Haciendo gala de su capacidad intelectual al combinar un lenguaje accesible con la precisión analítica del científico, Joseph Ratzinger-Benedicto XVI, como él mismo firma para subrayar que no se trata de un texto magisterial, propone un libro llamado a convertirse en líder de ventas esta Navidad. Su primera edición global es ya de un millón de copias. Leer el resto de esta entrada »
Cristo nació el 5 a.C.
In 7-Roma on diciembre 29, 2012 at 02:34
Jesús de Nazaret no nació un 24 de diciembre. Tampoco nació en el año cero –nunca hubo tal– o en el año uno de nuestra era. Es difícil entenderlo, pero de hecho Cristo nació antes de Cristo. Leer el resto de esta entrada »
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