José Rafael Molina Ureña, investido ya como presidente de la República con la aprobación de Juan Bosch, de quien había recibido la encomienda desde poco más de un año atrás de dirigir el proceso organizativo de la operación clandestina contra el Triunvirato, llega al Palacio Nacional el 25 de abril luego de haber visitado el campamento militar del kilómetro 6 ½ de la autopista Duarte (donde hoy se encuentra el campus de la Universidad Nacional Pedro Henríquez Ureña).
Al frente de la casa de gobierno, en la calle Dr. Báez, una multitud al mando de César Roque y Rafa Gamundi, entre otros dirigentes perredeístas, intenta penetrar al recinto. Estamos en los albores de la revolución que nadie podía barruntar cómo se desarrollaría. Molina Ureña recuerda entre la multitud “la presencia muy discreta” de dirigentes del 14 de junio, donde él militara antes que en el PRD, entre los que menciona a Jimmy Durán, Norge Botello, Juan Miguel Román, Emma Tavárez Justo, Asdrúbal Domínguez, Roberto Duvergé, Alfredo Manzano, y mucho más discreto aún, Oscar Santana, que siendo jefe militar del 1J4 contribuía secretamente con los planes conspirativos que dirigía Molina Ureña. En Santiago, Salvador Jorge Blanco y Virgilio Mainardi Reyna encabezan otra multitud que se dirigió hacia la fortaleza San Luis y la Base Aérea de esa ciudad, reclamando apoyo para los rebeldes en Santo Domingo.
Ya en Palacio están recluidos en un despacho de la segunda planta los triunviros Donald Reid Cabral y Ramón Cáceres Troncoso, así como el general Marcos Rivera Cuesta junto a otros militares apresados en la acción que dio inicio al proceso por el capitán Mario Peña Taveras. Enterado por el comandante de la segunda brigada del Ejército, de Santiago, coronel José Féliz de la Mota, de que un grupo de revoltosos intentaba atacar la residencia del ex presidente del Consejo de Estado, Rafael F. Bonnelly, el presidente Molina Ureña instruye a este oficial, así como al comandante en Moca, coronel Jorge Moreno, para que trasladen a Santo Domingo al ex mandatario, quien hizo el trayecto acompañado del ex triunviro Ramón Tapia Espinal. Molina Ureña consigna en sus memorias que ambos “fueron instalados en cómodas habitaciones de la tercera planta bajo la mayor de las discreciones”. Con cuatro ex gobernantes recluidos en Palacio, se iniciaría la frágil y efímera presidencia del doctor Molina, mientras la revolución germinaba febrilmente entre dubitaciones, urgencias y liderazgos actuando en diferentes escenarios y con distintos fines.
El día anterior, sábado 24 de abril, sobre las cuatro de la tarde, al enterarse de que el golpe contra los triunviros se había producido sin que él, como principal dirigente de la conspiración, se enterase previamente, Molina Ureña llegaba al campamento de la Primera Brigada, después de haber observado en el trayecto a uno de los conspiradores, el capitán Héctor Lachapelle Díaz, quien comandaba un convoy de cinco camiones repletos de ex militares y algunos civiles que se dirigían al mismo destino del dirigente político, cumpliendo con su deber de “aglutinar a los ex oficiales que dependían de Fernández Domínguez”. En la Primera Brigada estaba reunida la plana mayor de los militares que encabezaban la conjura: Miguel Ángel Hernando Ramírez (el más pro-boschista del grupo), Giovanni Manuel Gutiérrez, Pedro Augusto Álvarez Holguín, Francisco Alberto Caamaño Deñó (todavía sin la jefatura que alcanzaría días después), Juan María Lora Fernández y Manuel Agustín Núñez Nogueras, entre otros. No estaban aún en el grupo el capitán de navío Manuel Ramón Montes Arache, que apenas se había unido al movimiento esa misma mañana del 24 de abril, y Librado Andújar Matos. En ese momento es que Molina Ureña se entera, con todos los pormenores, de lo acontecido ese día y de por qué la revuelta militar se había adelantado, cuando originalmente se programó para el lunes 26.
El alto mando constitucionalista estaba en ese momento “desarticulado y vacilante”, sin saber cómo escribir el episodio siguiente del libro heroico que había iniciado. Imperaba “la desconfianza y por esa misma razón, la falta de iniciativa”, y para enfrentar la confusión Molina Ureña propuso que abandonaran el acantonamiento en la Primera Brigada “porque nada impedía que los tanques de Wessin y Wessin, aprovechando la oscuridad y el silencio de la noche, pudieran tomarla por sorpresa”, al tiempo que disponía el envío de un pelotón de zapadores para destruir el puente que daba acceso al campamento. En ese instante, Álvarez Holguín proclama a Molina Ureña como presidente constitucional de la república, poniendo a sus órdenes a todos los soldados bajo su mando y entregándoles fusiles Fal a sus guardaespaldas. A la medianoche, la Primera Brigada entra a la ciudad, sumando al Batallón de Artillería y a soldados de la jefatura de Estado Mayor, mientras Molina Ureña inicia contactos con políticos y militares, siendo los primeros Rafael Vidal Martínez y Francisco Augusto Lora, dirigentes balagueristas que estaban al tanto de los pormenores de la conspiración. Al día siguiente, Molina Ureña se reúne de nuevo con un grupo de balagueristas en casa de José Enrique Piera, desde donde convoca al arquitecto Leopoldo Espaillat Nanita (casado con una sobrina de Molina) y llama por teléfono a Bosch para informarle que se prepara un plan con el fin de que él pueda viajar cuanto antes a Santo Domingo en una avioneta que aterrizaría en el antiguo aeropuerto General Andrews (lo que hoy es el Centro Olímpico Juan Pablo Duarte). Piera insistió en esa reunión en que Molina Ureña asumiera la presidencia de la República, al tiempo que los reformistas (entre ellos Hans Wiese Delgado) que estaban de acuerdo con el derrumbe del triunvirato pero no favorecían el regreso de Bosch, daban a conocer formalmente su propósito de que se diese entrada al país a Balaguer y se convocase a elecciones en seis meses.
A las 8 de la mañana del domingo 25, Fabio Herrera Cabral llama a Molina Ureña para ponerle al teléfono a Reid Cabral, quien le informa que desea entregarle el mando cuanto antes. Reid le comunica además que el coronel Caamaño, acompañado de un grupo de militares, le había visitado bien temprano para exigirle la entrega del Palacio, pero el triunviro derrocado insistió en que estaba dispuesto a hacerlo directamente al doctor Molina Ureña. El dirigente perredeísta no acepta la propuesta, pero media hora más tarde cuando don Manuel Fernández Mármol lo busca para ir a la casa de Nicolás Mogan, a fin de que se comunicase de nuevo con el profesor Bosch, el líder del PRD le instruye para que tome el mando del país hasta que se ejecute el plan de su pronto regreso. En ese momento, Bosch diligenciaba un avión con el juez Abbe Fortas y el doctor Jaime Benítez, rector de la universidad de Puerto Rico.
De la casa de Mogan, Molina Ureña sale con su principal asistente, Espaillat Nanita, y una caravana de autos para el campamento militar del kilómetro 6 ½ de la autopista Duarte. “Tenía mis planes políticos, que consideré oportuno callarlos en la entrevista, porque pensaba ejecutarlos tan pronto llegara al Palacio Nacional”. Molina planeaba actuar ya como el presidente de la República. En el establecimiento militar -insólitamente- lo reciben numerosos militares, entre ellos, algunos de los que habían participado en el golpe contra Bosch (Renato Hungría, Rib Santamaría, Atila Luna). Todos están a favor del movimiento, pero siguen opuestos a que Bosch regrese al poder. Rib Santamaría, hablando a nombre del grupo, le manifiesta “con verdadero carácter” que le quieren a él, a Molina, para que concluya el mandato por el cual fue electo Bosch, o sea hasta el año siguiente, 1966. En ese instante, sobrevuelan sobre el campamento los aviones de San Isidro. Molina teme lo peor, y pide a Hernando Ramírez que retire a los civiles que se habían aglomerado reclamando armas para la batalla. Es aquí cuando Molina, ejerciendo ya como presidente del país, decide salir hacia el Palacio Nacional a ocupar su puesto, mientras le inquieta observar en el trayecto a “multitudes desenfrenadas” que intentaban incendiar las instalaciones de la Pepsi Cola, en la esquina de las avenidas Tiradentes y Kennedy; en la Abraham Lincoln a un grupo que, frente a la embajada de Guatemala, pedía que le entregaran al comentarista radial Rafael Bonilla Aybar, que se había refugiado en esa delegación diplomática; y cerca del Palacio, en la doctor Báez con avenida Bolívar, a un gentío, armado con revólveres, piedras, palos, cadenas y envoltorios de extraña utilidad, que amenazaba con ocupar el local del Partido Liberal Evolucionista (PLE) del héroe del 30 de mayo, Luis Amiama Tió. Con aprensión, no exento de muchas interrogantes sin respuesta, ascendía las escalinatas del Palacio el presidente Molina Ureña sin prever todavía las incruentas maneras con que su efímero ejercicio iba a ser enfrentado hasta obligarlo a apartarse de la contienda que ya tomaba su cauce, asilándose en la embajada de Colombia.
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