jueves, 6 de marzo de 2014

El dinero manda

El dinero manda

El dinero manda. Hace las reglas. Eso no es precisamente una noticia. Ha sido una verdad, en mayor o menor medida, en la mayoría de las sociedades desde el alba de la civilización. Ya en el siglo 17, el Siglo de Oro de la literatura española, durante las etapas tempranas de la transición del feudalismo al capitalismo, cuando los nobles feudales estaban siendo suplantados por las élites comerciales y financieras, el gran poeta Francisco de Quevedo lo resumió de manera brillante en un expresivo verso casi intraducible en toda su fuerza: “Poderoso caballero es Don Dinero”.
Lo que sí es nuevo globalmente y de manera especial en Estados Unidos, es la intensidad, omnipresencia, descaro y profunda institucionalización del influjo del dinero. Puede decirse que el absolutismo capitalista es tan tiránico como lo fue el de la forma monárquica. Las leyes del mercado se ven tan inmutables como el derecho divino de los reyes.
En nuestro propio patio, la legislatura de la Florida está tan influida por los cabilderos de los negocios y tan dependiente del dinero corporativo que debiera poner un cartel de “Se Vende” frente al Capitolio. Los que no tienen dinero y los cabilderos no tienen el poder para salvar sus vidas. El año pasado, la legislatura de la Florida hasta se negó a aceptar un regalo de dinero gratis de manos del gobierno federal para proveer de seguro de salud a cientos de miles de personas que se encuentran apenas por encima de la línea de pobreza –una elección perversa por la que muchos otros estados republicanos también optaron.
Y cuando los legisladores de la Florida decidieron cambiar la fórmula para determinar cómo se asigna el dinero estatal a los distritos escolares, condados como Miami-Dade, con una alta proporción de estudiantes pobres, fueron los más golpeados. La coincidencia a veces ocurre. Pero cómo escribí anteriormente en otro contexto, esta no es una de las veces.
Todo esto tiene una larga y desigual historia. Hace siglos, el ascenso del capitalismo incrementó grandemente el poder de Don Dinero y llevó al empobrecimiento, e incluso hasta la aniquilación, a millones de personas. La economía pura del libre mercado, por ejemplo, convirtió la plaga de la papa en Irlanda de un revés agrícola en una tragedia humana de hambruna y emigración. La esclavitud y la trata de esclavos estuvieron muy implicadas en el desarrollo del capitalismo. Subsiguientemente, muchas décadas de lucha por parte de obreros, reformadores, revolucionarios y románticos al fin tuvieron éxito, en los años posteriores a la 2da. Guerra Mundial y exclusivamente en el Oeste, al limitar los peores excesos a los cuales es propenso el capitalismo irrestricto. Esta nueva realidad fue expresada en una forma más pura en los estados de bienestar de Escandinavia y en su versión más diluida en Estados Unidos con su Nuevo Trato y la Gran Sociedad.
Por primera vez en la historia, hubo muchas sociedades en las cuales una mayoría del pueblo común podía vivir con un mínimo de dignidad y seguridad económicas y con temor disminuido a los accidentes y al curso inevitable de la vida –desempleo, lesiones, enfermedad, viudez, vejez. Este fue un gran logro de la humanidad, dignidad y seguridad, a pesar de sus defectos y limitaciones. Parecía desmentir las funestas predicciones de Malthus acerca del crecimiento de la población que condenaba el bienestar humano, así como la polarización de clases y el empobrecimiento de las masas que Marx previó como el futuro inevitable del capitalismo.
Sin embargo, en décadas recientes, el absolutismo capitalista ha estado ocupado convirtiendo en polvo gran parte de lo que había parecido tan humanitario, sólido e irreversible –pensiones garantizadas, sindicalización de la fuerza de trabajo, impuestos progresivos, expansión de la clase media, seguridad de empleo, un creciente nivel de vida, toda forma de ayuda a los pobres y a los vulnerables. La desesperación y la indigencia han regresado en grande, Irónicamente, los absolutistas capitalistas al estilo de Reagan, Thatcher, George W. Bush y casi la totalidad del Partido Republicano actual, parecen decididos a demostrar que Marx tenía razón.
La debacle financiera de 2008 dejó aparentemente a algunos países como Grecia sin otra oportunidad que la dura austeridad. Pero, como ha señalado el Premio Nobel de Economía y columnista de The New York Times, hasta un pequeñísimo país como Islandia podía ejercer el derecho (y así lo hizo) de no seguir el programa de los poderosos, el cual favorecía abrumadoramente a los acreedores sobre los deudores, y logró mejores resultados que los obedientes.
En contraste, Estados Unidos, la nación con el mayor grado de libertad en la creación de política económica, dado el tamaño de su economía y el singular papel global de su moneda, optó por rescatar a los mayores acreedores, la pequeña élite de titanes financieros de Wall Street con mayor responsabilidad en todo el asunto, mientras dejaba que el resto se hundiera sin un salvavidas. La imagen de millones de gente con hipotecas “bajo el agua”, como resultado de las prioridades gubernamentales, evoca el desastre del Katrina.
Y los absolutistas capitalistas aún no están satisfechos. ¿Cuál es una de las principales prioridades del gobernador Rick Scott para la próxima sesión legislativa de la Florida? Recortar aún más los impuestos; esto en un estado sin impuesto sobre la renta y una plétora de necesidades sin solucionar. A nivel nacional, los émulos de Eric Cantor y Marco Rubio continúan atacando los restos destrozados de la red de seguridad social.
El absolutismo del capital aún no ha terminado su curso. Al igual que el dogma del libre mercado que condenó a tantos irlandeses en el siglo 19, la economía que el capitalismo absolutista trajo aparejada en el siglo 21 es una que, según las palabras condenatorias del papa Francisco, mata. Para los lobos absolutistas del capitalismo en Wall Street y el Capitolio, la idea clave parece ser: “Que continúe la carnicería”.
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