Articulo enviado por Osvaldo Sidoli- Julio 2007,
copiado en su totalidad del sitio Almendron.com, tomado del libro de
Manuel Lucena Salmoral
© Información e Historia, S.L. Historia 16 (1996)
© Información e Historia, S.L. Historia 16 (1996)
http://www.histarmar.com.ar/InfGral/AASidoli/CarreraIndias-1.htm
El viaje de España a Indias y viceversa no se efectuaba libremente. Todo el
tráfico comercial con América se concentró es Sevilla, dando lugar al
establecimiento de un monopolio controlado en todos sus aspectos por la
Casa de la Contratación,
fundada en 1503, hasta que en 1543 se crea el Consulado de Mercaderes de
Sevilla, que asume una serie de actividades mercantiles en relación con el
comercio indiano, entre las que se cuentan: participación en el despacho de
flotas, control de los seguros marítimos, salvamento de mercancías de los buques
naufragados. Al monopolio que Sevilla y Cádiz detentaban en la metrópoli para el
comercio con las Indias, se añadía el de unos pocos puertos americanos
autorizados.
"Las flotas de
Indias fueron el mecanismo de funcionamiento del monopolio comercial español con
América y constituyeron la esencia de la denominada Carrera de Indias que
englobaba todo el comercio y la navegación de España con sus colonias"
(Manuel Lucena).
En principio, los barcos de Indias iban y venían de acuerdo con las necesidades
comerciales. A raíz de las guerras entre España y Francia, el
corso y la
piratería hacen su aparición. En 1521 comienzan los ataques de los
corsarios franceses
Jean Ango y Fleury.
Carlos V
adopta medidas protectoras para el tráfico indiano, como la Real Provisión de 13
de junio de 1522. Se juzga necesario crear una armada para proteger las flotas
de Indias. Un "asiento" suscrito en Sevilla con los comerciantes de esta ciudad
ordena
"hacer una armada contra
corsarios repartiendo el gasto de la avería en lo que se truxese de las Indias y
entre los moradores de los puertos interesados".
Posteriormente se dictan otras normas, pero quizás la de mayor interés es una
Real Cédula de 1542, por la que los buques procedentes del Caribe y Nueva España
salgan de allí
"viniendo en flota".
La Casa
de la contratación (1503-1790), fue creada por los
Reyes Católicos
para estimular, encauzar y controlar el tráfico con el Nuevo Mundo. Tenía
precedentes en instituciones semejantes creadas anteriormente en otros países,
en especial la "Casa da India" de
Lisboa. En
principio se organizó como una agencia de la corona castellana, para realizar,
por cuenta propia, y en régimen de monopolio, el comercio con las tierras recién
descubiertas, pero la ampliación insospechada del escenario americano hizo
imposible este proyecto, y la Casa de contratación se convirtió en el órgano
destinado a inspeccionar y fiscalizar todo lo relativo al tráfico indiano.
La Casa conoció su mayor apogeo en el siglo XVI, a lo largo del cual fueron
fijadas su organización y atribuciones en "Ordenanzas" ampliadas y rectificadas
varias veces (1503, 1510, 1536, 1543, 1552, 1585, etc). Gozó de amplia autonomía
hasta que se creó el Consejo de Indias (1524), del que pasó a depender, como más
tarde los haría de los de Hacienda y Guerra. Su personal estaba compuesto, al
principio, por
- Un factor, a cuyo cargo estaba el aprovisionamiento y revisión de los buques y la compra y expedición de ciertas mercancías por cuenta de la Hacienda (armas y municiones, azogue para extraer la plata, etc.).
- Un tesorero, que recibía todos los caudales procedentes de América, tanto de particulares como de la corona, y se hacía cargo de los bienes de las personas fallecidas allí, en tanto no eran entregados a sus herederos (los bienes de difuntos).
- Un contador-secretario, encargado de la contabilidad de cuantas operaciones realizaba la Casa.
Estos tres funcionarios (oficiales reales) actuaban y eran responsables
conjuntamente en ciertos trámites fiscales: registro de navíos, concesión de
licencias de embarque y cobranza y administración de ciertos gravámenes sobre el
tráfico (en especial la avería, fondo destinado a sufragar los gastos que
originaba la protección armada de los buques mercantes). Tenían también la
facultad de administrar justicia en los pleitos relativos al comercio y la
navegación, previo asesoramiento de un letrado: su actividad en esta esfera
provocó numerosos conflictos con otros organismos judiciales.
Cuando se creó el Consulado de Sevilla (1542), como tribunal mercantil, muchos
pleitos sobre responsabilidad civil pasaron a él, pero lo criminal siguió bajo
la jurisdicción de la Casa de contratación, con lo que se crearon los cargos de
fiscal (1546) y juez asesor (1553). En 1583, se creó una sala de justicia dentro
de la Casa de la contratación, con lo que la función judicial quedó totalmente
separada de las tareas administrativas y fiscales, encomendadas a los oficiales
reales. En 1596, la sala de justicia fue equiparada a una audiencia. La Casa de
contratación desempeñó ciertas funciones de gobierno, como el reclutamiento de
colonos para poblar las nuevas tierras, el registro y la expedición de licencias
para los que querían trasladarse allí, pero sobre todo fue órgano consultivo de
los reyes para todo lo referente al comercio, a través del cual se cursaban
órdenes acerca del tráfico mercantil indiano.
También fue notable su
labor en lo que respecta a las técnicas de navegación y a la ciencia náutica. No
sólo inspeccionaba los navíos destinados a efectuar la travesía sino que incluso
creó un cargo de carácter técnico, el de piloto mayor, en que se sucedieron
figuras tan destacadas como Américo Vespucio, Juan Díaz de Solís, Sebastián
Caboto, etc. Bajo su dirección se desarrolló una oficina hidrográfica y una
escuela de navegación que atendió a la enseñanza y examen de pilotos y a la
construcción y reparación de instrumentos náuticos. En ella se registraban,
sobre un mapa modelo (el padrón real), los descubrimientos que se iban
realizando, y a él ajustaban los navegantes sus cartas náuticas.
La primera institución oficial creada para el conocimiento del saber náutico fue
la Casa de la Contratación de Sevilla en 1503. En 1508, por cédula de Fernando
el Católico, se nombra a Américo Vespuccio, Piloto Mayor de la Casa de la
Contratación, para
"oficio que se
constituyó para examinar y graduar a los Pilotos y censurar las cartas e
instrumentos necesarios para la navegación. Años después, en 1552, se crea la
"Cátedra del Arte de la Navegación y la Cosmografía”.
Complementando este centro dedicado a la formación de marinos y como
consecuencia del interés que Felipe II sentía por la geografía y la astronomía
funda en 1583 la Academia de Matemáticas de Madrid. Fue su primer director Juan
de Herrera, quizás más conocido como el arquitecto del Monasterio de El
Escorial, que además desarrolló otra faceta que ha trascendido menos: la de
inventor de instrumentos náuticos; así nos lo relata Andrés García de Céspedes,
que fue piloto mayor de la Casa de la Contratación, cosmógrafo del Consejo de
Indias y también hábil constructor de instrumentos, pues como atestigua Salvador
García Franco (1947), fabricó la ballestina que sirvió de "padrón" para
comprobar las que llevaban los pilotos en sus navegaciones.
Galeón español por
Alberto
Durero
|
Con el tiempo las tareas de la Casa de contratación adquirieron tal complejidad
que fue preciso adjuntar a los oficiales reales una serie de ayudantes:
escribanos, diputados, comisarios delegados, etc., y se crearon unos cargos con
misiones concretas y específicas, como los de correo mayor, proveedor general de
la armada, artillero mayor, visitadores de navíos. Para coordinar tan diversas
actividades se instituyó (1557) el cargo de presidente de la Casa de
contratación, que era la suprema autoridad ejecutiva dentro de ella. Al contador
se le asignaron numerosos ayudantes, y se acabó creando un Tribunal de la
contaduría de la avería (1596).
La Casa de contratación tenía su capilla propia y también su cárcel. Durante más
de doscientos años (1503-1717), Sevilla fue sede de la Casa, debido al monopolio
del tráfico con América de que gozaba. Sólo hubo un intento (1529-1573) de
alterar esta situación, permitiendo a ocho puertos españoles que enviasen barcos
directamente a Indias, aunque con la supervisión de delegados de la Casa, y con
la obligación de terminar en Sevilla el viaje de regreso. El calado no siempre
permitía a los buques navegar con toda su carga por el Guadalquivir hasta
Sevilla, por lo que fue preciso autorizar que, eventualmente, pudiesen efectuar
en Cádiz las operaciones de carga y descarga.
Al amparo de esta licencia se desarrolló un activo contrabando, por lo que se
estableció en Cádiz un Juzgado de Indias (1535), compuesto por un juez oficial y
tres delegados de la Casa de Contratación, cuya finalidad era lograr un mejor
control de este tráfico. La rivalidad entre los comerciantes de Sevilla y de
Cádiz fue grande, y los primeros intentaron en vano suprimir el juzgado. A lo
largo del siglo XVII, la Casa de contratación se vio afectada por los defectos
característicos de la administración española de esta época: estancamiento,
ineficacia, venalidad de los oficios públicos. Aparecieron los jueces
supernumerarios, que, habiendo obtenido por compra el derecho a ocupar algunos
de los cargos de la Casa, tenían que esperar a que quedase vacante. En el siglo
XVIII, la política innovadora de los Borbones trajo como consecuencia el
traslado (1717) de la Casa de contratación a Cádiz y el Juzgado de Indias a
Sevilla; al mismo tiempo, la nueva estructura administrativa y la progresiva
descentralización del comercio le fueron mermando atribuciones, hasta que en
1790 fue definitivamente suprimida.
La ciudad de Sevilla debió aumentar su población de 60 o 70.000 habitantes en
1500 a 150.000 en 1588; esta es la época de máximo apogeo de Sevilla: en 1543 se
creó el consulado y en 1624 el almirantazgo. Las posibilidades de grandes
beneficios ofrecidas por los nuevos mercados americanos, así como las
dificultades y el coste elevado de los transportes terrestres en la península,
determinaron la creación de numerosas industrias en Sevilla por parte de
mercaderes y banqueros. Entre estas industrias destacan las textiles (de larga
tradición), en particular la seda, la cerámica instalada sobre todo en Triana, y
el jabón, y a continuación, en un plano menor, los astilleros (siempre a
remolque de los vascos), la pólvora, los bizcochos, la industria de lujo y la
tonelera, etc.
Algunas de ellas (cerámica) lograron superar la crisis en que se vio sumida la
ciudad a partir de la segunda mitad del siglo XVII y a lo largo del XVIII, pero
la mayoría entraron pronto en una fase de decadencia. Sin embargo, incluso en la
época de mayor auge, Sevilla no logró equilibrar su balanza comercial debido al
déficit en las exportaciones y por ello se vio precisada a exportar gran
cantidad de metales preciosos. Esto no imprimió la imposición de una tributación
creciente sobre la ciudad por parte de la corona. Este hecho, unido a la
competencia extranjera (los neerlandeses, genoveses y florentinos se instalaron
en Sevilla poco después de la conquista de América), que llegó a arruinar a
muchas industrias locales y favoreció el drenaje de moneda hacia otros países, y
a la
guerra de Separación de
Portugal (1640), que determinó la emigración de un gran número de
portugueses e impidió el tráfico comercial con Lisboa, provocó el declive de
Sevilla, iniciado aproximadamente a partir de 1640.
Pero a todo ello hay que añadir la catástrofe demográfica provocada por la
epidemia de 1649, que supuso la pérdida de 60.000 h, de la que Sevilla no se
repuso hasta entrado el siglo XIX, y el traslado de la Casa de contratación a
Cádiz en 1717. En realidad la rivalidad de ambas ciudades arrancaba del siglo
XVI y el motivo que se alegaba para apoyar la necesidad del traslado era la
dificultad que encontraban los buques en pasar la barra de Sanlúcar, que no
había sido corregida a pesar de que en 1687 una real cédula concedía la facultad
de profundizar el Guadalquivir. A finales del s.XVIII la población de Sevilla se
cifraba en unos 96.000 habitantes y hasta mediados de la centuria siguiente no
logró rebasar los 120.000 habitantes.
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