DUARTE EN EL CIBAO.
La Junta Central Gubernativa nombra el 15 de junio de 1844, a Juan Pablo Duarte, como delegado del Cibao, con amplias facultades y
poderes para calmar y unir al pueblo y elegir, dentro de la Ley, municipios, terminar
discordias civiles, conforme lo expresa minuciosamente el historiador Don José G. García.
El 20 de junio del 1844, salió el Patricio de la Capital,
y el 24 llegó a Cotuí, siendo recibido con inusitado entusiasmo, arriba a La Vega el 25 de junio, donde es
recibido con grandes demostraciones de
afecto, simpatía y reconocimiento a su ilustre persona. Y a su admirable obra. Se aloja en la casa de las señoritas Villas del
Orbe, quienes hicieron la primera
bandera dominicana que flotó en
la región del Cibao el 4 de marzo del 1844.
Permanece en La
Vega hasta el 29 y llega a
Santiago el día 30, donde estaba
Mella, y como en La Vega, recibe elocuentes pruebas de afectos y adhesión, y donde observa
también una gran reacción febrerista.
Mella, le hace ver que la situación no esta tan buena como él se
lo imaginaba, le hace ver el gran
movimiento santanista que se originaba,
y que por tantos hacia necesario tomar una actitud decisiva. El Apóstol
no contesta, medita, piensa siempre esa
actitud puede matar la recién nacida
Patria, y el por nada de la vida puede permitir esa muerte.
Mella dirige en
Santiago un movimiento a favor de
Duarte, Santiago que se había
inmortalizado el 30 de marzo de 1844, heroica y digna, responde al
llamamiento, y en virtud de un
patriótico pronunciamiento proclama al
Padre de la Patria, Presidente de la República el 4 de julio de 1844, a los cuatro días de su llegada a la Capital
Cibaeña.
Al presentarle el acta
de la proclamación, los altos
pensamientos de que la guerra civil
que seguramente se iba a desencadenar
mataría la República, y su absoluto respeto a la autoridad legalmente constituida, representaba por la Junta
Central Gubernativa, le hizo rechazar de primera intención ante el asombro de
sus compañeros la referida proclamación, aceptándola sólo cuando fuera
ratificada por la mayoría de sus
conciudadanos por todas estas relevantes y raras virtudes, el justo y
profundo maestro Don Federico Henríquez
y Carvajal dice “ con sonada razón,
que Duarte es entre sus compañeros,
el único en la pureza absoluta de su vida”.
El 11 de julio llegó Duarte, con varios amigos, a Puerto Plata, y allí,
también declino en el discurso que pronunció constatándole al General Villanueva, la forma de la proclamación de la Presidencia de la República de que
había sido objeto en Santiago. Mella y los demás febreristas siguen
dándole cuenta de que el santanismo
crecía rápida y amenazantemente en contra de las ideas del Patricio. Se lo expresaba así, y le ruegan en vano que por esa
circunstancia acepte la designación hecha.
La labor santanista aumenta, y, para
conjurarla, va una comisión de Santiago presidida por Mella a la Capital
a obtener de la Junta Central
Gubernativa llame libremente al pueblo a elecciones, único modo que Duarte acepta, mientras el perínclito ciudadano espera el resultado en
Puerto Plata.
A raíz de estos acontecimientos, retorna Santana de Baní
a la Capital, disuelve el 13 de julio la
Junta Central Gubernativa, forma otra, y se hace proclamar Jefe Supremo
por el Ejército del Sur. De Santiago se
le había comunicado la Proclamación de
Duarte.
Juan Pablo Duarte, es el símbolo de la Patria; su vida, su palabra evangélica y su obra, son
el alma nacional. Fue él quien encendió y unifica la llama sacrosanta del
patriotismo en la República; él es el creador de la Nacionalidad Dominicana; fue
su espíritu quien disparó a Mella el Trabucazo salvador de la noche
épica de Febrero (1844).
Él es por tanto, el héroe que venció en todas las batallas libertadoras; era él quien,
en la batalla del 30 de marzo 1844, estaba en Fernando Valerio cuando
este paladín excitando más a los
soldados con un arrojo Córdoba a los soldados vencedores de Ayacucho con sus
marciales palabras , se lanzó fuera de la trincheras, colérico e irresistible,
sable en mano, y tras él corrió una falange
que, imitando, cargó la división haitiana al alma blanca, la llevo retrocediendo desde la falda del Fuerte Dios hasta las orillas del Yaqué, cuyas aguas se enrojecieron,
y los obligó a repasar el río que horas antes atravesaron a tambor batiente y bandera desplegada,. Con presunción de vencedores.
En Estrelleta, en Beler,
en el Número, en Cachimán, y en
todas las gloriosas acciones en que el
alma de la Patria sucumbió el yugo de los
barbaros opresores. Duarte fue el
héroe, y fue él por tanto, también, quien estuvo en José Cabrera, Santiago Rodríguez
y Benito Monción en Capotillo el 16 de agosto de 1863, y quien incendió patrióticamente
a la viril Santiago el 6 de septiembre de 1863, y es él, por fin, quien desde su mansión de gloria, anima,
dirige y está en todos quienes sueñan y
forjan la Patria libre, prospera, grande y soberana, que el concibió, libertó y tanto amo y ama desde
su tumba inmortal.
EL DÍA QUE LA OLVIDE SERÁ EL ÚLTIMO DE MI VIDA. Dijo.
Once años pasos en la angustia de estar extrañado de su
patria, envejecido, enfermo, y el 15 de septiembre del 1876, le despertó la muerte en tierra extraña.
Tenía 63 años, y había sido libertador a los 31 años, más joven que
lo que fue Washington. Durmió la primera parte de su sueño eterno en el Cementerio de Tierra de Fuego, en Caracas-Venezuela, y en 1884, a iniciativa y diligencia del
Honorable Ayuntamiento de Santo Domingo, sus venerables restos fueron trasladados e inhumados, con
merecida apoteosis, en la Capilla de los
Próceres en la Catedral Primada de América, que era el Panteón Nacional. En medio de un cálido homenaje en el cual el Águila Oratoria
Nacional Monseñor Fernando Arturo de Meriño, pronunció una de las oraciones fúnebres
más vibrantes de América.
La posteridad agradecida, reconoció sus grandes méritos y proclamándolo al verdadero
Padre de la Patria.
Aún hoy
este reconocimiento al fundador de nuestra nacionalidad se ha caído y su pueblo hoy lo ha olvidado y solo se
recuerdan de él en los estamentos de los
gobiernos que hemos tenidos en nuestra era moderna para la parafernalia política y demagógica para
adormecer la población.
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