lunes, 1 de abril de 2013

EL INTRÉPIDO PUEBLO FENICIO.


EL INTRÉPIDO PUEBLO FENICIO.

Los fenicios fueron siempre un enigma para los otros habitantes de los países del Mediterráneo, y muy en particular para los griegos. En efecto, los helenos no acertaban a comprender cómo a un pueblo tan insignificante le había sido posible llegar a semejante poderío, que le permitía dominar casi todo el espacio comprendido entre la costa atlántica española y la propia del Líbano, y lo comprendían tanto menos cuanto que este poderío en realidad no era tangible en parte alguna, pues se manifestaba menos en grandes y poderosas ciudades y extensos territorios que en una enmarañada red de rutas comerciales, solamente visibles como huellas de las quillas de frágiles embarcaciones.
Cierto que al término de estas rutas había bases navales, puntos estratégicos, modestas colonias amuralladas, situadas las más de las veces en alguna cala al abrigo del viento. Los navegantes que pasaban frente a ellas podían distinguir almacenes, cuarteles, torreones de defensa y, como edificio principal, la sede del gobernador de la base, y quizá también algún templo, pero en total nada, por lo menos nada que pudiera ni con mucho compararse con una metrópoli comercial griega: ni fachadas de mármol, ni columnatas, ni estatuas multicolores de los dioses.
Sin embargo --por lo menos así lo creían los helenos--, en los subterráneos de aquellas factorías cenicientas se guardaban mayores tesoros que en las arcas de muchas residencias reales.
Estaban familiarizados con el aspecto de los habitantes propietarios de aquellas bases, pues topaban con ellos en todos los puertos; conocían sus típicos ademanes orientales, su facundia, su rostro estrecho de piel morena y nariz aquilina. Pero solamente se les conocía como tipos, es decir, que prácticamente nada se sabía de ellos. Una cosa, sin embargo, saltaba a la vista, y era que pertenecían, a un mundo distinto del de los griegos u otra cultura mediterránea. Eran orientales, pero dentro de este vasto grupo parecían formar un reducido círculo exclusivo que se gobernaba por reglas propias impenetrables. Los fenicios apenas hablaban de sí mismos. Llegaban, realizaban sus negocios y desaparecían como habían venido. Ofrecían mercancías que sólo se encontraban en las calas de sus barcos, y alguna que otra vez dejaban entrever que viajaban por países en los que jamás griego alguno había puesto los pies.
Semejante ubicuidad desconcertaba a todo el mundo. Más de un capitán, bien heleno o de otra cultura asomada al Mediterráneo, de los que navegaban por primera vez por parajes alejados, había tenido que tragarse el grito de júbilo con que iba a saludar el descubrimiento de un buen fondeadero, al darse cuenta de que detrás de un promontorio rocoso se ocultaba una factoría tiria. Los fenicios estaban instalados en el Bósforo, en Italia, en Sicilia y en las costas de España y de África. Como eminencias grises, sus agentes asesoraban a los monarcas egipcios, y sus consejos eran asimismo escuchados por los reyes asirios, babilonios y persas. Incluso colaboraban con los no menos misteriosos etruscos. A dondequiera que pusiera rumbo una nave, era seguro que allí ya había fenicios. Finalmente la gente se hizo idea de que los fenicios estaban implicados en todos los complots dirigidos contra los griegos, quienquiera que los hubiera tramado.
Por todo esto eran odiados, y el odio había derivado en escarnio y desdén. Pero en el fondo se les temía, aún más, por ser tan incomprensibles.
A. Poidebard decía en su obra "Sidón":
"La conquista del mar es el hecho más sobresaliente de la Humanidad. En toda época los hombres se han sentido atraídos por los horizontes nuevos, del mismo modo que las estrellas desconocidas han excitado su fantasía. El mar permitió al hombre conquistar nuevas tierras y convertirse en los verdaderos amos de pueblos extranjeros...".
En tiempos muy lejanos, cuando aún no se habían creado colonias comerciales, cuando aún nadie poseía una verdadera flota de guerra, un pequeño pueblo que vivía en la costa oeste del mar Mediterráneo descubrió el arte de la navegación. Eran los fenicios. Sus naves se guiaban por la estrella Polar.
Unos 1200 a.C., se creó un imperio marítimo que perduró un milenio. Su talasocracia estaba fuera del alcance de los ejércitos terrestres. Cuando el poderío egipcio comenzaba a decrecer, los fenicios fueron apareciendo lentamente en el Mediterráneo. Este pueblo fenicio, formado por gentes de sangre mezclada, con predominio semita, fue el verdadero príncipe del comercio; durante siglos enteros los fenicios mandaron y gobernaron en la economía de países extranjeros.
Para algunos historiadores los mitos tirios (de la ciudad fenicia de Tiro) son semejantes al de los "Emperadores Celestes" de China. Efectivamente, después de la creación del Mundo reinó una raza de gigantes y semidioses que inventaron todo lo que era útil a la Humanidad. Por aquel entonces un héroe llamado Usoos, "el cazador", se aventuró el primero en el mar sobe un tronco de árbol: así se inventó la navegación. Usoos fue también el fundador de la ciudad de Tiro, donde nació Astarté, la diosa del amor y de la fecundidad.
Ya en el cuarto milenio, Biblos era una gran ciudad y entre Fenicia y Egipto se mantenían estrechas relaciones. Egipto necesitaba la madera de los cedros del Líbano, que proporcionará a los fenicios material para sus barcos, y también, más tarde, el rey Hiram de Tiro, le venderá cedros a Salomón para la construcción del Templo de Jerusalén. 
Fue en Biblos donde Pierre Montet consiguió, en el año 1929, realizar uno de los descubrimientos más interesantes de nuestro siglo XX. En una cámara mortuoria halló el sarcófago del rey fenicio Ahiram. En su interior fueron encontradas, entre otras ofrendas de menos valía, dos vasijas de alabastro del gran faraón Ramsés II, que fue contemporáneo suyo.
Las paredes del sarcófago están llenas de imágenes y esculturas. Lo más importante del mismo, sin embargo, son unas inscripciones que lleva grabadas en ambos lados. Son textos fenicios antiquísimos, realizados ya con el sistema alfabético. Así es de suponer que fueron los fenicios quienes dieron los primeros pasos hacia la invención del alfabeto, el mayor invento de la Humanidad (véase artículo en este mismo blog "La extraordinaria invención fenicia del alfabeto").
Esto tuvo lugar allá por el 1300 a.C. Y es por este motivo por lo que hemos de hacer resaltar que tal hallazgo es importantísimo, ya que descubre un hecho que durante largos años permaneció ignorado.
Fenicia, ocupaba de Norte a Sur una zona estrecha de tierra, costera del Mediterráneo, y limitada además por el Orontes (al Norte), el Líbano (al Este) y el Monte Carmelo (al Sur). Sus ciudades más importantes fueron Trípoli, Biblos, Berito, Arad, Porfireion, Sidón y Tiro, la más meridional y una de las más famosas.
La fortaleza de la isla de Tiro poseía dos puertos. Uno, el sidónico, al norte; y el otro, el egipcio, al sur. El primero se conserva aún en buen estado, mientras que el segundo hace tiempo que se hundió. El francés A. Poidebard descubrió que el muelle egipcio no era obra de la naturaleza, sino que fue construido por la mano del hombre. Era un puerto con malecones, tinglados para mercancías y un rompeolas.
Tiro, que hoy está al extremo de una lengua de tierra que se adentra en el mar, se llama actualmente Sur y es una  población en la que habitan unos 115000 habitantes. En la antigua Tiro, isla que fue el centro de una potencia marítima, se albergaron dentro de sus muros más de veinticinco mil habitantes. Según narra el historiador Arriano,  la ciudad de Tiro estaba situada sobre rocas de la isla y poseía una muralla de cincuenta metros de altura...
Que la isla dejara de serlo para formar parte de un continente, es debido a que Alejandro Magno no sólo conquistó el mundo, sino que incluso intentó variar su geografía. El gran conquistador macedonio puso sus ojos sobre Tiro, y para poder conquistarla invadiéndola, hizo construir un dique que penetraba seiscientos metros en el mar, acercándose a la isla. Este plan fue realizado el año 332 a.C. Para la construcción usó los escombros de la ciudad Tiro que estaba situada en tierra firme. El mencionado brazo, de piedra que penetraba en el mar, tenía una anchura de unos sesenta metros. No es difícil imaginar la gran cantidad de hombres que Alejandro tuvo que emplear en tal empresa, sumamente audaz e ingeniosa.
En cambio, Nabucodonosor mantuvo sitiada la isla durante más de trece años (desde 585 hasta 572 a.C.) sin que se rindieran.Y eso que en la isla no había fuente alguna. Pero los habitantes de Tiro eran tan previsores que para disponer de agua potable, en caso de asedio, habían construido unas enormes cisternas que estaban destinadas a la conservación de una cuantiosa reserva de agua.
Unos 1300 años a.C., un hombre llamado Hori, alto empleado de las caballerizas del faraón, escribió a un jefe de las hordas militares que estaban bajo el control de Ramsés II. El jefe se llamaba Amán Appag. En la importante misiva, se mencionan algunas ciudades cananeas en pleno florecimiento y que más tarde habían de ser conquistadas por ellos.
En dichos y famosos escritos, conocidos por la denominación de "Papyrus Anastasi I" --depositados hoy en el Museo Británico de Londres--, el caballerizo Hori llama al jefe Amán Appag con el nombre de "Mahir", palabra cananea que define al hombre instruido en el arte de la escritura. El citado Mahir ha cruzado Siria y, por tanto, ha visitado ciudades cananeas y fenicias. En uno de los pasajes de la carta se lee:
"Te escribo desde una ciudad. Creo que su nombre es Biblos... Cuéntame sobre Berito y cosas de Sidón y Sarepta. Dime, ¿como es Uz? He oído hablar también de una ciudad situada en medio del mar. Su nombre es Tiro. El agua que necesitan sus habitantes se les transporta en barcos, y dicen que la ciudad es más rica en peces que en arena...".
Cuando Mahir cruzó las grandes ciudades fenicias, éstas poseían una gran potencia marítima y tenían sobre sí un historial de más de mil años. Los datos que lo corroboran fueron aportados por Montet y Dunant con las excavaciones que realizaron desde 1921 a 1957.
En verdad que resulta fascinante descorrer los velos de las culturas que pertenecen a épocas distanciadas miles de años de nuestra Era. Paul Claudel afirmó:
"Existe en el mundo algo que es aún más incomprensible para los hombres que los enigmas del futuro, y es el enigma del pasado".
Por su parte el escritor I. Lissner se pregunta : " Pero ¿acaso no es el pasado nuestro presente, y nuestro presente también un pasado del futuro?".
Lo cierto es que aún que da mucho por investigar en la vida de los pueblos de nuestro mundo, en especial en la de aquellos que son originales y que han transmitido su pasado a nuestro presente. Y para ello las correspondientes investigaciones debemos basarnos en la arqueología y en el espíritu de su gran cultura que nos ha sido legada mediante sus escrituras.
Es sobradamente conocido que los fenicios fueron los sucesores de los cananeos, y por dicho motivo llamaron a su país Canaán. Pero lo que aún se ignora es quién fue el que les inculcó a los fenicios se afán de explorar la lejanía, de buscar remotas tierras, nuevas conquistas y países a los cuales dominar y conocer. Posiblemente heredaron esta inquietud de sus antecesores, los navegantes de Creta.
Verdad es que se desconoce quiénes fueron los que les influenciaron, pero lo que sí se sabe  a ciencia cierta es que abandonaron sus ciudades, su pueblo natal, y llegaron hasta Gadir (Cádiz), en España, las costas africanas y atlántica. Incluso existe la creencia de que los fenicios llegaron hasta el mar Báltico, en busca del ámbar.
Los fenicios, fueron nexo de muchas culturas, mantuvieron relaciones con sinnúmero de pueblos (asirios, egipcios, griegos, cretenses, españoles, nórdicos, indios, árabes, etc.) y representan un momento de gran tensión universal. Hay que reconocerles que ayudaron a realizar la unidad superior de la Historia antigua, y difundieron la técnica, el comercio y la escritura fonética. Fueron también grandes impulsores de la civilización.
Su religión, aunque muy influida da cultos egipcios, orientales y semíticos. tenía cierta originalidad. Se adoraban mitos semejantes en cada ciudad (Melkart y Astarté en Tiro; Baal en Sidón; Kay Tau en Biblos, etc.). La gran misión de los fenicios en la Historia fue el desarrollo del "comercio", en cuyo aspecto sobresalieron, llegando a monopolizar el Mediterráneo. A bordo de sus naves recorrieron todo el mundo de entonces conocido y sobrepasaron sus límites con frecuencia. Sus barcos salían cargados con madera de cedro del Líbano, cereales, aceites, especias y piedras preciosas que luego intercambiaban con persas y asirios, egipcios y árabes, tartesios y africanos.
Para conseguir su pujanza desarrollaron una organización "colonial"que consistía en establecer no sólo en ciudades-colonias, como la de Gadir (España), Chipre, Taso, Melos, Rodas, Sicilia y otras muchas en el norte de África, sino también barrios enteros de ciudades (como Menfis), pertenecientes a otros Imperios mucho más poderosos militarmente. Su actividad comercial les forzó al desarrollo de la navegación, aspecto en el que fueron maestros, utilizando grandes barcos movidos a vela o por largas hileras de remos.
Los fenicios no sobresalieron en el arte, recibiendo influencias de las grandes culturas limítrofes, especialmente egipcias y asirias. En un tiempo relativamente reciente han aparecido antiguas estructuras en Biblos (época tinita), en Sidón (una fortaleza y restos de santuarios) y en Tiro (necrópolis, sarcófagos, estructuras, esculturas, etc). En las colonias se han hallado también restos gran interés, como los templos de Chipre, los sarcófagos y las ciudades de Cádiz, Chiclana y Doña Blanca etc.
La última colonia que fundaron los fenicios fue la de Cartago, y la fecha de su fundación se fija en el año 814 a.C. En ella se conservó la cultura fenicia, conocida también con el nombre de púnica. Cartago, que merecería un capítulo aparte, prosiguió siendo fenicia aun cuando hacía tiempo que las ciudades matrices habían sucumbido al mundo greco-romano.
Durante la época persa hubo un intento de renacimiento en Sidón, que no logró mantenerse. Fenicia estaba muerta para la Historia.

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