OPINIÓN
La bestia no quiere pasar hambre
Mientras el mundo mira cómo EE UU lidia con su futuro fiscal, los
vericuetos de la batalla reflejan divisiones sociales y filosóficas
mayores que probablemente asuman diversos aspectos en todo el mundo
durante las próximas décadas. Se ha discutido mucho sobre cómo reducir
el gasto público, pero demasiado poco sobre la eficiencia de ese gasto.
Sin embargo, si no se aplican enfoques más creativos a la prestación de
servicios públicos, su coste continuará aumentando inexorablemente con
el tiempo.
Todas las industrias con uso intensivo de servicios afrontan los mismos desafíos. Allá por la década de 1960, los economistas William Baumol y William Bowen escribieron sobre la “enfermedad de los costes” que asuela estas industrias. El famoso ejemplo que usaron fue el de un cuarteto de cuerda de Mozart, que todavía requiere la misma cantidad de instrumentos y músicos en los tiempos actuales que en el siglo XIX. De igual manera, un maestro necesita aproximadamente la misma cantidad de tiempo que hace cien años para poner nota a un trabajo. Los buenos fontaneros cuestan una pequeña fortuna porque, también en este caso, la tecnología ha evolucionado muy lentamente.
¿Por qué el lento crecimiento de la productividad produce costes elevados? El problema es que en última instancia las industrias de servicios deben competir por la misma mano de obra que los sectores con un elevado crecimiento de la productividad, como las finanzas, la industria manufacturera y las tecnologías de la información. Aun cuando las reservas de trabajadores pueden estar segmentadas en alguna medida, hay suficiente solapamiento como para obligar a los sectores con uso intensivo de servicios a pagar salarios más elevados, al menos en el largo plazo.
El Estado, por supuesto, es el sector intensivo en servicios por antonomasia. Los empleados públicos incluyen docentes, policías, recolectores de residuos y personal militar.
Las escuelas modernas se parecen mucho más a las de hace 50 años que
las fábricas modernas. Y si bien la innovación militar ha sido
espectacular, aún requiere mucha mano de obra. Si la gente desea el
mismo nivel de servicios públicos en relación con otros consumos, el
gasto público ocupará una porción cada vez mayor del producto nacional.
De hecho, no solo ha aumentado proporcionalmente el gasto público con respecto a los ingresos; también ha aumentado el gasto en muchos sectores de servicios. Actualmente, el sector de servicios, incluido el estatal, constituye más del 70% de la renta nacional en la mayoría de las economías avanzadas.
La agricultura, que en el siglo XIX representaba más de la mitad de la renta nacional, se ha reducido a unos pocos puntos porcentuales. La reducción del empleo industrial, que tal vez generaba un tercio o más de los puestos de trabajo antes de la Segunda Guerra Mundial, ha sido impresionante. En EE UU, por ejemplo, el sector manufacturero emplea a menos del 10% de los trabajadores. Entonces, aun cuando los conservadores económicos exigen recortes en el gasto, hay poderosas fuerzas que operan en dirección contraria.
Hay que reconocer que el problema es peor en el sector público, donde el crecimiento de la productividad es mucho menor que en otros sectores de servicios. Si bien esto puede reflejar la diversidad de los servicios que deben proporcionar los Gobiernos, difícilmente sea esa una explicación completa.
Es cierto: parte del problema es que para los Gobiernos el empleo no solo sirve para proporcionar servicios, sino también para efectuar transferencias implícitas. Además, los organismos públicos funcionan en muchas áreas donde hay poca competencia —y, con ello, poca presión para innovar.
¿No convendría involucrar más al sector privado o al menos aumentar la competencia en el sector público? La educación, donde apenas se ha sentido el poder perturbador de las tecnologías modernas, sería un buen punto de partida. Existen complejos programas informáticos para la calificación de exámenes en la enseñanza media que están alcanzando niveles bastante buenos, si no están ya a la altura de los mejores profesores.
La infraestructura es otro sector obvio donde ampliar la participación del sector privado. Alguna vez, por ejemplo, se creyó que quienes transitaran por carreteras privadas tendrían que esperar mucho tiempo en los peajes. Los transpondedores y modernos sistemas automáticos de pago, sin embargo, han solucionado ese tema.
Pero no deberíamos creer que la mayor prestación de servicios por parte del sector privado es una panacea. Aún sería necesario regular, en especial cuando se trata de monopolios u oligopolios. Y aún sería necesario decidir cómo equilibrar la eficiencia y la equidad en la provisión de servicios. La educación es claramente un área en la que todos los países están interesados en crear una situación equitativa.
El conservador Ronald Reagan, presidente de EE UU en la década de los ochenta del siglo XX, describió su política fiscal como “hacer pasar hambre a la bestia”: recortar los impuestos al final obliga a la gente a aceptar un menor gasto gubernamental. En muchos aspectos, el enfoque de Reagan tuvo gran éxito. Pero el gasto público continuó creciendo porque los votantes aún desean recibir los servicios que proporciona el Estado. Actualmente queda claro que limitar el papel del Estado también implica encontrar formas de definir incentivos para que la innovación en el sector público se mantenga a la par de la innovación en otros sectores.
Sin nuevas ideas sobre cómo innovar en la provisión de servicios gubernamentales, las batallas como las que vemos hoy día en EE UU solo pueden empeorar, ya que los votantes deben pagar cada vez más por menos. Los políticos pueden hacer un mejor trabajo y prometerán hacerlo, pero no tendrán éxito a menos que identifiquemos formas de mejorar la eficiencia y la productividad en los servicios gubernamentales.
Kenneth Rogoff, ex economista jefe del FMI, es profesor de Economía y Política Pública en la Universidad de Harvard.
(c) Project Syndicate, 2012.
Traducción de Leopoldo Gurman.
Todas las industrias con uso intensivo de servicios afrontan los mismos desafíos. Allá por la década de 1960, los economistas William Baumol y William Bowen escribieron sobre la “enfermedad de los costes” que asuela estas industrias. El famoso ejemplo que usaron fue el de un cuarteto de cuerda de Mozart, que todavía requiere la misma cantidad de instrumentos y músicos en los tiempos actuales que en el siglo XIX. De igual manera, un maestro necesita aproximadamente la misma cantidad de tiempo que hace cien años para poner nota a un trabajo. Los buenos fontaneros cuestan una pequeña fortuna porque, también en este caso, la tecnología ha evolucionado muy lentamente.
¿Por qué el lento crecimiento de la productividad produce costes elevados? El problema es que en última instancia las industrias de servicios deben competir por la misma mano de obra que los sectores con un elevado crecimiento de la productividad, como las finanzas, la industria manufacturera y las tecnologías de la información. Aun cuando las reservas de trabajadores pueden estar segmentadas en alguna medida, hay suficiente solapamiento como para obligar a los sectores con uso intensivo de servicios a pagar salarios más elevados, al menos en el largo plazo.
El Estado, por supuesto, es el sector intensivo en servicios por antonomasia. Los empleados públicos incluyen docentes, policías, recolectores de residuos y personal militar.
¿No convendría involucrar más al sector privado o al menos aumentar la competencia en el sector público?
De hecho, no solo ha aumentado proporcionalmente el gasto público con respecto a los ingresos; también ha aumentado el gasto en muchos sectores de servicios. Actualmente, el sector de servicios, incluido el estatal, constituye más del 70% de la renta nacional en la mayoría de las economías avanzadas.
La agricultura, que en el siglo XIX representaba más de la mitad de la renta nacional, se ha reducido a unos pocos puntos porcentuales. La reducción del empleo industrial, que tal vez generaba un tercio o más de los puestos de trabajo antes de la Segunda Guerra Mundial, ha sido impresionante. En EE UU, por ejemplo, el sector manufacturero emplea a menos del 10% de los trabajadores. Entonces, aun cuando los conservadores económicos exigen recortes en el gasto, hay poderosas fuerzas que operan en dirección contraria.
Hay que reconocer que el problema es peor en el sector público, donde el crecimiento de la productividad es mucho menor que en otros sectores de servicios. Si bien esto puede reflejar la diversidad de los servicios que deben proporcionar los Gobiernos, difícilmente sea esa una explicación completa.
Es cierto: parte del problema es que para los Gobiernos el empleo no solo sirve para proporcionar servicios, sino también para efectuar transferencias implícitas. Además, los organismos públicos funcionan en muchas áreas donde hay poca competencia —y, con ello, poca presión para innovar.
¿No convendría involucrar más al sector privado o al menos aumentar la competencia en el sector público? La educación, donde apenas se ha sentido el poder perturbador de las tecnologías modernas, sería un buen punto de partida. Existen complejos programas informáticos para la calificación de exámenes en la enseñanza media que están alcanzando niveles bastante buenos, si no están ya a la altura de los mejores profesores.
La infraestructura es otro sector obvio donde ampliar la participación del sector privado. Alguna vez, por ejemplo, se creyó que quienes transitaran por carreteras privadas tendrían que esperar mucho tiempo en los peajes. Los transpondedores y modernos sistemas automáticos de pago, sin embargo, han solucionado ese tema.
Pero no deberíamos creer que la mayor prestación de servicios por parte del sector privado es una panacea. Aún sería necesario regular, en especial cuando se trata de monopolios u oligopolios. Y aún sería necesario decidir cómo equilibrar la eficiencia y la equidad en la provisión de servicios. La educación es claramente un área en la que todos los países están interesados en crear una situación equitativa.
El conservador Ronald Reagan, presidente de EE UU en la década de los ochenta del siglo XX, describió su política fiscal como “hacer pasar hambre a la bestia”: recortar los impuestos al final obliga a la gente a aceptar un menor gasto gubernamental. En muchos aspectos, el enfoque de Reagan tuvo gran éxito. Pero el gasto público continuó creciendo porque los votantes aún desean recibir los servicios que proporciona el Estado. Actualmente queda claro que limitar el papel del Estado también implica encontrar formas de definir incentivos para que la innovación en el sector público se mantenga a la par de la innovación en otros sectores.
Sin nuevas ideas sobre cómo innovar en la provisión de servicios gubernamentales, las batallas como las que vemos hoy día en EE UU solo pueden empeorar, ya que los votantes deben pagar cada vez más por menos. Los políticos pueden hacer un mejor trabajo y prometerán hacerlo, pero no tendrán éxito a menos que identifiquemos formas de mejorar la eficiencia y la productividad en los servicios gubernamentales.
Kenneth Rogoff, ex economista jefe del FMI, es profesor de Economía y Política Pública en la Universidad de Harvard.
(c) Project Syndicate, 2012.
Traducción de Leopoldo Gurman.
No hay comentarios:
Publicar un comentario