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Puerto Plata, musica, sexteto habanero
Puerto Plata en los orígenes del Son y la Bachata de los dominicanos: una revisión bibliográfica
Harry Hoetink explica que cuando Eugenio María de Hostos “llegó al país el 30 de mayo de 1875 por la ciudad portuaria septentrional de Puerto Plata, allí existía un barrio habitado casi exclusivamente por cubanos, que era llamado ‘Cuba Libre’.
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La literatura dominicana es rica en explicaciones y descripciones de situaciones y aspectos culturales diversos. En el año 2006, cuando me preparaba para la presentación de la tesis de maestría “La Cultura del Caribe hispano en el surgimiento de la bachata dominicana”, realicé una revisión bibliográfica de cómo los intelectuales explicaban el sincretismo musical de los dominicanos; una parte de ellos registraron la importancia de Puerto Plata como centro de hibridación y acopio de géneros caribeños, entre ellos el bolero, el son y la bachata, que luego se hicieron populares en gran parte de la República Dominicana.
Harry Hoetink explica que cuando Eugenio María de Hostos “llegó al país el 30 de mayo de 1875 por la ciudad portuaria septentrional de Puerto Plata, allí existía un barrio habitado casi exclusivamente por cubanos, que era llamado ‘Cuba Libre’. También residían en la ciudad numerosos puertorriqueños y miles “de cubanos se entregaban al trabajo en la ciudad y en los campos vecinos, a la vez conspiraban contra España.” La importancia de la inmigración cubana era tal, que se llegó a acusar a los cubanos de implicarse y apoyar la rebelión contra el Gobierno de González en 1876.
Eugenio María de Hostos aseguraba que fueron los cubanos en Puerto Plata los que introdujeron la costumbre de los paseos públicos”, mientras que el puertoplateño Rufino Martínez en su libro“Puerto Plata”(1945), recordando su infancia, expresa como se divertían los habitantes de esta ciudad portuaria: “la banda de música con su tono brillante correspondió a la causticidad, y sus conciertos en lo alto de la glorieta, y también en el parque Cuba Libre –(Recibió ese nombre por simpatía con la causa emancipadora de Cuba y por estar habitados sus alrededores por emigrados de ese país)-, llamado luego Luperón, poblaban de armonías la tranquilidad (…). En los aires alegres y bailables la manera local imponía su sello, lo cual hacia de la música el más fascinante atractivo de las fiestas.
Esta ciudad era considerada como la más cosmopolita del país en el último cuarto del siglo XIX, y como fruto del auge y desarrollo económico era un centro propicio para la inmigración caribeña:“Las operaciones del puerto y el movimiento del ferrocarril constituían los dos polos del eje económico. Por el segundo entraba y salía la mayor porción del volumen comercial de las poblaciones del valle del Cibao, empresa en cuyo amplio y bien provisto taller de mecánica laboraban expertos ingleses, norteamericanos y cubanos, (…). La diaria salida y arribo del tren mantenía un animado intercambio de efectos y comunicación social que satisfacían exigencias morales del espíritu”. La condición de Puerto Plata, de ser centro del comercio cibaeño y una de las primeras ciudades en poseer el ferrocarril, facilitó en ciertas medidas el trasiego cultural que se iba enraizando, expandiéndose hacia otras localidades que se mantenían estrechamente en contacto con la “novia del Atlántico”.
Frecuentemente los navegantes que llegaban a Puerto Plata y trabajaban en la zona de “la Marina”, visitaban “los fandangos de sus barrios de origen, galleando frente al soldado, de inferior calidad a su parecer. Gustaban decidir las disputas a tiros. Les sobraban revólveres, fáciles de adquirir a bordo de los vapores”.
En el barrio La Boquita, lugar próximo al arco de La Marina la estación del ferrocarril, al lado del desagüe del riachuelo de donde se tomaba el agua para la ciudad, por la noche se armaban fiestas “donde se bebe tanto como se baila, se mantiene a rienda suelta las pasiones, y si a mano viene se adereza en el patio o la cocina la mesa para los dados y las barajas. Personas que no moran allí, pero que viven a caza de sensaciones fuertes, acuden a esos jolgorios. De la fiesta a la playa solitaria, un paso; y de la playa al campo otro paso”.
El Manguito, próximo a La Boquita, sirvió de escenario a las fiestas populares “donde las personas y las cosas expresaban el fermentar de los bajos sedimentos del alma, reflejado en un vivir sin formulismo y los marineros y forasteros desde que pisaban tierra “se iban derecho a gustar de aquella miel”. Allí el baile era la diversión preferida, con la orquesta de acordeón, güira y tambora. En sus fandangos se formaron los más diestros y lucidos bailadores de merengues que se podían encontrar en la República.
Otro lugar de Puerto Plata era Turquilancito (Islas Turcas o Turkds Islands), donde vivían los ingleses, cerca del mar. Allí moraban muchas personas oriundas de Las Bahamas; “Puerto Plata tenia para ellos el valor de tierra de promisión. Vivian plenamente sus practicas religiosas, costumbres y diversiones. (...). Además de estos, domiciliados en diversos sectores de la ciudad había otros de sus compatriotas procedentes de variados suelos del imperio británico. El colono de las Bahamas, por lo general, era más listo, emprendedor y amigo de divertirse que el oriundo de las islas del Caribe.” Así se expresaba Rufino Martínez al relatar sus vivencias de niños en su natal Puerto Plata, y aportaba otros datos interesantísimos para comprender la importancia de la “novia del Atlántico” en la música popular:
“La sensibilidad del puertoplateño vibra preferentemente por la música. (…). La mujer necesita cantar en el trabajo de la casa, aunque sea el lavar o el planchar; lo mismo el hombre de oficio. Apenas hay zapatero, albañil o tabaquero que no se refugie, luego de su quehacer deslizado entre intermitente canturrear, en la sedante melodía del canto popular o la canción, acompañados de la guitarra. Comúnmente la canción, el bolero, la guaracha o la tonada que estaban de turno en la preferencia del publico, salían con espontaneidad de cada pecho.”
Rufino Martínez coincide con Julio Arzeno sobre el aporte de los cubanos a la música dominicana y contribuye con un dato que puede ayudar a descubrir el origen de la bachata como genero musical. Dice él que el “bolero traído por los emigrados cubanos del ’95 se quedó y pasó a ser un aire popular, pero con sello netamente puertoplateño. Ocurrió que un mozo ido a residir temporalmente en Grand Thurk, cuando retornó al suelo patrio se trajo a Puerto Plata dos aires ingleses, los cuales, moldeados con el acompañamiento de guitarra y maracas, fueron boleros de una temporada de bachatas, silbados y canturreados popularmente, aunque conservaron la letra en ingles”.
En otro de sus libros, Puerto Plata de ayer(1950), y publicado en 1963, Rufino Martínez hace referencia a la bachata como fiesta de poca importancia, al referirse a un mozo llamado Eligio Lithgow, que trabajaba en una botica de su pueblo y que era “enamorado como todos sus compueblanos; aprovechaba todas las buenas ocasiones de bailar, aunque fuese en una bachata.”
Sobre el aporte de los cubanos a la música de Puerto Plata, a finales del siglo XIX, dice Julio Arzeno (quien también era puertoplateño), lo siguiente: “Se avecinaron en la parte de nuestra ciudad de Puerto Plata, que por su topografía llaman Pueblo-Arriba, por o cual tomó el nombre esta barriada de Cuba Libre, y a la plaza que vino a quedar en medio, Plaza de Oriente, hoy Luperón. Dedicados a diversas actividades, establecieron en los comercios al detalle, el sistema de la contra o ñapa, para estimular la compra de la chiquillería y criadas recaderas, costumbre que ha perdurado; (…). Introdujeron tipitos y originales cantares, como la Guaracha y el Bolero que no es el Bolero andaluz, pero de ritmo bastante animado; es la forma individual y espontánea de expresar musicalmente, un sentimiento sin ninguna pretensión artística”
Porfirio Golibart contribuye también con un interesante testimonio sobre la influencia de los cubanos en Puerto Plata y de paso confirma la forma en como se iba transformando el bolero, el son y la guaracha en la música de bachata y explica como el género musical conocido como Son emigró desde Santo Domingo hacia Cuba, lo que lleva a replantear la hipótesis de sí también la bachata no habría emigrado de Santo Domingo muchos años antes de la Independencia: “Es así, como más tarde nace el danzón, habiendo sido compuesto por don Juan B. Alfonseca, (…), pero infortunadamente esta pieza murió al nacer por falta de estimulo y propaganda (...). Lo mismo sucedió con el Son, tiempo más tarde, en 1901, Chepe Bedú escribió en Puerto Plata un bolero, después de la primera y segunda parte, le puso un compás movido, pero al ser poblada la ciudad Atlántica por una expedición revolucionaria cubana, se llevaron los expedicionarios toda aquella música nuestra, desconocida por ellos…Música de ritmos iguales, porque en Cuba no existió nunca música tradicional, sino el canto del Mambí, o la conga carabalí. Esto, según Sánchez de Fuentes, porque la opera italiana y la francesa, influenciaron de tal manera a Cuba, que sólo el negro mantuvo su condición musical autóctona.”
Mi convicción sobre el origen de la bachata y la forma en que esta evolucionó hasta convertirse en el genero musical que conocemos hoy, se refuerza en el planteamiento de Dámaso Mercado quien plantea diferencias (ya para esos años), entre una bachata de acordeón y donde se tocaba merengue, con otra donde se tocaba guaracha, bolero, y otros ritmos utilizando guitarras: “A principio de la Ocupación Americana en este país, se usaban en Puerto Plata los bailes familiares “bachatas”, y cuando estos bailes eran con acordeón, el acordeón diatópico no podía modular, por eso el merengue es siempre diatópico.”. Para la época de la ocupación americana (1916-1924), ya el vocablo fandango había desaparecido en el campo y sustituido por jolgorio y bachata; pero en la medida que avanzaba el tiempo en el primer cuarto del siglo XX, el término bachata sirvió para referirse tanto a la fiesta popular del campo, fueran fandangos o jolgorios, como a la fiesta de barrios de la ciudades.
Esto se confirma con un documento del Inspector del Distrito Escolar del Norte de Santiago (San José de las Matas), G. Jiménez Herrera, donde informa acerca de la psicología de los habitantes de ese Distrito y dice que las “fiestas típicas de los campos son bailes o bachatas a los que simplemente les dicen fiestas, en las cuales el merengue que es un baile y una música enteramente nacionales, obtienen la supremacía, a los teñidos de un acordeón, una tambora y una güira, estas fiestas son comunes en todo el país”; mientras que para el mismo año, en un informe de José Medina P., refiriéndose a la raza y carácter de los habitantes de Sabaneta y Monción, aparece el testimonio de que los campesinos, en 1922, usan muy usualmente la palabra bachata que era lo mismo que “baile popular”.
La descripción que hace Otto Schoenrich en Santo Domingo, un país con futuro (1918), deja claramente establecido la marcada diferencia entre la música de campo, la alta sociedad y la de los barrios urbanos y contribuye con la apreciación que tenemos sobre el aporte de los borinqueños a la música dominicana y al sincretismo que se va dando entre el bolero cubano y también mexicano (ranchera) y la guaracha cubana, elementos que son fundamentales en la construcción del género bachata, como lo expresa Otto Schoenrich en 1918: “La música de vals es muy popular, pero la música de baile favorita es la hermosa “danza” puertorriqueña, que es parienta de los aires mexicanos y de la “guaracha” cubana (…). Los bailes a menudo se interrumpen por el servicio de dulces y helados. En el campo la música de baile es muy diferente. Se mantiene un golpe rítmico en un tambor hecho de un barril o tronco hueco, y violines rústicos o guitarras o un acordeón tocan el acompañamiento,”.
Como hemos podido mostrar a lo largo de este escrito, muchas de las actividades practicadas por los dominicanos para divertirse y pasar el tiempo, especialmente las relacionadas con el folklore, tuvieron sus orígenes en Puerto Plata y campos aledaños, en los que cubanos, cocolos y puertorriqueños convivieron o se integraron con los dominicanos. (Tomado de Alejandro Paulino Ramos, La Cultura del Caribe hispano en surgimiento de la bachata dominicana, Tesis Maestría Facultad de Humanidades, UASD, 2006).
Bibliografía:
1. Arzeno, Julio. Del folklore musical dominicano. Santo Domingo: Imp. La Cuna de América, 1927.
2. Golibart González, Porfirio. Nuestra música popular. C.T: s.e, 1947.
3. Golibart González, Porfirio. Oro de mis canciones. Ciudad Trujillo, Imprenta Rincón, 1949.
4. Hoetink, Harry. El pueblo dominicano, 1850-1900. Santiago: UCMM, 1971.
5. Martínez, Rufino. Puerto Plata. (1ra. ed. 1945). 2da. Ed., Santo Domingo, CETEC, 1995?
6. Martínez, Rufino. Del Puerto Plata de ayer. Santo Domingo: El Caribe, 1963.
7. Schoenrich, Otto. Santo Domingo a country with a future. New York, The Macmillan Co., 1918. Edición en español: Otto Schoenrich, Santo Domingo, un país con futuro. Santo Domingo, Edit. Santo Domingo, 1977.
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