viernes, 11 de abril de 2014

¿Qué hay después de la muerte?

¿Qué hay después de la muerte?

En el Bhagavad Gita podemos leer: “El espíritu nunca tuvo la necesidad de nacer. El espíritu nunca cesará. Nunca existió en el tiempo ni dejó de existir. El principio y el final son simples sueños”. Por otro lado, la reencarnación es la creencia consistente en que la esencia individual de las personas, ya sea mente, alma, conciencia o energía, adopta un cuerpo material no solo una vez sino varias, según va muriendo. Esta creencia aglutina de manera popular diversos términos, tales como Metempsicosis, que viene del Imagen 33término griego meta, después, y psyche, espíritu o alma; Transmigración, migrar a través; Reencarnación, volver a encarnar; oRenacimiento, volver a nacer. Todos estos términos aluden a la existencia de un alma o espíritu que viaja o aparece en distintos cuerpos, generalmente a fin de aprender en diversas vidas las lecciones que proporciona la existencia terrena, hasta alcanzar una forma de liberación o de unión con un estado de conciencia más alto. La creencia en la reencarnación ha estado presente en toda la humanidad desde la antigüedad, en la mayoría de las religiones orientales, como hinduismo, budismo y taoísmo, y también en las religiones africanas y tribales de América y Oceanía. En la historia de la humanidad, la creencia de que una persona fallecida volverá a vivir o aparecer con otro cuerpo, con una personalidad generalmente más evolucionada, ha sobrevivido. Sin embargo, las religiones judeocristianas y el islam son prácticamente las únicas que no la contemplan oficialmente, pero sí han permanecido bajo la forma de diversas herejías. El término alma se puede aplicar a los seres vivos en general, incluyendo plantas y animales, como su principio constitutivo. Según algunas interpretaciones, como la de Aristóteles, el alma incorporaría el principio vital o esencia interna de cada uno de esos seres vivos, gracias a la cual estos tienen una determinada identidad, no explicable a partir de la realidad material de sus partes.También se usa el término alma en una acepción más particular si se refiere a los seres humanos; en este segundo caso, según muchas tradiciones religiosas y filosóficas, el alma sería el componente espiritual de los seres humanos. En el transcurso de la historia, el concepto “alma” pasa por diversos intentos de explicación. Desde el dualismo del idealismo filosófico y de la gnosis, a la interpretación existencialista de un todo, con dos aspectos específicos: lo material y lo inmaterial. Durante las últimas décadas, un fenómeno se ha convertido en el centro de las discusión acerca de la supervivencia después de la muerte. Las experiencias cercanas a la muerte o ECM parecen proveer evidencia de la supervivencia en conjunto con las comunicaciones mediúmnicas y otros fenómenos relacionados, como es el caso de las apariciones de personas fallecidas. El interés en este tema por el público en general y la comunidad científica, comenzó con la publicación del libro Vida después de la Vida, de Raymod Moody, un psiquiatra nortemericano, en 1975, quien se vio impulsado a estudiar estas experiencias luego de escuchar la vivencia del Dr. George Ritchie durante la guerra, a quien dedicó su libro. A partir de esto, cada vez más investigadores serios, como José Gaona Cartolano, con su libro Al otro lado del Tunel, en que me he basado para escribir este artículo,han buscado explicaciones al fenómeno.
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Según Kenneth Ring: “No todo el mundo puede tener una ECM o necesidad de vivirla, pero todo el mundo puede aprender a asimilar las lecciones de estas experiencias cercanas a la muerte en su propia vida“. Podríamos definir las ECM como experiencias relatadas por personas que se han encontrado clínicamente muertas, es decir, en un estado de ausencia de cualquier señal vital durante un periodo de tiempo y luego revividas. Sin embargo, autores como Robert Crookall han denominado a los protagonistas de estas experiencias como «pseudomuertos». Asimismo, Greyson, uno de los mayores expertos a nivel mundial, distingue claramente dos cuestiones. Una podemos llamarla un episodio cercano a la muerte, que es una situación física en la que la persona sobrevive a un encuentro real con la muerte debida a una enfermedad o traumatismo; otro sería una experiencia cercana a la muerte, que representa una experiencia subjetiva de la consciencia que funciona independientemente del cuerpo físico durante un episodio cercano a la muerte. La persona que sufre una ECM percibe fenómenos en el mundo material, la mayor parte de las veces en el área vecina a su propio cuerpo, incluyendo, en muchas ocasiones, el mismo, si bien esto no ocurre necesariamente todas las veces. Por el contrario, en el aspecto espiritual o transmaterial, la persona percibe fenómenos que van más allá de las dimensiones habituales. Un ejemplo de este último concepto serían las experiencias extracorpóreas, en las que la persona nota que su consciencia se encuentra temporalmente situada fuera de su cuerpo físico. Algunos autores, como Gary Habermas, afirman que aunque las ECM constituyesen un soporte racional para creer que hay vida después de la muerte, todavía existe un sinnúmero de factores sin resolver. En primer lugar, habría que cuestionarse si las ECM constituyen el primer paso para una vida maximizada después de la muerte, es decir, la vida eterna o inmortalidad, o por el contrario sería una vida minimizada, que tan solo mostraría la existencia de la consciencia durante un corto periodo de tiempo después de la muerte, ya que la experiencia parece durar solo unos cuantos minutos. Es decir, la experiencia fenomenológica o evidencial tan solo sugiere una vida mínima después de la muerte. Por otro lado, las personas que sufren una ECM suelen experimentar una pérdida del sentido del tiempo (atemporalidad) que podría coincidir con las definiciones filosóficas de eternidad. Podríamos afirmar, de alguna forma, que si la vida eterna debe comprenderse en términos de existencia atemporal en vez de duración temporal infinita, entonces, en este caso particular, las ECM sí que podrían considerarse como el primer paso para esa vida eterna. Este tipo de creencias, una vez que pensamos haber resuelto alguna de las cuestiones, parece abrir nuevas interrogantes. Por ejemplo, si existiese dicha vida después de la muerte tendríamos que plantearnos la cuestión de la identidad personal en la misma, ya que somos seres temporales cuyo ego está ligado a memorias de nuestro pasado y a anticipaciones de nuestro futuro. Si la inmortalidad se asocia a una existencia atemporal, es razonable pensar si la identidad personal se puede retener después de la muerte. Las preguntas son: ¿quién o qué sobrevive a la muerte? ¿cuánto tiempo sobrevive la consciencia después de la muerte?
«Se que este relato causará sorpresa. Algunos dudarán de mi buena fe, otros de mi cabal juicio. Pero si los hechos que voy a describir son sorprendentes, no son imposibles de comprobar. Unos sencillos experimentos que cualquier biólogo puede reproducir, demostrarán que las teorías que me expuso el doctor James estaban fundadas en observaciones reales». Asi comienza la novelaEl Pesador De Almas, de André Maurois, en la que se intenta demostrar, nada menos, que el alma es una energía cuyo peso puede medirse. ¿Puede pesarse un alma humana? Inteligente y desapasionadamente objetivo, André Maurois debe su fama a sus novelas y sus biografías, en las que destacó gracias a una profunda documentación y amenidad, André Maurois fue un profundo conocedor del alma humana y leerle constituye un verdadero placer. André Maurois es el seudónimo de Émile Herzog, novelista y ensayista francés nacido el 26 de julio de 1885 en Elbeuf (Normandía) y muerto en París el 9 de octubre de 1967. Descendiente de una rica familia dedicada la la industria textil, Maurois realizó estudios secundarios en Rouen (Liceo Corneille) y superiores en Caen. Tuvo como profesor al filosofo Alain que le animó a tomar el camino de la escritura. Ante la perspectiva de tomar la dirección del negocio familiar, optó por la literatura. Durante la primera Gran Guerra, sirvió como interprete del Estado Mayor británico, lo que le familiarizó con el cáracter y la cultura anglosajona. En la II Guerra Mundial luchó por la Francia libre y se refugió en Estados Unidos al negar su obediencia al gobierno pro-nazi de Vichy. En 1938 ingreso en la Academia francesa. Falleció el 9 de octubre de 1967. La búsqueda del alma y la demostración de su existencia mediante experiencias físicas ha sido una constante durante toda la historia de la ciencia. Muchos científicos a lo largo de la historia han intentado realizar diferentes pruebas que probaran o no su existencia. A este respecto queremos hacer referencia a una interesante película, que trata algunos aspectos de la vida después de la muerte. Se trata de El sexto sentido, una película estadounidense, de 1999, dirigida por el realizador hindú M. Night Shyamalan, sobre un guion original propio y que relata la experiencia que un psicólogo intenta descubrir al tratar de ayudar a un niño acerca de la terrible verdad de los poderes sobrenaturales que éste posee.
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El Dr. Malcolm Crowe (Bruce Willis), un psicólogo infantil en Filadelfia, regresa a su casa una noche con su esposa, Anna Crowe. Los dos descubren que no están solos en casa, ya que un joven aparece blandiendo una pistola. Dice que ya no quiere tener miedo y acusa a Malcolm de no ayudarlo. Malcolm lo reconoce como Vincent Grey, un ex paciente a quien trataba cuando era un niño por sufrir alucinaciones. Vincent le dispara a Malcolm en el abdomen, antes de dispararse a sí mismo. En el siguiente otoño, Malcolm comienza a trabajar con otro paciente, un niño de ocho años llamado Cole Sear (Haley Joel Osment), cuyo caso es similar al de Vincent. Malcolm se dedica al niño, a pesar de que es perseguido por las dudas sobre su capacidad para ayudarlo después de su fracaso con Vincent. Mientras tanto, se ha distanciado de su esposa y Malcolm cree que Anna puede estar teniendo un romance con un compañero de trabajo. Una vez que Malcolm gana la confianza del niño, Cole finalmente habla con él, “Veo gente muerta, caminando como gente normal. Ellos no saben que están muertos“. Un ejemplo de esto es un fantasma que aparece ante Cole, que es una mujer con exceso de trabajo, maltratada por su marido, que se ha cortado las muñecas. Otro fantasma es un niño con una salida de herida de bala en la parte posterior de su cabeza, que invita a Cole a ver la pistola de su padre. Al principio, Malcolm piensa que Cole es delirante y planea dejar su tratamiento. Recordando a Vincent, el psicólogo escucha una cinta de audio que Malcolm había salvado de una sesión de psicoterapia entre él y Vincent (entonces un niño) en 1987. En la cinta, Malcolm salió de la habitación y, cuando regresó, Vincent estaba llorando. Al subir el volumen hasta el final, Malcolm alcanza a oír la voz de un hombre llorando y suplicando. Es así como cree que Cole está diciendo la verdad y que Vincent pudo haber tenido la misma capacidad de percibir a los fantasmas. Malcolm le sugiere a Cole que debe tratar de encontrar un propósito por su don de comunicarse con los fantasmas y tal vez ayudarles con sus asuntos sin terminar en la Tierra. Al principio, Cole no está dispuesto ya que los fantasmas lo aterrorizan, pero finalmente decide probarlo. Habla con uno de los fantasmas, una niña muy enferma que aparece en su habitación. Aprendiendo a vivir con los fantasmas, Cole empieza a encajar en la escuela y obtiene un papel importante en una obra de teatro, a la que asiste Malcolm. El médico y el paciente aparecen muy contentos después la representación y Cole le sugiere a Malcolm que debe tratar de hablar con Anna mientras está durmiendo. Malcolm regresa a su casa, donde encuentra a su mujer dormida en el sofá con la reproducción del vídeo de la boda de la pareja, video que Anna observa varias veces. Mientras ella duerme, Anna le pregunta a su marido por qué la dejó. Entonces de la mano de Anna cae el anillo de bodas de Malcolm, quien, de repente, descubre que no lo lleva puesto. Malcolm recuerda lo que Cole dijo acerca de los fantasmas y el psicólogo se da cuenta de que él realmente fue asesinado por Vincent y era, sin saberlo, un fantasma todo el tiempo que estaba trabajando con Cole.
Llama mucho la atención que la posible existencia de un tipo de «cuna cósmica» sea algo más que una simple teoría para 18 tradiciones religiosas, 25 culturas desde los tiempos más antiguos hasta los modernos, 53 tribus americanas, 28 pueblos australianos, 20 tribus africanas y muchos otros pueblos a través de todo el globo terráqueo. Más de 165 culturas y religiones postulan que las almas se encuentran en otro estado fuera de la dimensión actual esperando a llegar a este mundo, y que incluso puede darse la existencia de comunicación entre ellos y los que van a ser sus padres. Lo que está claro para mucha gente es que las personas, meses o años antes de ser concebidos, son espíritus que ya mantienen relación afectiva y personal con sus futuros progenitores. Neil J. Carman relata cómo una niña de siete años llamada Katie se despertó del coma después de un accidente por ahogamiento diciendo: «¿Dónde están Mark y Andy?», refiriéndose a sus futuros hermanos a los que se había encontrado y que aún no habían nacido. Los padres que se involucran en este tipo de dinámica son, por supuesto, tan extraordinarios como sus potenciales hijos: abiertos, curiosos, interesados en todo lo que les rodea. Algunos de estos niños parecen recordar cosas desde antes de ser concebidos, el propio embarazo y hasta el nacimiento. Los autores que gustan de estudiar estos temas lo llaman «memoria privilegiada». Las conversaciones entre estos niños y sus padres son tan espontáneas y satisfactorias como el encuentro de queridos amigos después de una larga ausencia, lleno de sincero afecto. Entre estos padres y sus hijos se pueden dar largas negociaciones antes de que desaparezcan todos los obstáculos y la madre se encuentre preparada para el embarazo. En ese momento, una concepción consciente es una de las sensaciones más satisfactorias e inolvidables para los que se encuentran en esa reunión mística. Algunos autores, como Myriam Szejer, hablan abiertamente de telepatía para explicar la efectiva comunicación perinatal entre los bebés y sus padres. David Chamberlain, un conocido psicólogo de la Universidad de Santa Bárbara y presidente de la Asociación de Psicología y Salud Prenatal y Perinatal, cree que existen similitudes en las capacidades cognitivas de aquellas personas que han sufrido una ECM y lo que él mismo ha observado, bajo hipnosis, en personas respecto a lo que recordaban de su época de recién nacidos e incluso dentro del propio útero materno. Hoy por hoy, la mayor parte de la información que existe al respecto se considera dentro del mundo de la ciencia como «evidencias anecdóticas» y no es especialmente bien valorada, al contrario que otros estudios repletos de cifras y estadísticas. Sin embargo, no es menos cierto que todas estas realidades pueden ser el punto de partida de futuras investigaciones en el ámbito científico más ortodoxo, al igual que ocurre, en la actualidad, con las ECM, algo impensable hasta hace pocos años.
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Todas estas teorías chocan frontalmente en un punto crítico: ¿acaso no depende la memoria de la materia cerebral? El campo común manejado por los pioneros en la investigación de las ECM, cognición del recién nacido, inteligencia prenatal, etc., es que la memoria, su localización y estatus resultan independientes de su espacio físico en el cerebro. Más aún, si nos acercamos al momento del nacimiento, cuando la memoria es progresivamente desposeída de su materia física, cosa que parece inexplicable desde el punto de vista de algunos importantes descubrimientos del último siglo. De alguna manera es como si la memoria utilizarse el cerebro como base de funcionamiento, pero, a su vez, pudiera tener una existencia independiente similar a la existencia que puede tener el software del ordenador respecto al hardware. Quizás los estudios científicos más significativos son los publicados por Satwant Pasricha y Ian Stevenson a lo largo de varios años. Cabe destacar que el doctor Stevenson llegó a recopilar más de tres mil casos durante cuarenta años. En sus publicaciones reúne mucha evidencia científica por medio de un método de trabajo que consiste en la recogida de testimonios seguida de la identificación de la persona en la cual el niño cree haberse reencarnado. Más tarde se realiza la verificación biográfica de la vida de la persona ya fallecida en consonancia con las memorias del niño. El doctor Stevenson llegó incluso a cotejar defectos de nacimiento del niño estudiado, como marcas o cicatrices de la persona difunta, todo ello verificado mediante su historia clínica. Atwater llega mucho más allá en sus especulaciones, afirmando que la memoria de otras vidas ocurre usualmente hacia el sexto o séptimo mes de embarazo y, en ocasiones, incluso antes. En algunos casos, según Atwater, los fetos de tan solo tres meses de vida ya pueden tener una consciencia desarrollada. Para Paull Raphael, experto en tradiciones religiosas judías, existen hasta cuatro etapas en la purificación de las almas. En la última etapa se encuentra el mundo espiritual o Tzror ha-hayyim, también llamado «almacén de almas». Es el estado más elevado y más cercano a la perfección, lo que los ortodoxos denominan ver a Dios. Este cuarto y aparentemente último paso de purificación dentro de los procesos de la muerte puede dar lugar, en ciertos casos, a la reencarnación, también llamada gilgul. Los que pueden reencarnarse son seleccionados de entre las almas de este cuarto nivel para desarrollarse en plena sabiduría y compasión y de esta manera alcanzar un estado de plena purificación. La doctrina de la transmigración de las almas, que era acogida tanto por los cristianos como por los judíos, fue declarada herejía en el II Concilio de Constantinopla, en el año 553. Por el contrario, la creencia judía de la reencarnación comenzó a volverse popular a partir del siglo XII y todavía persiste hasta el día de hoy en ciertos círculos religiosos, como los lubavitchers ortodoxos. Uno de los ritos más interesantes a este respecto es el de «la muerte consciente», practicado desde el siglo XIX por los rabinos jasídicos, en virtud del cual la muerte constituye más bien un tiempo de felicidad y reunión con otros antes que un momento a temer: «Este mundo es como un vestíbulo antes del Mundo que viene y la muerte es tan solo la puerta entre los dos mundos, la puerta hacia esferas celestiales», dijo Raphael en 1991. Los textos tradicionales judíos aseguran que los ángeles avanzan información a todas las almas sobre lo que les espera en esta nueva vida reencarnada, incluyendo las recompensas y los castigos por el comportamiento de cada uno, así como la transmisión del conocimiento de todas las cosas. Sin embargo, justo antes del nacimiento, uno de los ángeles toca al bebé en la nariz, borrando todas sus memorias.
Aquí introducimos un copncepto científico que puede tener alguna vinculación con el tema ECM. La coherencia cuántica es un fenómeno físico que incluye un elevado número de partículas de luz o de materia que coinciden de manera colectiva en un momento determinado. Por ejemplo, el haz de un láser ejemplifica lo que es la coherencia cuántica. Todas las partículas de luz emitidas (fotones) oscilan de manera conjunta en la misma frecuencia y fase, resultando en un haz de un solo color. Mediante estimulación externa, el láser alcanza un nivel crítico de energía y mediante una transición sucede un salto brusco a un nivel de energía superior. En la luz del láser todos los fotones carecen de identidad individual, por lo que se dice que se encuentran en el mismo estado cuántico. Por el contrario, las lámparas incandescentes o fluorescentes emiten luz incoherente en todas las direcciones y en un espectro muy amplio de frecuencias, resultando en luz blanca. La coherencia cuántica entre partículas está relacionada con la comunicación no local, esto es, con una interacción que posee las siguientes características: es instantánea, independiente de la distancia e inmune al aislamiento. Es decir, que la no localidad se refiere a procesos en los que la señal se propaga a cualquier distancia de manera instantánea. Por contraste, las señales que se propagan durante un periodo finito de tiempo, son locales. Por ejemplo, el espectro visible electromagnético de la luz que percibe el ojo humano no posee ninguna de las tres características referidas anteriormente. Es decir, hay una distancia finita entre el transmisor y el receptor que se puede medir, las ondas disminuyen en intensidad a medida que viajan y, por supuesto, se pueden bloquear con un aislamiento apropiado. Si extrapolamos estos conceptos a la escala de la percepción humana, podríamos decir que percibimos de las dos maneras: local y no local. Por ejemplo, cuando vemos a una persona que se encuentra cerca, los ojos responden a las ondas electromagnéticas de la luz. Pero la mente, según Mitchell, responde de manera instantánea de un modo no local a la visión remota de la misma persona, aunque se encuentre a millas de distancia. Así pues, tan solo los aspectos no locales son percibidos por el observador que se muestra a sí mismo una imagen poco clara y de aspecto onírico. Esto es consistente con estados alterados de la consciencia como la clarividencia, la precognición y la telepatía. De hecho, es ampliamente conocido que la CIA, la agencia de espionaje estadounidense, ha gastado millones de dólares en este tipo de investigaciones. Thomas Beck insinúa que las ECM se encuentran dentro del terreno de la percepción no local, ya que son virtualmente instantáneas. Debido a este tipo de experiencias podríamos construir la teoría de que el cuerpo humano posee todos los biomecanismos necesarios para la comunicación no local. No es menos cierto que en el estado actual de la ciencia todavía queda mucho por descubrir. A escala molecular y dentro del propio cuerpo humano la comunicación no local ha sido identificada.
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Se ha descubierto que en muchos organismos vivientes, incluido el ser humano, se encuentran estructuras cristalinas. Los cristales son estados de la materia que poseen un rango muy amplio de fluidez, desde cristales sólidos a semisólidos terminando por otros que poseen propiedades cercanas al gel. Así, mientras que los cristales de calcio en el hueso son sólidos, el colágeno que se encuentra en el mismo interior del hueso es semisólido y nos referimos a él como cristal líquido. Pero estas estructuras se encuentran en todo nuestro cuerpo, incluyendo huesos, tendones, ligamentos, cartílagos, etc… Para acabar de entender este tipo de evidencias hay que referirse al efecto cuántico de túnel, que ya ha sido demostrado en proteínas o, por ejemplo, en el ADN humano. Este efecto cuántico de túnel se refiere al transporte instantáneo de partículas como fotones, electrones, protones o incluso átomos de hidrógeno que saltan desde el punto A al punto B sin viajar entre ambas distancias. El físico Guenter Nimtz ha demostrado el efecto cuántico de túnel en partículas fotónicas a través de una barrera sobre una distancia de unos diez centímetros. Es decir, que el tiempo que tarda la señal en llegar al otro lado es instantáneo, independientemente de la distancia. Otro ejemplo de sustancias líquidas cristalinas es el citoplasma intracelular, los fluidos dentro de la célula. Dentro de ellos, los microtúbulos son los principales constituyentes de la organización de dicho citoplasma. Existen evidencias de que dichos microtúbulos emiten fotones solitarios de luz y pueden ser observados como si fuesen microscópicos láseres pulsátiles dentro de la propia célula. Estos microtúbulos se supone que pueden llegar a desempeñar un papel importante en las comunicaciones humanas, la memoria y el aprendizaje. Quizás en un futuro próximo se logre probar que son elementos fundamentales en la red de comunicación no local que provee de base a las revisiones vitales de las ECM. Los microtúbulos forman una estructura o esqueleto que da soporte físico a toda la célula, aportando forma y resiliencia. Además de esto, más allá de su atributos meramente físicos, los microtúbulos proveen de un sistema complejo de comunicaciones entre cada célula, que es esencial para el funcionamiento total del organismo. De hecho, el sistema de microtúbulos es conocido como «el cerebro de la célula». Organizan gran parte de las funciones celulares, incluyendo la división de la misma. En algunas células neuronales los microtúbulos pueden llegar a alcanzar un metro de longitud acomodado en madejas de cientos de miles. Se podrían comparar a los cables de fibra óptica utilizados para la comunicación telefónica que consisten en muchas fibras juntas. Para que nos hagamos una idea de sus proporciones, un microtúbulo de un metro se podría comparar a una manguera de jardín de un centímetro y medio de diámetro pero de ochocientos kilómetros de longitud. Si lo observamos a nivel molecular, su complejidad es, al día de hoy, incomprensible. Sin embargo, a un nivel cuántico la comunicación que ocurre entre dichos microtúbulos es un proceso relativamente simple.
Ya Leonardo da Vinci trató de encontrar la situación del alma, diseccionando un cerebro en 1515, basándose en la creencia de la época de que el alma estaba situado en el centro de la cabeza, lo que provocó que fuese denunciado como hechicero. El experimentador Duncan MacDougall trató de poner fin al debate sobre la existencia o no del alma a principios del siglo XX mediante un experimento. Según su razonamiento, si el alma existía debía ocupar un espacio y por tanto debía ser algo material. Y, si era algo material, probablemente tendría peso. Duncan montó una cama encima de una báscula e instaló encima a un hombre que estaba muriéndose de tuberculosis. Durante las tres horas y cuarenta minutos que tardó en morir perdió peso a razón de una onza por hora (28.3 gramos). El doctor atribuyó esta pérdida a la evaporación de las mucosas nasofaríngeas, broncopulmonares y bucales que acompañan a la respiración, y también a la evaporación de humedad producida por la evaporación cutánea. De repente, en el momento de la muerte, se produjo un brusco cambio de peso de tres cuartos de onza (21,225 g). Esto lleva a preguntarnos: ¿Pesa el alma 21 gramos? El doctor Duncan realmente no quedó convencido tras su experimento, y repitió el experimento una y otra vez, obteniendo resultados semejantes. Y comprobó que al sustituir a seres humanos por perros no había pérdida de peso al morir, lo que supuestamente confirmaba que no tenían alma. MacDouglas se resistió a publicar sus experimentos durante cinco años, hasta que se filtraron, lo que hizo que mandase sus resultados oficiales a la revista American Medicine. Hoy en día hay quien cree que los resultados observados se produjeron porque, al enfriarse el cuerpo al morir, aparece una corriente de convección entre los dos lados a distinta temperatura de la balanza. Otros dicen, sin embargo, que al dejar de enfriar los pulmones la sangre, el exceso de sudoración produciría una evaporación que podría explicar los 21 gramos observados. Los investigadores de todo el mundo comienzan a descubrir que las profundas experiencias espirituales de los moribundos resultan difíciles de explicar, por lo que personas de todo el mundo entienden la muerte y la vida más allá de la misma. Estas investigaciones nos plantean una serie de preguntas: ¿Qué hay después de la muerte? ¿Una intensa luz nos muestra siempre el camino? ¿Todos atravesamos un largo túnel? ¿Qué vemos y qué sentimos en aquel momento? ¿Con quién nos encontramos?
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El Cuerpo Astral podría definirse como el Doble o contraparte etérea del cuerpo físico, al cual se parece y con el cual coincide normalmente. Se cree que está constituido por alguna forma sutil o semifluida de materia, invisible a la visión física. En el pasado, se le solía llamar cuerpo etérico, cuerpo mental, cuerpo espiritual, cuerpo del deseo, cuerpo sutil, cuerpo fluídico, cuerpo brillante, espectro, etc… En la literatura reciente se han hecho distinciones entre estos diversos cuerpos; pero a los fines actuales podemos pasar por alto estas diferencias y llamar “Cuerpo Astral” a cierta forma más sutil y distinta de la estructura orgánica, conocida por la ciencia occidental, y que estudian nuestros fisiólogos. La enseñanza más difundida y general es que cada ser humano posee un cuerpo astral exactamente en la misma forma en que posee un corazón, cerebro e hígado. En realidad, el cuerpo astral representa más fielmente al Hombre Real que el cuerpo físico, puesto que este último no es más que una mera máquina adaptada para el funcionamiento en un plano físico. Pero tampoco debe creerse que el cuerpo astral sea el Alma del hombre. Del cuerpo astral se ha dicho que es el vehículo del Alma, precisamente de la misma manera en que el cuerpo físico es un vehículo, y constituye uno de los eslabones esenciales en la cadena que une a la mente con la materia. El cuerpo astral coincide, pues, con el cuerpo físico durante las horas de la vigilia, de conciencia plena. Pero durante el sueño el cuerpo astral se separa, en mayor o menor grado, flotando, por lo general encima de aquél, en forma ni consciente ni controlada. En los trances, síncopes, desvanecimientos momentáneos, o bajo el efecto de algún anestésico, el cuerpo astral se separa del físico en forma similar. Estos casos de desprendimiento constituyen ejemplos de proyección involuntaria. En contraposición a éstos, se hallan los casos denominados de proyección consciente o voluntaria, en los cuales el sujeto quiere abandonar el cuerpo físico y efectivamente lo logra. En estas condiciones el sujeto se hallará completamente alerta y consciente en su cuerpo astral. Podrá contemplar su propio mecanismo físico y viajar a voluntad, observando escenas y visitando lugares que nunca antes había visto. Posteriormente, él mismo podrá verificar la verdad de estas experiencias visitando las escenas o lugares en cuestión. Durante la estada plenamente consciente, el cuerpo astral parece hallarse provisto de extraordinarios poderes supranormales. Puede retornar voluntariamente a su cuerpo físico o bien ser arrastrado de nuevo dentro de éste por causa de algún shock, susto o una emoción. El cuerpo físico y el astral se hallan invariablemente conectados por medio de una especie de cordón, a lo largo del cual pasan corrientes vitales. En caso de romperse este cordón, la muerte sobreviene instantáneamente. La única diferencia entre la proyección astral y la muerte es que en el primer caso el cordón se halla intacto y trunco en el segundo. Este cordón, llamadol “Cordón de Plata” en el Eclesiastés, es elástico y capaz de extenderse casi ilimitadamente. Este cordón constituye el eslabón esencial entre los dos cuerpos.
Retrocediendo hasta los orígenes humanos más primitivos, podemos encontrar historias del más allá llenas de luz, de miedo o de descensos a lugares infernales. Muchas veces se encuentran asociadas con la muerte o con lo que hay después de ella. Dichas historias provienen de todos los puntos del globo terráqueo, como si los humanos se hubiesen puesto de acuerdo en distintas civilizaciones, como las de Grecia, Egipto, Mesopotamia, Asia, África, muchos países de Europa y la América precolombina. Los viajeros que retornan de ese mundo lleno de luz son de muchos tipos. Hay personajes extraídos de los textos sagrados de todas las culturas y otros que aparecen en los escritos de la literatura universal, tales como Jesucristo, Krishna, Perséfone, Hércules, Eneas, Tammuz o Ishtar. En las conferencias del Dr. Raymond Moody, una de las principales referencias de este escritor e investigador, cuando habla de las experiencias cercanas a la muerte, es el filósofo clásico Platón. En el décimo libro de La república, Platón relata el mito de Er, un soldado griego que supuestamente había fallecido junto a otros compatriotas en una batalla. Al recoger los cadáveres, el cuerpo de este soldado fue colocado sobre una pira funeraria para ser incinerado, y entonces volvió a la vida. Er describe en detalle su viaje al más allá. Al principio su alma salió del cuerpo y se unió a un grupo de otros espíritus que se iban desplazando a través de túneles y pasadizos. Paulatinamente esos espíritus eran detenidos y juzgados por entidades divinas por aquellos actos que habían hecho en su vida terrenal. Er, sin embargo, no fue juzgado, ya que estos seres le dijeron que debía regresar a la Tierra para informar a los hombres acerca del otro mundo. Súbitamente Er despertó, encontrándose sobre la pira funeraria. Mucho antes de Jesucristo, en el siglo VIII a. C., fue escrito el Bardo Thodol oLibro tibetano de los muertos, que analizaremos posteriormente. Es una recopilación, desde los tiempos más antiguos, de los rituales tibetanos que hay que ejecutar con los fallecidos o las personas que se encuentran en sus últimos momentos. El propósito de estos ritos es doble. Primero, ayudar a la persona en trance de fallecer para que recuerde los fenómenos que va experimentando. En segundo lugar, se trataba de apoyar a los familiares de los muertos, para que el espíritu del difunto pudiera desprenderse del plano físico, orientando los sentimientos y apoyando las oraciones oportunas. De esta manera el espíritu podía evolucionar y alcanzar el lugar que le correspondía en el más allá, según su propia evolución.
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Pero la mayor parte de estas obras antiguas han sido ignoradas desde el comienzo de la Era Industrial, como cosas propias de personas incultas y crédulas. Nuestra sociedad, sumergida en adelantos tecnológicos y científicos, es capaz de reanimar a personas que hasta hace poco habrían fallecido sin remedio, lo que ha proporcionado, en los tiempos modernos, miles de historias y relatos de experiencias cercanas a la muerte. Otro aspecto llamativo es el de los científicos que, acompañados de muy alta tecnología, realizan esfuerzos ingentes para explicar por medios racionales ciertos fenómenos que hasta el día de hoy escapan a una explicación total. Casi todas las encuestas reflejan que la mayor parte de las personas creen que existe una vida posterior a la presente. En uno de los países con mayor número de estudios estadísticos de todo tipo, Estados Unidos, George Gallup publicó en 1989 una serie de datos relacionados con las tendencias del pueblo estadounidense con respecto a sus creencias religiosas. El pueblo americano es uno de los más creyentes en la vida después de la muerte (55 por ciento). Dos veces más, por ejemplo, que los holandeses o que los británicos, o cinco veces más que los húngaros. Esta gran proporción de creyentes en una vida posterior se eleva a un 75 por ciento si se les pregunta de manera directa: «¿Cree usted en la vida después de la muerte?». Las distintas religiones han provisto estructuras de creencias a numerosas culturas. En casi todas ellas se toma en consideración el hecho de una vida después de la muerte. Llama mucho la atención que, independientemente de la religión que estudiemos, existen innumerables similitudes entre ellas a la hora de abordar la vida extraterrenal, sobre todo en la propia creencia en una vida después de la muerte y la idea de justicia divina, que genera la presencia de dos lugares totalmente opuestos: el cielo, donde van los justos, y el infierno, adonde se dirigen aquellos cuya vida fue moralmente cuestionable. Cabe señalar que para algunas personas que viven experiencias místicas, el infierno no es como lo imaginamos el resto de los mortales, sino una separación de Dios, lo que algunos denominan «noches oscuras del alma». También es verdad que las escrituras religiosas no deben tomarse al pie de la letra. Se podría, por ejemplo, criticar el Génesis si lo interpretamos de manera literal, pero no tiene objeto, ya que se encuentra cargado de una simbología que debe ser interpretada en el contexto adecuado. Lo mismo ocurre con las mitologías tibetanas, y ello sin contar las dificultades para comprender sus metáforas por parte de una mentalidad occidental. Existen conceptos que desbordan la comprensión occidental como, por ejemplo, los distintos tipos de vacío: vacío, muy vacío, gran vacío, todo vacío.
Según una persona que tuvo una experiencia cercana a la muerte (ECM): “En una ocasión me sedaron, y al despertar tuve una sensación maravillosa de no existencia, de no tener consciencia. Era magnífico. Si la muerte es eso, qué maravilla dejar de existir”. Las experiencias cercanas a la muerte, o ECM, son percepciones del entorno narradas por personas que han estado a punto de morir o que han pasado por una muerte clínica y han sobrevivido. Hay numerosos testimonios, sobre todo desde el desarrollo de las técnicas de resucitación cardiaca, y según algunas estadísticas, podrían suceder aproximadamente a una de cada cinco personas que superan una muerte clínica.Según uno de los principales investigadores de este fenómeno, el doctor en medicina y filosofía Raymond Moody, los pacientes que han asegurado vivir este tipo de fenómenos coinciden en un patrón general de nueve fases consecutivas, aunque no todos completan este itinerario y muchos solo atraviesan por algunas: El paciente se siente flotar sobre su cuerpo, y ve el dormitorio, el quirófano o el lugar en el que se encontraba (experiencia extracorporal), e incluso oye la declaración de su propio fallecimiento.Después, siente que se eleva y que atraviesa un oscuro túnel mediante una escalera o flotando en el vacío, y con una relativa rapidez. Ve aparecer una figura al final del túnel, que suele describirse como hermosa, blanca o transparente; a veces hay paisajes, voces o música. El paciente pasa a ser espectador, no siente dolor ni molestias: sólo percibe una paz interior. Algunas personas, sin embargo, aseguran haber tenido experiencias terroríficas en el más allá. Familiares o amigos difuntos van a su encuentro. Aparece una presencia o voz que se define en función de las creencias religiosas del paciente (puede tratarse de Jesucristo, de un ángel, etc.), y se establece un diálogo sin palabras con ese ser que parece conocer todo sobre el moribundo. Se presenta una visión global pero íntegra de lo vivido, como si viese “su película”; el modelo más ajustado para describirlo según los testimonios es como el de una sucesión de filminas de momentos sueltos de la vida, no necesariamente importantes. El sujeto se ve delante de un obstáculo: una puerta o un muro y toma conciencia de que aún no ha muerto, y aunque sigue sintiendo una paz y tranquilidad indescriptibles y acogedoras, se da cuenta, y también eso le indican sus acompañantes, de que debe volver. Tras este proceso quienes lo han experimentado pierden el miedo a la muerte; no desean morir, pero se toman las cosas con más calma, serenidad y filosofía y, en cierta medida, son mejores personas, se preocupan más de los demás y son más felices[cita requerida].
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Relacionado muy estrechamente con las experiencias ECM, tenemos la experiencia extracorporal, que es la sensación de estar flotando proyectado fuera del cuerpo. En algunos casos el sujeto puede experimentar la autoscopia o posibilidad de ver el propio cuerpo desde el punto de vista de un observador externo. La proyección astral o desdoblamiento astral es un tipo de experiencia mental subjetiva, por la cual muchas personas dicen haber experimentado una separación o «desdoblamiento» de lo que llaman el cuerpo astral o cuerpo sutil, con respeco del cuerpo físico. Este fenómeno recibe varias denominaciones distintas, tales como desdoblamiento astral, proyección astral o viaje astral, entre otras. En el Ioga-vásista de Valmiki se menciona el linga-sharira (‘cuerpo simbólico’, o cuerpo invisible), que está relacionado con la sensación de desdoblamiento. El escritor Robert Monroe publicó Far journeys, donde presenta varios relatos sobre desdoblamiento astral. Monroe desarrolló un método llamado Hemisync para inducir las proyecciones. Tras el éxito de su libro, Robert Monroe fundó el Instituto Monroe para difundir sus ideas. En 1986, el parapsicólogo brasileño Waldo Vieira (1932-) publicó Projeciologia, donde registró más de 1900 casos provenientes de fuentes en 18 idiomas. William Buhlman, enAventuras fuera del cuerpo, investigó métodos de desdoblamiento. En experimentos controlados, algunas personas fueron capaces de inducir la experiencia de manera ponderada, a través de visualizaciones dispuestas en un estado meditativo o en un sueño lúcido. La ciencia sabe relativamente poco sobre este asunto por no disponer de medios para comprobar dichas experiencias, mediante instrumentos de medición. Para la ciencia, hasta el momento, no hay ninguna evidencia de que la sensación de experiencia extracorporal tenga otra explicación aparte de una alucinación. El término EEC (experiencia extracorpórea) fue introducido en 1943 por George NM Tyrrell en su libro Apariciones, y adoptado por algunos investigadores, como Celia Green y Robert Monroe, como concepto alternativo libre de prejuicios acerca de esta creencia, sin centrarse en etiquetas tales como «proyección astral», «viaje del alma» o «senda espiritual». Aunque el término pragmáticamente se distancia de conceptos problemáticos desde el punto de vista científico, como alma o espíritu, los científicos todavía saben muy poco sobre el fenómeno de las experiencias extracorporales. Algunos investigadores recrearon experiencias extracorpóreas en estudios de laboratorio mediante la estimulación de ciertas partes del cerebro humano. Según Susan Blackmore, una de cada diez personas ha experimentado, una o más veces, una experiencia fuera del cuerpo a lo largo de su vida.
Las EEC son a menudo parte de las experiencias cercanas a la muerte (ECM). Los que experimentan EEC a veces afirman haber descubierto detalles, que eran desconocidos para ellos antes de la experiencia. En algunos casos el fenómeno parece ocurrir de manera espontánea, en otros se asocia con un trauma físico o mental, circunstancias de peligro que crean estrés intenso, deshidratación, estados de coma, experiencias cercanas a la muerte, estados de ensoñación, sueño profundo, cansancio extremo, privación sensorial, sobrecarga sensorial, uso de drogas psicodélicas, psicotrópicas, disociativas y enteógenas. Se han desarrollado muchas técnicas orientadas a inducir la experiencia de forma deliberada, como la visualización, estados de relajación y meditación. Recientes estudios (2007) han demostrado que experiencias similares a las EEC pueden ser inducidas mediante la estimulación eléctrica del cerebro. Algunos de los que experimentan EFC afirman que las experiencias han sido producidas por su propia voluntad, mientras que otras informan que se han visto súbitamente expulsados fuera de sus cuerpos, generalmente precedido por una sensación de parálisis. En otros casos, fueron conscientes de estar fuera del cuerpo después de los hechos cuando los experimentadores observaron su propio cuerpo físico casi por accidente. Algunos neurólogos han sospechado que el evento se desencadena por una falta de coincidencia entre las señales visuales y táctiles. Para ello se utilizó una recreación de realidad virtual para simular una EEC. El sujeto miraba a través de gafas y veía a su propio cuerpo proyectado por delante, ya que parece que un observador en reposo estuviera detrás de él. El experimentador entonces tocaba al sujeto al mismo tiempo con una varilla, y la sensación que describían eran que la imagen virtual era la que experimentaba la sensación táctil. El experimento creó la ilusión de estar por detrás y fuera del propio cuerpo. Sin embargo, los críticos y el propio experimentador tuvieron en cuenta que el estudio no llegó a replicar en toda regla todas las características de las experiencias fuera del cuerpo.Por otro lado, la literatura y la tradición budista registra muchos ejemplos de consciencias viajando con una forma sutil fuera del cuerpo físico. Tales fenómenos también han sido notados en occidente y frecuentemente llamados “viajes astrales”. Aunque es difícil correlacionar las experiencias e identificar casos individuales de una cultura a otra dentro de sus propios esquemas, aun así se pueden identificar algunas variedades de este fenómeno como son las encontradas en las tradiciones budistas de la India y el Tíbet.
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Según Sir Edward Burnett Tylor (1832 – 1917), antropólogo inglés: “El alma del soñador sale de viaje y vuelve a casa con los recuerdos de lo que ha visto“. Corría el año 1918, en plena Primera Guerra Mundial, cuando el joven escritor Ernest Hemingway cayó gravemente herido por una ráfaga de ametralladora. Años más tarde contaba a un amigo la experiencia de notar que su alma salía fuera del cuerpo. Hecho que, posteriormente, plasmó en su novela Adiós a las armas, de 1929, en la que el protagonista, Frederick Henry, cae herido: «Trataba de respirar, pero no tenía aliento», explica el protagonista, y sigue: «Sentía que mi cuerpo salía impetuosamente fuera de mí, fuera, fuera, fuera… Y todo el tiempo mi cuerpo flotaba en el viento. Me iba velozmente, todo mi ser se iba y supe que estaba muerto y que, al mismo tiempo, me equivocaba al pensar que acababa de morir. Luego flotaba y en lugar de volver en mí, sentí como si me deslizara hacia atrás. Por fin, respiré hondamente y regresé a la vida». Resulta llamativo que en las primeras recopilaciones de las ECM estudiadas desde un punto de vista científico, allá por la década de 1930, autores como Ernesto Bozzano no prestasen especial atención a los elementos que constituyen cada ECM. Por el contrario, lo que más les llamaba la atención era la experiencia extracorpórea. Es decir, en sus estudios se mezclan los elementos propios de las ECM con los de las EEC. Robert Crookall, treinta años después, listaba numerosas características propias de las ECM en sus primeros trabajos. Entre ellas, encontrarse sumido en una densa niebla cuando se abandona el cuerpo, ocupar una posición horizontal sobre el cuerpo físico, tanto al principio como al final de la experiencia, la percepción de un cordón de plata que conecta a la entidad etérea con el cuerpo físico, la aparición de un doble más joven que el cuerpo físico y, por último, la reentrada rápida en el cuerpo físico acompañada de un shock. Asimismo, las EEC son para Debbie James y Bruce Greyson una de las características que con mayor frecuencia aparecen en las ECM, ya que hasta un 75 por ciento de personas suelen experimentarlas. En definitiva, la EEC es una experiencia en la que el centro de la consciencia aparece para aquel que la experimenta como ocupando una posición temporal, que es espacialmente remota respecto de su cuerpo. La experiencia extracorpórea se repite en muchos de los testimonios que hemos podido recoger. Evidentemente, se trata de una vivencia involuntaria que aparentemente se produce fuera de nuestro cuerpo. La persona no solo «sale» fuera del cuerpo, sino que es capaz de observarse desde fuera, no solo a sí mismo sino también a los elementos circunstanciales que le rodean como, por ejemplo, familiares o un equipo médico. Lo más llamativo, además de la propia experiencia como tal, es que la persona, en ocasiones, es capaz de relatar detalles que aparentemente se encontraban fuera de su campo visual, como por ejemplo lo que sucedía en una habitación contigua.
Cuando una persona sufre una EEC retiene alguna característica de su propio cuerpo físico, al que denomina «cuerpo astral». El cuerpo astral posee la capacidad de percepción a distancia, por lo que el concepto de «horizonte» tiene tan solo un sentido funcional en este tipo de percepciones. La percepción del cuerpo astral a través de la distancia posee una capacidad de ver objetos mucho mayor que la del sistema visual normal del individuo. La «forma astral» puede moverse en dimensiones espaciales a las que el sujeto original no está habituado, por lo que presenta ciertas limitaciones en sus procesos mentales a la hora de comprender su situación real. Si el cuerpo astral es lo mismo que lo que podríamos denominar «consciencia» de la persona, entonces las visiones que aparecen durante una ECM serían resultado directo de la percepción de su propia consciencia. Por el contrario, si el cuerpo astral incluye algún tipo de estructura que actúa a modo de interfaz entre la consciencia y el universo que se percibe, entonces el mecanismo de percepción es, obviamente, indirecto. De hecho, algunas religiones afirman que la consciencia no solamente puede separarse del cuerpo, sino también del cuerpo astral y, posiblemente, proseguir con separaciones más avanzadas. Resulta interesante cómo se hace referencia, de manera más o menos directa, a las experiencias extracorpóreas en algunos pasajes del cristianismo. Por ejemplo, veamos este texto de San Pablo en el Nuevo Testamento (Corintios): «Conozco a un hombre en Cristo que hace catorce años (si en el cuerpo, no lo sé; si fuera del cuerpo, no lo sé; Dios lo sabe) fue arrebatado hasta el tercer cielo. Y conozco al tal hombre (si en el cuerpo o fuera del cuerpo, no lo sé; Dios lo sabe) que fue arrebatado al paraíso, donde oyó palabras inefables que no le es dado al hombre expresar». Muchos estudiosos del Nuevo Testamento afirman que la frase «Conozco a un hombre en Cristo» se refiere al propio San Pablo, que es incapaz de explicar su propia experiencia extracorpórea. No solo esto. Si leemos cuidadosamente el resto de la frase, observaremos que también San Pablo, al igual que muchas personas que han sufrido una ECM, tuvo visiones celestiales y que, una vez más, al igual que las ECM, presenta la característica de inefabilidad. Es decir, una intensa dificultad para explicar lo experimentado por lo complejo de la experiencia, que excede a las sensaciones físicas habituales. En el islam la idea de un alma con existencia separada del cuerpo es un denominador común. Según el Corán: «Aquellos que pregunten sobre el espíritu deben decir: el espíritu se encuentra bajo las órdenes de mi Señor; pero de su conocimiento poco nos es dado». También llama la atención la asociación de estas experiencias extracorpóreas con visiones de seres celestiales. Por ejemplo, un testimonio relata que durante el procedimiento quirúrgico de un accidente cerebrovascular llegó a encontrarse con un ser al que identificó con Jesucristo: «Durante ese tiempo de intervención mi cuerpo se elevó hacia el techo. Estaba situado en un ángulo donde veía mi cuerpo y el de los médicos. Me encontraba agarrado a las espaldas de Jesucristo (yo le decía: “Déjame en la Tierra, no me lleves contigo, tengo que ver a mi hija vestida de colegiala, ella me necesita, solo tiene tres añitos”). Permanecí agarrado a Jesús hasta que terminó la intervención y Él me habló: “Ya puedes volver a tu cuerpo”. Finalmente desapareció y desperté metido en mi cuerpo. Solo pude comunicarme con Jesús, a los médicos no pude escucharlos, tan solo verlos. Todavía hoy me cuesta creer que me sucediera, siendo tan escéptico como soy».
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La existencia de un alma que convive junto a nuestro cuerpo de manera más o menos independiente, es un denominador común a muchas religiones, también en la época de Descartes o en la actual New Age, Era de Acuario que nace de la creencia astrológica de que cuando el Sol pasa un período (era) por cada uno de los signos del zodíaco, se producen cambios en la Humanidad.. Este dualismo ha sido explotado hasta la saciedad por innumerables chamanes que confunden el efecto disociativo de una droga, subrayando este hipotético dualismo mente-cuerpo. Sin embargo, la sensación de salir del cuerpo también ocurre durante algunos casos de ataques epilépticos. Incluso disociaciones más leves nos ocurren a la mayor parte de los mortales en nuestra vida diaria. Por ejemplo, conducir un automóvil mientras pensamos en otra cosa. Podemos llegar al destino casi sin habernos dado cuenta y sorprendernos de lo breve del trayecto. Es como si la mente hubiese ido por un sitio y el cuerpo por otro. Una mujer llamada Isabel lo expresaba así: «Mientras me encontraba fuera de mi cuerpo choqué con una mesita de metal en el quirófano. Escuché el ruido. Lo que no sé es si lo escucharon los demás. Debería haber preguntado al médico y a las enfermeras». En teoría, para que se produzca una EEC debe existir un estado de consciencia que lo permita. Entonces, ¿cómo es posible que ocurra bajo anestesia? «Podía ver tanto el interior del quirófano como el exterior, todo desde arriba. Vi cómo me estaban reanimando», afirma Ana, una mujer que sufrió una cesárea de urgencia. Podemos observar el denominador común de cómo ciertas situaciones estresantes podrían desencadenar experiencias extracorpóreas. Parece ser el caso de una ujer llamada Rosa: «Mi experiencia ocurrió durante una situación de estrés máximo de la cual dependía mi vida. De manera súbita pude ver todo a mi alrededor y desde arriba de mi cuerpo. No tenía ningún tipo de sentimiento, tan solo tranquilidad. Me veía a mí misma como un objeto inanimado. No fueron más de dos minutos. Luego, repentinamente, regresé a mi cuerpo. Lo que más me llamó la atención fue la ausencia de sentimientos». Un tal Jordi relata una experiencia que no tiene que ver con una enfermedad, sino con un acontecimiento súbito: «Conducía por los alrededores de Barcelona a unos noventa kilómetros por hora cuando un coche negro se saltó el disco rojo, y me estampé con él. En ese preciso instante no sentí ningún tipo de dolor por la brutalidad de la colisión. Sin embargo, me vi ascender rápidamente mientras me veía en el suelo, allá abajo. Ves la escena pero no te preocupa. Cuando ya empezaba a estar muy alto, a unos doscientos metros, pude ver una gran mano blanca que me dio un golpecito en la cabeza, como si de una pelota de baloncesto se tratase, al mismo tiempo que decía: “¡Todavía no!”. Y volví a bajar rápidamente hasta encajar otra vez en mi cuerpo como un resorte, y al entrar en él aspiré una gran bocanada de aire. Hasta ese momento no había podido percibir que tenía un fémur partido por la mitad, las rodillas rotas, la espalda y también la barbilla, así como una mano y otras cosas más. Los de la ambulancia no paraban de decirme: “¡Has vuelto a nacer!”. Me llevaron al hospital de San Pablo. Me operaron varias veces y, hoy por hoy, estoy totalmente restablecido y sin ninguna secuela, excepto las cicatrices de las operaciones».
Varios autores plantearon la posibilidad de que ciertas personas posean una personalidad que favorezca la aparición de una ECM. Visto de otra manera, estos sujetos poseerían una capacidad de consciencia que les permitiría el acceso a realidades no ordinarias asociadas a fuertes tendencias de su propia absorción psicológica. Es decir, por un lado facilidad para la disociación y, en segundo lugar, la capacidad de vivirlo como real. Es una experiencia que se repite en muchas culturas. Por ejemplo, entre los maoríes de Nueva Zelanda, Michael King describe cómo los aborígenes eran capaces de volar hasta el Rerenga Wairua, el lugar desde donde se lanzan los espíritus. Algunos llegaban hasta el mismo borde para, posteriormente, volver a sus cuerpos. En la Melanesia, Dorothy Counts describe el caso de una persona que, supuestamente, estuvo muerta durante varias horas: «Caminé por el haz de luz, a través del bosque, por un camino muy estrecho. Volví a casa, reentré en mi cuerpo y ya estaba vivo otra vez. Me levanté y le conté la experiencia a mi padre que, por supuesto, no se había dado cuenta de nada. Fallecí al mediodía y volví a las seis de la tarde». En Australia, Keith Basterfield observó que de doce pacientes que habían sufrido una ECM, nada menos que diez también habían notado que se separaban de su cuerpo físico. Incluso seis de ellos llegaron a flotar por encima del mismo. En uno de los casos, el paciente describió la existencia de un cordón blanco conectando los dos cuerpos. Asimismo, nueve de los doce describieron la sensación de viajar durante la experiencia y seis de ellos relataron haber llegado a algún tipo de límite o frontera.
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Respecto a las supuestas diferencias del ECM en cada una de las religiones, es de sumo interés el comentario del Dr. Kenneth Ring, de la Universidad de Connecticut, en 1984: «He tenido la libertad de investigar muchas religiones y la única cosa que he llegado a ser capaz de comprender es que cada religión, la religión pura en sí misma, es exactamente la misma respecto a las demás. No existen diferencias». Quizás esta esencia única en todas las religiones es lo que produce que las personas que han sufrido una ECM se acerquen más a un pensamiento universal que a la diferenciación que las separa. Son también numerosos los autores que hacen énfasis en la importancia de las expectativas culturales respecto a las interpretaciones de las ECM. Según explica el doctor Henry Abramovitch, de la Facultad de Medicina de Tel-Aviv, en 1988, una persona judía, llamado Ralbag, habitante de un pequeño pueblo de Israel, sufrió un infarto de corazón. Comenzó a sentir que se alejaba de su cuerpo y entraba en otra dimensión. Una fuerte sensación de caída empezó a invadirle y la oscuridad a rodearle. Paulatinamente, la velocidad de la caída fue disminuyendo hasta llegar a un lugar desconocido para él: «Comencé a alargar la mano para intentar tocar algo, pero no había nada». Posteriormente se encontró con una figura celestial que le espetó: «¿Qué haces aquí?». Lo curioso del caso es que Ralbag provenía de una facción judía ultraortodoxa que niega este tipo de fenómenos. Una vez recuperado, el protagonista tuvo que recibir tratamiento espiritual y psicológico para poder elaborar dicha experiencia y entroncarla con sus más profundas creencias religiosas. La idea de la inmortalidad del espíritu es un denominador común en la mayoría de las religiones, y uno de los conceptos más antiguos de la historia humana. Tanto los egipcios como los tibetanos disponían de su Libro de los muertos, que no son otra cosa que instrucciones para que el alma se dirija hasta su destino final. En la Europa medieval, asolada por enfermedades y pestes, se publicó el Ars moriendi (Arte de morir), que explicaba, entre otras cosas, la interferencia del diablo a la hora de raptar el alma. Probar la inmortalidad del alma ha sido el objetivo de numerosos filósofos, teólogos y científicos. El propio Sigmund Freud postulaba que, desde el punto de vista psicoanalítico, podríamos decir que nadie cree en su propia muerte y que la inmortalidad forma parte de cada uno de nosotros. Sin embargo, El Dr. Raymond Moody alertaba, ya en 1980, que los estudios médicos y los consecuentes hallazgos no deberían utilizarse como una excusa para la contaminación del pensamiento científico por parte del espiritismo, ni tampoco para su utilización por parte de ciertos falsos chamanes que tratan de ponernos en contacto con los espíritus que ya han partido.
Ciertamente, las historias de vida después de la muerte se encuentran en sujetos de prácticamente todas las religiones: budistas, judíos, cristianos, hinduistas, musulmanes, etc. Lo llamativo del caso es que los agnósticos y los ateos también son sujetos a ECM a pesar de su falta de creencias religiosas. Uno de los elementos que podrían resultar llamativos de las culturas no occidentales es su similitud, en las ECM, respecto a las que suceden en nuestro entorno cultural más familiar. Quizá haya algunas expresiones, como «tierra de los muertos», que se usan en ciertas culturas asiáticas, pero esto parece un simple problema de interpretación de cada cultura para denominar a la misma cosa. Alguno de estos pueblos orientales carece de algunos elementos de las ECM propios de Occidente, como pudieran ser la sensación del túnel o las experiencias extracorpóreas, que se encuentran ausentes en muchos sitios de Asia y entre los aborígenes de Australia. Sin embargo, a la hora de valorar otro tipo de semejanzas no podemos tampoco despreciar la influencia cultural de algunas religiones. De esta manera resulta en ocasiones difícil apreciar si, por ejemplo, la idea de revisión vital acompañada de un juicio por parte de seres sobrenaturales no es otra cosa que una contaminación cultural. Por otro lado, las tradiciones que se basan en la transmisión oral sufren, con el paso del tiempo, un proceso de degradación que se puede ver influenciado, una vez más, por las culturas o religiones que vienen del exterior. La cristiandad tiene sus raíces en el judaísmo y fundamentalmente se basa en la vida, enseñanzas y la resurrección de Jesucristo, que se supone nació hace unos dos mil años en Palestina. La religión cristiana cree que Jesucristo es el hijo de Dios y que existe una vida después de la presente. También comparte la idea de que todos compareceremos delante de Dios y que seremos juzgados por nuestros actos. Los fundamentalistas cristianos interpretan literalmente las Sagradas Escrituras, hasta el punto de opinar que tan solo los cristianos pueden ser admitidos en el cielo, mientras que el resto será enviado directamente al infierno. Para los cristianos moderados el lenguaje de la Biblia es más bien simbólico, interpretándolo según el contexto histórico en el que la obra fue escrita. Es decir, que el cielo o el infierno son considerados más bien un estado determinado, como podrían ser la alegría o la tristeza, más que un lugar. Sin embargo, cualquiera que sea su categorización, ambos grupos coinciden en que una vez ocurrido el fallecimiento existe un juicio sobre nuestros actos vitales y luego una vida eterna que transcurre dentro de los dominios de lo sobrenatural.
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El judaísmo comenzó a gestarse aproximadamente hace unos cuatro mil años en Oriente Próximo, entre tribus nómadas y, posteriormente, pueblos agricultores conocidos como hebreos. Entre ellos son muchos los protagonistas de sus creencias, tales como Abraham, Isaac, Jacob y Moisés. Es una religión monoteísta con un Creador que se relaciona con el mundo terrenal. Su documento esencial es un conjunto de escrituras que se divide en tres partes: laTorá o ley, los libros de los Profetas y las Escrituras. Además, algunos judíos también creen en elTalmud, que es una recopilación de tradiciones orales judías.La religión judía hace énfasis en la vida actual y no en la vida después de la muerte. Sin embargo, el judaísmo reconoce que la vida del espíritu no acaba en el momento de la muerte del cuerpo. Es responsabilidad del judío desarrollar una vida llena de sentido y no especular con la vida después de la muerte. Más aún, los textos sagrados de los judíos afirman que las acciones de la vida presente tendrán recompensa en la siguiente. No especifican en detalle el concepto de una vida después de la vida, si bien los judíos tradicionales creen que a la resurrección del cuerpo y del alma seguirá el juicio de sus vidas por el mismísimo Dios. Los judíos reformados creen que la resurrección es tan solo del alma, mientras que otros creen que se vive y se muere tan solo una vez. En las citas más antiguas, el concepto de paraíso y resurrección apenas están presentes. Por el contrario, sí que se menciona un reino donde descansan las almas, llamado Sheol, otro donde se juzga a las almas que han tenido un comportamiento positivo, el Gan Eden, y el infierno, llamado Gehenna. Todo ello dentro del contexto de la resurrección universal o del mundo por venir (Olam Ha-Ba), donde el Mesías unirá al alma y el cuerpo de los creyentes. Al igual que en el Libro tibetano de los muertos, se describe la muerte con periodos de posibles tormentos tras un juicio celebrado en las cuatro esquinas de la Tierra. Son los cuatro elementos, aire, agua, tierra y fuego, que disuelven el cuerpo y dejan que la persona lo abandone. Para el buen judío, preparado ante la muerte, la transición puede ser tan suave «como sacar un cabello de una taza de leche», permitiendo a la persona morir conscientemente y sin ningún tipo de temor. No existen muchas encuestas acerca de la creencia de la vida después de la muerte por parte del pueblo judío, pero en una, realizada en 1965 por Gallup, se indicaba, sorprendentemente, que tan solo un 17 por ciento de los judíos americanos creían en la vida después de la muerte, comparados con un 78 por ciento de los protestantes y un 83 por ciento de los católicos. Al no existir discusión alguna en las escrituras judías acerca de la vida después de la muerte, tampoco existen discusiones oficiales de las diversas autoridades religiosas judías respecto a este tema. Muchos judíos creen que sus almas deberán enfrentarse al juicio de Dios por sus hechos terrenales. Asimismo, muchos otros creen que se reunirán con los miembros de su familia en el cielo.
Paradójicamente, la creencia judía en un Dios benevolente evita la idea de un castigo en el infierno. De esta manera, la entrada en el paraíso se acompaña de una vida ejemplar y de arrepentimiento. El paraíso es considerado como un lugar donde desaparece el dolor. Existen numerosas ECM entre la comunidad judía. Una de sus máximas representantes es la escritora Barbara Harris, judía practicante que ha padecido varias ECM desde 1975 y que describe con detalle en su libro El círculo completo: las experiencias cercanas a la muerte y más allá. Las personas de religión judía relatan experiencias y observaciones similares a los creyentes de otras religiones. Durante las ECM las personas judías narran encuentros con un ser de luz y un juicio sobre sus propias vidas. Esta experiencia se corresponde con la creencia judía de ser consecuente en la propia vida y darle sentido. Una vez más, la reunificación con miembros de la familia se produce después de la muerte. Según Bruce Greyson, la Torá y las ECM vistas desde Occidente poseen varios puntos en común. Por ejemplo, la experiencia del túnel es muy similar a la que aparece en las prescripciones de la Torá respecto a la vida del más allá, cuando se llega las profundidades de la Tierra para alcanzar el Sheol. En Salmos podemos leer: «Aquellos que buscan destruir mi vida deberán descender a las profundidades de la Tierra». También aparecen los conceptos de entidades llenas de luz: «El Señor es mi luz y mi salvación. ¿A quién debo temer?». La similitud de las tradiciones judías, respecto a la muerte, con las ECM son notables. La persona que fallece se encuentra con guías familiares ancestrales y con Adán. Asimismo es recibido por ángeles protectores. Una vez juzgados sus pecados terrenales pasa a través de la cueva de Machpelah,uno de los lugares más sagrados de la Tierra, en la tumba de los patriarcas, y es recibido por un ente llamado Shekhinah, que es una materialización de Dios. Shekhinah se deriva del verbo hebreo Shakan, que significa morar o residir. En el judío clásico se refiere a la habitación o morada de la presencia divina, de manera que, en proximidad a la Shekhinah, se percibe con mayor fuerza la comunión con Dios. No tiene forma y está vestido de luz pura, exactamente igual que los seres que describen las personas de todas las demás religiones. La atracción de este ser trascendente resulta irresistible para aquellos a los que se les ha acabado la vida. Según dicen las escrituras, ninguna persona muere antes de ver a Shekhinah, y debido al profundo anhelo por Shekhinah el alma parte directamente a su encuentro. Podemos ver la correspondencia con muchos elementos que aparecen en la literatura de las ECM occidentales, tales como la visión de personas ya fallecidas, un túnel oscuro, una entrada, ángeles, seres de luz y una revisión vital. Además, la literatura mística judía expresa que los sentimientos que suelen acompañar a las personas inmersas en este proceso denotan profunda alegría y éxtasis en esta reunión con los seres divinos; o bien narran casos de horror y dolor al tener que enfrentarse a los pecados y errores de su conducta durante la vida terrenal.
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Simcha PaullRaphael describe en su libro “Jewish Views of the Afterlife” cómo las visiones en el lecho de muerte o en los días previos a la misma constituyen la primera parte de nuestra despedida. El siguiente paso es la separación del cuerpo físico, llamado hibbut ha-kever, que traducido al castellano sería «dolores de la tumba». Esta parte del proceso podría equipararse a las experiencias extracorpóreas, si bien es más extensa en cuanto a lugares y tiempo. Incluiría un periodo de tres a siete días post mortem, durante los cuales el alma visitaría a las personas y los lugares que solía frecuentar durante la vida. Por este motivo sería posible para las personas que se encuentran de duelo ver o sentir apariciones de aquellos a quienes querían. La segunda parada después de la muerte es un lugar denominado Gehenna, similar al purgatorio más que al infierno. Su propósito es el de eliminar sentimientos negativos provenientes de la vida que acabamos de abandonar y comenzar una purificación emocional. La estancia en este lugar no es, supuestamente, mayor de un año. La literatura judía menciona la ejecución de torturas del tipo «ojo por ojo» con objeto de expiar los pecados terrenales. Este proceso acaba de limpiar el alma de todas sus impurezas. El siguiente paso es la ascensión al reino de los cielos con dos niveles: el bajo y alto, el Gan Eden o Jardín del Edén. Son numerosas las historias medievales sobre el Gan Eden, que llegan a describir hasta siete tipos distintos de paraísos guardados por miríadas de ángeles, algunos bellísimos, que rodean a todos los seres prendidos por el amor y la verdad de Dios. El rabino Joshua ben Levi lo describe así: «El Gan Eden posee dos puertas para entrar que son resguardadas por sesenta miríadas de ángeles. Cada uno de estos ángeles brilla como el cielo. Cuando una persona pura de espíritu se acerca, los ángeles le quitan la ropa con la que ha sido amortajado y le cubren con nubes de gloria… En cada esquina hay sesenta miríadas de ángeles cantando con sus dulces voces, mientras el árbol de la vida y sus ramas en flor crece en medio del paraíso dando sombra a todos. Tiene más de cincuenta mil sabores, cada uno de ellos único». Esta estancia en el paraíso no constituye todavía el final de la purificación. Más allá del Edén existe el cuarto y último nivel, el mundo espiritual de Tzror ha-hayyim, también llamado «almacén de almas». Es el estado más elevado y más cercano a la perfección. Es lo que los ortodoxos denominan ver a Dios. Este cuarto y aparentemente último paso de purificación dentro de los procesos de la muerte puede dar lugar, en ciertos casos, a la reencarnación, también llamada gilgul. Aquellos que pueden reencarnarse son seleccionados de entre las almas de este cuarto nivel.
Estos cuatro niveles de perfeccionamiento después de la muerte se corresponden a los cuatro tipos de ECM descritos por Atwater en 1994, y a las tres etapas enumeradas por Stanislav Grof, en 1993. Atwater las denomina iniciales, infernales, paradisíacas y, por último, trascendentales. Mientras que Grof las clasifica en felicidad fetal prenatal, agonías del parto y liberación trascendental después del tormento posparto. Es llamativo que en las escrituras hindúes también existen cuatro niveles, si bien tan solo tres cuerpos para el alma.Simcha Paull Raphael describe tres niveles básicos para el alma y la tradición mística judía que se corresponden con los tres cuerpos hindúes: Nefesh o vegetativo, que sufre la tumba; Ruah o emocional, que entra en la Gehenna y el Bajo Gan EdenYl Neshamah o alta consciencia, que entra directamente en el Alto Gan Eden. La esencia espiritual o Hayyah vuelve a su fuente, mientras que un quinto nivel intermedio, el Yehidah, entra en el útero donde, presumiblemente, pasa por los cuatro estados de parto que describe Grof. En el Libro del esplendor (Zohar) el misterio de la muerte desempeña un papel importante. El Zohar es, junto al Séfer Ietzirá, el libro central de la corriente cabalística o kabalística, supuestamente escrito por Shimon bar Yojai en el siglo II, pero cuya autoría se debe probablemente a Moisés de León, rabino y filósofo sefardí castellano. De hecho, en el texto se describen varias tradiciones en relación al destino de la persona y de su propia alma. A este respecto, el Dr. Liat Abramovitch relata el caso de un judío ortodoxo que sufrió una ECM y cuya experiencia no se correspondía exactamente con el estricto aprendizaje de las escrituras sagradas que había realizado desde su más tierna infancia, por lo que tuvo que ser asesorado por rabinos y psiquiatras para comprender lo sucedido, integrarlo en su estructura cultural-religiosa y evitar la sensación de angustia que sentía. En este sentido, podríamos decir que las tradiciones religiosas pueden servir incluso de guía, ya que cuando la experiencia personal se desvía significativamente de sus normas culturales o religiosas parece que el individuo posee un mapa de un país en el que no se encuentra. Uno puede persistir en utilizar el mapa incorrecto a pesar de que el terreno no se corresponda o, por el contrario, lo sano es arrojar el mapa, cambiarlo y comenzar a explorar el terreno por uno mismo. No es menos cierto que entre estos dos postulados puede existir un momento de pánico, cuando nos damos cuenta de que nuestras tradiciones religiosas ya aprendidas no se corresponden con la experiencia de la ECM.
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El cristianismo afirma que hay dos realidades, cuerpo y alma, hasta el punto de que, después de la muerte del cuerpo, el alma del individuo será recompensada o castigada según haya vivido durante su vida terrenal. El cielo es entendido por los cristianos como un lugar lleno de luz, alegría y ángeles que esperan al alma bondadosa. Mientras que el infierno es representado como un lugar lleno de fuego, humo y sufrimiento. Asimismo, existe un sitio intermedio llamado purgatorio. Los cristianos, al igual que otras religiones, creen en la resurrección y en el juicio al final de los tiempos. Según Bruce Greyson, doctor en Medicina (MD) y profesor de Psiquiatría de la Universidad de Virginia, los valores cristianos y los de las personas que han sufrido una ECM son muy semejantes. De hecho, observamos que muchos cristianos que han padecido una ECM sufren verdaderas transformaciones en su carácter que les acercan a los ideales de Cristo: compasión por los enfermos, los pobres y los oprimidos. Greyson, en un artículo del año 2000, comenta este extremo y explica cómo algunas personas cambian incluso de profesión para ayudar a los demás. Greyson y Ian Stevenson, médico canadiense, observaron que un 58 por ciento de las personas que han sufrido una ECM comentan que durante su experiencia se sintieron como si estuviesen en un nuevo cuerpo. Algunas de estas personas describieron este cuerpo como su hábitat espiritual, un concepto que se asemeja al siguiente pasaje de San Pablo en la primera carta a los Corintios: «Y hay cuerpos celestiales y cuerpos terrenales; pero una es la gloria de los celestiales y otra la de los terrenales [...]. Si siembra cuerpo animal, resucitará cuerpo espiritual. Hay cuerpo animal y hay cuerpo espiritual [...]. Pero esto digo, hermanos: que la carne y la sangre no pueden heredar el reino de Dios, ni la corrupción hereda la incorrupción». Uno de los investigadores en estos temas, como es Lori Bechtel, encontró que un 98 por ciento de los sacerdotes estaban familiarizados con experiencias de ECM de sus feligreses, y la mitad de ellos había proporcionado largas charlas de asesoramiento a los que habían sufrido una ECM. Al igual que ocurre con otras interpretaciones religiosas de las ECM, los resultados dependerán de qué religión estemos estudiando. Por ejemplo, Kenneth Ring explica cómo muchas personas de religión cristiana tenían encuentros con la Virgen María, Jesucristo o diversas figuras angelicales. Sin embargo, está claro que las personas que pasan por una ECM interpretan a su vuelta a los personajes que han visto. Por ejemplo, un cristiano interpretará que un figura rodeada de luz es Jesucristo, un budista lo reinterpretará como Buda, o un mahometano como Alá.
El Dr. Raymond Moody afirma que la existencia, para los cristianos, del proceso de experiencia extracorpórea, el reconocimiento de entes espirituales o la visión de un túnel lleno de luz, así como la presencia de amor incondicional y el acontecimiento de un juicio sobre los actos cometidos en vida, son compatibles con los valores de su religión. En Hebreos 9, leemos: “Y de la manera que está establecido para los hombres que mueran una sola vez, y después de esto, el juicio”. Las Sagradas Escrituras relatan visiones de luces, revisiones de vida, presencia de amor divino incondicional así como imágenes del paraíso y del infierno. Contrariamente a lo esperado, la creencia en la reencarnación no se vio incrementada después de sufrir una ECM. En las antípodas del cristiano, tenemos que el ateo niega la existencia de Dios y el agnóstico considera inaccesible para el ser humano todo conocimiento de lo divino y de lo que trasciende o va más allá de lo experimentado o experimentable. En otras palabras el ateo no cree en ningún Dios descrito por ninguna religión, pero los agnósticos no niega la existencia de un dios. Sólo dice que dicha existencia no es demostrable o que no se ajusta a los supuestos establecidos en las diversas religiones oficiales. Aunque regularmente incluyen a los agnósticos en la misma categoría que los ateos, los agnósticos rechazan reconocerse como ateos, ya que no pueden rechazar algo por no tener pruebas de su existencia. Simplemente no es comprensible para los humanos. El agnosticismo se fundamenta en el empirismo, es decir, en la idea de que todo conocimiento tiene su base y su origen en la experiencia de los sentidos. Por supuesto, probar la existencia de Dios es tan imposible como probar su inexistencia. Con lo que queda en pie que la creencia en Dios es una cuestión de fe, y la actitud contraria, la afirmación de que Dios no existe, es una decisión personal. En conclusion, el ateo no cree en Dios, mientras que el agnostico no puede demostrar que Dios existe, pero tampoco puede demostrar lo contrario, por tanto no niega que Dios pudiese existir. Sin embargo, tanto agnósticos como ateos han vivido ECM similares a las de otras personas con creencias espirituales previas, tal como indican numerosos autores, entre ellos Moody, Rawlings y Ring. Lo llamativo del caso es que tanto los agnósticos como los ateos no creían en la vida después de la muerte antes de su experiencia, pero, como resultado de esta, muchos agnósticos suelen desarrollar una vida espiritual y mayores creencias sobre la vida después de la muerte. Rawlings relata en sus estudios que nunca llegó a conocer a ningún ateo ni agnóstico que hubiese vivido una ECM y que siguiera pensando que no existe algún dios, que no hay vida después de la muerte o que no hay nada más que exclusivamente un mundo material.
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El término «islam» quiere decir «sumisión», es decir, la sumisión a la voluntad de Dios. Es una religión monoteísta que posee raíces tanto en el judaísmo como en el cristianismo. Su libro sagrado es el Corán, que recoge la revelación de la palabra divina al profeta Muhammad (Mahoma), nacido en el año 570 d. C. en La Meca. La muerte es considerada en el islam como el cese de la vida biológica y el descanso en la tumba hasta el día del juicio final. Desde el momento de la muerte hasta dicho día del juicio, los musulmanes creen que el espíritu se encuentra en un estado durmiente, con ciertas excepciones y visiones de eternidad. Los musulmanes creen en la inmortalidad del alma humana y el propio Corán enseña que en el momento de la muerte el alma se separa del cuerpo gracias al ángel de la muerte. Las nociones de resurrección, paraíso e infierno han existido en el islam desde los tiempos del profeta Mahoma. Tanto el Corán como los hadices (citas del profeta) se refieren a la vida después de la muerte. El ser humano, creado a imagen de Dios, está formado de una capa exterior, compuesta de barro, y un soplo divino que se comunica con el Creador y que se localiza en el centro del organismo. Es el reflejo microcósmico del islam macrocósmico, que se ve como un universo de infinitos reinos cuyo centro está lleno de luz, la creación más pura de Dios. El exterior de la persona, compuesto de barro, representa la oscuridad. El alma humana, para el islam, reside en algún sitio entre estos dos polos: luz y oscuridad. Cuando fallece un ser humano, el alma se decanta en un mundo intermedio (barzakh), un reino localizado en el centro cósmico luminoso hasta el día de la resurrección. En este mundo intermedio, que se parece a las ensoñaciones, el alma liberada de las capas de su cuerpo puede despertar y apercibirse de su verdadera naturaleza. Este mundo intermedio es muy importante para prepararse hasta el día de la resurrección, que ocurrirá al final de los tiempos. Ese día las almas se unirán nuevamente a los cuerpos y comenzará la vida eterna, ya sea en el paraíso o en el infierno, dependiendo de sus méritos. Respecto a estos méritos y de acuerdo a los hadices, el día de la resurrección, Dios vendrá a la Tierra con los ángeles. En ese momento, los ángeles y las personas tendrán que presentarse ante Dios y cada persona llevará su propio libro donde vienen escritas sus obras. Estas obras son vertidas en los tributos gracias a dos ángeles conocidos como «los escribas honorables». En estos libros individuales vienen descritas nuestras obras, algo realmente muy parecido a las visiones panorámicas que sufren las personas durante la ECM. Dios pondrá a prueba a cada persona y pesará sus actos con una balanza especial, el mizan. Ya se vuelque en un sentido u otro, ese será el destino de la persona. Una vez juzgada, el alma deberá cruzar un puente llamado sirat. Este puente es amplio para las almas bondadosas, que podrán cruzarlo con facilidad y alcanzar el paraíso. Sin embargo, las almas pecadoras encontrarán el puente afilado como una hoja de afeitar, de manera que cuando posen su pie caigan directamente al infierno. El día de la resurrección el espíritu será juzgado por sus acciones durante la vida terrenal y será dirigido hacia el paraíso, para encontrarse con Dios, o bien hacia el infierno, para pasar un purgatorio y purificarse o, por el contrario, ser c no musulmanes o infieles pueden llegar al paraíso tan solo pasando por el purgatorio.
Si bien no existen estudios fiables sobre ECM en países musulmanes, algunos autores han estudiado casos de musulmanes en países occidentales. Por ejemplo, el Dr. Melvin Morse relata el caso de una chica musulmana de treinta y cuatro años residente en Nueva York, que casi pierde la vida mientras nadaba en el Mediterráneo cuando tenía veinte años: «Las olas me sumergieron y ya no sentía nada… En ese momento tan solo veía una intensa luz blanca que a medida que la observaba me producía mucha calma. En mi religión existen los ángeles de luz, quizás es eso lo que vi». Otros autores, como Maurice Rawlings, describen casos de personas que llegaron a encontrarse con espíritus que pudieron reconocer. Esto sintoniza con la idea musulmana de que los nuevos espíritus son recibidos por otros conocidos que se fueron hace ya tiempo, cosa que numerosos autores mencionan continuamente en sus estudios y encuestas sobre personas que han sufrido una ECM. Obviamente, en el caso de musulmanes, el ser de luz es reconocido como Alá. Algunos musulmanes, dice Ring, interpretan las visiones de las ECM comparándolas con las del profeta Mahoma y sus expectativas de vida después de la muerte. Otro mito islámico es el de la noche oscura, propio de muchas religiones, que abre paso al reino del más allá, donde quien la experimenta se encuentra con los espíritus de seres que ya han muerto, además de visiones del paraíso y del infierno. Pero la visión del alma y de la muerte difiere entre los chiitas y los sunitas. Los chiitas afirman que el ser humano es espíritu (ruh,aliento inmortal) que utiliza el cuerpo como un instrumento. Una vez que ocurre la muerte, el espíritu liberado del cuerpo encuentra su verdadera naturaleza. En cambio los sunitas consideran al ser humano una mezcla de cuerpo y alma. Para ellos, después de la muerte, tanto el cuerpo como el alma sufren la muerte y permanecen en la tumba, donde pasan un juicio ante dos ángeles y un juez. A este juicio le sigue una segunda muerte que evitan aquellos que murieron en nombre de Dios. Posteriormente, las almas se desvanecen y vuelven a aparecer el día del juicio final, donde se reintegran a sus cuerpos originales. Una mención especial merece el sufismo. Esta secta islámica, nacida en el siglo XVIII, se caracteriza por su intenso misticismo proveniente de las tradiciones griegas, hindúes y budistas, que se funden con las creencias musulmanas tradicionales. Ciertos conceptos propios de las ECM pueden encontrarse entre las creencias sufistas. Los maestros del sufismo enseñan que, después de la muerte, la persona se juzga a sí misma y se conduce hacia el paraíso o hacia el infierno. El sufismo es conocido como «el camino de los puros». En definitiva, se trata de una ascensión desde niveles inferiores hasta la luz divina que penetra en el universo entero. Este concepto de luz es común en casi todas las religiones, así como en las ECM. De acuerdo a las tradiciones sufíes, existen muchas maneras de ascender, pero en esencia el camino hacia Dios es encontrarse a uno mismo. Como dicen los sufíes: «Conócete a ti mismo, conoce a Dios».
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El budismo surge en la India en el siglo VI a. C. Desde este país asiático se extiende por muchos otros continentes hasta la actualidad. Después de una larga meditación para encontrar las raíces del sufrimiento humano, Siddhartha Gautama concluyó que la solución se encuentra en las cuatro verdades y los ocho pasos nobles, que establecen una relación entre el sufrimiento y el sentimiento de desear todo tipo de cosas. Los budistas creen que después de la muerte existe un renacimiento a otra vida, por lo que la muerte es aceptada como inevitable, pero es poco temida. Las acciones del sujeto durante su vida determinarán su nivel de reencarnación. Para los budistas, el karma es la fuerza generada por las acciones del individuo. El buen karma se alcanza a través de buenas acciones a lo largo de la vida, lo que provoca una mejor existencia en la siguiente reencarnación. El nirvana se alcanza llegando a comprender la naturaleza de la realidad. Siddhartha Gautama se refería al nirvana de la siguiente manera: «Hay, monjes, una condición donde no hay tierra, ni agua, ni aire, ni luz, ni espacio, ni límites, ni tiempo sin límites, ni ningún tipo de ser, ni ideas, ni falta de ideas, ni este mundo, ni aquel mundo, ni sol ni luna. A eso, monjes, yo lo denomino ni ir ni venir, ni un levantarse ni un fenecer, ni muerte, ni nacimiento ni efecto, ni cambio, ni detenimiento: ese es el fin del sufrimiento». Buda Gautama redefinió la consecución del nirvana presente en el hinduismo mediante un proceso de meditación en el que se analiza el cuerpo y la mente como carentes de una individualidad intrínseca. En ese proceso existe un vacío de individualidad (śūnyatā) de todo lo presente en el cuerpo y mente del sujeto. Esta falta de una individualidad es también común en todos los fenómenos del universo. Al igual que en el hinduismo, la realización del nirvana budista implica la liberación definitiva del sufrimiento de la existencia o de los diferentes estados de reencarnación a los que todos los seres están sujetos. Pero en el budismo esta idea será llevada hasta sus últimas consecuencias. La diferencia en el contexto hinduista es que esto ocurre por la unión a un absoluto (Brahman) a semejanza de lo que expone la mística de las religiones teístas occidentales. La naturaleza de la realidad debe ser descubierto a través de otras dimensiones de la consciencia humana. De acuerdo a la cosmología budista existen diversos niveles o cielos, junto con ocho infiernos calientes y otros tantos helados. El espíritu del individuo existe en uno de estos reinos dependiendo del karma creado en la anterior vida, hasta que renace en la siguiente. Este ciclo continúa hasta alcanzar el propio nirvana.
Algunos autores como Allan Kellehear, Patrick Heaven o Jia Gao han sugerido que las ECM han sido las principales responsables del desarrollo del budismo en China. Estos investigadores estudiaron a 197 personas en Beijing. De ellos, 26 llegaron a presentar una ECM con características semejantes a las occidentales. Respecto a China, llama la atención la investigación realizada por el doctor Zhi-ying, que entrevistó a 81 personas supervivientes del terremoto de Tangshan, ocurrido en 1976. Encontró que nada menos que 32 de ellas habían pasado por una ECM. Asimismo, descubrió que prácticamente toda la fenomenología propia de las ECM se presentó en estas personas, incluyendo la entrada en el túnel, la sensación de paz, la revisión vital, el encuentro con personas ya fallecidas, etc. En otro país asiático, Tailandia, el neurocientífico budista Todd Murphy estudió diez casos de ECM. Los resultados son similares a los obtenidos en China o la India, ya que es un país también muy influenciado por las creencias budistas. Durante estas visiones, los tailandeses llegan a ver a los yamatoots, que no son otra cosa que la mano derecha de Yama, el señor del más allá, que podría compararse a las visiones occidentales de los seres de luz que sirven de guía y de acompañamiento a la hora de realizar una revisión vital. También llama la atención que estas revisiones vitales no suelan abarcar aspectos generales de toda la vida del individuo, sino tan solo acontecimientos particulares que son puestos en tela de juicio. Al igual que ocurre en otros países asiáticos, llama mucho la atención la ausencia de túneles durante las ECM. El libro tibetano de los muertos, el Bardo Thodol, fue escrito al parecer en el siglo VIII d. C. por el fundador del budismo tibetano, Padmasambhava. Es de gran interés para los investigadores relacionados con las ECM, ya que se aprecia cómo hace más de doce siglos se conocían elementos relacionados con estos fenómenos. Por ejemplo, en El libro tibetano de los muertos se describen tres estados transitorios posteriores a la muerte: en el primero, cuando el alma sale fuera del cuerpo, la persona tiene visiones de una luz clara. En la segunda etapa, la persona se encuentra con una sucesión de deidades. En el tercer tramo, se juzga el alma según las acciones de la vida pasada por parte de Dharma Raja, el juez de los muertos. En esta última etapa, el alma se desplaza por la Tierra de manera instantánea y sin ningún tipo de esfuerzo. Puede ver su casa y a su familia, que se encuentra pasando por el proceso de duelo, e intentar, inútilmente, convencerles de que sigue vivo para, al final, darse cuenta de que tan solo está muerto para el resto de los humanos. En el siguiente paso, el alma debe enfrentarse a la presencia de Yama, quien pesa las acciones buenas y malas que ha realizado el muerto durante su vida. Esta última situación recuerda sobremanera las experiencias extracorpóreas relatadas en Occidente: ver el propio cuerpo o a la familia que se encuentra sufriendo la muerte del observador. Más aún, en este libro tibetano se dice que, cuando la consciencia abandona el cuerpo, la persona puede ver y escuchar a los amigos y a la familia que se encuentran alrededor del cadáver, pero no puede comunicarse con ellos. Respecto a los seres de luz que muchos occidentales dicen haber visto, el Libro tibetano de los muertos los denomina luz clara o Buda Amida. Esencialmente, El libro tibetano de los muertos es una guía para que las personas en trance de muerte puedan llegar al nirvana o, por lo menos, optar a una mejor reencarnación en su próxima vida.
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En la religión hindú la muerte no es otra cosa que una ruptura en los eventos continuados de la vida, un cambio en la forma en que el espíritu reside dentro de nosotros. Los hindúes creen que la vida después de la muerte es tan solo un fragmento de tiempo en el paraíso o en el infierno, dependiendo del karma construido durante las vidas pasadas. El renacimiento del espíritu en la siguiente vida se determina por el karma adquirido en la vida anterior. En definitiva, la búsqueda de la propia inmortalidad y felicidad hace que el alma vaya renaciendo en distintos cuerpos hasta que el espíritu aprende que la felicidad y la inmortalidad no son el resultado de dejarse seducir por los deseos, sino que se obtienen cuando, justamente, todos los deseos y necesidades ya no son importantes. De acuerdo con muchos hindúes, las diversas religiones tan solo son distintos caminos para alcanzar un solo objetivo, la unión con Dios como una realidad última. Según Buda: “La mente toma posesión de todas las cosas, no solo de las terrenales, sino también de las celestiales, y la inmortalidad es su valor más seguro”. Otros autores, como James Mauro, relatan en sus estudios que los hindúes han llegado a ver en sus visiones extraterrenales complejos sistemas de burocracia e, irónicamente, han sido devueltos a la vida terrenal por problemas de simple papeleo. Este mismo autor relata cómo, por ejemplo, las ECM de los japoneses están plagadas de imágenes simbólicas como, por ejemplo, largos ríos oscuros y bellas flores. Mientras que los budistas suelen ver la imagen de Buda, los hindúes suelen estar en presencia de Krishna. Las diferencias entre las experiencias de budistas e hindúes se reducen a un problema de interpretación de los personajes visualizados, proceso que tiene lugar con posterioridad a las ECM. Budistas e hindúes pueden reportar diferentes interpretaciones de sus experiencias específicas, pero siempre son consistentes tanto en su desarrollo como en la enumeración de los síntomas, que son similares a los occidentales. Algunos autores, como Carl Becker, afirman que las antiguas visiones, tanto japonesas como budistas, describen los mismos elementos que las modernas que se producen en Norteamérica. Quizás uno de los estudios científicos más relevantes es Experiencias cercanas a la muerte en la India, publicado en 1986, por Satwant Pasricha, del Departamento de Psicología Clínica del Instituto Nacional de Salud Mental y Neurociencias de Bangalore, e Ian Stevenson, jefe del Departamento de Estudios Perceptuales de la Universidad de Virginia. Ambos investigadores documentaron 16 casos de hindúes que habían sufrido ECM.
El resultado fue que la experiencia se asemejaba en algunas características a las occidentales, pero difería en otras. Por ejemplo, los hindúes no llegaban a ver su propio cuerpo desde fuera, mientras que los occidentales suelen hacerlo. Asimismo, los hindúes reportaban que en ocasiones eran llevados por error al reino del más allá por seres que parecían funcionarios y que, una vez descubierta su equivocación, eran devueltos a la vida terrenal. Los occidentales, por el contrario, mencionan encuentros con miembros de la familia ya fallecidos que les ordenan volver a la vida. Una de las verdades de las ECM es que cada persona las integra en su propio sistema de creencias. Según los trabajos de Pasricha y Stevenson, los datos obtenidos de las personas que han sufrido una ECM en la India no parecen mostrar la visión de un túnel ni tampoco experiencias extracorpóreas. De todos modos, la muestra era realmente reducida, tratándose tan solo de 8 casos. Pasricha afirma que las personas a las que entrevistó no hablaban de túneles ni tampoco de experiencias extracorpóreas. Por el contrario, la escritora y conferenciante inglesa Susan Blackmore afirma, en uno de sus estudios, que existen personas que notan la sensación de atravesar un túnel. Sin embargo, el número de casos descrito por esta autora es de tan solo tres personas, y Allan Kellehear la critica en relación a que las personas que ella entrevista parecen aceptar la existencia del supuesto túnel tan solo después de ser inducidos a esta idea por parte de la autora. En todo caso, la revisión vital y la llegada a otro tipo de mundos o reinos trascendentes sí que parecen corresponderse con lo que ocurre en Occidente. Resulta llamativo que en estos mundos encontrados no parecen hallarse figuras de familiares ya fallecidos, sino, por el contrario, deidades o entidades propias de la cultura circundante. Este último extremo llama la atención y podría pensarse, por comparación, que en Occidente la aparición de figuras propias de nuestra familia podría no ser otra cosa que una proyección de nuestros deseos. Es decir, una interpretación de aquello que ocurre en nuestra mente y que luego, al volver al mundo terrenal, necesitamos darle una interpretación adecuada. En el caso que nos ocupa, los orientales tenderían a ver a aquellas deidades que desean ver inconscientemente. Paramahansa Yogananda describe tres entidades relacionadas con el alma. La inferior es la física, a la que sigue el nivel astral, en el que las emociones encuentran su máxima expresión. La siguiente es la causal, propia de un nivel mental o intelectual que culmina la unidad cósmica con el infinito. Resulta llamativo que este último nivel se asemeje mucho a la unión con la luz que preconiza Kenneth Ring.
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La muerte en la religión mormona no es considerada el fin de la existencia del individuo, sino el comienzo de una nueva vida. Los mormones creen que siempre han vivido y que siempre vivirán en el mismo individuo, nunca como otra persona o transformándose en alguna otra forma de vida. Los miembros de la conocida como Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Díaspor supuesto que se entristecen cuando algún miembro de la familia fallece, pero son reconfortados en la creencia de que después de la muerte el alma se une a Dios en un mundo espiritual, continuando con el progreso de conocimiento y a la espera de reunirse con otros miembros de la familia, tras la resurrección del cuerpo físico y el juicio final. Es decir, la vida después de la vida es uno de los pilares fundamentales de esta religión. Entre los mormones hay hijos perdidos, es decir, antiguos creyentes que traicionaron a la Iglesia y que por ello son destinados al castigo eterno. A todos los demás se les garantiza la entrada en algún tipo de paraíso. En el paraíso de calidad inferior no se está en contacto directo con Dios, mientras que los que han realizado una vida conforme a sus creencias pasarán el resto de su existencia en comunión con el Creador. Más aún, los mejores de este último grupo pueden llegar a ser, ellos mismos, deidades y poblar nuevos universos con sus espíritus. De hecho, la Iglesia mormona es la única que posee una verdadera red de seguridad, ya que a cualquier persona que no haya atendido a la palabra divina le será otorgada una oportunidad en el paraíso de poder escucharla y, si el espíritu es receptivo y acepta las enseñanzas, recibirá las bendiciones de Dios. El juicio que relatan los mormones respecto a sus ECM es, esencialmente, un juicio a sí mismos. Es similar a los descritos por personas de otras religiones en relación a la visión panorámica de su vida completa y el juicio propio respecto a las acciones individuales al enfrentarse al ser de luz. Una vez realizado este juicio, el espíritu se agrupa con otros de las mismas características. Asimismo, los mormones, al igual que las personas pertenecientes a otras religiones, también llegan a encontrarse con miembros de su propia familia, que podrían haber muerto mucho tiempo antes. Sin embargo, quizás haya dos características que diferencian a las personas mormonas que han sufrido una ECM. La primera de ellas es que, al recuperarse de la muerte, relatan que en el más allá les pidieron realizar alguna cuestión particular al volver a la vida como, por ejemplo, cuidar de alguna persona a la que no habían prestado atención. La segunda es que muchas personas que han sufrido una ECM cuentan cómo en el más allá recibieron instrucciones de tipo religioso o de alguna otra índole de seres con los que se encontraron, según revela Craig R. Lundhal, médico e investigador de la Universidad de Nuevo México. Es llamativa la elevada frecuencia de ECM entre personas de religión mormona. La explicación podría deberse a los valores sociales de sus integrantes, que alientan a los individuos a compartir sus ECM de manera mucho más abierta que en otros grupos sociales, ya que los mormones interpretan este tipo de experiencias como parte de sus creencias religiosas y como un atisbo real del más allá. Los mormones han llegado a describir las vivencias más allá de la muerte con sumo detalle: un mundo sumamente organizado y basado en un orden moral y estratificado en el que la unidad básica social es la familia, pero integrada en un complejo sistema social. Más aún, los mormones sugieren que ese otro mundo es vasto y que se encuentra cercano al mismo planeta Tierra. Hay edificios por doquier, de mejor diseño y construcción que los aquí presentes, rodeados de una vegetación indescriptiblemente bella. Asimismo, las personas disponen de nuevas capacidades y poderes mentales que pueden ejercitar, así como diversas y atractivas vestimentas.
Caroline Schorer describe un par de casos de experiencias cercanas a la muerte que sucedieron a principios del siglo XIX en el valle del Mississippi, entre indígenas de América del Norte, y que, a su vez, vienen recogidos en una publicación de la época. En estos relatos las personas sufrieron experiencias extracorpóreas y se encuentraron con otros reinos y con seres ya fallecidos. No se mencionan ni la experiencia del túnel ni la de la revisión vital. De mayor interés parece ser el relato recogido por el investigador chileno Juan Gómez-Jeria. A raíz de una interesante ECM sufrida por un mapuche en el sur de Chile y grabada en su audio en 1968, Gómez-Jeria relata sus impresiones sobre este caso, que se encuentran reflejadas en el libro El hombre que murió y se fue al volcán, publicado en 1992. Los mapuches (gente de la tierra) habitan el sur de Chile y ciertas zonas del sur de Argentina. Cada comunidad se identifica a sí misma como mapuche, mientras que denomina a las otras de distinta manera: huilliches (gente del sur), puelches(gente del este), ranculches (gente del pasto rojo), etc. Los mapuches creen que la vida continúa después de la muerte en un cuerpo que es un doble exacto del que poseen en esta realidad. Este otro cuerpo presenta las mismas necesidades y sentimientos. Y no solo eso, sino que también preserva todas sus características, las que estaban presentes en el momento de la muerte. Cuando llega el momento final, este doble se separa del cuerpo físico y entra en la faseam, desde donde sigue relacionándose con los lugares y las personas que conocía. Sin embargo, un año más tarde el am se desplaza a una región espiritual y se convierte en un pulli que, a su vez, sigue cuidando desde esa dimensión a su familia y amistades. Los mapuches incorporan alpulli en el pillán, una entidad que no se corresponde con un dios o con un demonio, sino más bien con un ancestro. Cada clan y cada tribu tienen su propio pillán, que puede ser femenino o masculino. Allan Kellehear (2001) relata un caso de ECM que aparece en un libro sobre el folclore hawaiano de principios del siglo XX. El autor titula a ese capítulo del libro «Una visita a la tierra de los espíritus o la extraña experiencia de una mujer en Kona, Hawaii». Según explica, Kalima se encontraba enferma durante varias semanas hasta que, finalmente, falleció. Su muerte fue tan convincente que su familia y amigos prepararon su tumba y comenzaron con su funeral. Cuando se encontraban practicando estos ritos, los testigos vieron cómo comenzaba a respirar y abría los ojos. Naturalmente, los presentes se llevaron un susto. Tantos días de enfermedad habían servido para debilitarla, pero cuando comenzó a recuperarse una increíble historia fluyó de sus labios: «Yo morí, como todos sabéis. Abandoné mi cuerpo y me quedé a su lado mirando hacia abajo, a aquello que había sido yo [...]. Miré mi cuerpo durante unos minutos, me di la vuelta y me alejé caminando. Dejé atrás la casa y el pueblo y llegué hasta la siguiente villa, donde encontré a muchísima gente [...]. Había miles de hombres, mujeres y niños. Algunos de ellos me eran conocidos y habían muerto hacía muchos años, pero casi todos eran extraños para mí. Todos se encontraban muy contentos. Nada les preocupaba. La alegría estaba dibujada en todas sus caras y la risa y las palabras amables en cada una de sus bocas. Dejé el pueblo y me fui al siguiente. No estaba cansada, así que no me importó caminar. Otra vez me encontré con lo mismo: miles de personas y todas muy alegres y felices. Nuevamente conocía a algunas, hablé con unas pocas y seguí mi camino».
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Llama la atención el hecho de que la mujer se dirigía, como manda la tradición hawaiana, hacia su destino final: el volcán. De hecho, cuando se aproximaba al cráter ocurrió lo siguiente: «Y me dijeron: “Debes volver a tu cuerpo. Todavía no debes morir”. Yo no quería volver. Supliqué y recé para que me dejaran estar con ellos, pero los seres insistieron: “¡No! Debes volver y si no lo quieres hacer voluntariamente, te obligaremos a ello”. Me puse a llorar e intenté quedarme, pero me empujaron, incluso me pegaron cada vez que me paraba y no seguía mi camino de vuelta. Volví a encontrarme en los pueblos que ya había recorrido con la gente llena de felicidad. Cuando les conté que no me habían dejado quedarme, me ayudaron a volver». Sorprende que esta mujer no describa ni la sensación del túnel ni tampoco las experiencias de luz y oscuridad que suelen aparecer en los relatos occidentales. Quizás estas experiencias lumínicas podrían haberse dado si la persona hubiese alcanzado, por ejemplo, el cráter del volcán. Tampoco encontramos la revisión vital que sí aparece en otros relatos de distintas islas de la Melanesia. El autor se pregunta si la influencia cultural de los misioneros cristianos puede tener algo que ver con este último punto. En la isla de Guam, en el Pacífico, el psicólogo Timothy Green llegó a recopilar 4 casos de ECM entre los habitantes denominados chamorros. Al igual que ocurre en otras ECM, tanto en Occidente como en Asia, las personas se encuentran con seres que ya han fallecido, algunos de los cuales son familiares. Sin embargo, a diferencia de los casos propios de la India o China, los chamorros sí que hablan de experiencias extracorpóreas, incluso de volar a través de las nubes. Unos pocos pueden llegar a visitar a familiares situados a miles de kilómetros de distancia, por ejemplo en América. La muestra no es muy abundante, cuatro casos, por lo que no se pueden obtener extensas conclusiones, pero en este estudio no podemos pasar por alto que en ninguna de estas cuatro personas aparecen la revisión vital ni la experiencia del túnel. Otra autora, Dorothy Counts, describe cómo el concepto de espíritu como unidad no existía entre los melanesios hasta la llegada de los misioneros cristianos. Previamente a esta visita, los kaliai asumían que el espíritu humano tenía dos caras: el tautau, o esencia espiritual, y el anunu, o imagen o sombra. La enfermedad ocurría cuando los componentes espirituales se separaban del cuerpo y no se volvían a reunir. Si la separación era permanente, se producía la muerte. Los animales no tenían componente espiritual, que quedaba reservado para los humanos. Muchos nativos pensaban que el espíritu permanecía junto al cuerpo mientras este se descomponía, hasta el punto de que en casos de asesinato los habitantes del pueblo intentaban ponerse en contacto con el espíritu para conocer la autoría. También es interesante subrayar que los kaliai consideraban la muerte como un proceso más que como un evento único. Un proceso que podría comenzar mucho antes de que se manifestaran signos físicos y, hasta cierto punto, podría ser reversible. El proceso de la muerte comenzaría con la pérdida de consciencia, llamada «muerte parcial» y, desde este punto, se evolucionaría hasta la «muerte verdadera». Una persona podría volver a la vida en cualquier momento, siempre que no hubiera comenzado la descomposición de su cuerpo.
Según Dorothy Counts, los kaliai vivirían una ECM que incluiría la visita a otras realidades donde se encontrarían con familiares y amistades ya fallecidos. Es decir, las experiencias de los habitantes de estos lugares del mundo, una vez más, se parecen a las occidentales o viceversa. Los casos descritos por esta autora tampoco son muy abundantes, tan solo tres personas, en las que se apreció que solo en un caso se dio la revisión vital. La segunda particularidad observada, si bien insistimos en lo escaso de la muestra, es la ausencia de experiencias extracorpóreas y de túnel. Por el contrario, los melanesios parecen presentar otro tipo de particularidades, como por ejemplo ver un lugar en el que se somete a las personas a una especie de juicio. La persona permanece de pie y queda atrapada en una especie de campo magnético, de manera que otras personas deben ayudarle para liberarse. En ese momento se le llama para presentarse al tribunal. Si sus explicaciones sobre los hechos cometidos en la vida terrenal no son satisfactorias, comienzan los castigos, que suelen acabar con la quema del sujeto en el fuego. Lo que llama mucho la atención en esta historia es que ninguna cultura propia de la Melanesia posee entre sus elementos nociones de juicio final a los muertos. Una explicación a este factor es, sencillamente, que la colonización y las misiones cristianas, que se suceden desde 1949, hayan influido a los habitantes y este tipo de experiencias sean, en realidad, un tipo de contaminación cultural. Michael King relata el encuentro con la muerte de una mujer maorí de noventa y dos años de edad: «Me puse realmente enferma por primera vez en mi vida. Estaba tan enferma que mi espíritu salió de mi cuerpo. Mi familia creyó que estaba muerta, ya que mi respiración cesó. Me llevaron al cementerio, prepararon mi cuerpo y llamaron a la gente para el tangi. Mientras tanto, mi espíritu se encontraba sobre mi cabeza, dejé la habitación y viajé hacia el norte, en dirección a la Cola del Pescado. Pasé por encima del río Waikato, también sobre el Manukau [...], hasta que finalmente llegué al Te Rerenga Wairua, el lugar de los espíritus». En este lugar sagrado comenzó a realizar los rituales propios de las personas que van a dejar esta vida. Miró hacia abajo, a la entrada del mundo del más allá. Después de realizar una danza tradicional descendió por el pasaje subterráneo (tal vez el túnel) que llevaba al reino de los espíritus. En ese momento, al igual que suele ocurrirle a muchas personas en Occidente, una voz la invitó a parar y le avisó de que todavía no era el momento de ir más allá. Debía volver al reino terrenal. Súbitamente, regresó a su cuerpo y se despertó, hablando a sus sorprendidos familiares. En este relato llama la atención que si bien no existen túneles sí hay pasajes subterráneos equiparables. También es notable la existencia de experiencias extracorpóreas en el momento en que ella sale volando por encima de su cabeza y visita partes de la isla. Uno de los elementos que podríamos echar en falta, sin lugar a dudas, es el de la revisión vital y el posible juicio asociado.
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Al igual que en muchas otras culturas, la muerte, así como la existencia posterior, es de suma importancia en la antiquísima cultura aborigen australiana. Tanto es así que se encuentra recogida en una antiquísima tradición oral: «Yawalngura se encontraba comiendo huevos de tortuga con sus dos esposas. Comió alguno de los huevos y se acostó, creciendo durante el sueño. Le encontraron muerto, así que llevaron su cuerpo con ayuda de algunos lugareños y construyeron una plataforma mortuoria para el cadáver. Justamente cuando le estaban emplazando en ese sitio, Yawalngura revivió y despertó lleno de curiosidad hacia la tierra de los muertos. Así que decidió construir una canoa para viajar hasta la misma. Viajó durante varios días con sus correspondientes noches y, finalmente, llegó a una isla donde se encontró con los espíritus tradicionales, como el del hombre tortuga, y con otros familiares que ya habían fallecido, quienes le advirtieron de que todavía se encontraba vivo y que debía volver a su vida terrenal». Al parecer estos espíritus bailaron para él y le dieron una diversidad de regalos así como víveres para su viaje de vuelta, diciéndole: «Todavía no estás bien muerto, ya que tienes huesos. Podrás volver cuando hayas muerto adecuadamente». De esta manera, Yawalngura volvió y contó a todas las personas de la aldea su fantástico viaje. Sin embargo, Yawalngura murió dos días después. Esta vez de una manera adecuada y definitiva. Podemos apreciar en esta experiencia la llegada a un reino donde el protagonista se encuentra con personas ya fallecidas. Hay aquí elementos propios de las ECM tanto occidentales como de otros lugares del mundo, pero también podemos echar en falta detalles como el túnel o la experiencia extracorpórea. Uno de los sitios remarcables es Mali, en África. Partiendo hacia el este por una estrecha carretera desde su capital, Bamako, podemos viajar más de ochocientos kilómetros hasta llegar a una región muy apartada: el país Dogón. La población que vive en esta zona, deprimida económicamente y salpicada por aldeas de chozas de barro, parece poseer una serie de conocimientos astronómicos sobre la estrella doble Sirio que entran en colisión directa con lo que cualquier visitante puede esperar encontrar. Esta población se encuentra establecida a lo largo de un importante acantilado de un par de cientos de kilómetros, que separan la sabana de la planicie del río Níger. A los pies de dicho acantilado se suelen localizar la mayor parte de sus poblaciones, que reciben las aguas de la meseta y del propio acantilado a través de torrentes y pequeñas cataratas. Supuestamente, toda esta zona se encuentra poblada desde por lo menos tres mil años antes de Jesucristo. Se sabe, por ejemplo, que los pigmeos habitaron esta región antes de la migración de los dogón a este acantilado hacia el siglo XIV. Finalmente, los pigmeos desaparecieron de la región, y, aunque resulte sorprendente, todavía existe la creencia en Mali de que eran capaces de volar. Los dogón, uno de los pueblos más misteriosos y antiguos del África subsahariana, poseen un acervo cultural que fascina a los antropólogos europeos desde hace ya por lo menos un siglo.
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Gracias al antropólogo francés Marcel Griaule disponemos de un legado sorprendente de publicaciones desde las décadas de 1920 y 1930. Así sabemos que, como la mayoría de los pueblos africanos, su cultura religiosa es el animismo. Es decir, los dogón honran la tierra que les da la vida y que los alimenta y que también los acoge después de la muerte. Lo realmente llamativo respecto a los mencionados conocimientos astronómicos es que, en el caso de ciertas estrellas muy brillantes, como Sirio, conocen además una serie de cuerpos que la orbitan, que son absolutamente invisibles a simple vista y que no fueron descubiertos hasta finales del siglo XIX. Sin embargo, existen documentos que prueban el conocimiento de estos objetos celestes por parte de los dogón con varios siglos de anterioridad al mundo occidental. Más aún, tienen una fiesta, que se celebra cada sesenta años coincidiendo con determinada posición de la estrella Sirio y en la que se exhiben diversas máscaras tradicionales. Asimismo, existe otra fiesta denominada «de la Dama», que permitiría a los muertos partir y unirse a sus antepasados. El culto a los muertos es un elemento esencial en la religión dogón. Durante las ceremonias fúnebres, en las que se produce un duelo entre el bien y el mal, las personas que danzan con estas impresionantes máscaras de madera, representan la lucha entre el bien y el mal y el juicio al que se tiene que exponer la persona antes de entrar en el más allá. Entre los dogón, en entrevistas personales realizadas en diversas aldeas a lo largo de la falla de Bandiagará, los habitantes insisten en la existencia de un viaje que comienza una vez muertos, hacia el reino del más allá. Sin embargo, deberíamos diferenciar este tipo de expresiones de corte místico de lo que denominamos una experiencia cercana a la muerte. Melvin Morse habla de ECM en África, principalmente en Zambia. Sin embargo, no parece quedarle claro si lo que recoge en sus artículos procede de las tradiciones y experiencias de los africanos o, por el contrario, es algo muy influenciado por la colonización cultural occidental. Los relatos que recoge este autor incluyen, como en los dogón y otros pueblos, largos viajes hacia el más allá, oscuridad, encuentros con personas muertas, algunas vestidas con túnicas blancas, y seres sobrenaturales. Greyson critica los trabajos de este autor, ya que dice que interpreta elementos que sus entrevistados parecen no haber dicho. Por ejemplo, algunos hablan de oscuridad y Morse lo interpreta y comienza a hablar de túnel, cambiando el sentido del término original. Asimismo, en estas experiencias africanas parecen encontrarse ausentes en todos los casos un par de elementos: la revisión vital y las experiencias extracorpóreas.
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Según Paramahansa Yogananda (1893 – 1952), yogui y gurú hindú, propagador del yoga en Occidente, particularmente del método llamado kriya yoga: “Un milagro es comúnmente considerado como un efecto fuera de las leyes que nos rigen. Pero todos los eventos en nuestro precisamente ajustado Universo se ajustan a las leyes y son perfectamente explicables según las mismas”. Resulta paradójico que las investigaciones modernas sobre estados alterados de consciencia nos hayan aportado nuevas perspectivas acerca de este fenómeno. El que numerosas personas sean capaces de encontrarse con un amplio espectro de aparentemente extrañas experiencias que incluyen, por ejemplo, túneles de luz, juicios divinos, renacimientos o la llegada a reinos celestiales, no parece ser otra cosa que una nueva reproducción de antiguos textos relacionados con los muertos, como en el antiguo Egipto. Es decir, parece que nada ha cambiado y que estos antiguos textos no son otra cosa que verdaderos relatos de los territorios más íntimos de nuestra psique, incluyendo los asociados a la muerte biológica. En el Libro del esplendor (Zohar), de la cábala judía, podemos leer el siguiente relato con Adán como protagonista: “El primer hombre creado por Jehová aparece en casa de un moribundo. Al verle, la persona que está muriendo dice: «Es por ti por lo que debo morir». A lo que Adán replica: «Sí, pequé una vez, un pecado por el que fui severamente castigado. Pero tú, hijo mío, no has pecado una vez, sino muchas veces». Adán procede a enseñarle al hombre una lista de sus faltas y concluye: «No hay muerte sin pecado»“. Una de las primeras personas que expandió el concepto de ECM en el mundo occidental y en la época moderna fue el escritor, filósofo y médico Raymond Moody, cuando allá por el año 1975, mientras todavía era un estudiante de Medicina, publicó Vida después de la vida. Sin embargo, el propio Moody apunta en sus escritos que este tipo de experiencias pueden llegarse a encontrar incluso en textos muy antiguos. Algunos de estos textos son conocidos en el mundo occidental y ya los hemos citado, como elLibro tibetano de los muertos, la Biblia, etc. Asimismo, las ECM se pueden encontrar prácticamente en todas las culturas, al igual que las experiencias de salida extracorpórea o EEC. Estas últimas fueron estudiadas por Dean Shiels en 1978, y comprobó que el 95 por ciento de 70 culturas no occidentales, de distinta localización geográfica y estructura religiosa, creían en este fenómeno de una manera sorprendentemente uniforme. Este autor concluye que la creencia en las EEC responde, casi con toda seguridad, a acontecimientos demostrables.
Holden, Greyson y James, en su libro The Handbook of Near Death Experiences, hacen notar la diversidad de textos donde aparecen las ECM en la literatura mundial, ya sea de forma accidental o como parte del relato. Por ejemplo, la mencionada por el famoso explorador David Livingstone en su libro Aventuras y descubrimientos en el interior de África. Uno de los casos más llamativos del siglo XIX, publicado en 1889, en el Saint Louis Medical and Surgical Journal, fue el protagonizado por el doctor A. S. Wiltse, del pequeño poblado de Skiddy (Texas). Este médico aparentemente falleció de unas fiebres tifoideas en el verano de 1889. Incluso las campanas de la iglesia se echaron al vuelo para anunciar el deceso del médico del pueblo, pero la cosa no acabó ahí. El propio doctor Wiltse describe lo que ocurrió: «Descubrí que todavía estaba en mi cuerpo, pero este y yo ya no teníamos intereses en común. Me quedé perplejo y fascinado de alegría mientras me veía a mí mismo desde arriba [...]. Con todo el interés que puede tener un médico [...] observé el interesante proceso de separación de alma y cuerpo». En el mismo artículo el doctor Wiltse describe cómo desde fuera de su cuerpo puede observar a una persona en la puerta de su habitación del hospital. Se acerca e intenta tocarle pero, como en los relatos de fantasmas, su brazo parece atravesarle sin generar la mínima reacción en la otra persona: «Mi brazo pasó a través de él sin encontrar resistencia aparente [...]. Le miré rápidamente a la cara para ver si había advertido mi contacto, pero nada. Él solo miraba hacia el sillón que yo acababa de dejar. Dirigí mi mirada en la misma dirección que la de él y pude ver mi propio cuerpo ya muerto [...]. Me impresionó la palidez del rostro [...]. Intenté ganar la atención de las demás personas con objeto de reconfortarlas y asegurarles su propia inmortalidad [...]. Me paseé entre ellas, pero nadie pareció advertirme. Entonces la situación me pareció muy graciosa y comencé a reírme [...]. Qué bien me sentía. Hacía tan solo unos minutos me encontraba terriblemente enfermo y con malestar. Entonces vino ese cambio llamado muerte que tanto temía. Esto ya ha pasado y aquí estoy, todavía un hombre, vivo y pensante. Sí, pensando más claramente que nunca y qué bien me siento. Nunca más volveré a estar enfermo. Nunca más tendré que morir». El famoso discípulo de Sigmund Freud y también psiquiatra, Carl Jung, describe una ECM tras fracturarse un pie y sufrir un infarto de miocardio muy poco después. Una acompañante, enfermera, cuenta cómo una luz le envolvía durante su agonía, al igual que en las experiencias de muerte compartidas. Algo, al parecer, que ella ya había observado con anterioridad. Pero ahí no acaba la experiencia, ya que el propio Jung describe cómo llega a ver la Tierra desde el espacio bañada en una gloriosa luz azulada. Más aún, describe la profundidad de los océanos y la conformación de los continentes. Debajo de sus pies se encontraba Sri Lanka (Ceilán) y un poco más adelante la India. No llegaba a ver toda la Tierra, pero sí su forma global y su perfil delimitado con una especie de rayo, toda ella llena de la luz azulada.
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Pero no solo eso. Después de mirar la Tierra durante un rato, Jung se giró y pudo apreciar un bloque pétreo similar a un meteorito flotando en el espacio, con una especie de entrada donde un ser con apariencia hindú se encontraba sentado en posición de loto. Jung asegura que se encontraba en paz y tranquilo: «Yo tenía todo lo que era y era todo lo que tenía». En ese momento Jung notó que iba a pasar a una habitación donde se encontraba todo lo relacionado con el sentido de su vida, cuando su médico de cabecera llegó. Sumergido en su experiencia, Jung escuchó cómo el médico le comentaba que no tenía derecho a abandonar la Tierra y que debía volver a su lugar de procedencia. Carl Jung se mostró «profundamente decepcionado» y a regañadientes retornó a su cuerpo. Incluso en su libro Memories, Dreams, Reflections llega a decir que odió al médico que le devolvió a la vida. A medida que Jung se recuperaba tuvo más visiones, llegando a afirmar: «Resulta imposible resumir la belleza y la intensidad de las emociones durante estas visiones. Es lo más tremendo que nunca haya experimentado [...]. Nunca imaginé que una experiencia así pudiera acontecerme. No fue producto de mi imaginación. Las visiones y la experiencia fueron totalmente reales. No existió nada subjetivo. Todo poseía la cualidad de absoluta objetividad». Estos comentarios del famoso psiquiatra concuerdan con los que realizan la mayor parte de las personas que experimentan una ECM: claridad y objetividad en su relato. Prácticamente todas las culturas poseen tradiciones en las que el ser humano prevalece ante la muerte. En las más primitivas los cuerpos eran enterrados acompañados de enseres: arcos y flechas, vasijas con alimentos, objetos personales, etc., como si la muerte tan solo fuese una transición hacia otro estado en el que dichos objetos pudieran ser útiles en el desempeño de la nueva vida.En relación a este tipo de fenómenos, ya existían referencias a las mismas desde hacía muchos siglos. Muchos de los conceptos que aparecen en las escrituras sagradas de cualquier religión, tales como figuras divinas de luz, ángeles, encuentro con antepasados, infierno, etc., podrían ser la consecuencia directa del testimonio de personas que sufrieron experiencias cercanas a la muerte, debido a enfermedad o accidente, y que una vez vueltas a la vida relataron lo vivido en el «más allá». Estos testimonios serían casi con toda seguridad integrados en el imaginario popular y, cómo no, en la estructura de creencias y religión de cada una de las culturas. Se ha discutido mucho acerca de los factores causantes de las experiencias cercanas a la muerte (ECM). Algunos alegan inducción religiosa o bien filosófica. Cualquiera que sea el causante, se sufre una destrucción o profunda alteración de patrones, vivencias o escalas de valores que afectarán a la vida cotidiana de quienes las hayan experimentado. Los detalles narrativos de los paisajes y de los encuentros con personas del más allá son el denominador común de los escritores que han hecho referencia a anécdotas de los casos estudiados.
Quizás una de las cuestiones más llamativas es que lo que los fundadores de las principales religiones del mundo han reivindicado durante siglos parece ser hoy en día corroborado a través de las personas que sufren experiencias cercanas a la muerte. Hasta el punto de que muchos científicos que otrora despreciaban este tipo de conocimientos milenarios se encuentran hoy con un interés creciente en este tipo de cuestiones. Un detalle aún más notable es cuandoinvolucra a sectores sociales a los que resulta difícil explicar las ECM, como es el caso de los niños pequeños, los invidentes de nacimiento y las personas en coma que fueron declaradas cerebralmente muertas. Quizás fueron Sigmund Freud y sus discípulos quienes crearon ciencias en las que la información recogida posee aspectos tanto cuantitativos como cualitativos. La razón principal es que las experiencias que estudian el comportamiento humano son extremadamente imprecisas bajo el prisma actual de la ciencia. De alguna manera los humanos son predecibles y siguen las leyes del comportamiento cuando se encuentran en grupo, pero fallan cuando se les intenta estudiar de manera individual. John Tomlinson, director del Instituto Americano de Salud, opina que las ECM puedan ser un encuentro con Dios o alguna entidad semejante. Sería, en su opinión, un evento tan importante como el ocurrido en Palestina hace más de dos mil años. Asimismo, observando que las ECM son sufridas tanto por los creyentes como por los ateos, la conclusión sería que esa supuesta existencia de Dios se extendería, obviamente, más allá de los límites de cualquier religión en particular. Al mismo tiempo, para algunos investigadores, las ECM no son explicables por la pura química cerebral. Por ejemplo, algunos trabajos de Michael Sabom y Kenneth Ring aparentemente demuestran que personas ciegas de nacimiento llegar a ver cosas en su derredor durante su experiencia cercana a la muerte, lo que constituiría, en caso de ser probados, un verdadero terremoto para la ciencia actual. Asimismo llama la atención, por ejemplo, que las personas que intentaron suicidarse y que quedan señaladas de forma negativa respecto a su conducta, en vez de tener una experiencia cercana a la muerte negativa, terrorífica o similar, por el contrario suelen tenerlas tan positivas como las que aparecen en los que han sufrido una enfermedad o un traumatismo determinado. Es decir, la hipotética influencia cultural no parece darse en todos los casos. Si atendemos estrictamente a los testimonios de las personas que han sufrido una ECM, podríamos obtener tres conclusiones rápidas: la primera es que aparentemente los humanos tienen algo que les diferencia de otros seres vivos. La segunda es que hay vida después de la muerte y que se nos juzgará por nuestra conducta en la Tierra. La tercera es que existen seres más allá de nuestro reino del tiempo y del espacio que interactúan con nosotros.
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El filósofo inglés Alfred Jules Ayer, conocido por sus posicionamientos materialistas, sufrió una experiencia cercana a la muerte que le produjo un fuerte impacto emocional y profundos cambios en su escala de valores, amén de variar sus posicionamientos filosóficos. A. J. Ayer admitió que su experiencia había reblandecido su convicción de que «mi auténtica muerte, que de hecho se encuentra muy cercana [era bastante mayor], será mi final», añadiendo: «Aunque continúo con la esperanza de que así sea». Uno de los problemas para abordar el estudio científico de las ECM es el reconocimiento explícito de que su principal característica es la inefabilidad, es decir, que carecen de denotación precisa. De manera que al igual que todo lo sagrado poseen muchas imágenes pero se priva de la parte física, por lo que a la ciencia le resulta difícil, por no decir imposible, abordar su estudio desde todas las facetas. Sobre la cuestión de la vida después de la muerte nuestra actitud debería ser similar a la del filósofo John Hick: «Tener el principio de estar mentalmente abierto a cualquier opción». Es interesante hacer notar cómo algunos autores, como P. M. H. Atwater, establecen paralelismos entre las experiencias cercanas a la muerte y el crecimiento de la cultura a través de los siglos. Los avances tecnológicos han hecho posible esquivar a la muerte en miles de casos documentados. El aumento del número de personas que han adquirido una serie de cualidades derivadas de experiencias espirituales tan profundas tendría un beneficio social y cultural que nos derivaría, en conjunto, a toda la sociedad hacia un mundo mejor. Otros, como Andrew Dell’Olio, sugieren que las ECM no confirman la existencia de vida después de la muerte, pero sí algún tipo de perdurabilidad. Para este mismo autor las ECM no serían otra cosa que un estado de consciencia continuado después de la muerte de nuestro cuerpo. Para los que crean que el cuadro de las ECM se debe a síntomas dependientes de la pura fisiología, como por ejemplo la experiencia extracorpórea por aislamiento sensorial, las cosas no parecen ser tan sencillas, ya que toda experiencia cercana a la muerte sigue una pauta en la que algo, similar al antiguo concepto de alma, parece cobrar vida y escapar del cuerpo. Es decir, lo que nos estamos jugando al intentar comprender en qué consisten las ECM no es solo si existe vida más allá de la presente, sino también si podemos entender los complejos modelos de consciencia, incluyendo la percepción sensorial o la memoria, ya que estos procesos podrían estar enfrentados a los conocimientos actuales de la neurofisiología.
La muerte es considerada por la mayor parte de las personas como un proceso gradual. La muerte constituye todo un proceso. Habitualmente comienza con un paro cardiaco y pocos minutos después, cuando el cerebro ya no recibe sangre, se producen lesiones letales e irreversibles en este centro del sistema nervioso. Nuestra consciencia parece seguir funcionando mientras recibimos señales de la vista, el oído y los demás sentidos. Lo que sucede durante ese intervalo parece totalmente crucial, como nos lo demuestran las miles de personas que han sufrido una ECM. Tan solo algunas etapas de las ECM parecen tener correspondencia con eventos físicos. Por ejemplo, la sensación que acompaña al retorno del ser a nuestro cuerpo durante las experiencias extracorpóreas parece coincidir con el éxito de las maniobras de resucitación cardiaca. Roger Cook apunta acerca de la importancia de la pérdida irreversible de la capacidad de consciencia como efecto inevitable de la muerte cerebral. Sin embargo, este autor hace una clara distinción entre la capacidad de la consciencia, que es una función propia del cerebro, y el contenido de la consciencia, que reside en ambos hemisferios cerebrales, y subraya que la supervivencia de la primera es esencial para la activación de la segunda. Quizás una de las preguntas más relevantes podría ser si durante las ECM estamos realmente muertos. Después de todo, parece ser que algunas muertes son reversibles y que nuevos descubrimientos científicos aportan nuevas respuestas. De alguna manera podríamos afirmar y subrayar que las ECM son tan solo cercanas y no totales, si por muerte entendemos algo que sea totalmente irreversible, lo que pone en entredicho que la muerte sea un estado del cual ya no se vuelve. Para aclarar este punto sería interesante definir en qué consiste cada uno de los tipos de muerte. En general, cuando hablamos de muerte reversible nos referimos a condiciones extremas de parada cardiorrespiratoria de las que una persona, ya sea de manera espontánea o como resultado del esfuerzo de terceros, resucitará y sobrevivirá. En el lenguaje profesional médico se las conoce como «maniobras de resucitación». Por el contrario, podríamos llamar muerte irreversible a aquella condición en la que el proceso de muerte ha avanzado de tal manera que la resucitación ya no puede ocurrir. Sin embargo, una de las preguntas es: ¿están realmente muertas las personas que sufren una ECM? Greyson y Stevenson analizaron a 78 personas que habían sufrido una ECM y observaron que el 41 por ciento creía, subjetivamente claro está, que habían estado muertos, mientras que el 52 por ciento creyó encontrarse tan solo en un proceso de muerte. A este respecto, Ian Stevenson, J. E. Cook y Nicholas T. McClean-Rice fueron testigos de cómo el 82,5 por ciento de las personas que habían sufrido una ECM aseguraban haber estado prácticamente muertas. Sin embargo, al analizar la historia clínica tan solo se pudo comprobar en un 45 por ciento de los casos.
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La muerte es una de las grandes preocupaciones para muchísimas personas, hasta el punto de que el miedo a morir es la fuente más potente y básica de ansiedad. Para algunas personas esta preocupación es tan potente que puede llegar a robar literalmente la vida de una persona por la inmensa preocupación de perderla. Se crea una forma de estar muerto en vida, lo que también podría llamarse muerte psicológica. Por el contrario, las personas que han experimentado una ECM sufren una importante reducción de esta ansiedad y miedo. Para ellos ya no existe la muerte. La persona se siente continuamente protegida por este supuesto ser sobrenatural. En un interesante artículo publicado en 1990 en la prestigiosa revista médica The Lancet, J. E. Owens, E. W. Cook e Ian Stevenson estudiaron a 58 pacientes que habían reportado alguna experiencia cercana a la muerte. Paradójicamente, encontraron que sus funciones cognitivas mejoraban en los instantes previos a sufrir la muerte. Otro científico investigador, Karl Jansen, escéptico en este tipo de cuestiones, replicó a la susodicha publicación: «Hasta que se realicen análisis objetivos de las funciones cognitivas en personas moribundas por parte de aquellos que afirman que dichas funciones han mejorado, los bien establecidos paradigmas de las ciencias físicas se deben mostrar firmes en contra de las interpretaciones trascendentales». Resulta de sumo interés la descripción que hace Carl Becker en 1989 describiendo las creencias del budismo tibetano respecto a los últimos momentos de la vida, ocho etapas que conducen a la muerte y van acompañadas de varias experiencias.Evidentemente, esto es una interpretación general, abierta a comentarios diversos. Por supuesto, no incluye a los que mueren de manera fulminante en accidentes. Con todo, resulta muy interesante que ya desde hace siglos muchos humanos hayan acometido la tarea de realizar una cronología del propio proceso de la muerte. Incluso ciertas descripciones podrían ser observadas por parte de terceros. Una experiencia relatada con mucho detalle por un tal Javier podría resumir lo que probablemente podría suceder en los últimos momentos vitales y en la posterior supervivencia: «El día 8 de diciembre de 2009, creo que tuve una ECM, y si no fue exactamente eso creo que, en cualquier caso, a mí me ha cambiado. Iba dando una vuelta en moto con dos amigos más, tranquilos y ya de vuelta para casa a tomar un café. En una de las avenidas nos encontramos un coche, el del típico “pastillero”, que comenzó a realizar maniobras temerarias. Finalmente me embistió por detrás y se dio a la fuga. Yo salí despedido de la moto y mi novia cayó para otro lado. En ese momento, por mi cabeza solo pasaba la idea de orientarme para, en la caída, intentar evitar el guardarraíl y que el coche que me había atropellado no me pasara por encima. Es curioso, pero esto que relato lo viví a cámara lenta. No sé a qué velocidad puede trabajar la mente en estas situaciones.Cuando impacté brutalmente contra el suelo, pensé: “¿Me he librado?”. Pero mi cuerpo no reaccionaba, no lo sentía, no podía moverme y no podía respirar. Notaba que algo dentro de mí se iba, mientras veía pasar mi vida a toda velocidad. Sin embargo, no sentía dolor ni angustia. Todo lo contrario: sentía paz. Es una sensación muy difícil de explicar.Creo que no vi túneles, pero sí una luz muy intensa, blanca, y sentía alguna presencia familiar, aunque en ningún momento la llegué a ver. Notaba cómo estaba abandonando mi cuerpo y creo que cuando estaba a punto de irme por completo algo me golpeó en el pecho y desapareció aquella luz. Me vi devuelto al cuerpo. En ese mismo instante fue cuando empecé a poder mover las articulaciones, pero no podía incorporarme. Estaba contento por estar aquí pero, a la vez, deseaba irme. Quería volver a sentir esa paz, esa tranquilidad. Hay muchas cosas que todavía no comprendo y a otras les he encontrado respuestas, pero lo que puedo asegurar es que lo que pasó ese día me ha cambiado. Ahora, lo único que busco en la vida es paz y amar. Me ha cambiado hasta el carácter».
A pesar de ser la experiencia del túnel una de las más repetidas en los testimonios, no se da en todas las ECM. En ocasiones se trata de un gran punto luminoso que comienza a crecer, pudiendo hacernos creer que se avanza por un lugar oscuro para, finalmente, alcanzar «la salida», vista como una luminosidad completa que abarca todo nuestro perímetro visual. Prácticamente en todas las religiones se hace referencia a algún tipo de túnel en procesos relacionados con el momento de la muerte. Por ejemplo, en la religión judía, y particularmente en las enseñanzas del Talmud, se indica que los cuerpos de los judíos que fallecieron durante la diáspora, dispersión de los judíos fuera de Israel desde el siglo VI a. C. hasta la actualidad, pasarán por una especie de cuevas o túneles en su camino hacia Israel, donde ocurrirá la resurrección. Otros testimonios hablan de una luz que inunda el campo visual. una mujer llamada Marta relata: «Enseguida me vi envuelta en una luz blanca que me guiaba por un túnel. No tenía miedo ni tristeza, solo paz, pero en ese momento me acordé de mis dos hijas y recuerdo haber dicho en voz alta que no me podía quedar allí porque mis hijas se quedarían solas. En ese momento sentí una voz que me habló y me dijo: “No. Aún no es tu hora”. Yo creo en Dios y estoy segura, o quiero creer, que esa voz procedía de Él». Otros, por el contrario, se mueven por el túnel pero también van apareciendo otras cosas en su camino. Otra mujer, llamada Isabel, cuenta: «No había mucha luz al principio. Estaba oscuro, pero luego fui viendo el monte, con árboles a los lados. Solo oía una voz masculina que me hablaba y me guiaba. Sentía el viento y veía la hierba que se movía. Un perro jugaba conmigo. Una sensación de paz me inundaba. Llegué a pensar: “¿Esto es real?”». Ring afirma que cuando la consciencia comienza a funcionar de manera independiente al cuerpo físico es entonces cuando somos capaces de percibir otras dimensiones. Durante la mayor parte del tiempo vivimos en un mundo tridimensional, en el que nuestros sentidos observan la supuesta realidad que nos rodea. De acuerdo a este autor, la realidad mundana anclada en la consciencia del cuerpo físico humano cambiaría radicalmente al abandonar dicho cuerpo, ya sea mediante la muerte o de forma voluntaria, como algunos individuos han aprendido a hacer mediante, por ejemplo, la meditación. Este tipo de razonamiento tendría otras consecuencias prácticas, ya que este abandono del cuerpo no sería exclusivo de las ECM, sino que existiría la posibilidad de lograrlo desarrollando técnicas para operar con nuestra consciencia independientemente del cuerpo físico. Podrían ser muchas las situaciones que produzcan este tipo de experiencias, si bien, en ocasiones, sería por la cercanía a la muerte. Resumiendo, cualquier situación que libere a la consciencia produciría una pérdida de la realidad tridimensional, adquiriendo plena percepción de la cuarta dimensión.
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Ring menciona, en 1980, a otro investigador, Itzhak Bentov, en un testimonio personal acerca del efecto túnel: «Es un fenómeno psicológico donde la consciencia experimenta movimiento desde un nivel a otro. Es un proceso de ajuste de la consciencia de un plano de la realidad a otro. Frecuentemente, se siente como un movimiento, pero esto ocurre solo a las personas que lo viven como una novedad. Para las personas que están acostumbradas a viajar en niveles astrales o más elevados, el fenómeno del túnel ya no vuelve a ocurrir». En ocasiones no todas las experiencias del túnel son positivas. Por ejemplo, Greyson y Bush transcriben lo que un paciente les relata: «Me encontraba volando y fui absorbido directamente hacia el centro del túnel. Al final del mismo había luces que te cegaban y cristales que emitían una luz insoportable. A medida que me aproximaba al final del túnel intentaba acercarme a las paredes para frenar mi caída contra los cristales que emitían la luz». Los niños que sufren una ECM también describen túneles y estructuras similares. Por ejemplo, Cherry Sutherland describe en 1995 varios casos de niños que se movieron a través de un túnel hacia el otro mundo. Entre ellos una niña de diez años que, durante una neumonía, se encontró en un túnel oscuro que, a su vez, era «suave y agradable». Richard J. Bonenfant describe en 2001 el caso de un niño que sufrió un accidente de automóvil y que pocos momentos después se encontró en «un sitio oscuro, al comienzo de un túnel con aspecto de vórtice, como si fuese un tornado aplanado sobre el suelo». Susan Blackmore, doctora de la Universidad de Bristol, se ha preguntado en diversas ocasiones por qué el túnel se presenta con tanta frecuencia en las ECM occidentales y, por el contrario, no suele hacerlo en las asiáticas, en las que la persona suele sumergirse en la oscuridad. También se pregunta acerca de la ausencia de otro tipo de símbolos que podrían estar relacionados con los túneles o los pasadizos, como son, por ejemplo, las puertas. A pesar de que en algunas culturas no se presenten los túneles, no es menos cierto que una particularidad común a este tipo de experiencias es la oscuridad antes de emerger a la luz. Veamos otro testimonio de una mujer llamada Soledad: «Mi abuela, que fue educada en un colegio de monjas, dice que lo que ha aprendido de la religión es mentira y que lo real es lo que ella vivió durante un coma diabético. Se vio en un túnel y al final del mismo una luz indescriptible. Dice que cuando estaba allí notó que no le dolía nada y sentía mucha paz. Realmente no llegó al final del túnel, ya que la reanimaron rápido. No vio seres, sino que se encontraba completamente sola».
Lo cierto es que atribuir el significado de ciertas imágenes a, por ejemplo, un túnel, no deja de ser algo cultural. Si tomamos en consideración que una de las características de las ECM es la dificultad para explicarla en términos adecuados, no es de extrañar que resulte complicado explicar de qué se trata esa especie de sensación de desplazamiento a través de la oscuridad. Asimismo, tampoco podemos despreciar el significado simbólico de un túnel. Es decir, la estructura que conecta un lugar con otro. También podría ser que para algunas personas el túnel no fuese otra cosa que la interpretación que se da al momento previo a entrar en la luz. Otro significado simbólico es el de abandonar un momento lleno de dificultades: «Hay luz al final del túnel». Los túneles son lugares en los que se entra, no se sabe muy bien qué contienen y a cuya salida nos podemos encontrar con lo imprevisto. Antes del túnel nos encontramos con lo familiar, y a la salida con lo inesperado. Los túneles también simbolizan, al igual que los puentes, la transición de un lugar a otro, y no podemos olvidar que nuestro lenguaje social es sumamente importante a la hora de interpretar este tipo de vivencias. Y tampoco olvidemos que cada cultura tiene un lenguaje distinto y una forma distinta de ver el mundo. Pero ¿por qué no hay puertas ni entradas? Quizás porque lo que realmente representamos en el túnel es la sensación de movimiento a través de la oscuridad. De esta manera la mejor traducción que tenemos de la experiencia es la de describir la situación mediante la analogía de viajar a través de un túnel. No podemos olvidar, a este respecto, que lo que intentamos comunicar es una experiencia personal.
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Según el psiquiatra norteamericano Glen Owens Gabbard: “La creencia de que hay vida después de la muerte se incrementa de forma notable después de una experiencia extracorpórea, ya que parece, de esta manera, que el alma sobrevive al cuerpo”. La experiencia de separación del cuerpo parece que progresa lentamente desde el comienzo de la ECM. Por ejemplo, en un caso descrito por el doctor Henry Abramovitch en 1988, una persona que sufrió un ataque al corazón dice: «Poco a poco comencé a comprender lo que veía en derredor. Parecía que los que me rodeaban se encontraban detrás de una pantalla y sus voces provenían de algún sitio muy lejano. Entendía todo lo que decían, pero no confiaba en ellos». Después de pasar por una zona oscura tuvo la sensación de que cualquier movimiento, incluso el más ligero, servía de impulso para volar. El relato de esta persona es espectacular: «Comencé a mover mis piernas y me elevé rápidamente. La oscuridad cada vez se volvió menos densa y volví a la luz. De repente todo fue familiar. Ahí estaba, en el mismo sitio donde había caído por el fuerte ataque cardiaco. Inmediatamente me di cuenta de que alguien se encontraba en el suelo. Me paré a mirarle. La sorpresa fue mayúscula. ¡Claro que le conocía! Era yo mismo. Me confronté con un enigma, tenía que encontrar quién era quién. Me miré una y otra vez a mí mismo y a la persona que se encontraba en el suelo. No podía salir de mi asombro. Tenía la sensación de que conocía mejor a la persona del suelo que a mí mismo. Me sorprendió descubrir que yo mismo no tenía piernas ni cuerpo ni siquiera forma corporal. Tan solo era una mónada aislada a la que nunca había conocido». La salida del yo frente al cuerpo suele tender a la elevación por encima de su plano físico y mirando hacia abajo, como si de un desdoblamiento se tratase, pero con la visión hacia la tierra. Es decir, quien la experimenta observa su propio cuerpo y todo lo que ocurre en derredor. La sensación es de estar participando como observador silente y pasivo de una escenificación en derredor suyo. Más aún, muchas personas describen esta fase con palabras de asombro, ya que verse desde arriba suele provocar confusión, pues no se suelen reconocer desde dicha perspectiva. Una vez que se ha salido del cuerpo, la propia persona suele controlar sus ángulos de visión y perspectivas, como si fuera un pequeño dirigible a radiocontrol que fuese capaz de atravesar paredes y objetos sólidos. Esto es así hasta el punto de poder visualizar lo ocurrido durante, por ejemplo, una intervención quirúrgica. Es el caso de una mujer llamada Ana, que sufrió una hemorragia durante el parto que la mantuvo a las puertas de la muerte: «Cuando salí de quirófano sabía que algo no había marchado bien. Había visto cosas del quirófano durante la operación y estaba enfadada por lo que sucedió después de despertar, y mientras lo hacía, ya que me habían obligado a volver. A mis familiares y a mi exmarido les dijeron que todo salió bien. Sin embargo, una operación de urgencias, que dijeron duraba de treinta minutos a un máximo de cuarenta y cinco, aunque finalmente duró más de dos horas, no era normal. Yo sabía muy bien el porqué. Días después, cuando ya estaba mejor y en planta, se presentó una de las doctoras que me operó en quirófano y me dijo: “Ya veo que estás bien, nos diste un buen susto”. No pude más que sonreír porque sabía a lo que se refería. Mi respuesta fue evidente: “¡Ya!”».
La sensación es que el cuerpo parece perder sus límites. Cuando las personas que lo han percibido narran su experiencia no refieren la existencia de brazos o piernas, ni mucho menos su uso para desplazarse, sino que la propia existencia parece concentrarse en un cuerpo etéreo muy próximo a la definición occidental de espíritu o de consciencia. Otras personas, influidas por tendencias esotéricas, prefieren denominarlo cuerpo astral. Aydée, una colaboradora mexicana de Proyecto Túnel, que sufrió una parada cardiorrespiratoria grave, relata: «Cuando veía a X siempre fue desde fuera de mi cuerpo. Me veía a mí y a ella y solo fue en el cubículo de terapia intensiva, no salí a otros lados. Esos quince días son borrosos, incluso la realidad. Las dos o tres visitas de mi esposo cuando yo aún estaba semiconsciente las recuerdo borrosas. Solo los recuerdos del lugar donde vi a mi mamá y las conversaciones con X es lo más claro que tengo, por eso lo describo como un oasis en el desierto». Casi todas las personas que refieren haber experimentado estas EEC suelen coincidir en su relato con ciertas características: Son capaces de atravesar objetos sólidos: techos, paredes, ventanas (por ejemplo, salir de la habitación y ver lo que sucede en otra dependencia contigua) e incluso atravesar los cuerpos de otras personas presentes en la misma habitación. El cuerpo se encuentra en situación similar a la ingravidez. Durante ese estado se puede ver en derredor sin problemas, incluido lo que sucede a nuestras espaldas.Son capaces de escuchar las conversaciones de terceros, pero la sensación no es de realizarlo con su audición, sino de manera telepática. Es decir, de mente a mente. Se sabe lo que otros dicen más que oírlo propiamente. El plano de comunicación no es bidireccional. Es decir, las otras personas no llegan a conocer el pensamiento de la persona que experimenta la EEC. El tiempo transcurre de manera distinta al habitual. Al volver al plano del propio cuerpo la sensación suele ser de haber estado mucho tiempo en el otro nivel. Algunas personas hablan de minutos cuando, en realidad, no han transcurrido más que pocos segundos. La persona parece desplazarse de forma instantánea a lugares lejanos o, por el contrario, permanece en la misma zona donde está su cuerpo físico, como si de un globo cautivo se tratase. Algunos relatos hablan de cómo fueron capaces de ir hasta su propia casa y observar, por ejemplo, qué hacía su pareja, de modo que en la posterior visita de ella al hospital le relataban aspectos supuestamente desconocidos, para asombro de su cónyuge. Todos los que la experimentan se encuentran en una situación de extrema comodidad. No hace frío, no duele nada, ni tampoco ninguna otra cosa resulta molesta. Los sentidos se encuentran alterados. Se suelen hacer referencias a la visión o a la audición, pero apenas se hace referencia al tacto, al olfato o al gusto. Las sensaciones emocionales suelen coexistir con las de los sentidos. Es decir, las personas suelen experimentar tranquilidad y serenidad pero, en algunas ocasiones, se puede sentir miedo o terror. Las personas que sufren minusvalías del tipo y grado que sea, desde una simple miopía a una paraplejia, no presentan ninguna de sus taras durante el periodo de EEC. El cuerpo flotante parece haberse desprendido de cualquier minusvalía y, por el contrario, se presenta cercano a la perfección.
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Resulta interesante reseñar que las personas invidentes, incluso de nacimiento, dicen ver perfectamente. Más aún, algunos autores, como Kenneth Ring y Sharon Cooper, aseguran que los invidentes pueden ver sin la mediación del sistema de visión. Es lo que ellos denominanmindsight, que podríamos traducir como «ver con la mente». Estas experiencias hacen comprender que el mecanismo de visionar las EEC es común tanto para los videntes como para los ciegos. Es interesante subrayar que algunas personas que involuntariamente abandonan su cuerpo durante una ECM llegan a ver lo que se denomina «doble astral». Es decir, no solo pueden llegar a ver su cuerpo abandonado, sino su propia consciencia desde la perspectiva de una tercera persona, que son ellos mismos. Abramovitch, en 1988, recoge el siguiente testimonio: «Sentí una necesidad de volver a mi cuerpo, de pedirle disculpas, de explicarle que ya no teníamos un compromiso, que ya era el momento de separarnos». Una de las historias que más conmovió al internacionalmente conocido Raymond Moody fue la que vivió la psicóloga Kimberly Clark mientras trabajaba en el Hospital de Harborview (Seattle). Dicha psicóloga se encontraba aconsejando a una paciente, Mary, que había sufrido un ataque al corazón, sobre la manera de volver a integrarse en su vida diaria una vez que se produjese el alta hospitalaria. Sin embargo, la paciente se encontraba más interesada en hacer comprender a la profesional que lo que realmente le había impresionado era su ECM durante dicho ataque cardiaco. Ella había abandonado su cuerpo y deambulado por todo el entorno del hospital mientras los médicos intentaban la reanimación en la misma cama de la habitación donde había sufrido el infarto. La psicóloga Clark se mostraba escéptica ante dicho relato. A pesar de todo, Mary le dijo: «Escuche, llegué a ver unas zapatillas rojas de tenis en el alféizar de una ventana más allá de mi habitación». La psicóloga se asomó a la ventana, pero no vio zapatilla alguna. «Más allá», insistió Mary. La doctora Kimberly, con medio cuerpo asomando por la ventana, tampoco veía nada. «Están justamente a la vuelta de la esquina». Despreciando el peligro de asomarse en una quinta planta del hospital, la psicóloga se estiró aún más y retorció su cuerpo para aumentar su ángulo de visión y así descubrir, justamente, unas zapatillas de tenis rojas idénticas a las que Mary había descrito. A partir de ese acontecimiento la doctora Kimberly Clark comenzó a desarrollar numerosas investigaciones en relación a las ECM.
A principios del siglo XX comenzaron algunos matemáticos avanzados a especular con la existencia de una cuarta dimensión. Estructura que, además, podría explicar la desaparición brusca de objetos desde este mundo. Cada vez es mayor el número de físicos que se inclinan a aceptar la posible existencia de otras dimensiones o hiperespacios análogos al sistema en el que vivimos, aunque sean inaccesibles o invisibles el uno con respecto al otro. La posible existencia de estas dimensiones invisibles e inaccesibles ha sido objeto de estudio por parte de filósofos y teólogos a la hora de establecer todo tipo de hipótesis, incluida el que dos de estas dimensiones pudieran estar temporalmente comunicadas una con la otra. El problema parece generarse al intentar descubrir si realmente hay diferentes dimensiones inaccesibles entre sí. Una hipótesis podría considerar que se accede a estas dimensiones durante estados mentales alterados, propios de momentos privilegiados. Los físicos, hoy en día, han desarrollado teorías acerca de los agujeros negros y la antimateria y de cómo ciertas entidades subatómicas se relacionan con otras dimensiones. El hecho de que pudieran existir otras dimensiones podría dar explicación, entre otras cosas, a la supuesta habilidad para desplazarse fuera del cuerpo y ver cosas que suceden en otras estancias, en ocasiones a kilómetros de donde está ocurriendo la ECM. A este respecto, las recientes teorías de física en relación a las supercuerdas podrían predecir la existencia de otras numerosas dimensiones que comúnmente no podemos percibir. Un ejemplo de las mismas es el de la Teoría M, que se encuentra construida y desarrollada a partir de la teoría de las supercuerdas y que incluye diez dimensiones espaciales, siendo el tiempo la número once. Realmente, la opinión generalizada de los científicos en los últimos años es que dichas dimensiones verdaderamente existen, pero que no pueden ser percibidas por nosotros. Más recientemente, en el año 2000, Nima Arkani-Hamed, físico teórico canadiense de origen americano, con intereses en la física de alta energía, teoría de cuerdas y cosmología, ha descrito que estas dimensiones podrían ser de mucho mayor volumen de lo que previamente se consideraba. Esta última idea constituye un alivio para muchos científicos, ya que solucionaría muchos problemas de física teórica que aún se encuentran pendientes de resolver. La manera más fácil de comprender, desde una perspectiva visual, qué nos podríamos encontrar en cada una de las dimensiones a través de las cuales pudiésemos desplazarnos es comenzar con modelos simples e ir convirtiéndolos, progresivamente, en otros de mayor complejidad. Así, por ejemplo, ¿cómo sería vivir en universo de una sola dimensión? El mundo en el que vivimos parece tener tan solo tres dimensiones. Es decir, solo podemos ver la superficie más cercana de las cosas que nos rodean y no las lejanas ni tampoco el interior. Nos visualizamos moviéndonos hacia arriba, abajo, derecha, izquierda, adelante o atrás. Podemos imaginar un espacio en tan solo tres dimensiones.
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Ahora bien, si pudiésemos mover nuestro cuerpo astral, abandonando nuestro cuerpo físico, hacia una cuarta dimensión, en ese mismo instante se obtendría una visión más allá de las paredes y podríamos ver incluso objetos muy lejanos. Más aún, podríamos ver el interior de objetos aparentemente cerrados para los que viven en tres dimensiones, incluso sin movernos en ninguna de las direcciones familiares. De hecho, no ha habido movimiento alguno, sino que se ha añadido una dimensión más al espacio. Desde esta perspectiva y rotando, las escenas tienen un campo de visión de trescientos sesenta grados, particularmente si estas escenas son visualizadas, por ejemplo, desde un techo como el que puede existir en una sala de reanimación de hospital. Ring relataba en 1998 un ejemplo de visión esférica durante una ECM: «Me llevaban en una camilla por el hospital. Miré hacia abajo y supe que el cuerpo debajo de las sábanas era el mío y no me importó. La habitación era más interesante que mi propio cuerpo. La perspectiva era fantástica. Podía ver todo… Y me refiero a absolutamente todo. Podía ver la luz en el techo y, al mismo tiempo, la parte de debajo de la camilla. Podía ver los azulejos del techo y también los del suelo. Todo a la vez: trescientos sesenta grados de visión esférica. No solo esférica, sino extremadamente detallada. Podía ver cada cabello y su correspondiente folículo en la cabeza de la enfermera que empujaba la camilla. Sabía exactamente cuántos cabellos existían». Betty Eadie describió, en 1992, lo que ella llama visión total de superficie durante su ECM: «Fue como si sintiese un “pop” o algo que se soltase dentro de mí, y mi espíritu salió bruscamente de mi pecho y fue abducido hacia arriba como si de un imán gigante se tratase. Me encontraba encima de la cama, pegada al techo. Me giré y vi un cuerpo sobre la cama. Tuve curiosidad y descendí hasta él. Reconocí que era yo misma. Era mi cuerpo sobre la cama. Me di cuenta de que nunca me había visto en tres dimensiones, tan solo me había visto en un espejo, que es una superficie plana. Pero los ojos del espíritu ven más dimensiones que los ojos del cuerpo mortal. Pude ver mi cuerpo en todas direcciones de una sola vez: de frente, desde detrás y desde ambos lados. Observé características de las que nunca me había dado cuenta».
Robert J. Brumblay, médico y jefe de los Servicios de Urgencias de la ciudad de Honolulu, relata cómo una mujer mayor que se encontraba en la UCI debido un shock séptico dijo salir de su cuerpo mientras su cuerpo físico permanecía en la cama. En ese momento, según contó, dijo ver a su hija en la sala de espera de los familiares e, increíblemente, advierte que está embarazada de muy pocas semanas. Meses más tarde su hija dio a luz un bebé, y cuando la abuela lo tuvo en sus brazos notó la sensación de haberlo conocido antes, durante su ECM. Brumblay relata, en 2003, el caso de una adolescente que sufrió una parada cardiorrespiratoria como reacción a una crisis anafiláctica tras la administración de un contraste en la sala de rayos X. Las paredes de este tipo de salas se encuentran totalmente forradas de plomo. «Me levanté y me encontré por encima de mi cuerpo. Pude ver a todo el mundo que se encontraba en la habitación para ayudarme, e incluso pude saber lo que pensaban. Al mismo tiempo pude ver a mi madre a través de la pared en la sala de espera. Se encontraba sentada con las manos sobre su regazo y llorando porque le acababan de comunicar lo que me había sucedido. Al mismo tiempo, pude ver a otras personas que se encontraban en habitaciones adyacentes, todas ellas separadas del cuarto de rayos X por paredes. Otra persona, en una habitación al lado de la mía, estaba recibiendo algún tipo de terapia física. Sin embargo, mi atención se dirigía hacia mi madre. Sabía que había paredes, pero podía ver a las demás personas en otras habitaciones». Robert Monroe, fundador del internacionalmente conocido Instituto Monroe, describe una percepción invertida de su propio cuerpo físico: «Después de salir de mi cuerpo con suma facilidad y quedarme en la misma habitación, tuve el coraje de acercarme a mi cuerpo físico, que se encontraba sobre la cama. Comencé a examinarlo en la semioscuridad. Toqué mi cabeza física y mis manos tocaron los pies. Parecía que todo estaba al revés. El primer dedo de mi pie izquierdo solía tener una uña especialmente gruesa debido a un accidente. Pero ahora esta uña se encontraba en el mismo dedo del pie derecho. Todo estaba invertido, como la imagen de un espejo». La bilocación de consciencia consiste en la sensación de encontrarse en dos sitios a la vez. Por ejemplo, Bonenfant describe, en 2001, el caso de un niño que sufrió un accidente de automóvil, y mientras salía despedido después del impacto, pudo ver cómo su cuerpo daba vueltas en el aire desde una perspectiva cercana a los diez metros, junto a un árbol y, al mismo tiempo, verse dentro del cuerpo mientras era impulsado por el choque del vehículo. En otro caso, descrito por Henry Abramovitch, en 1988, acerca de una persona que sufrió un ataque al corazón, el sujeto observa desde una posición elevada cómo su cuerpo yace en la misma posición en la que cayó al suelo, y refiere: «¿Cuál era la diferencia entre nosotros dos? ¿Cuál de nosotros era el yo real? Ahí estaba mi imagen tirada en el suelo, inanimada, pero yo podía moverme. Poseía la voluntad, la sensación y capacidad para pensar. Tal vez me había escapado de mí mismo y yo era el real. Lleno de compasión, le abandoné y, con un gran salto, volé hacia arriba».
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Para entender la construcción de la realidad respecto al esquema corporal, debemos relatar un interesante experimento realizado en el Instituto Karolinska de Suecia, titulado «Out-of-Body Experiences Induced in the Laboratory», publicado en Press Release el 23 de agosto de 2007. En este interesante experimento se combinaron estímulos visuales y táctiles para provocar una sensación extracorpórea: «El sujeto que actuaba de conejillo de indias llevaba unas gafas estereoscópicas conectadas a un par de cámaras colocadas justamente detrás de su cabeza. Es decir, veía un espacio como si estuviese sentado detrás de sí mismo». Tras esto, el investigador les tocaba en el pecho, sin que las cámaras lo vieran, y al mismo tiempo simulaba estimular el pecho del observador virtual, justo debajo de las cámaras. Resultado: los sujetos tuvieron una fuerte sensación de estar sentados donde estaban las cámaras, viéndose desde atrás. Y si se simulaba golpear el pecho virtual, varios de los sujetos se agachaban para evitar el golpe. Además de comprobar el potencial que tiene nuestro cerebro para generar realidades virtuales a partir de la información que recibe de los sentidos y de sus propias expectativas, quizá esta investigación sea útil para mejorar la tecnología de control remoto. Por ejemplo, para cirugías a distancia. Nada mal para una investigación que roza lo místico.
Según Simcha Raphael: “La muerte es una ventana, no una pared”. En las ECM, la luz aparece al final del túnel, justo antes de encontrar a los familiares fallecidos o a las entidades que nos reciben y aconsejan sobre qué hacer en ese momento. Normalmente va asociada a una gran sensación de paz que va acompañando al sujeto. Obviamente, la sensación de luz es creciente, ya que vamos avanzando a lo largo de un túnel para desembocar en un verdadero fogonazo lumínico que no llega a deslumbrar, pero que se acompaña de una intensa sensación de bienestar. Casi siempre se presupone que la luz es blanca, pero no es así en todos los casos. Hay personas que refieren haberla visto rosa o de otro color. Más aún, hay personas cuya ECM se ve limitada tan solo al fenómeno de la luz, como el caso que relata Katherine: «Mi abuela fue intervenida quirúrgicamente con objeto de amputarle una pierna, ya que sufría diabetes. Su cirugía era de bastante riesgo por su enfermedad metabólica. La operación duró muchas horas y se complicó, por lo que dijeron los médicos. Cuando mi abuela se despertó, nos contó que vio una luz muy brillante, pero no vio gente ni nada, tan solo una luz. No recuerda nada más». La sensación luminosa no es solo de luz, sino de una intensa sensación de paz, tranquilidad y conocimiento. Llegar a la misma coincide con el encuentro con el ser que ordena volver o bien provee de algún consejo referente a nuestra vida anterior. En ocasiones se producen verdaderas revelaciones sobre la propia vida o verdades en forma de respuesta, una experiencia similar a la resultante del consumo de ciertas drogas. De hecho podríamos afirmar que es el clímax de la ECM, el momento de mayor satisfacción personal, y por el que muchas personas dicen haber perdido el miedo a la muerte y que no les importaría repetir. Debido a que la luz constituye por sí misma una señal de haber llegado a una fase adelantada del túnel, esta no llega a presentarse en todas las personas, ya que algunas abortan involuntariamente la experiencia antes de llegar a esta etapa. Por el contrario, los que salen del túnel y se instauran en la propia luz pierden la sensación de deslumbramiento y les invade una inmensa placidez. Es justamente esta etapa la que personas que han sufrido ECM añoran. A la vez que la luz suele darse la aparición de entidades que, según la orientación religiosa o cultural, pudieran ser interpretadas como Jesús, Mahoma o Buda. La persona que ha sufrido la ECM no se comunica verbalmente con dicha entidad, sino que oye dentro de sí mismo la voz, de manera que, por buscar una analogía, podríamos decir que resulta similar a un proceso telepático. El bienestar que irradia esta presencia colma de paz a la persona y es la principal razón por la que no se quiere abandonar este estado.
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En la religión hindú, un antiguo texto sagrado, el Rig-Veda, dice: «Ponme en ese mundo incorrupto en el que no existe la muerte, donde domina el reino de la luz». En el budismo se habla de que en el momento de la muerte aparece el Buda de la Infinita Luz, cuyo papel consiste en mostrarse justamente en ese momento trascendental. Los budistas creen que la aparición de ese Buda de Luz les sirve como guía hacia la Tierra Pura. Los mazdeístas y sus antiguas escrituras, derivadas de las creencias de Zaratustra, revelan que en el más allá también existe un ser luminoso que solo las almas bondadosas se encontrarán. Es una visión de una divinidad, Ahura-Mazda, descrita como una luz en su estado más puro. En el caso de los judíos el encuentro con un ser de luz se basa en la literatura que manejan los rabinos: «Mientras que el hombre no puede ver la gloria de Dios durante su vida, la podrá ver en el momento de su muerte». De igual manera, para los cristianos la luz y su significado a través de los pasajes bíblicos adquieren especial relevancia: «Y hablóles Jesús otra vez, diciendo: “Yo soy la luz del mundo; el que me sigue, no andará en tinieblas, mas tendrá la lumbre de la vida”». San Pablo, en Corintios, apunta a que Satán puede llegar a disfrazarse como un ángel de luz y, aunque pueda resultar sorprendente, no son pocos los cristianos evangelistas que ven a Raymond Moody, el primer autor que popularizó las ECM, como un verdadero emisario de Satán que confunde a las personas con sus libros. En el caso del islam las cosas no son distintas, ya que el propio Corándescribe a Alá como la luz: «Dios es la luz de los cielos y de la tierra». Dicha luz no es tan solo una sensación lumínica, sino que se acompaña de revelaciones y de la adquisición de conocimientos. Kenneth Ring describe cómo el mundo de luz se encuentra después de pasar el túnel. En este punto, afirma el autor, la persona percibe un reino de belleza indescriptible y de esplendor, donde habitualmente se encuentran los espíritus de sus familiares ya fallecidos y amados. Para Ring hemos entrado en un dominio de altas frecuencias, una dimensión creada a partir de la interacción de las estructuras de pensamiento. Estas estructuras se combinarían para formar patrones, una especie de ondas de interferencia similares a una holografía. Y de la misma manera que las imágenes holográficas parecen reales cuando se iluminan con un haz de láser, así las imágenes producidas por la interacción de pensamientos también parecen reales.
En un caso descrito por Henry Abramovitch, en 1988, el de una persona que sufrió un ataque al corazón, el paciente cuenta: «Me sorprendió el brillo de la luz porque no había fuente de la misma. La luz en sí misma estaba compuesta por miríadas de llamaradas y de auras. Pude tocar aura tras aura, llama tras llama, cada una de ellas revolviéndose, creciendo, cada vez más grandes y, finalmente, separándose. Los sonidos no eran menos que la luz. Una infinidad de tonos, mezclándose entre ellos con una inmensa variedad y movimientos independientes, en una corriente poderosa que subía hacia el cielo. Yo era luz. Me encontraba muy bien por estar ahí, entre todos ellos». Cuando alguna persona ha comentado la combinación de luz, revelaciones y visión de entidades sobrenaturales, se`percibe cierta similitud con alguna experiencia chamática tenida durante algún ceremonial religioso en el que se empleaba la ayahuasca como droga, bajo cuyos efectos se pretende alcanzar el contacto con los dioses. Las personas que han sufrido una ECM las califican de iluminación espiritual o fogonazo de sabiduría. Lo cierto es que las cuestiones que se plantean no son solo de índole personal, sino también en relación a cuestiones universales. Las personas que han logrado llegar a este estadio de la ECM y que luego vuelven a su situación normal de consciencia quizás no logren recordar de manera pormenorizada cada detalle de esos conocimientos adquiridos, pero les quedan como remanente en la memoria las ideas que más les impactaron. Omar Khayyam. (1050-1122), poeta, matemático y astrónomo persa.dice: “Mandé a mi alma hacia lo invisible. A buscar algo al otro lado de la vida. Después de muchos días mi alma retornó y me dijo: «Tranquilo, yo mismo soy cielo e infierno»”.Ver pasar toda nuestra vida, llena de detalle, puede parecer algo imposible. Sin embargo, es un fenómeno que ocurre a numerosas personas que han sufrido algún tipo de accidente como, por ejemplo, un ahogamiento, durante cuyo transcurso se percibe la inminencia de la muerte. Suele acompañarse de recuerdos vívidos de experiencias pasadas y, en ocasiones, de una proyección de una línea biográfica visual. Todo ello completado con las impresiones y emociones que ocurrieron en su día. Es importante señalar que la revisión vital puede aparecer sin coexistir con el resto de etapas que se reseñan en las ECM. Desde el punto de vista de los investigadores en el campo de la neurofisiología relacionado con la memoria, parece poco plausible que una vida completa, repleta de detalles minuciosos, pueda ser recordada en su totalidad o incluso revisada en pocos segundos. Estas revisiones vitales llegan a ser menos creíbles si además incluimos las percepciones de las mismas vivencias a través de las experiencias y sentidos de terceras personas.Las personas que experimentan estas vivencias refieren que ocurren fuera del tiempo y del espacio, lo cual es consistente con los conceptos de comunicación instantánea. Por ello algunos autores, como Thomas Beck, han propuesto teorías de tipo cuántico-holográficas para explicar las distintas y peculiares características de estos hechos. Hoy por hoy resulta de muy difícil explicación que estas revisiones vitales muestren tal cantidad de información sensorial, y que esta se presentase de forma prácticamente instantánea.
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Aquí creemos procedente hacer mención a los registros akáshicos (de akasha, en sánscrito:cielo, espacio, éter). Se trataría de una especie de memoria de todo lo que ha acontecido desde el inicio de los tiempos que estaría registrada en el éter. Allí se almacenaría todo lo que ha acontecido desde el inicio de los tiempos y todos los conocimientos del universo. Actualmente las personas que siguen doctrinas esotéricas creen en la existencia de estos registros. El adjetivo akáshico es un neologismo acuñado por la teósofa británica Annie Bésant (1847-1933), que proviene de ākāśa, un término existente en el antiguo idioma sánscrito de la India, que significa ‘éter’, un fluido intangible, inmaterial y sutil, que los antiguos hinduistas suponían que penetraba todo el universo y sería el peculiar vehículo del sonido y la vida. Pero no hay ninguna palabra sánscrita que signifique «registro akáshico», a pesar de que el sánscrito es un idioma muy exhaustivo en lo que respecta a nombrar fenómenos paranormales o sobrenaturales. Según la británica Besant, aquellos que pueden acceder a estos registros serían personas con dones espirituales, tales como los chamanes u otro tipo de médiums, los cuales se diferenciarían unos de otros en cuanto al modo de ingreso en dichos registros, pudiendo ser por medio del sueño lúcido, la proyección astral u otras formas de «experiencias extracorpórales» (EEC). En 1913, el teósofo británico Charles Webster Leadbeater (1854-1934) publicó su libro Man: How, Whence, and Whither?, donde cuenta sus experiencias analizando los registros del éter desde el verano de 1910 en la sede de la Sociedad Teosófica, en Adyar (Tamil Nadú, India). Allí contó la supuesta Historia de la Atlántida y otras civilizaciones desaparecidas. También afirmó que la sociedad en la Tierra del siglo XXVII estará alimentada por energía atómica. Después del libro de Leadbeater, una gran cantidad de europeos y estadounidenses declararon que también podían acceder a los registros akáshicos, y empezaron a publicar libros acerca de sus hallazgos. Este concepto es de uso mayoritario en diferentes doctrinas esotéricas. Sus partidarios creen que estos registros akáshicos han existido desde el principio de la creación del universo, creados por Dios para algún propósito específico, desconocido para el hombre. Deduciéndose de dichas premisas, sus defensores establecerían diferentes tipos de registros akáshicos que contendrían la base de datos de los mundos vegetal, animal, mineral y humano, los fenómenos paranormales, el conocimiento trascendental de las cosas y la vida cotidiana. Las tradiciones religiosas específicas implicadas (el hinduismo y el cristianismo) no aceptan estos registros akáshicos, ya que no hay ninguna mención de que sus escrituras sagradas estuvieran registradas en el éter. En esos textos ni siquiera se mencionan estos archivos. La comunidad científica tampoco acepta los registros akáshicos, debido a la ausencia de evidencia verificable independiente.
De todos modos, cada vez más autores parecen proclamar que la memoria podría estar almacenada en campos holográficos fuera de los límites físicos del organismo humano. Las memorias, pues, serían accesibles por parte del cerebro conectando con esa especie de campo ambiental. Es decir, los datos no estarían almacenados dentro del propio cerebro, tal cual indica la ciencia ortodoxa. Esto tendría cierta lógica y podría explicar cómo es posible que ciertas personas con propiedades de clarividencia accediesen a esa memoria colectiva. Un ejemplo claro de esta propiedad explicaría la naturaleza empática de las revisiones vitales cuando nuestros pensamientos y acciones son revisados desde la perspectiva de terceras personas. Esta teoría también podría relacionarse con el concepto de Jung referente al inconsciente colectivo. Entonces, ¿para qué sirve el cerebro? Su función sería la de servir de mediador coherente para acoplar numerosos subsistemas. Si hacemos un símil con la informática, el cerebro sería la unidad de proceso central relacionada con un vasto sistema operativo, si bien infinitamente más sofisticada que cualquier ordenador existente. Más aún, la memoria holográfica, aunque almacenada de forma global, podría ser accesible de forma local, de igual manera que un holograma puede ser reproducido en su totalidad con tan solo iluminar una pequeña parte de él con un haz de láser. Edgar Mitchell, un autor que ha aplicado las teorías de la física cuántica a la construcción de la consciencia, afirma que «el descubrimiento del holograma cuántico no local [...] nos provee del primer mecanismo físico cuántico compatible con el mundo tridimensional macroescalar tal cual lo experimentamos en nuestra realidad cotidiana». En líneas generales, la holografía cuántica podría describir todos los procesos en todas las escalas cosmológicas, desde las partículas subatómicas hasta las interestelares. Es un campo que nos debería hacer reconsiderar nuestras visiones clásicas del tiempo y el espacio. Una de las aplicaciones prácticas en medicina de la holografía cuántica son las imágenes por resonancia magnética, que los hospitales utilizan de manera rutinaria para obtener imágenes del interior del cuerpo humano. Otra de las estructuras relevantes en relación a la comunicación cuántica holográfica de la memoria es el ADN.
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La capacidad de esta molécula para comprimir información de manera holográfica es virtualmente ilimitada y ya fue descrita por Marcer y Schempp en 1996: «El ADN define una firma única y espectral o bien un conjunto de frecuencias sobre el cual, potencialmente, se puede escribir la historia o experiencia total de un organismo viviente». De hecho, el ADN es considerado el medio universal de almacenamiento de información holográfica. Los casi tres billones de pares de bases proteicas contenidas en cada célula humana se asemejan a un enorme almacén de discos duros de ordenador. Sin embargo, un sistema de memoria cuántico holográfico requiere de otro concepto: «energía del punto cero». La existencia de energías del punto cero se refiere al también llamado «vacío cuántico». Todo el espacio, incluyendo las áreas entre las partes sólidas de la materia, contiene un potencial de energía enorme. La materia y la energía se están continuamente creando y destruyendo, emergiendo espontáneamente y desapareciendo de vuelta al campo de energía del punto cero. Los científicos actuales consideran que en este vacío cuántico se encuentra la fuente de la materia y la energía en el universo. Marcer y Schempp describen un modelo cuántico desde el punto de vista dinámico de dicho vacío en relación a un modelo holográfico. Ya que cada partícula emite y absorbe partículas de energía o información que se propagan a través del campo de energía del punto cero, la historia completa de cada partícula se almacena y queda accesible para su posterior recuperación. El campo de energía del punto cero ha sido propuesto como un medio de almacenamiento para la memoria en todas las interacciones de partículas, a una escala macroscópica como, por ejemplo, los acontecimientos de una vida humana. En este modelo científico el proceso de la memoria, el cerebro y el sistema nervioso central no se ven como lugares de almacenamiento propiamente dichos, sino más bien como procesos orgánicos que interactúan directamente con el campo de energía del punto cero a nivel cuántico.
Resulta llamativo que la revisión vital parezca estar condicionada según la cultura del sujeto. Por ejemplo, los aborígenes australianos, los africanos y los nativos del Pacífico o de Norteamérica no parecen presentarla del mismo modo que los occidentales, aunque las diferencias pueden deberse al escaso número de personas entrevistadas y recopiladas en esas regiones, en comparación con la abundancia de casos documentados en el mundo desarrollado. Hay autores, como Butler, que afirman que la revisión vital es algo propio de nuestra cultura occidental y de alguna otra, como la china o la india, y que mantiene una conexión con la búsqueda de la propia identidad. Este autor utiliza una metáfora: Igual que un espejo refleja nuestra cara, nuestra memoria sería el equivalente interior a un espejo, el cual nos habla de nuestros orígenes y nos dice quiénes somos, justamente lo que se pierde en algunas enfermedades de tipo neurológico como el Alzheimer, en la que perdemos nuestro yo y acabamos desconociendo quién somos. Este sentido interior de construcción social de nuestra identidad, existe en las principales religiones del mundo, como la cristiana, la islámica o la budista, y revela la existencia de dos mundos, el material y el divino. En alguna de ellas el mundo material es devaluado y existe tan solo como una ilusión que se genera a través del espíritu. Dentro de este contexto el sentimiento de culpa se genera a través de la interiorización de las normas y de las sanciones sociales. Por ello, la revisión vital no dejaría de ser un análisis íntimo de nuestras vidas y un juicio de valor sobre aquellas cosas en las que pudimos haber fallado, ya que nuestras religiones, y, por ende, nuestras culturas, ligan a la muerte con nuestra consciencia y a la consciencia con lo que sucede en el más allá, por lo que no sería extraño entender que este tipo de experiencias se produzcan, justamente, en los momentos previos a nuestra muerte. Cosa que no ocurre, por ejemplo, en otras culturas, como la de los citados aborígenes australianos. Resulta llamativo cómo en la religión hindú la revisión vital no ocurre por sí misma, sino que los que viven una ECM asisten impertérritos al acto de una tercera persona que les lee los acontecimientos que sucedieron a lo largo de la vida. Ya lo dijo Max Weber, en 1965: “Cuando las creencias en espíritus se llegan a transformar en creer en un dios, entonces las transgresiones en contra de la voluntad de dicho dios se convierten en un pecado ético que carga contra la consciencia más allá de sus resultados más inmediatos”.
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Las religiones cristianas estan cargadas de referencias en relación a una revisión de la vida al final de nuestros días, similar a las que presentan las personas que se enfrentan a una ECM. Quizás una de las apreciaciones más detalladas respecto este juicio final la describe San Mateo en su Evangelio: «Cuando el Hijo del Hombre venga en su gloria, con todos sus ángeles, se sentará en su trono glorioso. Todas las naciones se reunirán delante de él y él separará a unos de otros, como separa el pastor las ovejas de las cabras. Pondrá las ovejas a su derecha y las cabras a su izquierda… Aquellos irán al castigo eterno y los justos a la vida eterna». En el islam también se produce una revisión vital pero, a diferencia de las ECM occidentales, los musulmanes suelen vivir un enjuiciamiento de sus actos. Un equipo liderado por Debbie James y Bruce Greyson ha observado que un 79 por ciento de las personas que sufren una ECM presenta fenómenos de distorsión del sentido del tiempo, mientras que un 27 por ciento muestra memoria panorámica. Una vez que la persona ha abandonado el túnel y se ha visto expuesto a la luz y a la presencia de familiares o de una entidad determinada, se produce una revisión de la vida. Una especie de película que transcurre delante de nuestros ojos, y donde las escenas más importantes desfilan a velocidad de vértigo. Quizás la definición de película no sea la más adecuada, ya que pudiera parecer que es en dos dimensiones sobre una pantalla, pero quizás tampoco las películas de tres dimensiones, tan en boga hoy en día, dieran la adecuada descripción, ya que las personas involucradas son más bien testigos de escenas que se vuelven a repetir delante de sus ojos con todos los ingredientes de la realidad. Se ha visto que no es imprescindible que la persona se encuentre literalmente al borde de la muerte. Respecto a los fragmentos de memoria obtenidos, resulta de sumo interés el estudio realizado por Stevenson, en 1995, analizando aspectos de la memoria panorámica. En dichos estudios, realizados en parte sobre publicaciones anteriores y en parte sobre la propia cosecha de los autores, se observa que entre el 84 y el 88 por ciento de las personas que han sufrido una ECM describen las imágenes como muy vívidas. Asimismo, en el estudio se repitió que hasta un 71 por ciento experimentó la sensación de que el tiempo se paraba, mientras que un 20 por ciento notó que el tiempo iba más rápido. Tan solo un 7 por ciento advirtió que el tiempo fuera más despacio. Según las conclusiones de Stevenson: «El hallazgo más importante de este estudio es la evidencia de una gran variedad de revisiones vitales que puede experimentar el sujeto. La idea generalizada de que se revisa absolutamente toda la vida (panorámica) es falsa, ya que tendemos a creer que sucede en todas las experiencias. No es menos cierto que algunos individuos la sufren de esta manera, si bien la mayor parte no lo hace así».
Según Elena, que sufrió un principio de ahogamiento, parece que vio correr su vida hasta el último detalle, pero en sentido inverso: «Creo recordar que tendría unos nueve años. Era verano y estaba con mis primos en la piscina del pueblo, nadando. Yo no sabía nadar bien y llegó el punto en el que quería llegar a la orilla opuesta para agarrarme y descansar. Tan solo me quedarían dos palmos para llegar cuando de repente me empecé a hundir por el cansancio y yo hacía fuerza para salir. En ese momento sentí que se me agotaban las fuerzas, dejé de respirar y ya no pude sacar las manos fuera. Comencé a sentir una tranquilidad extraña, pero bonita a la vez. Vi pasar toda mi vida en fotos, una tras otra desde la edad que tenía hasta que me veía de bebé, una detrás de otra, y a continuación la luz blanca. Recuerdo que para mí el túnel fue ver pasar mi vida en fotos. No recuerdo el túnel negro con la luz blanca al fondo, sino el recuerdo de mi vida en fracciones de segundo, ¡sin escaparse ni un solo año vivido! También recuerdo tener la luz blanca delante de mí. Súbitamente, mi primo que estaba a mi lado me sacó del agua. Dejé de sentir esa paz increíble de explicar. Tuve la sensación de que se para el reloj, pero todo sigue igual de bien. Lo que sí diré es que esta experiencia me marcó de alguna manera. Yo no se lo dije nunca a nadie, hasta que a los doce o trece años de edad se lo conté a mi madre. No sabía muy bien lo que había vivido, pero me gustó, aunque de verdad me estaba ahogando». Ring observó que las personas que habían sufrido una ECM y que reportaban una experiencia de visión panorámica solían ser en su mayoría sujetos que se habían visto involucrados en accidentes (55 por ciento) más que en otras circunstancias como, por ejemplo, enfermedades o intentos de suicidio (16 por ciento). Las experiencias son vívidas, rápidas y desconectadas de los mecanismos habituales de evocación. Asimismo, se producen alteraciones en el tiempo y en el espacio, y una sensación de encontrarse fuera de la realidad. Algunos testimonios resultan tremendamente esclarecedores de lo que significa recordar detalles, como por ejemplo: «Podía saber hasta la temperatura del aire. En ese momento me encontraba en mi etapa de ocho años de edad rodeado de mosquitos. En mi revisión vital podría haber contado hasta los mosquitos que me rodeaban con total exactitud. Todo era más certero de lo que posiblemente podría haber percibido en la realidad del evento original».
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Ciertamente, la mayor parte de las imágenes suelen tener, según parece, una importante carga emotiva, o quizás sean esas las que luego se recuerdan con mayor intensidad. No siempre son necesariamente agradables. Respecto al número de memorias y el entorno en que ocurrían, es interesante mencionar el siguiente testimonio: «Las memorias acudían a mi memoria en su posición temporal exacta. Ni antes ni después. Es como si toda mi vida volviese a suceder otra vez. Miles de imágenes y escenas se sucedían camino al hospital. Me encontraba, literalmente, en una nube de la que salía y entraba de manera esporádica. Era como si algo tuviese un mando a distancia que controlase la aparición de las imágenes y su velocidad de presentación. El tiempo era irrelevante, podía ir hacia delante o hacia atrás con suma facilidad». En Australia, en 1988, Keith Basterfield observó que de doce pacientes que habían sufrido una ECM tan solo dos reportaron haber vivido una revisión vital. Uno de los estudios que más me ha llamado la atención es el realizado por David Rosen, en 1975, en el que encuesta a ocho de un total de diez personas que sobrevivieron a diferentes intentos de suicidio arrojándose desde el mundialmente famoso puente Golden Gate, en la ciudad de San Francisco. Rosen planteó cuestiones relacionadas con su intento de suicidio, tales como su experiencia como suicidas y alguna posible ECM. El grupo de entrevistados estaba compuesto por siete varones y una mujer, con una edad media de veinticuatro años, y resulta importante reseñar que tres de los ocho se encontraban en tratamiento psiquiátrico previo. Resulta curioso que casi la mitad de ellos afirmara que nunca se habrían intentado suicidar si el puente no hubiera existido. Y también indicaron que el propio nombre, Golden Gate (puerta dorada), influyó en su fatídica decisión. Para entender qué puede suceder durante esa caída conviene conocer algunos datos. Por ejemplo, la altura en la zona central del puente hasta la superficie del agua es de aproximadamente 70 metros. Un cuerpo humano llega a alcanzar los 120 km/h antes de impactar contra el agua. Es decir, que el sujeto cae durante un periodo que oscila entre tres y cuatro segundos, y que este breve tiempo puede ser, según parece, eterno para algunas personas. Más aún, en el estudio de Rosen cinco de las ocho personas afirmaron que la caída pareció durar desde horas, hasta una eternidad. Resulta llamativo que en otras situaciones similares, como en las caídas por accidentes de montañismo, se den situaciones similares. Un aspecto a resaltar es el momento psicológico y nuestras reacciones en el momento del accidente, lo que podría ayudar a comprender cómo, en vez de pánico y embotamiento mental, se viven otros sentimientos más acordes con el tema que estamos tratando.
Por ejemplo, una de las personas que entrevista Rosen afirma: «Era una sensación buena, no grité para nada. Fue la sensación más placentera que nunca he tenido. Vi el horizonte y el cielo azul y pensé en lo bello que era todo». Otro superviviente dijo encontrarse muy tranquilo, como si fuera un sueño y que nunca pensó en que se estaba muriendo. Otro sujeto notó una sensación de alivio y paz durante la caída. A algunos parece que la experiencia les haya dejado psicológicamente atrapados en ese momento: «Todavía me encuentro en algún lugar entre el puente y el agua». Sin embargo, es de resaltar que en el estudio de Rosen ninguno de los ocho supervivientes tuvo la sensación de revisión de la vida. Tan solo uno creyó reconocer a su padre en uno de los empleados del puente que se le acercaron para disuadirle del suicidio y otro llegó a pensar, durante la caída, que era inocente, además de tener un pensamiento acerca de la bondad de su madre. En el caso de los supervivientes de suicidio con una decisión tomada de antemano, que han meditado sobre su acto y, en muchos casos, han realizado un examen de su vida en los días anteriores, no se suele presentar la revisión brusca y rápida que suele ocurrir en las personas que, por ejemplo, padecen un accidente y necesitan una orientación espaciotemporal, quizás comparando el evento momentáneo y traumático con sus memorias y vivencias anteriores. Es llamativo que la revisión vital se mencione en muchas religiones. Algunas lo encuadran dentro del concepto de juicio vital, que determina las bondades o los errores de nuestras vidas y que catalizan una condena o absolución. En definitiva, un balance de la situación en presencia de una entidad que parece entenderlo todo. Más aún, ese entendimiento de lo que aconteció se ve acompañado de valoraciones propias, en las que emociones se van desarrollando paralelas a lo que se desliza delante de nuestros ojos. En elLibro del esplendor (Zohar) de la cábala judía se describen varias tradiciones en relación al destino de la persona y de su propia alma relacionadas con la muerte. En este caso no es la persona moribunda, sino el mismo Dios el que realiza la revisión: «Cuando Dios decide recibir de vuelta un espíritu humano pasa revisión a todos los días de la vida de esta persona mientras se encontraba en este mundo. Radiante el hombre cuyos días pasen delante del Rey sin culpa alguna, sin que Él rechace ni uno solo debido a un simple pecado». Una vez que se ha llevado a cabo la revisión de nuestra vida, se produce la decisión de seguir adelante o, por el contrario, volvernos por donde hemos venido. Esta decisión no parece ser del todo voluntaria, ya que en muchas ocasiones la entidad o el familiar que nos ha recibido nos recomienda u ordena, dependiendo de los casos, dejar nuestra muerte real para mejor momento. Algunas personas describen en ese escenario a una entidad vestida de blanco que telepáticamente (o al menos sin palabras) establece ese diálogo, mientras el resto de familiares se posiciona silenciosamente en segundo plano. Más allá de ellos nadie parece ver o vislumbrar qué es lo que hay.
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Robert Brumblay afirma cómo el tiempo y el espacio se encuentran íntimamente relacionados desde que se desarrolló la teoría de la relatividad por parte de Albert Einstein. Si las dimensiones espaciales son percibidas de una manera distinta durante las ECM, también sería de esperar que el tiempo fuese percibido de manera alterada respecto a la normalidad. La mayor parte de las personas que han sufrido una ECM suelen afirmar que se sentían como si estuviesen fuera del tiempo durante el transcurso de su experiencia. Si pudiésemos movernos realmente fuera del tiempo, ¿qué es lo veríamos o sentiríamos? Si el tiempo se considera una dimensión íntimamente relacionada con las dimensiones espaciales, sería lógico considerar que al encontrarnos en una región hiperdimensional tendríamos una percepción del tiempo semejante a la de los objetos espaciales en esta supuesta cuarta dimensión. Es decir, seríamos capaces de percibir acontecimientos que ocurren a lo largo de mucho tiempo y verlos de manera instantánea. O incluso ver acontecimientos que han ocurrido en el pasado o en el futuro como si de una misma cosa se tratase. Mientras que los objetos del pasado aparecerían de una forma fija, los del futuro aparecerían de forma incompleta. El futuro podría incluir un número de diferentes posibilidades que podrían ir cambiando según la posición del observador. Algunos aspectos de las ECM parecen ser traducidos de una forma metafórica por los que las han vivido, ya que no pueden explicar con claridad la temporalidad alterada. Por ejemplo, la decisión de volver o no a la vida durante una ECM parece estar asociada con una representación física de unos límites a partir de los cuales ya no se puede volver. En su primer libro, Raymond Moody relata cómo este límite parece ser un brazo de agua, una niebla gris, una puerta, una reja en un campo o simplemente una línea. Todas parecen ser representaciones metafóricas de un punto de decisión a partir del cual ya no se puede volver a la vida. En definitiva, una metáfora perceptiva del pasado y del futuro. Según Robert Kastenbaum, en su obra “Consideraciones psicológicas del proceso de morir”: “La muerte no existe en un mundo sin tiempo ni espacio. Ahora Besso (un viejo amigo) se ha ido de este mundo tan solo un poco antes que yo. Eso no significa nada. Personas como nosotros sabemos que la diferencia entre pasado, presente y futuro es tan solo una mera ilusión persistente”.
Una vez que se ha pasado la fase extracorpórea, se llega a una fase de intensa luminosidad donde suelen habitar seres o entidades de diversa índole. En ocasiones son personas por nosotros conocidas pero que fallecieron hace tiempo, tales como familiares o amigos. El conocido investigador Kenneth Ring afirma que el 41 por ciento de las personas que han sufrido una ECM se encuentran con alguna presencia, mientras que el 16 por ciento se encuentra con alguna persona, ya fallecida, a la que quiso en vida. Greyson asegura que de 250 casos de su muestra, hasta un 44 por ciento llegó a encontrarse, durante su ECM, con personas ya fallecidas. En muchos casos se ha atribuido este tipo de experiencias a alucinaciones o a deseos muy íntimos de reunirse con personas muertas. Sin embargo, si observamos estudios de personas que han sufrido alucinaciones, lo que suelen percibir es la ilusión de personas que todavía están vivas. Asimismo, si fuese todo ello tan solo un problema de meras expectativas, es decir, de desear ver a determinadas personas que ya murieron, no ocurriría, entonces, la visualización de personas, como de hecho ocurre numerosas veces durante la ECM, que uno desconoce o que, por el contrario, aún viven. Más aún, si todo fuera cuestión de expectativas, entonces también sería difícil comprender por qué muchas de las personas que sufren una ECM dicen volver a la vida terrenal porque echan de menos a los que han dejado atrás. Por ejemplo, Pim van Lommel relata el caso de un hombre que durante una parada cardiorrespiratoria se encontró con un desconocido. Pasados varios días después de ser resucitado, este hombre supo, a través de su madre, que su nacimiento había sido fruto de una relación extramatrimonial con una persona que había muerto durante la guerra. Una vez que la madre le enseñó una fotografía de su padre biológico, reconoció de manera inmediata a la persona que había visto durante la ECM. Otro testimonio dice: «Mi madre sufrió un infarto de miocardio y estuvo muerta durante varios interminables minutos. Los médicos la resucitaron, y después de torturas indecibles la llevamos a casa. Nunca le comentamos lo de su muerte. Cuando se pudo comunicar nos hablaba de un hombre de oro que la llevó por un palacio ubicado sobre las montañas y que en los cuadros colgados de las paredes vio, en tres dimensiones, asuntos de la familia que ya habían sucedido». Un interesante estudio realizado por Emily Kelly, en 2001, describió, al analizar 74 casos, un total de 129 encuentros con espíritus. La mayor parte de estos casos (81 por ciento), relacionados con personas que habían sufrido una ECM, consistió en encuentros con personas ya fallecidas de la generación anterior, en su mayoría de la propia familia. El resto (16 por ciento) fue con personas de la propia generación, como parejas o familiares, e, increíblemente, una parte (2 por ciento) fue con personas de la próxima generación (hijos o sobrinos). Más aún, esta autora fue capaz de clasificar dichos encuentros según su cercanía emocional, de forma que las personas que vivieron estas ECM describieron el encuentro con el espíritu correspondiente como: muy cercano (39 por ciento), cercano (28 por ciento), amistoso (13 por ciento) o pobre (3 por ciento). Un 16 por ciento dijo no conocer a la persona con la que había tenido dicho encuentro.
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Curiosamente, Kelly encontró una asociación estadísticamente significativa entre conocer a la persona ya fallecida en dicho encuentro y el haber sufrido la ECM en un contexto de accidente o de parada cardiaca antes que en otro tipo de situación límite vital. Asimismo, los encuentros en los que las personas decían haber visto a parientes ya fallecidos también presentaban mayor índice de vivencias relacionadas con el túnel de luz, o bien la alternancia de luz y oscuridad. Otro resultado estadísticamente significativo de este mismo estudio fue la relación de que cuanto más cerca se estuvo de la muerte, mayor era la visión de espíritus de fallecidos. En otros casos, la experiencia resulta aún más impactante, ya que el encuentro se da con personas ya fallecidas a las que apenas se llegó a conocer y que, según los estudios de psicología actuales, no se podrían rememorar en detalle. A este respecto, un testimonio cuenta: «Tenía unos cinco o seis años de edad cuando tuve una parada cardiaca. Vi a mi madre, que había muerto. Yo no tenía recuerdos de ella porque había fallecido cuando yo solo tenía ocho meses de edad. Me llevaba de la mano y me dijo que no mirara para atrás, pero desobedecí y lo hice: me vi tumbada al lado de mi abuela. Había mucha gente que aparecía por los lados. Había mucha luz. Me puse a gritar porque al volverme me veía allí tirada, al lado de mi abuela. Mi madre me dijo que si volvía nunca me separara de mi abuela. De repente desperté sobresaltada porque mi abuela me estaba zarandeando y gritándome. Lo más terrible del caso es que mi tía me enseñó una foto de mi madre y me dijo que con esa ropa la habían enterrado». En otros casos, la presencia de una entidad adquiere forma casi divina: «No sé con quién hablé. No le conozco: tenía una cara muy feliz y su piel reluciente y el pelo castaño. Recuerdo el color de su piel perfectamente, y el viento y la paz. En fin, fue emocionante. No tengo miedo a volver a sentirlo». En algunos casos, la persona llega a encontrarse con animales que fueron mascotas suyas. En otros ejemplos no se conoce relación entre la persona que sufre la ECM y el animal. Por ejemplo, Isabel, una persona que ha sufrido en su vida dos ECM debido a su precario estado de salud, nos relata: «La persona de piel dorada me mostró a un espíritu de un perro. Bueno, me hizo recibirlo. Me dijo que en unos días ese animal iba a llegar allí y que tenía que recibirlo. Luego me mostró a alguien y me dijo que ya tenía que irme. Sentí cómo me caía al vacío y ahí desperté, en el quirófano. De lo que me operé no era grave, pero sentía desde hacía tiempo que algo iba a ir mal».
El contacto y la comunicación tanto con los familiares como con las entidades es telepático. No hay diálogos que resuenen en nuestros oídos. De manera sencilla pero eficaz, nuestras mentes captan como si fuesen verdaderas revelaciones las ideas que nos quieren transmitir y, a diferencia de lo que ocurre en las experiencias extracorpóreas, en las que tan solo podemos oír lo que ocurre fuera, aquí sí hay comunicación bidireccional. Es el caso que relata un enfermero de un gran hospital, en referencia a un paciente: «El paciente tenía las dos piernas amputadas a causa de un proceso crónico de diabetes. En la segunda operación le seccionaron una arteria accidentalmente y tuvo una gran hemorragia. Me contó que de repente se vio en un prado maravilloso. A lo lejos veía una luz intensa. Él caminaba hacia esa luz que se iba agrandando en intensidad, si bien, antes de llegar a la luz, apareció un ser con pelo y barba blanca que telepáticamente le comunicó que volviera, que no era su tiempo. Y claro que volvió: cuando despertó ya estaba en planta». El hecho de que la comunicación entre el superviviente a la ECM y la forma espiritual sea telepática apunta en la dirección de un universo donde el pensamiento reina sobre todo lo demás. Un testimonio relata: «Sentí una voz que me hablaba y me vi en un monte donde había un árbol. Me dijo que era el árbol de la vida. Hablaba con un hombre de piel dorada… Sentía tanta felicidad. Este hombre me dijo un montón de cosas. No las recuerdo todas, pero otras las reservo para mí. Perdonad que lo haga. Sé que sentía mucha fe, esperanza y felicidad. Con todo lo que me dijo llegué a sentir mucha paz». En la mayoría de los casos, los familiares, o la entidad, piden al sujeto que vuelva a la vida terrenal. Cosa obvia porque, en caso contrario, habría sido imposible entrevistarles. Seguramente el papel de estos familiares o entidades sea el de actuar de mediadores entre este mundo y el más allá. Quieren protegernos y explicarnos lo que está sucediendo durante nuestro proceso. En el caso de los familiares fallecidos, obviamente ya pasaron por esto y poseen la experiencia necesaria para tranquilizarnos. Resulta también frecuente que dichas entidades, sean de aspecto divino o familiares, hagan confidencias en forma de revelaciones a la persona que padece la ECM. No siempre se recuerdan y, en otras ocasiones, dado que afectan a personas de su entorno, muchos no quieren desvelarlas. Un testimonio relata: «Ya quisiera acordarme de lo que me contó, pero fue como cuando bajas la voz de la radio. Asentía con la cabeza, pero no recuerdo. Sin embargo, recuerdo que con lo que me decía yo estaba feliz, muy feliz. Me llenó de fe, esperanzas y mucha felicidad [...]. Lo que más miedo me da es que pronto estaría allí con Él. Me dijo que ese iba a ser mi lugar y también me contó cosas que van a sucederme. Que había que estar preparados. Tuve una charla muy larga. No recuerdo todos los detalles de lo que me contó, pero no debían de ser malas noticias, porque yo sonreía. Me daba muchas esperanzas, mucha felicidad, y me mostró el rostro de una persona a la que yo amo. Me dijo que iba a estar allí conmigo. En ese momento me hizo caer al vacío con su voz de fondo diciéndome: “Ahora tienes que irte”».
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Henry Abramovitch nos describe el caso de un paciente que después del túnel se encuentra con un ente divino, con quien establece un diálogo: «El padre me miró con sus ojos penetrantes y expresión seria y en silencio me preguntó: “¿Qué haces aquí?”. Ignoré su pregunta y le dije: “Por favor, padre, ayúdeme, alargue su mano y sáqueme de aquí”. Él me volvió a preguntar: “¿Qué haces aquí?”. Yo contesté: “He traído las herramientas conmigo. Pinturas negras y brochas. Quiero pintar y grabar en la roca de esta colina el siguiente verso: ‘Recuerda: amarás al extranjero, al huérfano y a la viuda’”. “Eso no tiene sentido —contestó—. Esas palabras han estado escritas en el Libro desde hace miles de años”». Resulta llamativo que en culturas tan apartadas de la occidental como la melanesia se tengan visiones tan similares a las occidentales y a las de otros puntos del planeta. Dorothy Counts relata la ECM de un miembro del Parlamento de Kaliai (Melanesia) en la década de 1980: «Vi un grupo de aulu[espíritus de los ancestros] que me enseñaron un camino. Lo seguí y vi a un hombre de piel blanca y hábitos largos y también blancos con barba y cabellos largos. Estaba lleno de luz, como si un foco le fuese dirigido, si bien no había luz en torno a él. A la vez, su luz parecía estar dirigida directamente a mí. Tenía manos grandes que sostenía hacia arriba y con las palmas hacia mí, bloqueando el camino. Movió sus dedos como indicando que me detuviese. Me miró y me indicó que volviese por donde había venido». Bonenfant describe el caso de un niño que sufrió un accidente de automóvil y, tras este suceso, vivió una serie de encuentros con entes conocidos entre los que estaba un tío suyo ya fallecido. Lo llamativo del caso es que el familiar vestía un traje gris, hecho muy significativo, pues no solía ponerse trajes y el niño nunca lo había visto vestido con ellos. La madre comentó a la vuelta a la vida del niño que, justamente, su tío había sido enterrado con un traje similar al descrito en el encuentro del túnel. Las entidades también se presentan justo después de la luz. Por lo general, si lo hacen, no se presentan los familiares, y viceversa. El aspecto es idealizado: túnicas blancas, volátiles, infunden tranquilidad al que está pasando por el vértigo del túnel para aflorar en la luz cegadora y encontrarse con el personaje. Estas referencias ocupan un lugar primordial en prácticamente todas las culturas y todas las religiones del mundo. En la nuestra, cristiana y occidental, podríamos denominarlos ángeles por su peculiar aspecto. En religiones tan antiguas como la de los mazdeístas también se describe el encuentro con familiares ya fallecidos. Más aún, en unos textos denominadosDatastan-i-Denik se afirma que las almas recién llegadas al más allá son prevenidas por amigos o por familiares ya fallecidos, que les informan de todas las bondades de su nueva estancia en ese reino extraterrenal.
Sutherland también describe otro caso en el que una mujer que había padecido una ECM se encontró con dos niñas pequeñas, una de las cuales dijo llamarse Olivia. Al recuperar la consciencia y contarle el suceso a su madre observó una intensa reacción emocional, hasta que ella le contó que Olivia era una hermana mayor que había fallecido antes de su nacimiento. Otro testimonio interesante relata: «Tenía tan solo ocho años cuando a raíz de un ataque de asma me encontré tumbada en una mesa de comedor enorme con el médico mirándome y mis padres alrededor. Recuerdo la enorme lámpara encima de mí. De repente, las voces empezaron a ser más lejanas y la luz más intensa. Mi sensación de malestar por no respirar pasó a ser bienestar, era como si sintiera que flotaba. Tan solo veía una intensa luz blanca. En la parte izquierda de esa luz vi una imagen de una mujer guapísima. Nadie me habló, solo sé que me sentía bien. Respiraba perfectamente y no me dolía nada. No sé cuánto tiempo pasó, tan solo sé que, poco a poco, volví a ir escuchando las voz del médico y vi a mis padres llorar, hasta que todo fue normal y volví a ver la lámpara encima de mí». Los encuentros con Dios tampoco resultan extraños a los niños. Por ejemplo, Fenwick apunta el caso de un niño que sufrió una ECM debido a una meningitis y que súbitamente se encontró en otro mundo lleno de belleza. El chico relata: «Y entonces se supone que me encontraba en presencia de Dios, a pesar de que no podía verle. Me cubrió con una fuerza invisible que me hizo sentir cálidamente seguro». El doctor Eben Alexander, neurocirujano desde hace más de veinticinco años, ha trabajado en instituciones tan prestigiosas como la Facultad de Medicina de Harvard y ha lidiado con cientos o quizás miles de pacientes que sufrían tumores cerebrales, aneurismas, infecciones o accidentes cerebrovasculares, muchos de ellos rendidos a estados comatosos. Según cuenta el Dr. Gaona, el día 10 de noviembre del año 2008 el propio doctor Alexander sufrió un coma debido a una infección de meninges provocada por una bacteria. Pocas horas después se encontraba en la Unidad de Cuidados Intensivos bajo ventilación asistida, atendido por sus propios compañeros. Después de varios días de ser tratado con cantidades ingentes de antibióticos sin responder a los mismos, los médicos comenzaron a perder las esperanzas respecto a su vida y más aún en referencia a su recuperación. Sin embargo, siete días después le fue retirada la ventilación asistida, y, poco a poco, el doctor Alexander comenzó a recuperar la consciencia. Los recuerdos del coma se encontraban inmersos en una inmensa niebla donde las memorias aparecían fragmentadas. El médico había perdido el habla, así como multitud de funciones cognitivas.
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Durante el coma dijo encontrarse en una situación prácticamente idílica, con la consciencia totalmente alerta y despierta. Tuvo la experiencia de ser transportado por bellos paisajes en una especie de mariposa gigante. El doctor, al igual que en los mejores relatos de fantasía, iba sentado en una de sus alas mientras recorría inmensas extensiones de terreno durante un tiempo que, bajo ese estado comatoso, le resultaba imposible de precisar. Pero quizás no sea eso lo más llamativo, ya que durante esos viajes le acompañaba otra persona: una chica de unos diecinueve años que le protegía y consolaba durante su estancia en esa especie de más allá. En muchas ocasiones, según el doctor Alexander, la chica que actuaba de acompañante iba sentada en la otra ala de la misma mariposa. Mientras, telepáticamente, se comunicaban e intercambiaban información. La bella muchacha le consolaba y le fortalecía, asegurándole que su recuperación se encontraba cercana. Una vez que el doctor Alexander se recuperó del coma, comentó esta historia a sus padres, intentando encontrar algún tipo de significado que pudiera orientarle. Para su sorpresa, los padres le comunicaron que él había sido adoptado siendo muy niño. El pobre Alexander no salía de una sorpresa para caer rápidamente en otra. No satisfecho con la explicación que le habían otorgado sus padres respecto a su adopción, comenzó a buscar, a través de los Servicios Sociales del Estado de Virginia, quiénes eran sus padres biológicos. Una vez que logró dar con sus nombres y dirección tuvo la valentía de ir a visitarles. Huelga decir que el encuentro fue de lo más emotivo. Durante esta entrevista con los padres biológicos, el médico relató la situación límite que había experimentado unos meses antes y, lógicamente, hizo hincapié en la aparición de esa figura femenina, de aproximadamente diecinueve años, que le había escoltado y protegido durante el tiempo de la enfermedad. Los padres biológicos se abrazaron y comenzaron a sollozar, para sorpresa del neurocirujano. Había ocurrido algo impensable: el personaje al que se refería Alexander en sus minuciosas descripciones no era otro que una hermana biológica que había fallecido años antes, cuando tenía la misma edad que el personaje que había acompañado al medico en su ECM. La madre salió del cuarto donde se habían reunido y regresó pocos momentos después con una fotografía, cuyo rostro era precisamente el de la mujer joven que vio el doctor durante la ECM. El doctor Alexander, al igual que muchas otras personas que han sufrido ECM, atravesó un intenso y positivo cambio de personalidad que ha hecho que, en la actualidad, sea una persona más proclive a centrarse en las cuestiones no materiales. Según un testimonio que sufrió una ECM: “En una de mis visitas a la luz me fue revelado que la frecuencia de aparición de las ECM irían incrementándose entre los humanos y que, una vez alcanzada una masa crítica, se produciría un enorme efecto sobre la humanidad. Toda esta gente que vuelve de la muerte te está diciendo que hay mucho más allá de lo que pensamos”. Dorothy Counts describe el caso de un habitante de la Melanesia que durante su ECM paseaba por campos de flores y de luces, incluso por caminos en los que debía escoger su sendero. Al llegar a una casa vio niños, sobre plataformas, encima de las ventanas y de las puertas. La casa parecía rotar sobre un eje mientras la persona, inmóvil, tan solo veía su exterior. Una vez dentro, la cosa pareció cambiar: «Había todo tipo de cosas dentro de esta casa y yo quería verlas todas. Algunos hombres trabajaban con acero, otros construían barcos y otro grupo construía automóviles».
Estos entornos que se presentan durante las ECM positivas suelen ser realmente espectaculares. Por ejemplo, los budistas llegan a encontrarse en paraísos llenos de lagos, joyas, bellas fuentes y flores, y se escuchan constantemente los textos sagrados. Es un reino donde no existe ningún tipo de necesidad ni sufrimiento. Las personas que han alcanzado este paraíso se sientan sobre lotos en el centro de un lago cristalino. En el caso de los musulmanes el Coránafirma que el paraíso está constituido por aguas cristalinas, especialmente atractivas para los árabes que viven en el desierto. Asimismo, el paraíso está plagado de los más exquisitos metales y piedras preciosas. Sin embargo, la mayor alegría que está esperando a los creyentes en el paraíso no son los bienes materiales, sino los espirituales y la alegría de poder ver a Alá. Al mismo tiempo, el infierno de los musulmanes se parece mucho al cristiano, en el que el elemento fuego es el principal. Respecto a estos entornos, vale la pena plasmar la experiencia que tuvo una mujer durante una cesárea de urgencias que se complicó debido a una intensa hemorragia: «Fue en septiembre de 1994. Me introducen en la sala de quirófano, ya que me van a practicar una cesárea. Los enfermeros me atan con unas cintas de cuero y hay gran movimiento de gente vestida de verde. Me están preparando para la intervención. Un señor con mascarilla me coloca una transparente. El aire que respiro parecía solo eso, aire, no olía a nada. Me dice aquel hombre que ha llegado el momento y que van a comenzar. Me asusté muchísimo y le dije: “¡Espere, cómo va a empezar, aún estoy despierta!”. Comencé a gritar y removerme pidiendo que esperaran, cuando unos segundos después me quedé profundamente dormida. Al principio eran sueños de lo más vulgares, los típicos. De repente sonó un golpe seco y se volvió todo negro. Los sueños cesaron totalmente. Pude estar así unos segundos. Entonces aparecí volando. Era un vuelo rápido y rasante, sobre un espectacular campo de girasoles de unos colores especiales. No se veía cielo, solo una luz de fondo preciosa que cada vez se fue haciendo más y más amplia, hasta que las flores desaparecieron y todo fue inundado por esa luz. Una luz preciosa, brillante, como azulada. En poco tiempo sentí como si me empujaran hacia abajo y me vi en el exterior del hospital. Podía ver tanto el interior del quirófano como el exterior, todo desde arriba. Vi cómo me estaban reanimando. Había tres hombres y dos mujeres, por las voces y los ojos lo intuí. Sentí una paz inmensa. Era maravilloso, no había sensación de dolor, ni prisas, era una felicidad indescriptible. No sé cómo describirlo bien, la verdad. Oí una voz que no era ni de hombre ni de mujer, más bien parecía una mezcla, que me dijo que no era mi hora: “Tienes que volver”. Me enfadé y le dije que no, que no quería volver. Era como si en mi interior algo me dijera que abajo todo estaría bien y que todo saldría adelante sin mí. Perdí totalmente el apego por lo que tenía. Entonces sentí que alguien me empujaba fuertemente hacia abajo, me volví a elevar y me volvieron a empujar aún más fuerte. De sopetón abrí los ojos y me vi rodeada de gente en el quirófano, y la enfermera pellizcándome con mucha fuerza diciendo: “Madre mía, que no se despierta esta hija de pu…”».
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Según el Dr. Raymond Moody: “Las ECM nos sorprenden sobremanera porque son la prueba más tangible que se puede encontrar de la existencia de la vida espiritual. Son verdaderamente la luz al final del túnel”. El regreso de la ECM no es asunto fácil, ya que la persona se encuentra embriagada de luz y satisfacción y, encima, rodeada de familiares ya fallecidos a los que apreciaba. Entonces, ¿por qué vuelve? Una de las ideas más repetidas en las ECM es que la entidad les recomendaba regresar para completar su ciclo vital o los proyectos que todavía no había acabado. Marta nos cuenta: «Enseguida empecé a bajar a mucha velocidad y sentí perfectamente cómo mi espíritu encajó en mi cuerpo. Al principio no podía reaccionar y me quedé como paralizada, pero una vez que me tranquilicé pude darme cuenta de lo que había pasado». Este regreso coincide con las maniobras de resucitación en las que, muchas veces de manera brusca, el sujeto vuelve a su cuerpo despertando casi de inmediato. Kenneth Ring afirma que el 57 por ciento de las personas que han sufrido una ECM deciden retornar a la vida de forma más o menos voluntaria, ya sea por encontrarse con seres que les aconsejan tomar esa decisión o por cualquier otra razón. Si bien la mayoría de las personas que han sufrido una ECM desearían volver a tenerla e incluso ya no temen a la muerte, no es menos cierto que en los primeros estadios el deseo de volver al cuerpo, durante el trayecto del túnel, suele ser bastante fuerte, entre otras cosas por el natural temor ante lo que nos vamos a encontrar más adelante, lo desconocido. Habitualmente, pasar la zona más oscura del principio y llegar hasta los seres queridos o hasta el ser luminoso produce tal satisfacción que el deseo de volver queda descartado prácticamente de inmediato. En otras personas aparecen sentimientos ambivalentes ya que, por ejemplo, poseen una familia y, a pesar de encontrarse fenomenalmente en la nueva situación, desean volver a la vida normal. Para algunos parece ser el resultado de una mera decisión personal. Es decir, de un breve pero conciso balance de la vida y de la situación personal que les impele a, si existe la posibilidad, tomar el tren de vuelta por el mismo túnel por donde han venido. Otro grupo, particularmente los que se encuentran con la figura divina o ser de luz, parece dejar en sus manos la decisión. Este personaje, al que muchos identifican con Dios, les indica con claridad que no es el momento adecuado para abandonar la vida terrenal y, en ocasiones, arguye distintos motivos para convencerles de que deben volver.

Abramovitch describe, en 1988, el caso de un paciente judío que durante un ataque cardíaco se encontró con una figura a la que identificó con Dios: “Ya se te ha hecho muy tarde. Vuelve, hijo mío, antes de que sea demasiado tarde”. Me levanté y estiré todo mi cuerpo. Llegué a ponerme de puntillas. Elevé mis dos manos y grité: “Padre, déme la mano, ayúdeme”. Él no respondió. Perdí el equilibrio, resbalé y caí. Un dolor lacerante paralizó mis pies. Me volví y miré al Padre. Una agradable sonrisa cruzaba sus labios al mismo tiempo que su imagen comenzaba a disolverse y a desaparecer. Ya no podía volar, ni siquiera caminar, así que comencé a gatear. El arrastrarme por el suelo me causaba gran dolor, pero iba avanzando. De repente vi mi cuerpo abandonado. Sostuve sus brazos, sus manos sobre las mías, sus ojos sobre los míos. No dije una sola palabra. En mis oídos todavía escuchaba el eco del Padre: “Vuelve antes de que sea demasiado tarde”. Mis sentidos se apagaron y volví a perderme en la oscuridad». Poco después, despertó en el hospital”. Un tercer grupo es el que se encuentra, para gozo del potencial difunto, a un grupo de familiares o amistades que, asemejándose a la entidad divina o ser de luz, recomiendan a la persona volver a su vida terrenal. Es llamativo cómo algunas personas no obedecen dócilmente las indicaciones, sino que entablan cierta discusión no violenta acerca de su continuación hacia adelante o, por el contrario, respecto a su vuelta. Un grupo de personas que han sufrido ECM, que no es especialmente abundante, es el que refiere que su vuelta no ha sido debida ni a ellos mismos, ni tampoco a influencias por parte de familiares o entidades divinas después del túnel, sino, paradójicamente, debido a los ruegos y plegarias de las personas que todavía se encontraban en esta vida o de ciertas «entidades divinas» que actuaron a modo de ancla para evitar la escapatoria de esa alma escurridiza. En otras ocasiones, como describe Counts en 1983, sobre un caso ocurrido en la Melanesia, las situaciones que conducen a la vuelta pueden ser un tanto peculiares: «Cuando fallecí todo estaba oscuro, pero finalmente llegué a un prado lleno de flores y repleto de luz. Caminé por el sendero hasta una bifurcación donde había dos hombres esperándome, uno a cada lado del camino. Cada uno de ellos me invitó a seguir por su particular camino. No tuve tiempo de pensar, así que me decidí por uno de ellos. El hombre tomó mi mano y me llevó a través del pueblo. Una larga escalerilla subía hacia una casa. Subí por la escalerilla y cuando ya me encontraba en la parte superior oí una voz: “No es tiempo para que vengas. ¡Quédate ahí! Te voy a enviar un grupo de personas que te ayuden a volver”. Pude oír su voz pero no pude ver su cara o su cuerpo». Más tarde se produce una situación en la que la persona parece poder elegir: «Iba a volver, pero no había ningún camino, así que la voz dijo: “Dejadle ir”. Entonces surgió un rayo de luz y pude caminar sobre él. Fui bajando por el mismo, y cuando me di la vuelta para mirar ya no había nada, tan solo un bosque. Me quedé pensando: “Sí, ya ha comenzado el duelo. Por mí no seguiré adelante, porque la voz me dijo: ‘Quédate ahí y escucha. Si no hay duelo y los perros no aúllan, puedes volver a la vida. Pero si hay duelo te vienes hacia aquí’”».
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Las personas que regresan de las ECM presentan sentimientos ambivalentes: una sensación de tristeza por volver unida a una alegría y paz interior indescriptibles por saberse conocedores de lo que hay más allá, además, como es lógico, de haber disfrutado de la experiencia per se. Hay que entender que una ECM puede ser el suceso más intenso de cualquier vida. Las personas a las que he entrevistado la recuerdan, y son capaces, incluso, de evocar las sensaciones muchos años después de haber ocurrido. Es decir, no solo se echa de menos la experiencia, sino las maravillosas sensaciones que suceden durante su transcurso. Uno de los denominadores comunes de esta etapa consiste en comunicar los sentimientos y las sensaciones a personas que sepan. La finalidad de comunicar la experiencia tiene varios motivos: buscar validación de la misma por parte de las personas queridas; compartir una experiencia que subjetivamente ha resultado positiva; explicar y negociar los cambios con las personas del entorno, ayudar a otros, reexperimentar el evento… Así lo explica un testimonio: «Cambias la forma de ver la vida, sabes que se te ha concedido una segunda oportunidad y sabes que lo único que te llevas contigo es el amor. Intentas hacer felices a los demás y te sensibilizas ante el sufrimiento ajeno. Eres máshumano. Pierdes el miedo a la muerte, pues en realidad no se muere, se despierta, se vuelve a casa». La experiencia puede ser positiva para muchas personas, pero no podemos negar que son numerosos los que la han experimentado y se han visto incomprendidos por la familia, los amigos o los compañeros de trabajo. Hay que darse cuenta de que las personas que han pasado por una ECM sufren importantes cambios en sus escalas de valores, pierden interés en las posesiones materiales y refuerzan las relaciones personales, hasta el punto de que muchos les ridiculizan por sus cambios de comportamiento. Algunos psiquiatras y psicólogos, desconocedores en profundidad del tema de las ECM, han llegado a insinuar que los síntomas podrían ser encuadrados dentro de alguna enfermedad mental o desorden psiquiátrico candidato a recibir tratamiento. Si bien la mayoría de las personas presenta una actitud positiva después de una ECM, no es menos cierto que en el periodo más cercano al acontecimiento se suele vivir un torbellino de emociones y casi de enajenación mental. Según Morris, los pacientes advierten que algo muy poderoso e importante les ha sucedido. Sin embargo, saben cómo interpretarlo. Poseen un intenso deseo de conocer el significado de su experiencia, pero les resulta vergonzoso ir haciendo preguntas sobre la misma. Por este motivo, la comprensión y el soporte emocional de la familia son de suma importancia durante este peculiar periodo de vulnerabilidad. Asimismo, el apoyo y validación de la ECM por parte de los médicos y demás personal sanitario resultan de suma importancia para el que la ha sufrido.

Fuentes:

  • José Gaona Cartolano – Al otro lado del Tunel
  • Andre Maurois – El Pesador de Almas
  • Raymond A. Moody – Vida despues de la Vida
  • Annie Besant – Vida despues de la Muerte
  • Alice A. Bailey – Una gran aventura: la Muerte
  • Ramacharaka, Yogi – La Vida después de la Muerte
  • Hanan Mochon Nissim Rab – Vida despues de la Muerte
  • Rimpoche, Sogyal – El libro Tibetano de la Vida y de la Muerte
http://oldcivilizations.wordpress.com/2014/04/07/que-hay-despues-de-la-muerte/

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