El desciframiento de sus códigos echó por tierra muchas creencias infundadas y planteó nuevos misterios en el camino de develar cómo y por qué colapsó esa civilización.
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Fue una de las culturas más interesantes y enigmáticas de cuantas existieron en América y en el orbe. Su apogeo abarca desde aproximadamente el año 250 hasta el 900 de nuestra era y sus arquitectos erigieron algunos de los monumentos más singulares y exquisitos del continente. Sin embargo, transcurrieron 150 años antes de que pudieran ser conocidas y comprendidas la gramática y en particular la sintaxis de los jeroglíficos mayas, paso esencial hacia un auténtico discernimiento de aquella civilización, sus misterios y su colapso final.
Aunque tachados de exageración, algunos epigrafistas calificaron el descubrimiento como uno de los mayores logros intelectuales del siglo. Pero bien mirados los hechos, habría que darles la razón a quienes expresan estos supuestos excesos, porque sólo a partir de entonces y desde los umbrales de la prehistoria, llegaron las primeras luces que permitieron revolucionar todas las creencias existentes hasta entonces sobre los mayas. Aunque todavía quedan muchos secretos.
Aún los expertos no han logrado la clave que permita descifrar total y minuciosamente los glifos, y según la investigadora mexicana Mercedes de la Garza, la escritura maya prehispánica es muy compleja y se pierde cuando desaparecieron gobernantes y sacerdotes, la clase dirigente que la dominaba y que hubiera podido aportar los secretos de la enigmática pictografía.
Pero, gracias a los jeroglíficos descifrados, en 1839 comenzó la historia del encuentro del hombre posmoderno con quienes hace más de 20 centurias dominaban extensos territorios que ahora ocupan cinco países (el sur de México, Guatemala, Belice y partes de Honduras y El Salvador).
LA GUERRA DE LAS GALAXIAS
Ese mismo año, John Lloyd Stephens “redescubrió” el sofisticado sistema de escritura que cubría las edificaciones y templos de piedra caliza de los mayas y se dolió públicamente de no poseer una mente tan aguda como la de Champolion, quien 17 años antes había descifrado los jeroglíficos egipcios.
El hecho de que transcurriera más de un siglo sin que nadie lograra penetrar con exactitud en los misteriosos códigos, trajo como consecuencia conclusiones erradas sobre la cultura, vida y costumbres de ese pueblo.
Sus ciudades y poblados fueron tan particulares que no faltaron quienes sostuvieron que aquellos hombres eran extraterrestres, y así las cosas, Tikal, la más grande de las ciudades que aún perviven —ubicada en Guatemala y a la que se calcula tuvo una población urbana de 40 mil habitantes y medio millón más en sus zonas aledañas— aparece en la afamada película de Steven Spielberg “La Guerra de las Galaxias”, dando vida a una urbe ubicada más allá de los confines de nuestro planeta.
La falta de información por un lado, las marcadas particularidades de la cultura maya por otro y una buena dosis de imaginación, provocaron que por mucho tiempo esos hombres fueran considerados poseedores de una espiritualidad excelsa y estuvieran principalmente dedicados a la astronomía.
“No se parecen a ningún otro pueblo en los anales de la historia de la humanidad”, sostenían algunos expertos y otros añadían que eran hombres sin guerras, sin ciudades, sin reyes e, incluso, sin ningún interés por la historia.
En su libro “Los dotes y acólitos” (1956) el norteamericano Sylvanus Morley aseguró que las piedras calizas en la selva no eran las ruinas de ciudades, sino de templos donde sólo vivían los sacerdotes y sus acólitos y los denominó, por tanto, “centros ceremoniales’. Obsesionado, Morley elaboró particulares teorías sobre el extraordinario calendario maya, que fue estructurado con ciclos concéntricos de cientos y miles de años que giran alrededor de un período de 260 días, conformado por el cabalístico número 13 y con el 20 como base.
Otro desvelado por los enigmas mayas, Eric Thompson, colaboró a que pervivieran criterios erróneos. Hasta el año 1957 –cuando murió– colocó a la religión en el centro de la vida de ese pueblo que, decía, vivía disperso adorando a las estrellas y cuyos sacerdotes –quienes, según Thompson, eran los que lideraban las comunidades– se la pasaban ensimismados en cálculos astronómicos. Tampoco creía este estudioso en estados, reyes o guerras mayas. Respecto a su escritura, insistía que eran jeroglíficos míticos inventados por la clase sacerdotal con propósitos calendáricos y religiosos.
¿CASUALIDAD O REVANCHA?
Pero fue en 1945 cuando comenzó la historia que llega hasta el descubrimiento definitivo del significado de los glifos mayas. Durante las batallas por la toma de Berlín, el soldado soviético Yuri Knosorov salvó de las llamas un tomo de los últimos cuatro libros mayas que habían pervivido luego del fin de esa civilización. Lo llevó a su país y años después anunció lo que Thompson consideraba inescrutable: cómo se escribían las palabras.
Su argumentación sostenía que la maya, al igual que casi todas las escrituras tempranas, (como la china y la japonesa) era a la vez pictórica y fonética (logográfica). “El sistema de escritura no difiere de los demás sistemas jeroglíficos conocidos”, dijo. “Eso es propaganda bolchevique”, respondió enojado Thompson.
En 1960, sin embargo, una investigadora ruso-norteamericana, Tatiana Prokouriakoff, publicó sus deducciones: las secuencias de nombres separados por intervalos de tiempo conformaban ciclos de la vida humana como nacimientos, matrimonios y muertes. En fin, historias personales.
El tercer descubrimiento lo hizo Linda Schele, de la Universidad de Texas. Basándose en los dos anteriores, hizo un análisis lingüístico hasta concluir que la escritura maya era un lenguaje hablado, con gramática y sintaxis identificables. Incluso logró separar los verbos.
Develados estos misterios, otros investigadores demostraron luego que, efectivamente, los mayas escribían usando signos fonéticos y pictóricos, de forma intercambiable. Se había destapado la caja de pandora y comenzaron a descifrarse los glifos. A principios de 1990 se habían abarcado más del 80 por ciento de los caracteres y conocer el código significó penetrar en
los secretos.
los secretos.
REYES Y NO SACERDOTES
Una de las primeras conclusiones es que esa civilización se remonta en el tiempo mucho más de lo que se creía. Siempre se pensó que había durado unos 700 años, pero se comprobó que las primeras ciudades datan del siglo 5 ó 6 antes de nuestra era.
Descubrimientos arqueológicos posteriores permitieron estudiar los cuerpos de los reyes y otros dignatarios e iniciar una cadena dinástica que reconstruyó la historia real de ese pueblo. En ese aspecto resultaron muy precisos: escribieron sobre sus templos, acerca de su política, su diplomacia, el día y en ocasiones hasta la hora en que tuvo lugar un suceso.
En su libro “Un bosque de reyes” (escrito en colaboración con David Friedel, de la Universidad de Yale), la propia Linda Schele penetró aún más en los enigmas ancestrales al asegurar que la dignidad real constituía la institución política central de los mayas, y que las principales preocupaciones de los gobernantes eran la sangre real y la conquista.
En “El cosmo maya”, una obra posterior, Schele y Friedel afirmaron que los mayas miraban al mundo de una manera insólita, llegando a vincular el crecimiento del maíz con el momento de la creación y consideraban al mundo como algo vivo, hasta el punto de que si se tomaba algo de él debía ofrecerse otro, a cambio. Alimentos por sangre, por ejemplo.
La sangre era para ellos el más precioso líquido y por eso con tal palabra se designaban también a Dios y al alma. Estaban convencidos de que derramándola podían convocara sus ancestros sagrados.
VERDADES DE ENTRE LOS MUERTOS
Han sido muchos los descubrimientos: ahora se sabe que la mayoría de las ciudades-estados se agrupaban en dos alianzas libres con asiento en Tikal y Kalamul. Estas eran en gran parte militares y se sostenían por el pago de tributos y por matrimonios. Los desencuentros y las guerras entre ambas fueron característicos de la sociedad maya hasta su final, estimó Friedel.
Se conoce también que tenían 28 etnias e igual cantidad de lenguas, así como que alcanzaron importantes hitos en la investigación científica y astronómica. No eran los seres espirituales que se pensó, sino guerreros afanosos de poder y riquezas y comerciantes fuertes y ambiciosos. Ninguno de ellos escapó al embrujo de las pugnas por motivos políticos.
Según Mercedes de la Garza, los mayas fueron efectivamente muy vitales, pero también hombres de gran religiosidad y esta doble faceta –espiritual y bélica– se evidencia en los avances de su escritura en clave, su arqueología y su historia.
Efectivamente, la religión tuvo para ellos un papel fundamental, y en su cosmovisión todo era resultado de la acción de los dioses. Así, sus gobernantes gozaban del poder religioso, además del político. Practicaron la agricultura intensiva. Y aunque no conformaban una cultura totalmente homogénea (de allí el número de etnias y lenguas) les eran comunes la escritura, la religión y la concepción del mundo. También, aunque se agrupaban en estados independientes, con sus particularidades, el sistema organizativo y el afán expansionista los identificaba por igual.
FINAL INESPERADO
En el limbo del misterio se mantiene aún cuál fue el final del mundo maya. Se sabe que no resultaron aniquilados por los conquistadores españoles, sino que la civilización colapsó seis siglos antes de la llegada de Colón a tierras americanas. Según los especialistas, las últimas fechas grabadas en sus monumentos y ciudades son: Copán, 820; Naranjo, 849; Caracol, 859 y Tikal, 879, todos correspondientes a nuestra era.
Lo que quedó de su mundo luego de la catástrofe degeneró en anarquía y se han encontrado construcciones defensivas en grandes áreas, en pueblos, en poblados y en el campo.
Así, antes del año 1000 no quedaba nada de su vasto imperio y la población se había reducido en el 90 por ciento. Estos sobrevivientes se dividieron en grupos más pequeños, que luego sufrieron los embates de toltecas y aztecas, todo lo cual no evitó que llegaran hasta nuestros días unos seis millones de descendientes de esa estirpe, que viven en Guatemala y el sur de México, fundamentalmente.
Restos óseos sometidos a investigación prueban que padecieron un fuerte déficit alimentario a fines del período clásico (que abarca del año 292 al 909) y existen evidencias de erosión de los suelos y sequías, en idéntico período.
Pero algunos estudiosos se han arriesgado a sostener que sólo una profunda declinación política explica la catástrofe sufrida por esa civilización. Mientras, científicos e historiadores acotan los posibles efectos aniquiladores tanto de los cambios climáticos como de las guerras.
Sin embargo, existan evidencias de que Tikal pudo haber sido destruida por fuerzas externas, ya que han aparecido extrañas vasijas color naranja y dibujos de hombres con bigotes. Así de enigmáticas son las incógnitas que persisten.
Quizá dentro de algunos años puedan ser descubiertos todos los misterios que aún encierra el mundo maya. En tanto, se alzan varios testigos mudos de aquellos tiempos imperiales: las pirámides de las ciudades de Chichén Itzá, Copán y Tikal. Y algo aún más importante, los millones de descendientes del linaje maya, empeñados en no dejar que su cultura sea llevada de nuevo al cataclismo.
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