viernes, 7 de noviembre de 2014

Deriva continental

Deriva continental

MIAMI. Para cuando ustedes lean esto, las elecciones parciales de EE.UU. habrán terminado. Suponiendo que las encuestas y los expertos hayan tenido razón, los republicanos controlarán ambas cámaras del Congreso. Aunque no es la primera vez que las encuestas resultan equivocadas y el control del Senado por el Partido Republicano no sea algo seguro, hasta los congresistas demócratas aceptan que los republicanos se impondrán. Titular en The Miami Herald del domingo: “Ambos partidos consideran que las elecciones se inclinan a los republicanos”.
No hay que creer al Herald o a las encuestas. Steve Israel, el representante demócrata por Nueva York, dice: “Es un entorno sombrío”. Él debe saberlo. Israel es presidente del Comité Congresional Demócrata. Los demócratas lucen como un venado encandilado por los faros de un auto, y lo saben. Y justo cuando ustedes pensaban que el país no se podía inclinar más a la derecha, lo hará.
Todo esto en total contraste con lo que ha estado teniendo lugar en la otra mitad del continente. Por ejemplo, Brasil, el gigante sudamericano, acaba de reelegir a la presidencia a la candidata de la izquierda, Dilma Roussef, del Partido de los Trabajadores. Es cierto que el margen de victoria de Roussef fue pequeño –obtuvo el 51,6 por ciento de los votos, un hecho que la derecha ha estado subrayando incesantemente.
Irónicamente, la victoria de Roussef es abrumadora en comparación con la de George W. Bush en 2000. Bush en realidad perdió el voto electoral por 600 000, pero ganó la presidencia bajo el arcaico sistema electoral norteamericano. La derrota del candidato de la derecha a manos de Roussef es aún más impresionante, dada la crisis económica provocada por factores externos, incluyendo la caída de los precios de las materias primas y el enlentecimiento económico de China, la cual compraba materias primas brasileñas a precios más altos.
El triunfo de Roussef garantiza dieciséis años de dominio de los socialistas en Brasil, el cual comenzó con la elección de Lula da Silva hace doce años. En efecto, Brasil ha emergido como una especie de polo político opuesto a Estados Unidos, mientras continúa siendo una democracia liberal. Al convertirse en un poder económico global aún bajo dominio socialista, Brasil ha desafiado un dogma de larga data del Partido Republicano y de muchos otros en el establishment de Estados Unidos y Europa: hay que empobrecer a los pobres y mimar a los ricos para alcanzar el crecimiento económico. En su lugar, Brasil siguió políticas que han llevado a millones de pobres hacia la clase media y mejorado la vida de los que aún son pobres. Irónicamente, hasta los brasileños ricos se han hecho más ricos durante esta era de gobierno socialista.
El desafío de las reglas de hierro del capitalismo en la era postsoviética por parte de Brasil ha irritado a los sospechosos habituales en Latinoamérica, como los destacados intelectuales (creen ellos) Carlos Alberto Montaner y Álvaro Vargas-Llosa. También ha enfurecido a la extrema derecha. Un artículo en el sitio web del PanAm Post expresa la reacción de ese sector. El titular gritaba: “Rousseff Entrega la Victoria al Despotismo en Latinoamérica: Mercados a la Baja Anuncian Problemas Futuros para la Economía Brasileña”. ¿Despotismo, después de que Roussef derrotó a opositores de ideologías contrarias en dos elecciones? Por supuesto, porque en esta visión los mercados, que están a la baja porque no les gusta Dilma, son los árbitros definitivos de la legitimidad democrática, no los votos de la gente.
Lo que es más alarmante para tales sectores de la derecha y lo que evidencia la escala continental de la deriva política del norte y del sur es que Brasil no es un caso aislado. Evo Morales de Bolivia, quien con frecuencia ha atacado verbalmente con saña al Norte global y se ha burlado de él, acaba de ganar abrumadoramente la reelección para un tercer período. En Uruguay, el izquierdista Frente Amplio, liderado por Tabaré Vázquez, está listo para ganar una segunda vuelta después de obtener en la primera más votos que los dos partidos en conjunto que le siguieron en los resultados. En Ecuador, Rafael Correa puede que tenga éxito en cambiar la Constitución que le permita un número indefinido de reelecciones. Venezuela ganó un asiento en el Consejo de Seguridad de la ONU, a pesar de las objeciones de Estados Unidos. Y en la Asamblea General, en el tema del embargo, Cuba obtuvo la victoria más aplastante, con solo Israel votando con Estados Unidos. Hay más, pero lo resumiré con la sucinta mantra del difunto novelista norteamericano Kurt Vonnegut: “Y así van las cosas”.
Las razones para las trayectorias divergentes de Estados Unidos versus gran parte de Sudamérica que han surgido en las últimas décadas son demasiado complejas para analizar de manera apropiada en el espacio que queda. Solo pondré a flotar una hipótesis provocativa como factor posible entre muchos. Para simplificar terriblemente la realidad, digamos que la razón principal es que en el extremo norte del continente los mercados tienen más poder que el pueblo, y en gran parte del extremo sur, el pueblo tiene más poder que los mercados, por lo que países como Brasil son más democráticos que Estados Unidos.
A la mayoría de los norteamericanos les sería imposible aceptar eso, y no trataré de discutir el tema aquí. En su lugar, mencionaré algunos de los factores que limitan la democracia en Estados Unidos.
El voto del Colegio Electoral, que sobrepasa el voto popular nacional; el gran poder del Senado, un órgano antidemocrático desde cualquier punto de vista, incluyendo el hecho de que un enano demográfico como Montana tiene el mismo número de votos que California; el dinero corporativo ilimitado en las elecciones; y la ideología de agresivo individualismo independiente, expresado con toda claridad en el divino derecho a la propiedad de armas de fuego versus el ethos de cooperación y solidaridad.
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