sábado, 3 de octubre de 2015

Los niños en el discurso narrativo de Juan Bosch

Los niños en el discurso narrativo de Juan Bosch



Por MIGUEL ÁNGEL FÖRNERÍN 
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J. L. Borges escribió que el personaje es siempre un retrato de su creador. De este aserto debe desprenderse que Shakespeare es Hamlet, que Cervantes es Don Quijote, que Goethe es Fausto y que… Funes el memorioso es Borges. No podríamos afirmar que Tito Monterroso sea El dinosaurio… Pero la relación entre el que escribe y su personaje no es solamente una preocupación de los teóricos de la literatura, sino también, muchas veces, de sus lectores. ¿Bosch es sus personajes o sus biografiados? ¿El vegano universal es también Hostos, Bolívar, Máximo Gómez o el rey David? Pero no podría ser jamás Judas…
En la narrativa de Juan Bosch abundan los niños. A veces se puede pensar en el niño Juan al leer, por ejemplo La Mañosa. Esta obra muestra la construcción del discurso infantil en la obra de Bosch, pero debemos remontarnos al cuento “La mujer” para encontrar una de las imágenes más vívidas de un niño en su obra. El niño pequeñín, casi de bronce, es lo que podríamos llamar en los estudios literarios un actante.
Actante es como si dijéramos un personaje, o un objeto, que hay que analizar por la función que realiza en el relato. Es él quien debe recibir la acción porque la madre no vendió la leche y por esta razón es que se desata la furia de Chepe, el marido que la golpea hasta dejarla inconsciente en la carretera. Se podría decir que el infante se encuentra al mismo nivel de la carretera, que contiene el cuerpo de la mujer a punto de morir. El niño trata de sacarla del sol inclemente cuando llega Quico, el personaje que porta los valores de la sociedad, entre ellos la solidaridad, el desprendimiento, el deseo de ayudar a los demás. ¿Es Juan Bosch Quico en este famoso cuento?
La misma pregunta nos podemos hacer cuando leemos “Camino real”, el hombre sabio que busca leer libros que no sean de ficción, libros que le instruyan sobre los problemas sociales, el hombre preocupado por la situación de los trabajadores agrícolas, “¿es Juan Juan Bosch? Creo que muchos lectores se quedan entrampados en los nombres y la representación literaria, y, contrario a lo que ha establecido la crítica literaria a partir de la de 1920, ven en la obra una representación del mundo como teatro literario e imagen de la vida.
Sabe el amable lector que el niño de “La Nochebuena de Encarnación Mendoza” es el que conecta al prófugo con la policía, con su hogar y es él quien termina el sorpresivo final al identificar al muerto con el hombre que vio en el cañaveral. Estas triangulaciones en la acción de este cuento muestran al niño como un actante que conecta los espacios y a la vez presenta su ternura: su vocación por los animales, se ha desviado para buscar un cachorrito y este se le escapa y en su búsqueda encuentran al hombre que acampaba para llegar la noche santa a su casa. Este niño tiene una función interesante en la historia que cuenta Juan Bosch.
Algo parecido podemos apreciar en el cuento “Rumbo el puerto de origen” donde el protagonista, Juan de la Paz, a quien de ninguna manera podemos asociar al nombre del autor, naufraga en la costa cubana; el pescador cae al mar y toda la minuciosa narración, tan parecida a la de Ernest Hemingway en The old man of the sea (El viejo y el mar) es el purgatorio de un hombre que ha cometido un crimen imperdonable: fue condenado por violar a una niña. En medio del océano, Juan de la Paz se hunde cuando intentaba atrapar una paloma para la niña Rosalía como si buscara de la víctima un perdón que la justicia no le había dado al purgar la pena. El esfuerzo de Juan por tomar al ave que regalaría a la niña lo pudo haber llevado a la muerte y esto contrasta con el crimen cometido. Juan de la Paz, al final, podría ser perdonado por los lectores que sienten por él una profunda empatía motivada por su arrepentimiento. Los lectores no olvidarán jamás a la niña y el sentimiento sembrado en la obra se entrecruza con el discurso biográfico del autor.
Por otra parte, en el cuento “El indio Manuel Sicuri” encontramos varias secuencias que muestran el discurso infantil de Juan Bosch. El cholo ha llegado a la casa de Manuel y su mujer María, huye de la justicia; ha cometido un horrendo crimen: ha robado el cáliz de una iglesia. En la choza de Manuel y María están los niños indígenas, los yocallas, y a pesar de la situación de estrechez que vive la familia, le dan albergue al cholo quien aprovecha la ausencia de su anfitrión para cometer otro crimen, ahora contra María.
El elemento actante no es la copón de la iglesia, sino el hacha que estaba en un rincón de la casa. Cuando era niño, Manuel vio como su padre mató a un animal peligroso que pudo haber puesto en peligro a Manuel y sus hermanos. El hacha funciona en el relato como el objeto legendario que une dos épocas y una enseñanza, la tradición de una comunidad. Con ella Manuel persigue al cholo que, además de violentar a María, ha cometido un crimen contra la creencia religiosa. María y Manuel son indios que han apreciado la cristiandad y las dos acciones se unen como afrentas que hay que vengar. La historia es encuadrada, reafirmando la teoría sobre el género del cuento postulada por Bosch. Al final, Manuel aparece en cárcel, separado de su familia, de María, de sus niños a los que no puede ofrecer su protección porque ha matado a un hombre más peligroso que el animal que su padre mató.
Sin embargo, a su padre nadie lo encarceló; pero a Sicuri la ley de los blancos lo ha puesto tras las rejas, a pesar de que solo quería vengar la ofensa contra su mujer, y contra su religión y proteger a sus yucallas.
El último cuento que Juan Bosch escribió, a petición de Manuel Rueda, se publicó originalmente en Isla Abierta, suplemento del diario Hoy, y llega como título “Un niño”, aparece en “Antología personal” del autor, publicada por la Editorial de la Universidad de Puerto Rico y en “Cuentos más que completos de Juan Bosch”, editado por Alfaguara. En “Un niño” el niño está enfermo; vive en una casucha, está solo. Unos hombres han llegado frente a su casucha y, debido al accidente que tienen con una goma del auto, uno de ellos entra a la casa y lo ve en muy mal estado; quiere llevarlo a la ciudad a ver un médico, pero el niño se niega. Señala que ha estado ya en en la urbe y no quiere volver; prefiere quedarse en la choza donde vive, esperar a su padre o morir.
El cuerpo enfermo del niño nos recuerda al personaje enfermo de “Los amos” pero aquí no hay esa relación social entre ricos y pobres, sino entre ciudad y campo, entre la niñez desvalida y la ciudad. Como si fuera entre la democracia, el país enfermo, y la modernidad.
Los hombres del auto vienen a ser algo así como los políticos que intentan reparar las ruedas de la democracia representativa… en el discurso del relato, el niño vendría a ser metáfora del país.

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