La pintura abarca el total de las diez funciones del ojo, esto es: la oscuridad, la luz, el cuerpo, el color, la forma, la ubicación, la lejanía, la cercanía, la moción y el reposo. Lo escribía Leonardo da Vinci, el genio florentino coetáneo de otro de los grandes de la época: Hieronymus Bosch. No parece que se conocieran; si así hubiera sido, lo sabríamos gracias a la prodigalidad de Leonardo, tan amigo de documentar hasta el más mínimo acontecimiento. Desde luego, no por Hieronymus. El pintor más enigmático, inquietante y complejo que podamos imaginar. Y es que por no saber, no sabemos siquiera la fecha exacta de su nacimiento. Que era hijo de Anthonius van Aken, que el vulgo lo llamaba Jeroen, Hieronymus (o Jheronimus) los más cultos; que tal vez jamás salió de ‘s-Hertogenbosch —su ciudad natal— y pare usted de contar. Porque a partir de aquí, todo son especulaciones, misterios, controversias.
Místico o hereje, moralista o libertino, visionario o alquimista, surrealista, anacrónico… Cinco siglos después de la muerte del Bosco seguimos sin saber apenas nada de este mítico artista. Sólo ese universo mágico plasmado en sus cuadros ha logrado el acuerdo casi unánime (y volvemos al “casi”) de críticos, filósofos, historiadores del arte, pintores, poetas, escritores y profanos de todos los tiempos. Y con su magia persisten las dudas. Desde la autoría de alguna que otra obra —también tenía la costumbre de no firmarlas, o sólo algunas—, hasta la descodificación de todo ese maremágnum de monstruos, aberraciones, anomalías y demonios voladores, sátiros y ninfas medievales o pajarracos devoradores de hombres, el Bosco nos ha dejado más incógnitas que evidencias. El único documento que poseemos sobre su vida es su pintura. Y cuanto más leo acerca de las motivaciones, la inspiración o el infinito imaginario del artista neerlandés —flamenco, dicen muchos eruditos del arte; pero esa es otra historia— más me fascina su pintura.
Para descifrar el enigmático conglomerado que rodea la mística bosquiana, el Museo del Prado acoge la más completa y de mayor calidad exposición celebrada en torno al artista. Claro que el museo madrileño juega con ventaja. En primer lugar por ser el único que alberga (como propia) la mayor colección de obras de la escasa producción artística del maestro de Bramante. Segundo porque su comisaria, Pilar Silva Maroto —Jefe de Departamento de Pintura española (1100-1500) y Pintura flamenca y Escuelas del norte— es una de las mayores conocedoras de la obra del pintor. Tercero porque ha sabido gestionar los importantes préstamos que han permitido reunir una colección irrepetible de casi todas las obras maestras del maestro de Brabante.
Contar que la exposición se estructura en secciones temáticas –establecer un orden cronológico en la obra del Bosco es una especie de utopía— que recorren la inquietante trayectoria del artista; que con toda seguridad descubramos algunos de los misterios que todavía hoy planean su inmensa capacidad creativa, su personal tratamiento de las superficies o las claves de su contenido; que además de las obras maestras originales, la muestra incluye otras elaboradas en su taller, un análisis detallado de las mismas a través las técnicas más modernas, y un extenso programa deactividades relacionadas, no le resta interés. Sin embargo sería absurdo tratar de resumir una muestra de semejante envergadura.
Lo suyo es ir al Prado y contemplar en directo esta magnífica monográfica, inédita e irrepetible. O, en su defecto, navegar por la extensa exposición digital que ofrece la web del museo.
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El Bosco. La exposición del V CentenarioMuseo del Prado
Fechas: del 31 de mayo al 11 de septiembre 2016
Fechas: del 31 de mayo al 11 de septiembre 2016
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