“Yo solo. Nosotros solos. Ellos solos”. El Español que abrió las puertas de Norteamérica a la libertad
Publicado por Javier Noriega el dic 10, 2014
Quizás sea por ser oriundo de esta ciudad de Málaga, además en una infancia en la que día sí, día no, respirábamos esa brisa que provenía de los montes de la Axarquía. Colinas que llegan hasta besar la orilla del mar desde Nerja hasta el Rincón de la Victoria o incluso hasta la propia entrada a Málaga desde El Palo. Lomas que discurren entre pencas de chumbos, secaderos de pasas y los barrancos que vieron nacer al señor Gálvez, allá en la Macharaviaya del siglo XVIII. Quizás sea por ser historiador y haber podido escuchar entre los pasillos de la facultad de la Universidad de Málaga, o en diferentes conversaciones con profesores de departamento, aquella sobresaliente figura que no salía en los libros y que recuerdo vagamente, y me sorprendió, que se asociase con la fabricación de naipes para divertir a todo el Imperio. Al menos era una primera aproximación. Estudiada e investigada desde hacía años en aquellos ámbitos universitarios, pero completamente desconocida para nuestra sociedad en general. Silenciado este Gálvez de manera incomprensible, en una España en la que en ocasiones la cultura parece no ser su marca, pero al que ahora, en el 2014 se hace justicia en el Capitolio. Quizás sea también porque al disfrutar de esta ciudad del mediterráneo, en sus salas de conferencias, en sus calles o plazas, he visto el loable esfuerzo que tantos estudiosos, profesores, asociaciones y colectivos han hecho por esta figura. Desde los investigadores de la Academia de San Telmo, pasando la Asociación Histórico Cultural Bernardo de Gálvez, o la propia persona de Teresa Valcarce, que con su altruismo, simpatía y determinación (suele ir muy de la mano de eso que es navegar contracorriente), se presentó en el senado, para conseguir lo que es a día de hoy una realidad. Sin su constancia, la de la sociedad civil como en muchas ocasiones, no se hubiese conseguido poder ver a Gálvez en el lugar que le correspondía.
Quizás sea por esa simpatía que albergo ante la recreación histórica, por ese anhelo melancólico y esas trazas de historiador que te dejan bien claro que recordar, es vivir dos veces. Y que mejor manera de recordar, en ese ejercicio muy Europeo (que ya hicieron sus pinitos hace años con las época Napoleónica) del renacment, y ver como los asociados y asociadas de “Los granaderos de Galvéz de Macharaviaya”, adornan y nos trasladan a la época, en muchas de las ceremonias y actos público de nuestras plazas o las de Estados Unidos. Escuchar al alcalde de Pensacola en la iglesia de Macharaviaya, agradecer el esfuerzo de antaño a los españoles (a los que ven como sus hermanos) por liberarles, es una experiencia cuando poco interesante. Igualmente es reconfortante poder leer como algunos periodistas ilustrados, siguen las andanzas del aventurero malagueño desde la pluma, tal y como ha hecho Alfonso Vazquez desde la tribuna de la opinión de Málaga de manera constante y desde hace algunos años. Al igual que es todo un privilegio para un arqueólogo náutico contemplar como van naciendo las cuadernas, de la réplica del Bergantín de Galveztown en los astilleros Nereo, con la madera de roble que el estado de Virginia les dona en tan pionero, importante e innovador proyecto. Quizá sea por el recuerdo de aquel contralmirante y marino ilustrado, el almirante de los dos torpedos de Reverte. Nuestro Sisiño, con una de sus sonrisas pícaras hablando sobre marinos ilustres, en no pocas ocasiones mentaba y se acordaba de la “testosterona” del “Yo sólo” de Bernardo de Gálvez en aquella recóndita península de Pensacola. Hasta aquel lejano lugar se podía escuchar como juraba en arameo un valiente andaluz. Aquello si que fue conquistar el cielo decía, y como siempre, en un entorno privilegiado, el malagueño, que en esta ocasión, parece. No ha olvidado al macharatungo. No podíamos ser menos.
Y es que este martes se saldaba una deuda que Estados Unidos contrajo hace 231 años y culmina por todo lo alto una aventura de siglos. El retrato de Bernardo de Gálvez, el héroe español de la Guerra de la Independencia de Estados Unidos, colgará al fin de las paredes del Capitolio, tal y como prometió el Congreso el 9 de mayo de 1783. La figura del militar de Macharaviaya (Málaga), durante mucho tiempo olvidada, sigue recogiendo distinciones tardías, como suele ocurrir en este país desmemoriado, sino que se lo digan a Lezo o a Isaac Peral. Finalmente pasado jueves el Senado aprobó por unanimidad su reconocimiento como Ciudadano Honorario de Estados Unidos, una distinción concedida hasta ahora a siete personas, Teresa de Calcuta, Winston Churchill o el marqués de Lafayette entre ellas. Una figura, que hoy en su puesta de largo en el Capitolio Estadounidense, junto al embajador Español, el alcalde Macharaviaya, el vicepresidente de la diputación de Málaga, y al que nos sumamos hoy con el homenaje en espejo de navegantes.
Y precisamente en estos días, las palabras de un colega de bitácora y de columna, Don José María Lancho. Jurista, académico, erudito, y entusiasta crítico con el que tengo una vieja amistad. Debutó hace años, en esto de la mar y sus ilustres historias, construyendo desde Madrid, donde reafirma su vocación marinera, haciendo redescubrir la cuestión hispánica en América . Él es uno de sus pilares, junto a una serie de ilustres académicos que nos recuerda puntualmente lo que fuimos, y lo que hemos olvidado. Y ha abierto fuego precisamente en este espejo de navegantes con el dedo en la llaga, porque para la marca España parece no importar el pasado, nuestro patrimonio, nuestro legado, haciendo buena esa jaula del olvido de Margarit., con el que empieza el artículo. Y es curioso. Es inevitable entrelazarlo con uno de los últimos personajes que evocamos y que fue objeto de reciente homenaje de nuevo por la sociedad civil en la céntrica plaza Madrileña de Colón. Nos referimos a Blezo. Que también luchó y murió solo. Como Gálvez. Terminábamos en nuestro debate detallando precisamente esa cuestión, la del servicio que hizo por su propio país, como otros tantos ilustres españoles y que terminan rematadamente solos. Abandonados entre el silencio. La quietud. La omisión y el anonimato. Que se lo digan a Isaac Peral acabo de recordar. Tal y como me hizo ver aquel sargento de submarinos, en otro largo paseo.
“Murió de pena al ser cuestionada su lealtad ante el Rey: ya que se le acusó de intentar dirigir la independencia mexicana. La leyenda habla de una España y un México que habrían sido distintos. Excluir a figuras históricas como Gálvez, Ulloa o Jorge Juan de los planes de estudio, nos amputa parte de lo mejor que, inadvertidamente, somos”. Y vaya. Como va de analogías con el sinónimo del “Yo sólo”. Como si se tratase de un “buscapalabras”, es inevitable recordar las sentidas palabras de Pérez Reverte en la reciente inauguración de las Jornadas. Pues inciden magistralmente en el mismo clavo. En aquel simposium “la mejor historia por contar” que el maestro de esta bitácora organizó recientemente en Madrid, fue posible escucharle alto y claro. La desprotección derivada del olvido de nuestra historia no cesará «hasta que un niño español no sepa quiénes son Gálvez, Jorge Juan o Blas de Lezo». La tríada. Y no la capitolina, pero si la de un ejemplo de una serie de personajes, protagonistas de su tiempo. Un tiempo que nos habla como protagonista principal a la cuestión oceánica. La de allende de los mares.
Era así de real. Los Océanos se convertían en horizontes de oportunidades. Y ahí que curiosamente estaban los Españoles en primera línea. En donde no se ponía el sol. En donde para descubrir nuevas tierras, o ingenios, o perfeccionar mapas y astilleros había que estar en la pomada. Y la pomada en aquel entonces, o una de ellas era made in spain. Posiblemente era el lugar, la nación de utramar que albergaba buena parte de los mejores ingenieros, y del I+d de la época. Inteligencia que provenía precisamente de marina ilustrada, repleta de reformas como nos recuerda magistralmente Alejandro Klecker desde su tribuna de especialista en la época. Y es que la historia de España en América fue en gran parte forjada por hombres intrépidos, por personas a la altura del reto de “estar inequívocamente solos”. Solos para luchar por la libertad e independencia de un país, para conquistar territorios o explorar nuevas tierras, solos en el momento del reconocimiento, en una recóndita casa en Valladolid. Como le ocurrió a Cristóbal Colón, nada más y nada menos que tras descubrir el nuevo mundo. Solos. Bernardo de Gálvez, de los Gálvez de Macharaviaya, ha representado para la Historia de España una figura clave durante la época bélica vivida en el continente americano del s. XVIII. Pero es curioso, será por nuestra forma de hacer las cosas. O como diría Lledó, por nuestra “antropología”. Pero la soledad, esa forma de liderazgo al fin y al cabo, es una constante en ocasiones desesperante. Una inmerecida desesperación de la España invertebrada de esos Gálvez, Jorge Juan, esos Lezo, Colón o esos Ortega. O incluso esos Quijotes, Revertes, Unamunos, Elcanos, Ochoas, Lorcas, Mendañas, y un largo ectétera de mentes brillantes que se afanan duramente por conseguir una España mejor. En pensar. En su reflexionar en voz alta. En su dolor, la de esa España de rectorados Salmantinos que se desesperaba al estar solo. Siempre solos. A la hora de nacer. A la hora de pasar a la historia, y por supuesto. A la hora de morir.
Y así fue. Nuestro amigo que hoy traspasa el umbral del Capitolio, en el que ya están esculpidos en sus cenefas y pintados en la gran elipse los Españoles Colón y el apenas conocido como se merece, Hernando de Soto. Descubridor de la Florida (y al que debemos una entrada en espejo de navegantes desde hace tiempo) y abriendo terra incognita. A las 5 de ayer tarde en Washington, 11 de la noche hora española, se solventaba una deuda histórica contraída hace 231 años por el Congreso de los Estados Unidos con el estadista malagueño y héroe de la independencia norteamericana. En concreto el 9 de mayo de 1783, cuando el secretario de Estado norteamericano John Jay comunicaba por carta a Oliver Pollock, (el contacto en las tierras americanas para los suministros, tropas y logística), el visto bueno del Congreso americano para que el retrato de Bernardo de Gálvez pudiera estar colgado en «la Casa del Presidente», «en consideración a la temprana y profunda amistad que tan distinguido señor demostró a estos Estados Unidos».
Con 24 años y heridas a doquier (recuerda poderosamente a Lezo), tomaba galones como comandante de armas de Nueva Vizcaya y Sonora (aproximadamente el actual estado de Nuevo México). El héroe militar español en tierras del ahora EE.UU comenzaba a forjar su leyenda. El Conde de Aranda, embajador de España en París, había dado el pistoletazo de salida al asunto. Veía en el apoyo a las Trece Colonias una oportunidad idónea para recuperar Gibraltar tal y como han indicado muchos estudiosos de la figura de Bernardo de Gálvez. Y es ahí donde comienza el asunto de lo que los anglosajones denominan “American Revolucionary War”. Que por cierto. Es curioso y por supuesto, criticable desde el punto de vista histórico, que cuando uno lee detalladamente las principales fuentes anglosajonas sobre la denominada “American War of Independence”, “American Rebellion”, the thirteen colonies , los “Americans”, “Patriots”, “Whigs”, “Rebels” or “Revolutionaries”. “Loyalists” or “Tories”. En toda esta amalgama bibliográfica no aparece apenas nada absolutamente nada, sobre la decisiva importancia de la participación hispana en la cooperación con la guerra de independencia americana en las provincias del sur. Nada, sobre los antecedentes y la gesta que se llevó a cabo en la exploración, conquista y defensa de lo que hoy son los Estados Unidos de América, durante trescientos años, en los que estuvieron los exploradores Españoles en aquellas tierras. Soldados, misioneros, colonos y descubridores que plantaron sus banderas, desde los límites de las fronteras con México hasta Alaska y Canadá desparecían completamete ipso facto. Tiene su gracia. La flema británica parecía inventar el mundo de nuevas. Tal y como le ocurrió a Cook en sus descubrimientos del Pacífico, que cuando llegaba obviaba que doscientos años antes, estuvieron allí los navegantes hispanos. Los españoles fueron los primeros que avistaron el Cañón del Colorado y fundaron ciudades como Los Ángeles, Sante Fé y San Francisco. No sólo fue el coraje y la valentía de Bernardo de Galvéz en su particular aventura y conquista de la Florida. No. Era el reencuentro de hacía siglos con los primeros Europeos que llegaban al continente. Era simplemente, en aquella parte del southern, volver a casa.
Comenzando a participar en la guerra a partir de 1776 por la financiación conjunta de Rodriguez Hortalez a través de la financiación del sitio de Yortown. Con la voluntad política España se alió la España con Francia a través de los Pactos de familia, contra Inglaterra, que a su vez que había causado pérdidas importantes de España durante las guerra de los Siete Años. A medida que el recién nombrado primer ministro, el conde de Floridablanca, sentenciaba con un claro designio, “el destino de los intereses de las colonias nos importa mucho, y vamos a hacer por ellos todo lo que las circunstancias lo permitan”. Estas palabras del regidor de buena parte de los destinos estratégicos de España resumen perfectamente el interés que desempeño la causa Española en la materia. Con hechos y no con palabras, además con unos legítimos intereses. El de contnuar con la hegemonía de España en aquel importante lugar del mundo lugar del mundo
En el terreno. En suma, en la realidad, como bien nos recordarían aquellos historiadores e hispanistas americanos que dejaban bien claro su lucha por la verdad. Con Tickwor, Prescott (cuya correspondencia ha publicado acertadamente la hispanic Society), Obadiah rich y Pascual de Cayancos. “Sin España, posiblemente no existiríamos” resumían. Pues si tenemos que hablar de Españoles, en esta vuelta a casa teníamos como punta de lanza a Gálvez. Con su gesta de Pensacola pasaría a la historia, pero lejos de ser una cuestión de suerte, en esto del liderazgo era posible observar su estela desde muy lejos. Para todo era un ejemplo. Se le tenía por persona muy capaz desde hacia años. Ensalzada por todo aquel que tenía la oportunidad de conocer y fácilmente reconocible por lo que veremos a continuación unas líneas más abajo en la descripción del diario de operaciones de la toma de Pensacola. Peor vayamos al particular rubicón que tendría destinado la historia para el malagueño. El trabajo se auguraba duro, ya que, para llegar hasta su objetivo, la escuadra tenía que pasar a través de un estrecho flanqueado por dos baterías de cañones. Una sentencia de muerte sin duda. Por ello, Bernardo de Gálvez se decidió a tomar el fuerte de la isla de Santa Rosa para así evitar ser aniquilados por un fuego cruzado en aquella necesaria pinza de la Florida Occidental. A pesar de que el objetivo se consideraba inviable por casi toda la oficialidad española a causa del poco calado de su bahía, que impedía entrar en ella con grandes barcos, Gálvez se decide por atacar esa plaza, cuya toma era considerada de extrema importancia para el desarrollo de la guerra. Y ante la dificultad, las dudas de todas la naves y oficiales que seguían al general. Ante la incertidumbre de aquel nudo gordiano, Gálvez resuelve que el ataque no puede demorarse y, al frente del bergantín Gálveztown, seguido de dos cañoneras y una balandra, hace frente al fuego de la artillería enemiga, rompe las defensas inglesas bajo el mando de Campbell y penetra en la bahía de Panzacola al grito de “Yo sólo”…Un grito que le acompañaría toda su vida. Incluso hasta a su propia muerte en el escudo que le acompañaría como divisa.
Pero aquello era el primer peldaño a subir. La verdadera gloria le esperaba en el asedio y toma de Panzacola (hoy, Pensacola). Bien defendida por su capitán general Peter Chester y el general John Campbell, ahora segundo en el mando de esta plaza, con el que terminaremos esta entrada de navegantes. Per enfrente tenían a Gálvez. Todo aquel que estaba a su cargo e incluso los oficiales extranjeros se deshacían en elogios hacia su persona, destacando su cercanía a la tropa y su jovial energía en el mando. Algo que no tenían ni mucho menos todos los oficiales, muchos de los cuales carecían de ese ímpetu, creatividad y actitud ofensiva del malagueño. Entendemos, que para conocer a Gálvez, lo más recomendable es hacerlo siempre a través de sus hechos, lo que queda escrito de los mismos. En ocasiones ocurre en la historia militar, y podríamos aquí traer a colación a las magníficas obras de Beevor o Lidell Hart, cuando mejor se comprenden la talla de estos personajes es cuando se estudian de manera fidedigna los hechos en los que tomó parte y las responsabilidades que asumía en los mismos. Las tendencias actuales nos hablan de narraciones trepidantes que siguen a sus protagonistas muy de cerca en sus campañas. Robert Kershaw con su “Nunca nieva en septiembre” de la campaña de Arhem, podría escribir perfectamente la obra de Gálvez en su campaña de Pensacola. Tiene el mismo ritmo, la misma acción trepidante. Además de encontrarse todo perfectamente detallado, como suelen estar siempre los informes de batalla que los oficiales nos hacen en el frente. Así ocurre con el “diario de operaciones” del general Bernardo de Gálvez, al cual traemos para finalizar la mención de este militar malagueño.
Manchado en las primera hojas, con ese amarillo que otorga el paso del tiempo al papel de la época y en una caja plegable de tela. Con una impresión más elegante que las coloniales publicadas en La Habana, que son detectables por el acabado de sus letras, unas bellas y estilizadas consonantes castellanas que hacen la delicia en su lectura. Así nos encontramos a uno de los originales del diario de Gálvez. Un documento importante de la Revolución Americana en el Sur, con trazos importantes para la historia de la Florida. La historia merece la pena ser leída detenidamente. En la misma nos adentraremos en una serie de detalles, traducidos directamente de su original, para que posiblemente nos permita conocer sus formas de parecer. Y de hacer. Y así, en sus inicios. Cuando hablaba de la aproximación de las tropas y naves desde la Habana, nos encontramos con una serie de datos que nos enumeran los hombres. Oficiales y naves que concurrirían en aquel desembarco. Tras el mismo, y al tomar tierra, tal y como describimos anteriormente, las interesantes cartas propias del protocolo de la época en el derecho de guerra. Normas que los oficiales siempre guardaban a rajatabla, y que en el caso del Español es curioso imaginar la nobleza de alma que atesoraba. Se preocupaba de sobremanera de no dañar a los inocentes, a las victimas civiles de la ciudad de Mobile. Como veremos en las fuentes manuscritas que aquí presentamos, tras las palabras formales, bienintencionados de ambos oficiales al mando. Bernardo de Galvez acusará al oficial al mando Campbell, de traición. Habían roto las normas del juego a las que se comprometían…
Muy señor mío, paréceme bien quanto V.S me dice en su oficio de hoy que ha dispuesto para auxiliar las tropas de la Mobila, y quedo rotando a Dios guarde a V.S muchos años. Campo de Santa Rosa 16 de Marzo de 1871. Bernardo de Gálvez
No pudiendo ignorar por la insignia que llevaba que en el iba el general; pero a pesar de sus esfuerzo entro en el puerto, no obstante las muchas balas que le atravesaron velas y xarcias, y con aplauso extraordinario del exercito que con continuados vivas manifestaba al general su contento y la inclinación que le tiene. A vista de esto determino la esquadra hacer su entrada al día siguiente a excepción. Del navío San Ramón que ya de había lastrado…y desde la primera comenzó a sufrir el fuego hasta que todo el comboy se hallo libre de el, medio una hora sin que del extraordinario fuego si hizo el fuerte de los Red-clifts en las barracas. Durante ese tiempo anduvo el general en su falua entre las embarcaciones para darlas el auxilio que necesitase. A las 5 de la tarde determino el general pasar en un bote al río de los perdidos para instruir personalmente a Ezpeleta de sus intenciones.
Excmo. Señor. Muy señor mío: las amenazas del enemigo que nos embiste no son consideradas baxo otro aspecto que el de un ardid o estratagema de guerra de que se vale para seguir sus propias ideas. Confió en que no haré en mi defensa de Panzacola (viendo que estoy atacado) nada contrario a las reglas y costumbres de guerra; pues me considero con con obligación hacia V.E por su franca intimación, aunque le aseguro que mi conducta dependerá más bien de la suya en respuesta a las proposiciones que el gobernador Chester le enviará mañana acerca de los prisioneros y las mías relativas a la ciudad de Panzacola, que de sus amenazas.
Ínterin quedo de V.E su más humilde y obediente servidor. John Campbell. Cuartel general de Panzacola a 20 de Marzo de 1781.
Muy sr mío: Dictando la humanidad la preservación de los inocentes individuos, en quanto de posible, de las crueldades y devastaciones de la guerra, y siendo evidente que la guarnición de Panzacola no puede defenderse sino con la destrucción de la ciudad, y por consiguiente con la total ruina de un gran número de habitantes; y deseoso yo por otra parte de conservar la ciudad y guarnición al vencedor, a que debo concurrir por la esperanza de que la palma de la victoria recaerá sobre las tropas que tengo el honor de mandar, he abandonado la guarnición de Panzacola; pero conociendo que la conservación de la ciudad y sus edificios pende de V.E y de mi, o (en otros términos) que esta en arbitrio de ambos actualmente el destruirlos o no, propongo a V.E que la expresada ciudad y edificios sean conservados enteros y sin malicioso daño por ambos partidos, durante el sitio del reducto Real de la marina, fuerte Jorge y otros ayacentes en donde propongo disputar la conservación de la Florida Occiddental a la Corona británica bajo las siguientes estipulaciones.
La experiencia que tenemos de su conducta y sentimientos aleja el horror de dicha idea, u me promete que V.E concurrirá por su parte a la aprobación de las citadas proposiciones. Se comete a mi propia vista el insulto de quemar las casas que están enfrente de mi campamento en la otra parte de la bahía. Este hecho dice la mala fe con que se obra y de escribe, y la conducta tenida con las gentes de Mobila, que una gran parte ha sido víctima de las horribles crueldades protegidas por V.E, todo prueba que sus expresiones no son sinceras, que la humanidad es una frase que por más que repita en el papel no lo conoce su corazón, que sus intenciones son ganar tiempo para la destrucción de la Florida occidental; y yo que estoy indignado de mi propia credulidad y del modo innoble con que pretende alucinarme, ni debo no quiero oír otras proposiciones que las de rendirse, asegurando a V.E que como quiera que no será mía la culpa, ver arder a Panzacola con tanta indiferencia como perder después sobre sus cenizas a todos sus crueles incendiarios. Dios guarde a V.E muchos años.
Lo que decíamos. En los preámbulos, sorprende y gratamente esa amabilidad. Esa ingenuidad de la que incluso el propio Gálvez deja patente hablando de él mismo y que se convierte en intransigente inflexibilidad en el que se sentía engañado. Junto al cuidado de sus tropas, cualidad que era enormemente apreciada por ejemplo entre los soldados de Davout en la época napoleónica, se encontraba con la actitud determinada ante las exigencias de la guerra y la victoria sobre el enemigo. Tras el parlamento, el avance hacia Pensacola. Un avance inteligente, pero a la vez decidido que perseguía acorralar al enemigo cavando trincheras y disponiendo campamentos en el avance hacia Pensacola. Entre medias, los encuentros con los indios y las patrullas británicas en frondosos bosques….
El 25 por la mañana llegaron al campo dos marineros Ingleses desertores de las barracas, quienes declararon al general las fuerzas y estado del fuerte. Esta misma mañana algunos indios emboscados sorprendieron sois soldados que habían pasado de las guardias abanzadas, y mataron e hirieron alguno de ellos, cometiendo con los cadáveres su acostumbrada crueldad de arrancarles la caballeras y otras.
El 26 a la oración se puso en marcha el exercito…La marcha que hizo esta noche la tropa fue sumamente trabajosa por haber andado más de 5 leguas por bosques impenetrables sembrados de indios, y ocurrió la desgracia de que en la obscuridad y en la espesura dos trozos de tropas que iban a ocupar el puesto señalado por distintos caminos, se tuvieron recíprocamente por enemigos, se hicieron fuego y resultaron algunas muerte y heridas.
Parlamentando con el parlamentario Stibenson; El 28 a medio día, quando ya el general se había convenido con el parlamentario Stibenson en la mutua observancia de algunos alrticulos pertenecientes a la seguridad de la Villa de Panzacola, llegaron 3 marineros Españoles prisioneros que habían logrado escapar, quienes informaron que ellos y sus compañeros habían recibido mal trato en poder de los ingleses, con cuyo motivo disgustado el general despacho a Stibenson, negándose a toda proposición. Los continuos desertores informaban de como se encontraba uno y otro ejercito.
También llegó un desertor de caballería con la noticia de que el Fuerte Jorge con la tempestad pasada se había resentido, y que la tropa Inglesa desertaría siempre que hallase ocasión para ello. El apresamiento de los cazadores de Navarra, que aprendió un correo con varias cartas de oficio, y de para el comandante de los Red-clifts. Al general Campbell, le aseguraba el almirante Rowley, enviaría un considerable socorro. Toda la mañana hicieron los enemigos un fuego continuado de cañón hacia esa parte con bastante acierto, pero con particularidad a la una de la tarde le empeñaron tan vivo a metralla, bomba y granadas que obligaron a la tropa a usar todos los recursos que juzgaron oportunos para liberarse, en este tiempo varias tropas inglesas que habían salido de la media luna sin ser vistas y con premeditado objeto, atacaron al reducto que guarnecía la compañía de granaderos de Mallorca y mitad de la de Hibernia. Las tropas en estas circunstancias, aunque animada de sus oficiales, como muy a los principios quedaron muertos el capitán y alférez de Mallorca, heridos gravemente el teniente y asimismo el capitán y teniente de la de Hibernia. Deseando el general escarmentar a los enemigos y abreviar el sitio, dispuso que 700 hombres de granaderos y cazadores atacasen la luna al propio tiempo que se alarmaba el fuerte para aumentar sus atenciones.
Tomó rápidamente el lugar con las compañías de cazadores. Continuó el fuego sin intermisión hasta kas 3 de la tarde, que el fuerte Jorge puso la bandera blanca, y llegó un ayudante del general Campbell a proponer de su orden una suspension para capitular. El General se dirigió inmediatamente al sitio donde le esperaba el oficial inglés. El 9 se firmó la capitulación. El 10 a las 3 de la tarde se formaron a 500 varas del Fuerte Jorge 6 compañías de granaderos y de cazadores de la brigada francesa, a cuya distancia salió el general con su tropa, y después de haber entregado las banderas del regimiento de Waldock, y una de artillería con las ceremonias acostumbradas rindieron las armas. Seguidamente se destinaron dos compañías de granaderos para que tomasen posesión del fuerte Jorge…
l 11 se envío un destacamento para tomar posesión del fuerte de los Red-clifts en las barrancas. El fuerte tenía 11 cañones de los cuales 5 eran del calibre de 32 libras. El número total de prisioneros ascendió a 1113 hombres, a los que habrá que añadir los 105 que volaron en la media luna y los 56 desertores., y 300 que se retiraon a Goergia, por lo que la guarnición contaba con 1600 hombres mas los negros. Gálvez tuvo 74 muertos y 198 heridos.
En las batallas que se han podido vivir a lo largo de la historia, el estado moral, la decisión acertada e inteligente del líder, los resultados y las victorias continuadas de las tropas en su avance es algo que a menudo denota el éxito final. Gálvez supo mostrar esta moral superior para hacer frente al enemigo y transmitirla al ejército y, en sus contiendas. Y no solo eso, con su ejemplo, otorgaba honor y solidaridad ante sus soldados, luchando siempre a su lado. Lo hemos podido comprobar puntualmente y desde las fuentes originales de este diario de operaciones, en los momentos en los cuales iba de una unidad a otro para alentarlas. Transmitir sus ordenes de viva voz, con la presencia directa en el campo de batalla, incluso siendo herido por una bala en primera línea, que bien podía haber acabado son su vida. Estrategia y táctica militares, guiada por la inteligencia y la preocupación, que se manifiestan con el éxito final de cada una de ellas. Si la finalidad de una batalla es cumplir con el objetivo, Gálvez lo cumplió literalmente, quizás fuese uno de los motivos por los que pasase a la historia. Por su trabajo bien hecho, del que lacónicamente se sienten al final y muy orgullosos los que cumplen con su deber.
Y el cumplió en aquella campaña. Y también era conocedor el valor del recuerdo y la memoria. Y así, llegaron a España de su propia mano en 1783 cuatro cajones de madera repletos de banderas, estandartes, insignias y otros emblemas militares capturados a los ejércitos ingleses o aliados de éstos que Gálvez ordena mantener, embalar y llevar para España. Como era su deseo, se distribuyeron por distintos puntos de España, siempre en sus lugares sagrados (como ocurrió con las banderas de Lepanto, que en sus capillas de Santiago o el Pilar de Zaragoza compartían lugar con las de los regimientos británicos rendidos de Waldeck, Natchez y Baton Rouge). Es curioso pero Bernardo de Gálvez tuvo que tenerle especial consideración a estas banderas inglesas que recalaron en España, incluso tenía tiempo para los detalles en su pensamiento, especialmente para aquello que daría lugar al tiempo y al recuerdo. En una carta dirigida a su tío José en México, del 26 de enero de 1786, escribía: «Solo puedo exponer a V.E. que efectivamente eché de menos algunas banderas entre las que cogí en aquellos puestos de la Florida occidental, sin haber tampoco podido descubrir su paradero, por lo que ahora debo inferir fueron esas (las de Sevilla), cuyos trofeos querría quizás alguno de los individuos que en el ejército de mi mando habría naturales de la referida ciudad ver colocadas en su patria…».
El caso es que estas banderas ya no están colocadas en su patria. Se olvidaron de ellas, como del propio Gálvez. Como aquellas banderas lejanas que recorrieron América, y que precisamente en su capital ahora si son recordados. Si, su efigie. La del “Yo solo” se encuentra magistralmente inmortalizado por el maestro y pintor malagueño, Carlos Monserrate en uno de los “omphalos” del mundo. La antesala del congreso de los Estados Unidos de América. Quizás haya que conformarse con esto. Con este leve atisbo de justicia poética con nuestra historia y algunos de sus personajes. Hoy fue Gálvez. No esta mal después de tantos años de olvido.
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