La construcción del sujeto popular
La
identidad ideológica de un actor se construye con su carácter, su
experiencia y su proyecto. El ‘modo de hacer política’, la ‘forma
populista’, según la teoría de Laclau (La Razón populista, 2013), supone
la construcción del ‘pueblo como mayoría política nucleada en torno a
un grupo subalterno’ en oposición al poder establecido. Pero, siguiendo
con este autor, la definición de ese grupo subordinado y la naturaleza
de su subordinación constituyen el factor del que depende el carácter
ideológico de cada construcción populista: la naturaleza del “nosotros” y
el horizonte de liberación propuesto. O sea, compartir esa lógica no
conlleva necesariamente en Podemos una dinámica totalitaria (hegemonía
excluyente) y sectaria (dicotomía y polarización extremas), aparte de
demagógica, similar a la del populismo de derechas.
En España
el campo sociopolítico popular se ha ido construyendo sobre la base de
una ciudadanía indignada, democrática y progresista, con una fuerte
cultura cívica y de justicia social, frente a un poder establecido
antisocial y prepotente. Y los ejes del proyecto de Podemos y el resto
de fuerzas alternativas suponen una profunda democratización política y
una transformación socioeconómica contra la desigualdad y los
privilegios de los poderosos, en defensa de los derechos sociales y
laborales y de corte socialdemócrata clásico. La identidad resultante de
esa tendencia ciudadana y el proceso igualitario y emancipador que
conlleva se oponen al poder establecido y, especialmente, al
conservadurismo y el populismo de derechas y su carácter reaccionario y
totalitario. Hay una diferencia cualitativa entre la experiencia de
Podemos (y Syriza) y la dinámica autoritaria del populismo excluyente,
reaccionario y xenófobo dominante en Europa. El énfasis en calificar e
identificar a esta organización alternativa con esa otra corriente
política con tendencias antidemocráticas, aparte del enfoque erróneo de
la realidad, crea una dinámica sectaria y debilita, precisamente, un
proyecto real de cambio democrático. Sin embargo, hay que admitir que la
realidad de Podemos es ambivalente y aunque la tendencia principal,
política y cultural sea positiva hay cosas que criticar de forma
constructiva para su mejora.
La
identificación colectiva por el modo de hacer política es incompleta. La
lógica política del conflicto social y la construcción de un sujeto
emancipador y hegemónico (aunque no necesariamente totalizador) es
compatible con distintos y antagónicos desarrollos políticos:
autoritarios o democratizadores, opresivos o emancipadores, excluyentes o
solidarios, jerárquicos o igualitarios. El contexto de confrontación
entre poder establecido y ciudadanía activa, la cultura democrática del
movimiento popular y la orientación sociopolítica progresista de sus
élites, al combinarse en España con esa lógica dan un resultado
diferente al de Francia, al aplicarse en el caso del Frente Nacional una
tradición y un contenido reaccionarios, autoritarios y excluyentes.
Hay que
distinguir entre ‘lógica’ y ‘contenido’ político. Lo primero es algo más
que la ‘forma’. Lo segundo es el resto de características políticas,
económicas y socioculturales según el carácter de los actores, el
contexto y su orientación o finalidad. El modo de hacer política, aunque
no es estrictamente formal, no es el elemento identificador principal o
exclusivo de la naturaleza de una fuerza política. Lo distingue del
‘poder establecido’, con su interés por el consenso (acatamiento o
legitimación del poder) y su control del orden social, la neutralización
de la justa indignación y resistencia popular. La dinámica de
movilización popular frente al poder es un rasgo compartido con
distintas corrientes sociopolíticas que ponen el acento en el conflicto
social, no en la paz social. Esta mirada polarizada es diferente a la
visión unitarista e indiferenciada (o fragmentada) que tiende a llevar
una actitud favorable hacia el consenso o la armonía social, con
sometimiento o resignación de la parte subordinada.
En España
ese enfoque sobre la relativa polarización sociopolítica y el
empoderamiento cívico es realista. Ha servido para conectar mejor con un
proceso de confrontación democrática de una amplia ciudadanía
progresista frente al poder establecido antisocial y autoritario. La
experiencia del movimiento cívico español y el fenómeno Podemos consiste
en la activación ciudadana frente a los poderosos y la construcción de
la unidad y la hegemonía popular para ganar la mayoría en las
instituciones. Esta realidad tiene un significado antagónico respecto
del caso francés del Frente Nacional. Dicho de otra forma: el carácter
reaccionario, regresivo y excluyente del populismo neofascista francés
está más próximo a la dinámica antisocial y prepotente del poder
establecido francés (y español) que a la trayectoria emancipadora,
igualitaria, democrática y solidaria de la ciudadanía crítica y activa
española y su expresión electoral en fuerzas alternativas y de
izquierdas.
El
populismo es, sobre todo, un ‘modo’ polarizado de acción política. El
populismo de ‘izquierdas’ pretende ser emancipador de los de abajo y
defender la democracia frente a los de arriba y la opresión de la
oligarquía. Es sustancialmente diferente al populismo de ‘derechas’:
imposición de la exclusión del ‘otro’ por el ‘nosotros’, o de los
‘enemigos’ por los ‘amigos’ (o del eje del mal por el del bien). En cada
caso, los conceptos de polarización y hegemonía tienen un significado
completamente distinto e incluso antagónico entre sí. La lógica política
no se puede separar (solo analíticamente) del carácter de los actores,
su trayectoria y sus objetivos. Y hay que comprobar si todos ellos
avanzan en la igualdad, la libertad, la solidaridad y la integración, o
bien en la desigualdad, el autoritarismo, la segregación y la exclusión.
No
obstante, al hacer abstracción del carácter de ambos polos (y lo
intermedio y mixto), su sentido político, su dinámica y su orientación,
se deja de lado lo principal para definir el significado o la identidad
de una fuerza o movimiento concreto. Dada la experiencia europea de esa
doctrina (Frente Nacional francés, neofascismo europeo), al tildar de
populista a Podemos se le traspasa a esta organización la afinidad con
toda la carga negativa (incluida la emocional), totalitaria y
reaccionaria del populismo de derechas. Es verdad que algunos miembros
de Podemos sostienen ideas de populismo de izquierdas, pero también
afirman su oposición total al populismo de derechas, a sus tendencias
totalitarias. Todavía es más forzada esta vinculación distorsionadora
cuando solo se deriva de constatar la existencia de unas ideas llamadas
populistas en varios dirigentes o, simplemente, de algunas formulaciones
extremas de uno de sus intelectuales de referencia.
En el
plano discursivo, a efectos de expresar una ‘hegemonía’ representativa
(totalizadora), una parte se puede apropiar del todo y no reconocer a
otra parte. Nominalmente no existe. Es una práctica habitual poco
democrática y antipluralista, pero que no hay que confundir con la
exclusión total de los derechos de esa parte no mencionada y la
imposición totalitaria de su destrucción política (o física). Por tanto,
entre una falta de reconocimiento solo discursiva y otra de exclusión
institucional, social y económica absoluta media un trecho relevante y
hay que verificar en qué medida y dimensión se produce la exclusión real
para establecer su gravedad. El hecho de que Podemos diga que aspira a
la hegemonía representativa de la ciudadanía descontenta (el pueblo) y
se dirija contra el PP, sin mencionar al PSOE, no supone que vaya a
ilegalizar al resto de partidos, eliminar el pluralismo democrático,
apropiarse de todo el poder y legitimidad institucional e imponer el
totalitarismo. Es una generalización abusiva cargada de prejuicios
ideológicos y políticos.
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