domingo, 9 de noviembre de 2014

Las Cinco Guerras de la Globalización Moisés Naim

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 Las Cinco Guerras de la Globalización Moisés Naim

 

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Moisés Naim es escritor y periodista, considerado uno de los pensadores más importantes del mundo.  Fue Ministro de Industria y Comercio y Director del Banco Central en su natal Venezuela en la década de los 90.  Además fue Director Ejecutivo del Banco Mundial.  Durante catorce años fue Director de la revista Foreign Policy.
Actualmente  Naím se desempeña como Senior Associate en el  departamento de economía internacional del Carnegie Endowment for International Peace en Washington, DC  y es el director y  presentador de Efecto Naím, un programa de televisión semanal sobre temas internacionales transmitido en Estados Unidos y Latinoamérica   a través de NTN24/DirecTV  así como por varios canales nacionales en diferentes países.
En 2011 recibió el Premio Ortega y Gasset, el premio más prestigioso del periodismo español.

Los gobiernos no pueden controlar el tráfico de drogas, armas, ideas, personas y dinero. Estos mercados ilegales están dominados por redes ágiles, multinacionales y con muchos recursos, potenciadas por la globalización.
Los gobiernos seguirán perdiendo estas guerras si no son capaces de crear y adoptar nuevas estrategias para hacer frente a estos nuevos desafíos que configuran el mundo tanto como lo hicieron en el pasado las guerras entre Estados.
La existencia de Al Qaeda demuestra lo difícil que es para los gobiernos luchar contra redes   y multinacionales que se mueven libremente, de forma rápida y cautelosa y que siembran el terror. La intensa cobertura periodística de la guerra contra el terrorismo eclipsa otras guerras que enfrentan a los gobiernos con redes ágiles, bien financiadas e integradas por individuos dedicados a ellas en cuerpo y alma.
 Son las guerras contra el tráfico de drogas, armas, propiedad intelectual, personas y dinero. Mientras que a los terroristas los mueve el celo religioso o alguna ideología, lo que motiva a estos guerreros es la promesa de un inmenso beneficio económico. Resulta trágico, pero la ganancia es igual de motivadora que el fanatismo a la hora de asesinar y crear el caos y la inseguridad global.
Durante siglos los gobiernos han perdido estas guerras. En la última década los fracasos se han acentuado debido a los procesos de globalización. Es verdad que los Estados nacionales se han beneficiado de la revolución informática, de unos lazos políticos y económicos cada vez más fuertes y de la importancia decreciente de la distancia geográfica.
Pero las redes criminales se han beneficiado aún más que ellos. La globalización no sólo ha liberado a estas redes de las limitaciones geográficas, aumentado su tamaño y recursos, y expandido los mercados ilegales, sino que además, ha supuesto dificultades añadidas para los gobiernos: presupuestos públicos reducidos, descentralización, privatización, desregulación y un entorno más abierto para el comercio y la inversión extranjera.
Los gobiernos arrastran pesadas burocracias que dificultan la cooperación. Por el contrario, los narcotraficantes, vendedores de armas, contrabandistas de personas, falsificadores y blanqueadores de dinero han refinado la construcción de sus redes, incluso con la tecnología más avanzada, hasta establecer complejas e improbables alianzas estratégicas que abarcan distintas culturas y continentes. Derrotar a tales enemigos puede resultar difícil, incluso imposible. Pero el primer paso para frenar su avance es identificar las semejanzas entre las cinco guerras y tratarlas como un nuevo eje que configura el mundo actual, tal como lo hicieron las guerras entre Estados en el pasado Estas guerras no pueden seguir siendo tratadas como problemas policiales. Los funcionarios de aduanas, la policía, los abogados y jueces jamás ganarán solos estas guerras. Los gobiernos deben reclutar más espías, soldados, diplomáticos y economistas que sepan cómo utilizar incentivos y leyes para paliar el impacto social de los mercados. Sólo con ejércitos más cualificados, los gobiernos no ganarán estas guerras.
LAS CINCO GUERRAS
En cualquier periódico de cualquier día de cualquier parte del mundo aparecen noticias sobre inmigrantes ilegales, alijos de drogas, contrabando de armas, lavado de dinero o falsificación de objetos y dinero. La naturaleza global de estos hechos era inimaginable hace una década. Los recursos financieros, humanos, institucionales, tecnológicos- desplegados por estos traficantes ilegales y las víctimas que causan han alcanzado también magnitudes inconcebibles. Más allá de los titulares de prensa emerge una verdad incontestable: los gobiernos del mundo están luchando contra un fenómeno cualitativamente nuevo con herramientas obsoletas, leyes inadecuadas, pesadas burocracias y estrategias ineficaces.
Drogas
La más conocida de las cinco guerras es, sin duda, la que se libra contra las drogas. Según el Informe del Desarrollo Humano de la ONU de 1999, el comercio anual de drogas ilegales alcanzó 400.000 millones de dólares: un volumen similar al de la economía de España y alrededor del 8% del comercio mundial.
Muchos países están sufriendo un incremento en el consumo de drogas. Para alimentar este hábito hay una cadena mundial de suministro que utiliza desde jets de pasajeros (que pueden llevar en un solo viaje cargamentos de cocaína por valor de 500 millones de dólares), hasta submarinos construidos a medida, que surcan las aguas entre Colombia y Puerto Rico. Para engañar a la policía, los narcos utilizan teléfonos móviles clonados y radiorreceptores de banda ancha. Además, hacen uso de complejas estructuras financieras que mezclan empresas legales e ilegales y numerosos propietarios.
EE UU gasta entre 35.000 y 40.000 millones de dólares anuales en su guerra contra las drogas. La
mayor parte de este dinero se gasta en prohibir y espiar. Pero la creatividad y la audacia de los cárteles de la droga sortean regularmente las estrategias del Gobierno.
En respuesta al incremento de la seguridad en la frontera con México, los narcotraficantes construyeron un túnel para transportar toneladas de drogas y millones de dólares en metálico, hasta que las autoridades lo descubrieron en marzo de 2002. Durante la última década, el éxito de los Gobiernos de Bolivia y Perú en erradicar las plantaciones de coca trasladó la producción a Colombia. Ahora, el Plan Colombia, con el apoyo de Washington, está desplazando la producción de coca de nuevo hacia esos y otros países andinos. A pesar de los esfuerzos de esos países y de la ayuda financiera y técnica de EE UU, la superficie total de las plantaciones de coca en Perú, Colombia y Bolivia creció de 206.200 hectáreas en 1991 a 210.939 en 2001. Según el economista Jeff DeSimone, entre 1990 y 2000 el precio de un gramo de cocaína en EE UU cayó de 152 a 112 dólares.
Cuando los capos de los cárteles de la droga son capturados o desaparecen, sus antiguos rivales se hacen cargo de las operaciones. Las autoridades han reconocido, por ejemplo, que la captura de Benjamín Arellano Félix, acusado de dirigir el más desalmado cártel de México, tuvo poco efecto en la reducción del flujo de drogas hacia EE UU. Como dijo el propio Arellano en una entrevista desde la prisión: “Hablan de una guerra contra los hermanos Arellano. Pero no la han ganado. Yo estoy aquí, y no ha cambiado nada”.
Contrabando de armas
Drogas y armas andan juntas con frecuencia. En 1999, los militares peruanos lanzaron en paracaídas 10.000 rifles AK-47 a las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC): un grupo guerrillero aliado de cultivadores y traficantes de droga. El grupo compró las armas en Jordania.
La mayoría de los casi 80 millones de AK-47 que circulan hoy por el mundo están en las manos equivocadas. Según la ONU, sólo 18 millones (es decir, 3%) de los 550 millones de armas pequeñas o ligeras que circulan son usadas por fuerzas gubernamentales, militares o policiales. El tráfico representa casi el 20% del tráfico total de armas ligeras y genera más de mil millones de dólares al año. Las armas ligeras echaron leña al fuego en 46 de los 49 mayores conflictos de la última década y, sólo en 2001, fueron responsables de mil muertes diarias.
Más del 80% de esas víctimas fueron mujeres y niños. Las armas pequeñas son la parte pequeña del problema. El mercado ilegal de armas incluye los mejores tanques militares, sistemas de radar que detectan hasta los aviones Stealth y componentes de las más mortíferas armas de destrucción masiva. La Organización Internacional de la Energía Atómica ha confirmado más de una docena de casos de contrabando de material utilizable en el desarrollo de armas nucleares. Cientos de casos más han sido descubiertos e investigados en la última década. El suministro de materiales robados de armas nucleares, biológicas o químicas, y su tecnología, puede ser aún pequeño. Pero la demanda potencial -tanto de aspirantes a potencias nucleares, como de terroristas- crece. La combinación de una oferta reducida y una demanda creciente eleva los precios y crea enormes incentivos para el tráfico ilegal. 
Los gobiernos han sido ineficaces en la reducción tanto de la oferta como de la demanda. En años recientes, dos países, Pakistán e India, se han sumado al club de potencias nucleares declaradas. Un embargo de la ONU no fue suficiente para impedir la venta a Irak de partes de motores de propulsión de Yugoslavia y del sistema Kolchuga de radar antiStealth de Ucrania.
Los esfuerzos multilaterales para restringir la fabricación y distribución de armas están fracasando; en buena medida porque algunas potencias no desean aceptar controles sobre sus actividades. En 2001, por ejemplo, EE UU bloqueó un tratado para controlar las armas ligeras debido, en parte, a que podía restringir los derechos de sus ciudadanos de poseer armas.
En ausencia de una legislación internacional y de medidas de control efectivas, las leyes económicas dictan la venta de más armas a precios menores: en 1986, un AK-47 costaba en Kolowa, Kenya, 15 vacas. Ahora cuesta apenas cuatro.
Propiedad intelectual
El actor Dennis Hopper se encontraba en Shanghai, dos días después de haber grabado la voz de una película en Hollywood. Allí un vendedor ambulante le vendió una excelente copia pirateada de la película con su voz incluida. “No sé cómo lograron que mi voz llegara a ese país antes que yo”, dijo asombrado. La experiencia de Hopper es una ínfima parte de un comercio ilícito que le costó a EE UU unos 94.000 millones de dólares en 2001. La piratería de software en empresas en Japón y Francia asciende al 40%, en Grecia y Corea del Sur al 60% y en Alemania y el Reino Unido alrededor del 30%. En China, el 40% de los champús de Procter & Gamble y el 60% de las motocicletas Honda que se vendieron en 2001 eran piratas. Hasta el 50% de las medicinas que se venden en Nigeria y Tailandia son copias falsificadas. Este problema no se limita a los productos de consumo: los fabricantes italianos de válvulas industriales se quejan de que sus exportaciones -por valor de 2.000 millones de dólares anuales- peligran debido a las válvulas falsificadas fabricadas en China, que se venden en los mercados mundiales por un precio un 40% menor. Las causas de este auge de la falsificación son complejas.
 La tecnología está generando un incremento de la oferta y la demanda de productos copiados ilegalmente. El número de usuarios de Napster, la difunta empresa de Internet que permitía descargar y reproducir música sin pagar derechos de autor, creció de cero a veinte millones en un año. A fines de 2002 podían descargarse gratuitamente de Internet alrededor de 900 millones de archivos musicales, más de dos veces y media los que estaban disponibles cuando Napster alcanzó su pico en febrero de 2001. Cada día se intercambian por Internet unos 500.000 archivos de películas por aplicaciones como Kazaa y Morpheus.
El mercado global participa también en esta guerra. Cada vez más y más personas se sienten atraídas por productos de marcas conocidas como Prada o Cartier. Y gracias al rápido crecimiento e integración a la economía global de países como China, con débiles gobiernos y leyes poco efectivas, producir y exportar copias casi perfectas es menos caro y menos arriesgado.
En palabras del gerente de una de las más conocidas empresas de relojes de Suiza: “Ahora competimos con un producto fabricado en China por presos. El negocio es dirigido por militares chinos, sus familias y amigos, que usan prácticamente la misma maquinaria comprada en las mismas ferias industriales que nosotros. Hemos racionalizado este problema suponiendo que sus clientes y los nuestros son diferentes. La persona que compra por cien dólares una copia pirateada de uno de nuestros relojes de 5.000 no es un cliente que estamos perdiendo. Tal vez sea un futuro cliente que algún día quiera poseer el auténtico en lugar del falso. Puede ser que estemos equivocados y, ciertamente, invertimos en la lucha contra la piratería de nuestros productos. Pero, dado que al parecer nuestros esfuerzos no nos protegen mucho, cerramos los ojos y esperamos lo mejor”.
Esta posición contrasta con la de las compañías que venden productos más baratos, como ropa, música o videos, cuyas ganancias sí se ven afectadas por la piratería. Los gobiernos han procurado proteger la propiedad intelectual mediante diversos mecanismos; sobre todo, el acuerdo de la Organización Mundial de Comercio sobre los aspectos relacionados con el comercio de los derechos de propiedad intelectual (TRIPS, por sus siglas en inglés).
 Otras organizaciones, como la Organización Mundial de la Propiedad Intelectual, la Unión Aduanera Mundial y la Interpol, participan también en esta lucha. Pero el enorme y creciente volumen de este comercio, o un simple paseo por las calles de Manhattan o Madrid, muestran que los gobiernos están lejos de ganar la guerra.
El tráfico de personas
El hombre o la mujer que vende un pañuelo para la cabeza Hermes o un reloj Rolex en las calles de Milán es seguramente un inmigrante sin papeles. Casi con la misma certeza se puede decir que él o ella fueron transportados, a través de varios continentes, por una red de contrabando de seres humanos aliada con otra red que se especializa en la distribución ilegal de productos de marca.
El tráfico de personas es un negocio de 7.000 millones de dólares al año: el de más rápido crecimiento dentro del crimen organizado, según Naciones Unidas. Aproximadamente 500.000 personas entran ilegalmente en Estados Unidos cada año y un número similar en la Unión Europea.  Forman parte de los casi 150 millones de personas que viven fuera de sus países de origen. Muchos de estos viajeros furtivos son emigrantes voluntarios que pagan a los coyotes hasta 35.000 dólares: la tarifa más cara para viajar de China a Nueva York. Otros, en cambio, son comprados y vendidos en el mercado internacional como si fueran mercancías.
El Servicio de Investigación del Congreso de EE UU reveló que cada año se compran y venden entre uno y dos millones de personas -mujeres y niños, en su mayoría, a través de las fronteras del mundo.
Una mujer puede ser comprada en Timisoara, Rumanía, por un precio de entre 50 y 200 dólares y revendida en Europa Occidental por un precio diez veces mayor. Unicef calcula que los traficantes internacionales de África central y occidental esclavizan a unos 200.000 niños cada año.
Los traficantes tientan a sus víctimas con ofertas de trabajo o, en el caso de niños, con ofertas de adopción en países más ricos. Luego someten a sus víctimas mediante violencia física, cadenas de deudas, confiscación del pasaporte y amenazas de arresto, deportación o violencia contra sus familias en su país de origen. 
Los gobiernos están poniendo en vigor leyes migratorias más estrictas y dedican más tiempo, dinero y tecnología a la lucha contra el flujo de extranjeros ilegales. La suerte del Reino Unido ilustra lo difícil de este reto. El Gobierno británico dedica recursos, usa sus fuerzas armadas para interceptar a los inmigrantes ilegales e impone grandes multas a los conductores de camiones que (generalmente sin sospecharlo) transportan polizones. Sin embargo, de los 50.000 refugiados que pasaron en los últimos tres años por el campamento Sangatte (puerto de entrada para la inmigración ilegal al norte de Francia), 42.000 lograron entrar al país. Y ese país es una isla.
Países continentales como España, Italia o Estados Unidos resultan más graves desafíos, pues las presiones migratorias desbordan su capacidad para controlar el flujo de inmigrantes clandestinos
Lavado de dinero
Las Islas Caimán tienen 36.000 habitantes. También tienen más de 2.200 entidades de fondos, 500 compañías de seguros, 60.000 empresas y 600 bancos y compañías fiduciarias con casi 800.000 millones de dólares en activos. No es sorprendente que figuren en cualquier discusión sobre lavado de dinero.
Lo mismo sucede con EE UU, algunos de cuyos principales bancos han sido involucrados en investigaciones de lavado de dinero, evasión fiscal y fraude. De hecho, ningún país puede declararse inocente de la práctica de ayudar a individuos o compañías a esconder fondos para que no los encuentren sus gobiernos, acreedores o familiares, incluyendo los que resultan de la evasión fiscal, el juego y otras actividades criminales. Los cálculos sobre la cantidad de dinero que se lava en el mundo lo sitúan entre el 2% y el 5% del PIB mundial: entre 800.000 millones y dos billones de dólares.
El contrabando de dinero, monedas de oro y otros artículos valiosos es una antigua práctica. Pero en las dos últimas décadas, nuevas tendencias económicas y políticas han coincidido con cambios tecnológicos para hacer que este viejo negocio sea más fácil, más barato y menos arriesgado que antes. Los cambios políticos han implantado la desregulación de los mercados financieros, lo que facilita las transferencias de dinero.
Por su parte, los avances tecnológicos han hecho que el dinero sea menos físico y las distancias geográficas pierdan importancia. Puede ser que, aún hoy, las maletas rebosantes de billetes sean herramientas de los blanqueadores de dinero; pero más comunes son los ordenadores, Internet y los mecanismos financieros complejos que combinan las prácticas e instituciones legales con las ilegales.
El avance de la tecnología, la compleja telaraña de instituciones financieras que abarca el mundo entero y la facilidad con que el dinero sucio puede transformarse electrónicamente en activos legales, hacen que el control de los flujos internacionales de dinero se convierta en una tarea de enormes proporciones.
En Rusia, se calcula que hacia mediados de los años noventa, los grupos criminales organizados habían establecido unas 700 instituciones legales para blanquear su dinero.
Enfrentados a esta creciente marea, los gobernantes han incrementado sus esfuerzos para actuar contra los bancos internacionales delincuentes, los paraísos financieros y el lavado de dinero. La inminente irrupción del dinero electrónico a gran escala -tarjetas inteligentes que pueden guardar, transportar o intercambiar grandes cantidades de dinero- amplía el desafío.
LOS GOBIERNOS NO PUEDEN GANAR
No es difícil predecir que van a perdurar las condiciones que han intensificado las cinco guerras durante la última década. La tecnología se expandirá y las redes criminales la aprovecharán más rápido que los gobiernos, sometidos a presupuestos escasos, burocracias, escrutinio de los medios y electorados incrédulos.
El comercio internacional continuará creciendo y favorecerá la expansión del intercambio ilícito. La migración internacional crecerá también, aportando a las bandas criminales una oferta creciente de reclutas y víctimas.
La extensión de la democracia puede, asimismo, ayudar a los cárteles criminales, los cuales podrían manipular débiles instituciones públicas corrompiendo a policías o tentando a políticos con ofertas para sus campañas electorales. Irónicamente, la expansión de las leyes internacionales –con su creciente red de embargos, sanciones y convenciones- ofrecerá a los criminales nuevas oportunidades para vender bienes prohibidos a quienes se encuentren en los llamados “Estados canallas”. Estas tendencias pueden afectar de distintas maneras a cada una, pero las cinco guerras seguirán compartiendo al menos cuatro características.
No hay límites geográficos.
Algunas formas criminales han tenido siempre un componente internacional. La Mafia, por ejemplo, nació en Sicilia y fue exportada a Estados Unidos. El contrabando siempre ha sido, por definición, internacional. Pero las cinco guerras son verdaderamente globales.
¿Dónde está el campo de batalla de la guerra contra las drogas? ¿En Colombia o en Miami? ¿En Myanmar (la antigua Birmania) o Milán?
¿Dónde se da la pelea contra el lavado de dinero? ¿En Nauru o en Londres?
¿Es China el principal escenario de la guerra contra la violación de la propiedad intelectual o están las trincheras de esa guerra en Internet?
La soberanía limita a los gobiernos.
Los miembros de Al Qaeda tienen varios pasaportes y nacionalidades, pero en realidad son apátridas. Son leales a su causa, no a su nación. Lo mismo ocurre con las redes criminales involucradas en las cinco guerras.
No puede decirse lo mismo de los funcionarios gubernamentales -policías, agentes de aduanas y jueces que las combaten. Esta asimetría agobia a los gobiernos enfrascados en estas guerras: combatientes bien pagados, motivados y con abundantes recursos de un lado (las bandas criminales) contra combatientes con menos recursos y obstaculizados por nociones tradicionales de soberanía (los gobiernos).
Un ex agente de alta jerarquía de la CIA informó de que las bandas criminales internacionales son capaces de mover globalmente gente, dinero y armas de forma más rápida que él dentro de su propia organización.
La coordinación y el intercambio de información entre organismos gubernamentales pueden haber mejorado en los últimos tiempos, sobre todo tras los atentados del 11 de septiembre, pero no son suficientes para combatir organizaciones que pueden explotar hasta el último rincón de un cuerpo de leyes internacionales y tratados multilaterales que está evolucionando, pero es aún imperfecto
Mercado ‘versus’ gobiernos.
En todas estas guerras, las burocracias gubernamentales luchan para contener las acciones dispersas de miles de organizaciones independientes y apátridas. Estos grupos están motivados por las inmensas ganancias que genera la explotación de diferencias de precios, demandas insatisfechas o simples beneficios producidos por el robo.
El salario por hora de un cocinero chino es mucho mayor en Manhattan que en Fujian. Un gramo de cocaína en Kansas City cuesta 17.000% más que en Bogotá. Las válvulas italianas falsificadas cuestan un 40% menos porque quienes las fabrican no tienen que amortizar el costo de desarrollarlas. Un grupo guerrillero bien financiado pagará cualquier precio por las armas que necesita. En cada una de estas cinco guerras, los incentivos para superar las barreras puestas por los gobiernos son gigantescos.
Las redes prescinden de la burocracia.
La misma red que trafica con mujeres de Europa Oriental a Berlín puede estar involucrada en la distribución del opio en esa ciudad. Las ganancias de este comercio financian la compra de falsos relojes Bulgari fabricados en China y vendidos en las calles de Manhattan por sin papeles africanos.
 Los cárteles colombianos de la droga tienen negocios con los traficantes de armas ucranios, mientras que corredores de Wall Street controlados por la Mafia han hecho de pantalla para los blanqueadores de dinero rusos.
Estos individuos y grupos descentralizados están unidos por fuertes lazos de lealtad y propósitos comunes. Están organizados en grupos alrededor de nodos semiautónomos, capaces de operar con flexibilidad y rapidez.
Dos de los más conocidos expertos en este tipo de organizaciones, John Arquilla y David Rosenfeldt, han observado que las redes carecen generalmente de un liderazgo central, comando o cuartel general, y por lo tanto “no puede apuntarse a un cabeza preciso. La red como un todo tiene muy poca o ninguna jerarquía; puede tener múltiples líderes. Así, el diseño [organizativo] a ratos puede parecer acéfalo y en otros momentos policéfalo”.
Los gobiernos suelen responder a estos desafíos formando comisiones interinstitucionales o creando nuevas burocracias. Por ejemplo, el nuevo Departamento de Seguridad Interna de EE UU reúne a 22 antiguas agencias federales y sus 170.000 empleados para luchar, entre otras cosas, contra las drogas.
NUEVAS IDEAS 
Es posible que los gobiernos nunca sean capaces de erradicar las formas de comercio internacional características de las cinco guerras. Pero pueden y deben luchar contra ellas mejor que hasta ahora. Hay por lo menos cuatro áreas donde pueden producirse mejores ideas para luchar contra estas guerras:
Conceptos de soberanía más flexibles.
Los gobiernos necesitan reconocer que, muchas veces, es un error limitar el alcance de las acciones multilaterales para proteger su soberanía. Su soberanía está en jaque diariamente, no por Estados
sino por redes apátridas que violan leyes y cruzan fronteras en busca de ganancias. En mayo de 1999, el Gobierno venezolano negó a EE UU permiso para que sus aviones volaran sobre su territorio, al vigilar las rutas de los narcotraficantes. Las autoridades venezolanas dieron más importancia al valor simbólico de su soberanía que al hecho de que los aviones de los traficantes de droga violan regularmente su espacio aéreo. Sin nuevas formas de codificar y abordar el concepto de soberanía, los gobiernos seguirán en desventaja
Fortalecer el multilateralismo.
La naturaleza global de estas guerras significa que ningún gobierno, sin importar su poder económico, político o militar, llegará lejos si actúa solo. Si esto parece obvio, entonces ¿por qué Interpol tiene 384 personas, de las cuáles apenas 112 son policías, y un presupuesto anual de apenas 28 millones de dólares, inferior al precio de algunos de los barcos y aviones que usan los narcotraficantes? De igual manera, Europol, la equivalente europea de Interpol, tiene 240 personas y un presupuesto de 51 millones de dólares.
Una de las razones por las cuales Interpol tiene poco presupuesto y escaso personal es que sus 181 gobiernos miembros no confían unos en otros. Muchos suponen, quizá con razón, que las redes criminales han penetrado los departamentos policiales de los otros países y que compartir información con funcionarios tan comprometidos no sería prudente. Otros temen que los aliados de hoy tal vez se conviertan en enemigos mañana. Y otros se enfrentan a impedimentos legales para intercambiar información o tienen servicios de espionaje con culturas organizacionales que hacen casi imposible una colaboración efectiva. El progreso se logrará solamente cuando los gobiernos del mundo se unan para respaldar organizaciones multilaterales más fuertes y efectivas.
Establecer nuevos mecanismos e instituciones.
Estas cinco guerras vuelven obsoletas muchas de las instituciones, leyes, doctrinas militares o técnicas existentes, en las cuales los gobiernos han confiado durante muchos años. Los analistas tienen que reformular el concepto de “frentes de guerra” definidos por la geografía y el de “combatientes” definido por la Convención de Ginebra. Es necesario volver a definir y adaptar a las nuevas realidades las funciones de agentes de espionaje, soldados, policías, funcionarios de aduanas y personal de migración. Los políticos tienen también que reconsiderar la noción de que la propiedad es esencialmente una realidad física o de que sólo los países soberanos pueden emitir moneda.
De la represión a la regulación.
Derrotar a las fuerzas de mercado es casi imposible. En algunos casos, los gobiernos pueden cambiar la represión por la regulación de los mercados; en otros, crear incentivos puede ser mejor que usar las burocracias para controlar estos mercados.
La tecnología puede lograr mucho más que los gobiernos. Por ejemplo, una poderosa técnica de encriptado puede proteger mejor algunos productos de la piratería en Ucrania que obligar a ese país a poner en práctica patentes, derechos de autor y marcas de fábrica. Los gobiernos luchan, en estas cinco guerras, contra redes motivadas por las oportunidades de enormes ganancias creadas por otros gobiernos.
En todos los casos, el origen de esas ganancias puede descubrirse en alguna forma de intervención gubernamental que crea un desequilibrio entre oferta y demanda, y hace que los precios y márgenes de ganancia se disparen como cohetes. En algunos casos, estas intervenciones son justificadas y sería imprudente eliminarlas: los gobiernos no pueden abandonar la lucha contra el tráfico de heroína, seres humanos o armas de destrucción masiva. Pero la sociedad puede manejar mejor otros segmentos de esta clase de comercio ilícito mediante la regulación. Los políticos deben concentrarse en las oportunidades de mejorar mediante la regulación aquellas situaciones que han desafiado cualquier intento de prohibición.
Otros Frentes
Drogas, armas, propiedad intelectual, personas y dinero no son los únicos bienes con los que
trafican las redes internacionales. También trafican con órganos humanos, especies en peligro de extinción, obras de arte y residuos tóxicos. Este comercio comparte ciertas características: la innovación tecnológica y los cambios políticos abren nuevos mercados, que junto a la globalización difuminan los límites geográficos y aumentan las oportunidades de beneficio para las redes criminales y para los gobiernos. Son estos últimos sin embargo, los que están perdiendo la batalla.
Órganos humanos: córneas, riñones e hígados son los órganos con los que más se trafica en un mercado en auge gracias al desarrollo tecnológico. Las técnicas de conservación por ejemplo han mejorado notablemente y hacen los trasplantes menos arriesgados. En Estados Unidos, 70.000 pacientes aguardan en lista de espera para recibir un trasplante de órganos, mientras que sólo 20.000 llegan a obtenerlos.
Brokers de órganos sin escrúpulos cubren parcialmente esta demanda. Algunos donantes, sobre todo de riñones, son tremendamente pobres. En India alrededor de 2.000 personas venden cada año sus órganos.Muchos provienen de donantes que no sólo no dan su consentimiento, sino que además se ven sometidos a operaciones forzosas, o proceden de cadáveres de los depósitos de las comisarías.En varios centros médicos de Alemania y Austria descubrieron recientemente que habían utilizado válvulas cardíacas, procedentes de cadáveres de sudafricanos pobres.
Especies protegidas: desde huevas de esturión para caviar hasta tigres o elefantes para zoológicos privados. El comercio de animales y plantas en peligro de extinción mueve miles de millones de dólares y afecta a cientos de millones de especies. Este tráfico incluye animales vivos y plantas, así como todo tipo de derivados como comida, pieles, instrumentos musicales de madera,  artesanía y medicinas.
Arte robado: cuadros, esculturas y objetos robados de museos, galerías y casas privadas, de víctimas del holocausto o de excavaciones arqueológicas se compran y se venden en un mercado internacional en el que circulan entre 2.000 y 6.000 millones de dólares cada año. El creciente empleo del arte para el blanqueo de dinero ha incentivado la demanda de estos objetos en la última década. La oferta se ha disparado tras el derrumbe de la Unión Soviética y la puesta en circulación de piezas de arte de titularidad pública. La República Checa, Polonia y Rusia son tres de los cinco países más afectados por el tráfico de obras de arte.
Residuos tóxicos: la innovación en el transporte marítimo, el endurecimiento de las leyes ambientales en los países ricos junto con la integración de los pobres en la economía global y la mejora de las telecomunicaciones, son las condiciones que han permitido el desarrollo de un mercado internacional de la basura. Greenpeace estima que entre 1969 y 1989, se exportaron 3,6 millones de toneladas de residuos peligrosos. Cinco años más tarde la cifra ascendía a 6.700 millones de toneladas. La organización ecologista asegura además, que entre el 86% y el 90% de los cargamentos de residuos tóxicos que se exportan a los países pobres –presumiblemente para reciclar, reutilizar o con fines humanitarios- son en realidad basura tóxica.

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