Podemos, “los de abajo” y la superación de la izquierda
Para Podemos
la polarización entre izquierda y derecha está superada. El conflicto
principal es entre los de abajo y los de arriba, el pueblo o ciudadanía
descontenta frente al poder oligárquico o la casta. Por otro lado, para
el primer ministro socialista francés, Manuel Valls, la izquierda va a
desaparecer si no se convierte al social-liberalismo e impulsa el
pragmatismo centrista de la gestión de la austeridad y los recortes
sociales, es decir, se coloca más activamente al servicio del poder
económico. Es el camino iniciado por el líder del Partido Demócrata
italiano, Mario Renzi, referencia para la dirección del PSOE.
El
significado de izquierda es confuso porque conlleva dinámicas
contradictorias. Se formó hace dos siglos como defensa de los de abajo
frente a las oligarquías conservadoras. Pero gran parte de ella, las
cúpulas socialdemócratas desde su acción gubernamental, ha perdido esa
identidad de defensa de las clases populares y forma parte del establishment y sus compromisos con los poderosos, los de arriba.
Por otra
parte, en distintas tradiciones, esa idea de las izquierdas se asocia a
la justicia social y la democracia, a la defensa de los derechos
sociales y laborales frente a los recortes, la austeridad, la corrupción
o el autoritarismo de la oligarquía financiera y las élites
gobernantes. Muchas personas se auto-identifican con esa referencia
ideológica o conservan una cultura popular igualitaria que les permite
fortalecer su indignación contra la actual gestión regresiva y
autoritaria de la crisis, oponerse al poder establecido y desear un
cambio social y político de progreso.
Se trata
de analizar quién y qué es la izquierda para plantearse qué está
superado, en qué sentido se debe renovar y qué elementos –igualdad y
democracia- se deben reforzar para favorecer un proyecto transformador
emancipador frente al regresivo poder establecido.
La
polarización de los de abajo frente a los de arriba (considerando que
hay sectores intermedios) se debe complementar con una orientación
sociopolítica y cultural basada en los valores de igualdad, libertad y
democracia. Estas ideas y aspiraciones son compartidas por capas
populares que se autodefinen de izquierda o centro progresista y les
permiten diferenciarse del bloque de poder antisocial. Por tanto, hay
que asociar al pueblo o los de abajo con una política emancipadora,
democratizadora e igualitaria. Las categorías sociodemográficas, capas
populares frente a élites dominantes, se convierten en corrientes
sociopolíticas, en actores o sujetos, a través de su experiencia en el
conflicto social y político y su cultura democrática y social. El
resultado de esa doble pertenencia, capas subordinadas y experiencia
emancipadora, constituye la mayoría social crítica, con una cultura
democratizadora y popular, necesaria para el cambio político. Es una
fuerza renovadora con una nueva orientación social e ideológica, que
debe apoyarse en nueva teoría social crítica.
La
representación política y cultural mayoritaria de la izquierda (o mejor,
izquierdas, en plural), en las últimas décadas, ha sido hegemonizada
por la socialdemocracia que, precisamente con su giro al Nuevo centro o Tercera vía,
ha abandonado sus prioridades fundamentales de profundizar realmente en
la igualdad y la democracia, particularmente en los derechos sociales,
económicos y laborales. Además, con la crisis sistémica, económica,
político-institucional y europea, sus aparatos gobernantes han aplicado
una estrategia contraria a la justicia social y el respeto a los
derechos sociolaborales, han ejecutado unas políticas regresivas y
antisociales y han incumplido sus contratos con la ciudadanía. Es decir,
su gestión supone una involución en los valores democráticos y el
respeto a los derechos humanos, sin que se vislumbre una reconsideración
autocrítica ni una reorientación clara.
Por otra
parte, históricamente se han realizado diversos intentos de conformar
una izquierda nueva o auténtica, diferenciada del giro centrista de la
socialdemocracia o de sus corrientes más economicistas o rígidas. En el
terreno social han sido, desde los años setenta, los nuevos movimientos
sociales (feminismo, ecologismo, pacifismo…) quienes han modificado,
renovado y ampliado las tradiciones de la problemática social y los
discursos, reivindicaciones, sistemas organizativos y reconocimientos
sociales y políticos de las izquierdas (incluido los partidos verdes).
En el ámbito político-electoral la propuesta de Izquierda Unida es una
reafirmación en las referencias de la izquierda democrática europea,
junto con distintas inercias organizativas y discursivas que deberían
superar, para que puedan aportar su mejor experiencia en la acción
social y democrática.
El
contenido sustantivo para forjar una mayoría social frente al poder
oligárquico, basado en la participación popular contra la desigualdad y
por la democracia podría ser común entre Podemos e Izquierda Plural (y
otros grupos alternativos). La diferencia sería, sobre todo, de carácter
simbólico y de formas discursivas. Sin embargo, tiene implicaciones por
su impacto en la valoración de las tradiciones, la adecuación de los
discursos a las nuevas realidades y la legitimación de los distintos
actores.
El PSOE
vuelve a utilizar el rótulo de izquierda, aunque es una retórica
instrumental y no supone un giro a una política diferente a la del
periodo anterior. Pero en esta fase y con la cúpula y la orientación
actual del partido socialista, utilizar un simbolismo compartido
(izquierda) no clarifica esa diferenciación. A no ser que el conjunto de
ese partido y, en particular su dirección, se reconvirtiera hacia una
auténtica izquierda, cosa improbable, o claramente dejara de declararse
de izquierda, dejando el símbolo en manos solo de IU.
Han
adquirido mayor relevancia graves problemas sociales para la población:
la cuestión social, la desigualdad socioeconómica y la involución
democrática y de derechos. Y, paralelamente, la necesidad de la
reafirmación ciudadana en los mejores fundamentos de la izquierda:
igualdad y democracia (o libertades y no dominación), además de otros
como la solidaridad, la laicidad o la acción contra toda discriminación.
Se produce
una paradoja. Por un lado, los valores clásicos de la izquierda
democrática europea de estos dos siglos tienen más importancia y
vigencia para transformar la realidad de desigualdad, empobrecimiento y
subordinación, mediante la participación popular frente al establishment.
Por otro lado, la marca izquierda no es clara para representarlos y
fortalecerlos y ha sido instrumentalizada y anulada en el ámbito
institucional por la tercera vía (o nuevo centro) socialdemócrata. O
bien, ha sido asociada a otras realidades históricas del llamado
socialismo real, con regímenes autoritarios con su nueva nomenclatura
dominadora y sin libertades democráticas, o se vincula con discursos
anquilosados y prácticas burocratizadas. O sea, partes significativas de
las izquierdas se han asociado con los de arriba, los poderosos o
dominadores, muchas veces con grandes déficits democráticos.
Por tanto,
la contraposición simbólica izquierda/derecha es confusa, ya que en la
marca izquierda coexisten diversas tradiciones, unas buenas y otras
menos buenas, y distintos intereses sociopolíticos y corporativos. Pero
lo significativo para la percepción global de la población es que
últimamente la ha gestionado, sobre todo, la socialdemocracia con un
discurso y una estrategia, según ellos mismos, de ‘nueva vía’ o
‘centro’. Gran parte de la población ve esa contraposición como la
simple alternancia de cúpulas gobernantes, hoy con similares proyectos
en las cuestiones socioeconómicas y políticas fundamentales. Ese eje no
reflejaría una oposición sino una línea de consenso, de limitada
alternancia y sin alternativa. Se trata de superar ese esquema que
genera confusión, ya que la dirección de la izquierda mayoritaria
(socialdemocracia española y europea) ha hecho una reconversión
ideológica hacia el centro social-liberal y una última gestión
gubernamental e institucional, fundamentalmente, de derechas, no
igualitaria y con déficit democrático.
En este
periodo de crisis económica y política y de consenso básico entre
conservadores y socialdemócratas sobre la austeridad (flexible) y los
temas de Estado, a veces puede haber mucha confrontación mediática,
incluso fuerte crispación, entre el PP y el PSOE. Pero no suele obedecer
a profundas diferencias estratégicas o de opciones fundamentales, hoy
bastante coincidentes, sino a temas menos relevantes. Podemos decir que
la diferenciación pública, cuando no hay consenso de fondo, se establece
entre dos cúpulas del poder establecido. Por una parte, una élite de
derechas, liberal-conservadora, consecuente con las políticas regresivas
en todos los aspectos, que quiere aparecer de centro-derecha, como la
mayoría de sus votantes. Por otra parte, otra cúpula de derechas,
social-liberal, que quiere que le consideren de centro-izquierda, como
se identifica su base social, y es consecuente también con la estrategia
liberal-conservadora con algunos matices. La cuestión es que su
retórica de centro no ha tenido credibilidad, aunque la complemente con
algunos aspectos de izquierda, algunos significativos, por ejemplo en el
tema del aborto, dando por supuesto que una parte de su base afiliada y
votante tiene posiciones de izquierda, de justicia social y defensa de
los de abajo. Normalmente el conflicto entre sus equipos dirigentes no
se produce en temas de Estado, ni en las grandes líneas socioeconómicas o
europeas. La polarización parcial, a veces, es tensa, y se
instrumentaliza según las conveniencias del marketing por el
aseguramiento de la legitimidad de sus aparatos respecto de sus
respectivos campos electorales.
El PSOE y
sus bases sociales tienen un carácter ambivalente. Tienen componentes de
izquierdas, pero lo sustantivo de su aparato, su gestión y su proyecto,
político y socioeconómico, no son de izquierdas. La vocación de la
nueva dirección de volver a gobernar con similares estrategias y las
mismas dependencias con el poder establecido no augura un giro a la
izquierda, hacia la defensa firme de las demandas populares. Su
estrategia comunicativa consiste, sobre todo, en hacer olvidar su última
gestión neoliberal antipopular y mantener la ambigüedad sobre una
política centrada. Su orientación no tiene diferencias sustanciales con
la dominante en la Unión Europea y el consenso de la socialdemocracia
con el bloque de poder encabezado por Merkel. La respuesta de la gente
sobre quién o qué es izquierda, cuando menos, no es sencilla y está
presa de esa ambivalencia. Se puede resolver parcialmente haciendo valer
los valores en que se asienta la izquierda social y reafirmando el
papel de una izquierda política consecuente y renovada, a partir de ese
bagaje de cultura igualitaria y democrática.
En
relación con la izquierda se deben desarrollar tres tareas
complementarias y con una relación compleja entre sí: existen
componentes a reforzar, otros a renovar y algunos directamente a
abandonar y superar. Hay que apoyarse en los valores democráticos e
igualitarios de la izquierda social, reforzarlos y representarlos,
evitando diferenciaciones artificiales o a efectos de legitimación
particular. Definir los adversarios reales, el campo de los aliados y el
proyecto de cambio es la tarea común de un polo diferenciado de la
socialdemocracia y alternativo a la derecha. Igualmente, hay que renovar
y reelaborar el análisis, los proyectos y las ideas fuerza, junto con
nuevos esquemas analíticos y discursivos que simbolicen e interpreten el
contenido fundamental de los nuevos conflictos sociopolíticos y
culturales. Debemos seleccionar lo adecuado del pensamiento, la acción y
los valores de las izquierdas (y otras corrientes progresistas e
ilustradas) y rechazar lo inadecuado. Realizar la correspondiente
valoración crítica de sus tradiciones más negativas, en particular y a
veces, su falta de sensibilidad democrática y de respeto al pluralismo y
la existencia de ciertos dogmatismos.
Por tanto,
se trata de cambiar discursos, renovar representaciones y liderazgos y
elaborar nuevos símbolos que expresen mejor las identidades colectivas
transformadoras en un sentido igualitario, emancipador y democrático. Y
para ello es necesario contar con la experiencia en la lucha democrática
y social, la representatividad y las mejores tradiciones culturales de
las izquierdas transformadoras. Lo nuevo no puede prescindir de las
mejores características de lo viejo. Elementos tradicionales en la
acción democrática y de izquierdas, convenientemente renovados, son
fundamentales en la nueva época. Pero habrá que superar la debilidad en
el campo simbólico y discursivo para expresar claramente un proyecto
político transformador y democrático, así como sus bases sociales y las
alianzas, y abordar el hecho de que una parte del sector de
centro-izquierda todavía considera que la dirección socialista les
representa políticamente.
No
obstante, la consolidación y ampliación del proyecto de cambio, se
apoya, sobre todo, en la gente de izquierda. Sin embargo, desborda la
gente auto-identificada con la izquierda, su base se asienta entre la
ciudadanía descontenta y crítica con el poder establecido por su
estrategia regresiva. Su cultura es progresiva en lo social y
democrática en lo político. Incluso aunque algunas de esas personas se
auto-ubiquen en el centro-derecha, su oposición a los recortes sociales o
a la corrupción de las grandes instituciones, su talante crítico,
social y democrático les distancia del bloque de poder regresivo y
autoritario, y es progresivo.
En
resumen, falta por profundizar el contenido de las izquierdas, renovar
su pensamiento, sus discursos y sus estructuras organizativas y,
específicamente, reelaborar y resignificar sus signos y sus
símbolos. Pero, sobre todo, hay que definir de otra forma los polos del
conflicto social, por una parte, las capas dominantes y, por otra parte,
el sujeto emancipador, la ciudadanía crítica y sus principales actores,
con un proyecto transformador por la igualdad, la libertad y la
democracia. Es la virtud de Podemos de resituar los ejes del conflicto
entre las capas populares y el poder establecido, entre el desarrollo de
la democracia y el autoritarismo de la oligarquía. A partir de ahí hay
que elaborar y complementar los nuevos ejes con un nuevo proyecto de
cambio, con una teoría o pensamiento críticos entre los que caben los
mejores valores igualitarios y democráticos de la acción popular
emancipadora, de izquierdas y progresista.
No hay comentarios:
Publicar un comentario