¿multiculturalidad o reparto espacial de culturas? Observación participante en plaza de lavapiés (madrid)
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El siguiente artículo es un análisis de observación participante (en su grado mínimo de participación y máximo de observación) elaborado por un grupo de estudiantes para fines académicos, cuyo objetivo principal era un análisis de interacciones sociales en una institución social tan común y conocida como es una plaza pública. Está enfocado desde una perspectiva puramente cualitativa donde se recogen las concepciones interaccionistas simbólicas y dramatúrgicas de Goffman como lentes analíticas. El proceso de observación se limitó, por indicaciones académicas, a dos sesiones de tres horas cada una. En cuanto al objetivo de la investigación tiene más un fin experimental que de comprobación de hipótesis, siguiendo de esta manera el consejo genuinamente cualitativo de evitar hipótesis y diseños rígidos. No obstante, el objetivo de la investigación es comprobar hasta qué punto el barrio de Lavapiés (con la Plaza de Lavapiés como exponente social) es un barrio multicultural, es decir, en el que conviven y se entremezclan diversas culturas, más allá del reparto espacial del barrio. Veremos que las conclusiones de este análisis, que pese a ser claramente amateur y poco riguroso, nos ofrecen un esquema de significados, de ocupación espacial y de caracterización de los actores sociales muy interesantes y cargados de contenido sociológico.
1. CARACTERIZACIÓN DE LA INSTITUCIÓN Y CONTEXTO
Hemos
elegido como contexto de observación un elemento que está presente en
todos los núcleos poblacionales del mundo, pero que a la vez toma formas
muy distintas: la plaza. Una plaza es un espacio urbano público, amplio
y descubierto, en el que se suelen realizar gran variedad de
actividades. Por su relevancia y vitalidad dentro de la estructura de
una ciudad se las considera como salones urbanos, metáfora muy apropiada
para relacionarse con el enfoque del análisis que vamos a utilizar: el
análisis de significados/cualitativo a través de las teorías del
interaccionismo simbólico y la dramaturgia.
Son el
elemento nuclear de una población, el lugar alrededor del cual comienzan
a levantarse las edificaciones más representativas, con lo que se
convierten en símbolos del poder, y en ocasiones reflejan la dualidad de
poder (religioso y político). En ellas se concentran gran cantidad de
actividades sociales, comerciales y culturales. Las funciones
simbólicas, tanto políticas como religiosas son de gran importancia en
estos espacios, siendo elegidas para la celebración de coronaciones,
ejecuciones, manifestaciones, procesiones, canonizaciones… A menudo son
elegidas para levantar en ellas monumentos conmemorativos o estatuas,
elementos típicamente simbólicos. Sus dos funciones históricas son la
económica y la de atención y control por los poderes públicos.
El barrio
de Lavapiés es un antiguo barrio judío construido a extramuros (por lo
que es un arrabal, un barrio típicamente pobre y marginal anterior a la
Revolución Industrial). Desde el principio (es uno de los barrios más
antiguos) se caracteriza por ser multicultural y apartado del centro,
pese a situarse muy cerca del centro de la capital. Fue abandonado
después de la Guerra Civil por encontrarse “a extramuros”. A finales de
los 80 la población envejece, las casas se deterioran y se forman
corralas, llamadas “chabolismo vertical”. En los 90 a causa de la mala
política urbanística y la especulación inmobiliaria se abandonaron
definitivamente muchas casas: inmigración y okupas hicieron un barrio
muy activista y multicultural. Se cree que el 50% de la población es
extranjera (sobre todo maghrebís, iberoamericanos, subsaharianos e
hindúes y pakistanís, en menor medida asiáticos). Hoy es el barrio más
multicultural y con más movimiento vecinal (Tabacalera, La Quimera,
diversos centros okupas, la Corrala…)
La propia
plaza de Lavapiés es el corazón neurálgico de Lavapiés. Toma su nombre
de una antigua fuente utilizada por los judíos para sus rituales
religiosos. En ella se encontraban numerosas industrias importantes como
la Real Fábrica de Coches, de Cervezas y próxima a ella la Tabacalera.
En 1936 se construye la boca de metro Lavapiés en la misma plaza. En
2004 se construye el Teatro Valle Inclán con una clara función
gentrificadora en esa zona.
2. ORGANIZACIÓN DEL ESPACIO
La plaza
de Lavapiés tiene una forma en “V” o de cuña marcada por las dos calles
con circulación restringida de vehículos (Calle Lavapiés y Calle Ave
María) que se cruzan en el inicio de la plaza y que se “cierran” con la
Calle de la Fe que las atraviesa, que corresponde a una zona más central
caracterizada por la presencia del Teatro Valle Inclán, la boca de
metro Lavapiés y un supermercado “Carrefour”. La calle izquierda
(Lavapiés) es de “bajada”, es decir, hacia la boca de metro y la calle
derecha (Ave María) es de “subida” desde la boca de metro.
Además, la
zona central de intersección tiene un nivel inferior de un par de
metros con respecto a la parte superior de la plaza, zona de divergencia
de las calles, por lo que se trata de una plaza con gran desnivel.
En la
Calle Lavapiés costean varios comercios: más cercano a la zona de
intersección hay una Casa de Apuestas, seguida de un Locutorio y después
de una sucursal bancaria de “Bankia”. En la Calle Ave María costean
entidades más diversas: más cercano a la zona de intersección se
encuentra una facultad de la UNED, una sucursal bancaria del “BBVA”, dos
pequeños comercios (ferretería y arreglos), un locutorio, dos
restaurantes de comida exótica con sus respectivas terrazas y una
frutería.
La zona
de la plaza está compuesta por tres bancos del lado de Ave María y
cuatro del lado de Lavapiés que suben con las calles. En el centro hay
una valla baja semicerrada, con forma de “U” sin función aparente. Más
arriba, tocando con Calle de la Fe, hay un parque infantil relativamente
nuevo cercado con vallas bajas y con diversas actividades para niños. A
su izquierda hay un Kiosko cerrado.
A nivel
no de calle sino “aéreo”, apartado de la plaza, encontramos varios
símbolos en los balcones: por un lado un par de sábanas con mensajes
“okupas” escritos y por otro lado una bandera republicana y otra
monárquica. Se puede observar una cargada simbología ideológica en los
balcones de una plaza tan pequeña que cumplen la función de estímulos
ideológicos en una zona propensa a este tipo de estímulos.
Se trata
por lo tanto de una plaza muy viva, con mucha actividad económica y
lúdica y con posibilidades de tránsito y de estancia que dan pie a muy
diversas interacciones sociales.
3. ANÁLISIS DE LAS OBSERVACIONES
Tras
haber analizado el contexto espacial, histórico y filosófico de la plaza
en cuestión, podemos plantear una serie de hipótesis que seguiremos a
lo largo del trabajo y que intentaremos verificar mediante la
observación empírica. La primera y principal es que probablemente nos
encontramos con un espacio multicultural en el que conviven diferentes
grupos sociales culturales a los que se cruza a su vez tres variables
esenciales: la etnia, el género y la clase social.
Por otro
lado, teniendo en cuenta la naturaleza del espacio de la plaza,
esperamos observar un espacio de tipo “encuentro” y de una gran
actividad social que necesitará de una vigilancia más simbólica que
coercitiva para ese importante núcleo de actividad.
Por último
desgajaremos las diferencias y similitudes en las acciones, relaciones y
significados en los grupos y actores que se encuentran en los dos
momentos diferenciados que hemos elegido.
Al
tratarse de una plaza céntrica y con mucha actividad, hemos podido
distinguir muchos grupos e interacciones, así como tipos de actores y
respectivos roles y estatus. Tremenda cantidad de información nos ha
obligado a quedarnos con aquellos sujetos y grupos más interesantes para
el análisis de significados, teniendo que desechar mucha información.
La tipología de los actores se hace por lo tanto muy difícil, por lo que
preferimos utilizar no los actores sino los grupos o equipos sociales
como unidades de análisis, siguiendo los consejos de Goffman.
OBSERVACIÓN MIÉRCOLES 19:00-22:00
En un
primer momento distinguimos un tipo de actor con un rol muy importante
que se paseará por esta zona continuamente y en pareja. Se trata de dos
policías hombres en coche o bien en motos que vigilan toda la zona de la
plaza y se vuelven a ir, hasta en veinte ocasiones en dos horas. Pese a
que su estatus no sea muy importante a nivel societal (en cuanto a
ingresos, prestigio etc), cumplen un rol fundamental de vigilancia y
control en esta zona: son la encarnación misma de la autoridad en la
plaza y se esfuerzan continuamente en establecer una distancia
mistificadora con su audiencia ya sea a nivel conversacional o sólo con
gestos simbólicos (como miradas de desprecio hacia los bancos con
población “marginal”, actitud vigilante y severa). Su interacción social
es más gestual o de presencia que directa o conversacional: están
creando interacción, influyendo sobre las conductas del resto de actores
de la plaza sólo con su presencia, lo que les confiere un gran poder en
sentido weberiano de influencia en las conductas de los demás. Ahora
bien, su mayor interacción directa es la de conversación con un anciano
problemático que molestaba a unos niños que juegan al balón en la zona
del parque infantil (función de control) y de informar a actores
transeúntes que les preguntan cosas (función de información). La
ocupación social del espacio de este grupo se limita a subir por la
calle Ave María, quedarse en la zona superior de la plaza (denominada
“Zona de Policía”, desde donde se puede ver toda la plaza) y bajar por
la Calle Lavapiés.
Uno de
los grupos principales está compuesto por una cantidad variable de
hombres jóvenes (de 4 a 10) de procedencia africana que se sitúan en la
puerta de la Casa de Apuestas durante toda la observación. El estatus de
estos actores es probablemente el más bajo socioeconómicamente hablando
ya que ocupan un tiempo laboral en charlar en la puerta de la Casa,
apostar cada tiempo y contactar con otras personas (por teléfono o
yéndolas a buscar) para apostar, por lo que podemos concluir que se
dedican a eso, a actividades mal vistas socialmente y hasta alegales.
Este grupo se caracteriza por el protagonismo de uno o dos jóvenes que
monopolizan la conversación y que gesticulan mucho (muchos gestos
simbólicos para representar mejor su narración) para su auditorio, por
lo que podemos pensar que tienen un rol predominante de “coordinadores”
del grupo, de entretenimiento y hasta de control, dando a veces órdenes.
Uno de estos dos “coordinadores” será el “Hombre-llave” que permitirá
contactar con otro grupo similar al otro lado de la plaza. Un grupo de 2
o 3 otros actores tiene un rol menor, que es el de “capataces” que
reciben órdenes de los “coordinadores”, tienen la tarea de llamar por
teléfono, saludar a individuos que pasean cerca del grupo e ir a recoger
dinero en mano (en estas situaciones es fácil distinguir las regiones
posteriores, donde el coordinador elabora la tarea o donde los
capataces van a por el dinero o a llamar por teléfono).
Otro
grupo similar al anterior, en cuanto a composición, acciones e
inamovilidad en el tiempo, es el grupo formado por una cantidad variable
de individuos (3 a 6) también jóvenes de procedencia pakistaní situados
en la verja central de la plaza. Se entiende que tienen un estátus
similar al grupo anterior al permanecer inactivos, productivamente
hablando, en el centro de la plaza y ejerciendo las mismas acciones que
el otro grupo: discusión, llamadas de teléfono y saludos varios a otros
integrantes que pasan por ahí. En este grupo, el rol de “coordinador” lo
tiene el más viejo y es el que más habla para su auditorio. No parece
dar órdenes pero sí intercambia mucha información. Los más jóvenes,
mejor vestidos que el primero, están más callados y le prestan mucha
atención.
Llega un
momento en que la calma aparente de la discusión se desvanece y dos de
los espectadores comienzan a gritarse y a adoptar actitudes agresivas y
llegan al punto de comenzar una pelea, en tono de broma en todo momento.
Parece que uno de ellos ha conducido mal la conversación hacia ámbitos
personales del otro, cosa que ha interpretado como una ofensa y
establecimiento de un conflicto emanado de una mala comunicación. No
obstante, mediante un proceso de empatía y de “ponerse en el lugar del
otro” (utilización del self), el ofendido ha evaluado que la ofensa no
es tan grande como para tomarla en serio y que no existe una intención
maligna en esas palabras. Por lo tanto, ha sofocado el conflicto con un
par de golpes amistosos pero de atención hacia el compañero para evitar
que se produzca otra disonancia en la conversación. Esta virtual batalla
ha endurecido el rol del ofendido y ha solicitado mayor respeto: es muy
probable que el conflicto no se deba a las palabras sino a un conflicto
de roles (dos personas que intentan “brillar” frente al “coordinador”
del grupo para obtener más confianza de él).
Existe un
tipo de actor bastante peculiar, que no se relaciona directamente con
nadie pero que a la vez crea indirectamente un auditorio para sí mismo.
Esta figura paradójica de “showman” asocial se repite varias veces en
diferentes individuos pero con pautas comunes. Tenemos por un lado a
tres actores que aparecen en momentos diferentes, es decir que no
coinciden, que no se relacionan con nadie pero que a la vez atraen toda
la atención de su zona mediante estímulos visuales simbólicos: un hombre
de etnia gitana encorvado vestido de azul celeste, sombrero de copa y
con una muleta que se pasea, un hombre de procedencia africana bien
vestido que se pasea con un peinado que deja ver en su nuca la palabra
inglesa “SEX” afeitada y un grupo de tres hombres montados en “Segway”
(vehículo de dos ruedas a la par motorizado) que dan vueltas por la
plaza y desaparecen. Esta tipología de actor se pasea sin rumbo aparente
y parece querer demostrar su singularidad e individualidad mediante los
estímulos visuales nombrados.
En cuanto
a acciones interesantes para el estudio que se desarrollan en la plaza,
podemos mencionar una escena sociológicamente muy interesante. Desde
una óptica goffmaniana, se trata de una escena típica de “reconducción
de la situación” solo que no se da en una conversación sino únicamente
con gestos cargados simbólicamente. Una madre subsahariana y su hija
cargadas con la compra y un bolso se dirigen plaza abajo hacia la boca
de metro cuando un tercer individuo, joven de procedencia maghrebí,
entra en escena y, como se dirige en la misma línea que la madre y la
hija pero en dirección opuesta, hace amago de tirar del bolso ante una
madre despistada. Sin embargo la madre siente el tirón y se gira
enfurecida: es obvio que el joven ha intentado robarle el bolso
aprovechando que iba muy cargada y pendiente de su hija. En ese momento
de identificación de las intenciones de la mujer, el joven simula una
caída para reconducir la situación y dice simplemente “Perdona, me
estaba cayendo”. Ha intentado encubrir con una conducta inocente una
acción subyacente fallida, con el objetivo de no poner en su contra a
toda una audiencia que ha experimentado la escena. No obstante la madre,
probablemente por experiencia pasada, procesa una reacción de rechazo a
esa explicación, desconfiando del hombre y manteniendo una mirada
señaladora.
Un grupo
social que desvió gran parte de nuestra atención se compone
principalmente por el hombre “naranja”, un hombre de mediana edad y
origen español que se sitúa en un primer momento en el centro de la
plaza junto a la verja. Es un de los pocos casos en los que se
relacionan personas de etnias distintas, pues el joven pregunta a unos
sudamericanos algo mientras toman una cerveza. Su estatus en comparación
con el resto de españoles que aparecen en la plaza es de lo más bajo,
conoce a mendigos y a gente de otras nacionalidades, lo que invita a
pensar que viva en este barrio y frecuenta la plaza de Lavapiés.
Al poco
tiempo aparece una mujer, de edad aproximada a la del hombre “naranja” y
del mismo estatus socioeconómico, deducimos que es su esposa, o por lo
menos la madre de su hijo pues lleva consigo un carrito con un niño del
que el varón se encargará durante unos 20 minutos. La mujer parece
subordinada al hombre en esta escena: éste de una manera muy evidente y
gesticulando mucho, monopoliza la conversación y echa la bronca a su
mujer durante un largo espacio de tiempo. Además es esta quien más se
centra en el cuidado del niño se da una clara situación de patriarcado,
ella es quien trae y quien lleva al niño y quien parece más preocupada
por una relación aparentemente inestable fruto de una falta de empatía
por parte del hombre “naranja” quien en todo momento parece ebrio.
El
auditorio más claro que observamos a lo largo de la tarde lo protagoniza
un hombre de avanzada edad, de procedencia africana, que se encuentra
en todo momento en solitario, sin pertenecer a ningún grupo social. El
estatus de este actor es uno de los más bajos de toda la investigación,
aunque hace algo para remediarlo, toca canciones en terrazas de
restaurantes para conseguir algún tipo de sustento económico. Este
personaje se caracteriza por concentrar la atención de un gran número de
personas cuando canta, como ya hemos apuntado antes un auditorio claro y
prolongado en el tiempo, unos 15minutos de actuación. Mientras el
“guitarrista” canta nadie más habla en la escena, durante un rato las
conversaciones desaparecen y si hay alguna es en un tono de susurro y
muy cortas. Su relación con los espectadores es muy cálida, es una
persona amigable y gracioso, la gente lo recibe bien y se abren al
artista, todos menos los hindúes, los dueños del local, que para ser
inmigrantes son de los actores con un nivel socioeconómico más alto y le
rechazan, apenas cruzan una sola mirada con él, pese a estar tocando en
la terraza de su local, la relación es fría casi inexistente y
unicamente uno de los asiáticos se acerca al “guitarrista” le dice algo
breve en voz baja y desaparece. El artista abandona la escena en
dirección sur.
El
siguiente grupo social goza del estatus social y económico más alto. No
es un grupo cerrado, son varios separados en distintas mesas, pero tras
una larga observación generalizamos e incluimos a todos en un mismo
grupo o equipo social pues todos son de origen español, de piel blanca y
bien vestidos. Todos están consumiendo algo en el bar, cervezas,
refrescos, o algo de comida para cenar. Se encuentran a escasos metros
de lo que es la parte pública de la plaza y no hacen ademán de
relacionarse ni mezclarse con gente de otras etnias que se encuentran
sentados en los bancos a escasos metros en ningún momento. Se dividen
casi a partes iguales por género, 11 mujeres y 9 hombres sentados en la
terraza, todos mantienen conversaciones relajadas y en un tono de
confidencialidad. Esta serie de actores ocupa su tiempo con ocio, es un
miércoles a las 21:00 la mayoría de estos personajes habrán salido del
trabajo y han quedado para tomar algo los otros serán turistas.
SÁBADO 19:00-22:00
A
continuación vamos a presentar la otra cara de nuestra observación en la
plaza de Lavapiés, que se realizó, en contraste con el miércoles, un
sábado, pero a la misma hora que la anterior, de 19 a 22h. Del mismo
modo que ha sido estructurada la parte precedente, analizaremos uno por
uno los actores o equipos que hemos encontrado, explicándolos y
poniéndolos en relación a las categorías del protocolo (interacción
social, ocupación social del espacio, etc).
En primer
lugar, localizamos en muchas ocasiones a lo largo de toda la tarde un
equipo fundamental en la plaza compuesto por tres actores: una madre, un
hijo pequeño y un padre. El actor madre engloba a mujeres cuya edad
parece estar comprendida entre los 30 y los 40 años. Su fachada personal
denota bien su condición de género, pues su combinación entre status y
roles corresponde a los roles tradicionales femeninos: tienen carros de
bebés y otros objetos propios de los niños pequeños, un attrezzo muy
característico de este rol, y que solo en un caso vemos presente en un
hombre. Las madres se encuentran rodeando el parque, donde juega otro
tipo de actor: los hijos de las madres, niños pequeños, de entre 5 y 10
años aproximadamente. Los niños son en su mayoría inmigrantes,
especialmente de etnia africana, aunque también hay algunos árabes y
españoles.
Por otra
parte, la dinámica de relación de estas familias es clara, como ya se ha
sugerido: la madre cuida y vigila al niño mientras este juega con otros
en el parque, y el padre a veces aparece para cruzar unas palabras con
la madre pero haciendo caso omiso del rol femenino, es decir, no
haciéndose caso de la vigilancia del pequeño. En cuanto a la interacción
más allá del propio equipo, se dan ciertos contactos: el actor niño se
relaciona en el parque con otros niños, lo cual es claramente un reflejo
de la edad y de que aún no tiene esas barreras que, en términos
freudianos, impondría el “superyo” sobre la interacción con otras
personas desconocidas. Por otro lado, no observamos al actor padre
relacionarse con nadie fuera de su equipo. Las madres africanas sí se
relacionan entre sí, lo que es producto de una identificación recíproca
de roles de género, como explicaremos un poco más adelante.
Aunque
estas familias observadas forman parte de un fenómeno microsociológico,
es imposible desvincularlo de un elemento macrosociológico como es el
sistema patriarcal, que marca una distinción clara entre los roles de
género masculinos y femeninos, que atribuyen a la mujer este papel de
cuidadora. De hecho, lo observado corresponde muy bien con los roles
característicos del prototipo de familia tradicional patriarcal. Además,
es especialmente interesante señalar cómo persisten los roles de género
a través de las distintas culturas: africana, árabe, europea… Por otro
lado, llama la atención por qué estas familias están aquí. El día desde
luego juega un papel clave: es sábado, con la tarde bien entrada, por lo
que podrían darse dos situaciones; o bien que los adultos hubieran
salido ya del trabajo y ocuparan este tiempo en el ocio de los niños en
el parque, o bien que ni siquiera tuvieran trabajo. Este último matiz
sería especialmente pertinente en el caso de la etnia africana, que es
la etnia inmigrante que mayor tasa de desempleo sufre en España.
Hemos
localizado también en diversas ocasiones a un equipo, que aunque es otro
modelo de familia, no es similar al anterior, compuesto por una madre
mayor, de más de 65 años, y su hijo, también adulto, de unos 40 años. En
este caso, ambos son españoles. Combinan el estar sentados en bancos o
dar pequeños paseos por la plaza.Los dos equipos familiares, por tanto,
no se relacionan mutuamente. En esto, la diferencia de edades y de
etnias juega un papel central. Podríamos inducir a partir de esta
observación del “modelo familiar mayor” que la mujer española es
autóctona del barrio, y este es un momento en el que su hijo,
independizado ya, viene a verla y pasan un rato tranquilo. Así, la
mujer, si hubiera vivido toda la vida en Lavapiés, habría podido sentir
el comienzo y el auge de la inmigración. Quizá haya podido desarrollar
una actitud de cierto reparo hacia esta, o no, pero lo que es claro es
que, con actitudes positivas o negativas hacia el fenómeno inmigratorio,
lo que hay es separación étnica. La distancia étnica y de edad tienen
una influencia mucho mayor que el rol de género aquí: habíamos dicho
antes que las madres se relacionaban entre sí especialmente sintiéndose
identificadas por su rol femenino, pero en este caso el hecho de que la
mujer sea española y mayor, y las otras más jóvenes y en su mayoría
africanas, crea una brecha que ni siquiera el rol de género puede
salvar. La diferencia en el attrezzo es una de las formas en que se
observa esta distancia: por ejemplo, la vestimenta tradicional
occidental de la española frente a los ropajes africanos, hace que el
dúo madre-hijo nativo alce una barrera frente a las otras familias,
intencionalmente o no. Se trata de una convivencia que podríamos
denominar de “tolerancia pasiva”, es decir, una coexistencia pacífica
pero que evita el contacto mutuo.
Grupos de
jóvenes aparecen cada vez con más frecuencia a partir de las 8 de la
tarde. Aparte de una interrelación intensa con los traficantes de droga,
son jóvenes que ven en Lavapiés el atractivo de la multiculturalidad y
ciertos fenómenos culturales alternativos: desde la gastronomía exótica
hasta los centros sociales ocupados. No obstante, los jóvenes que salen
por la noche son en su mayoría nativos y reflejan el mayor nivel
socioeconómico de entre los equipos que podríamos denominar
transgresores. Por ejemplo, solo se les ve a ellos, de entre los grupos
menos cercanos al “orden oficial”, acercarse a lo que hemos llamado
“zona privada” de la plaza: se les ve sacar dinero en las oficinas
bancarias del lateral de la plaza y son mayoría en los restaurantes de
comida oriental. Actores significativos que también encajan en los roles
de la juventud son las parejas homosexuales. Resultan significativas
porque expresan su sexualidad de manera menos aprensiva que lo que se
suele ver en otras zonas. Esto seguramente sea debido al ambiente de
libertad que se respira en la plaza, que además será atractivo para un
colectivo típicamente asociado a lo alternativo. Un fenómeno interesante
es cómo en la zona privada resulta recurrente la diversidad de
orientaciones sexuales como tema de conversación, lo que puede ser
explicado por la peculiar intersección de pautas culturales y sociales.
En cuanto
al juego social que se desarrolla fuera del entorno del parque,
epicentro de los equipos familiares, y que condiciona al resto de la
vida de la plaza, encontramos a los grupos de africanos, como ya hemos
dicho, en aquellos lugares más adecuados para el comercio con drogas
blandas que realizan en la plaza, situándose en las esquinas superiores,
más oscuras e inaccesibles para la policía, así como en la puerta de la
casa de apuestas, donde es factible pensar que tienen un mercado
fuerte. Los grupos latinoamericanos se sitúan también en la zona pública
de la plaza. Por ejemplo, tomando cerveza en uno de los bancos, algo
que también hacen algunos jóvenes a partir de las 9 de la noche. Sin
embargo, muchos de los jóvenes se encuentran en los bares de la zona
privada, estableciéndose, eso sí, una diferencia en la estética entre
aquellos que beben en mitad de la plaza y quienes deciden hacerlo en un
bar. Podemos intuir las diferencias culturales y económicas entre un
grupo de jóvenes y otro, si bien estas pueden estar muy determinadas por
la edad. Finalmente, la policía transita entre todas las áreas ocupadas
por estos equipos, si bien apenas presta atención a lo ocurrido en los
bares y se detiene en mitad de la zona pública de la plaza, desde donde
tiene a la vista a los equipos “desviantes”.
Por
último, no hemos percibido ningún auditorio que podamos relacionar con
estos dos primeros equipos de la observación del sábado.
4. OCUPACIÓN SOCIAL DEL ESPACIO
La
ocupación social del espacio es uno de los elementos más interesantes
para nuestro análisis por la propia naturaleza de la plaza: se trata a
la vez de un espacio de tránsito y de estancia. Es de tránsito porque se
sitúa cerca de la boca de metro y tiene a ambos extremos (norte-sur)
direcciones importantes para la población (Sol y Atocha). Esto genera
una corriente de transeúntes que toman las dos calles tanto de subida
como de bajada para dirigirse a sus objetivos. Tanto los actores como
los grupos de este tipo no nos proporcionan prácticamente ninguna
información interesante si no es que se paran para interactuar.
La
verdadera información nos es dada por los actores y grupos que utilizan
este espacio no como de tránsito sino como de estancia. Es en estas
zonas de interacción que se crean que podemos encontrar las acciones,
los gestos, las escenas y toda una serie de elementos propensos a ser
analizados desde una óptica cualitativa e interaccionista simbólica.
Hemos
podido distinguir seis zonas diferentes cada una de ellas caracterizada
por unos actores, grupos e interacciones diferentes entre grupos pero
similares dentro del grupo. No obstante nuestro mayor hallazgo ha sido
la férrea división de la plaza en dos macro-espacios muy significativos:
el espacio público de la plaza y el espacio privado de la plaza. Esta
distinción aparentemente simplista encierra dentro de sí unos
macrofenómenos estructurales sociológicos que trascienden la óptica que
estamos tomando pero que deben ser analizadas profundamente. Las
observaciones han permitido construir un muro imaginario pero raramente
franqueado físicamente por los actores que separa estos dos espacios y
que se sitúa en los límites de la terraza con el resto de la plaza. Así,
la zona que va de la terraza de los bares, con sus mesas y sus clientes
sería la zona privada y el resto de la plaza sería la zona pública.
Pero,
¿por qué se plantea esta división? Lo que explícitamente pueden
significar 10 mesas con sus respectivas sillas en una plaza no
corresponde con la regularidad sociológica de la observación. A través
de las observaciones hemos podido distinguir diferentes variables que
separan muy efectivamente los actores a uno y otro lado del muro. Los
clientes de los restaurantes sentados en las sillas de las terrazas
pertenecen todos a la misma etnia autóctona, todos tienen un estatus
mayor al del resto de la plaza y sobre todo no existe transgresión de
ningún tipo con los miembros del otro espacio. Las dos únicas
excepciones registradas han sido con un objetivo muy definido: ir a
pedir dinero desde la zona pública a la zona privada, una de ellas
efectuada por el mencionado actor cantante de procedencia africana. El
espacio no se transgrede en ningún otro momento, no se establecen
relaciones ni interacciones entre los dos espacios.
Además,
las acciones que se efectúan a un lado y a otro del muro son similares:
conversación e intercambio de experiencias. Sin embargo, el espacio
privado es por así decirlo “VIP”: otorga a los clientes unas sillas y
mesas para el disfrute y toda una serie de elementos de consumo a cambio
obviamente de un precio en dinero. Utilizando una abstracción total y
un aislamiento total del sistema observado, podríamos considerar dos
tipos de “clases sociales” en el sistema, separados por una brecha
económica-de consumo: la clase de la zona privada y la de la zona
pública. Pero la realidad estructural responde a un tipo más complejo y
menos latente: las clases sociales económicas en las sociedades
capitalistas contemporáneas marcadas por el rasgo estigmatizador de las
minorías inmigrantes.
Existe
una zona comentada al principio que tiene una composición singular y de
una importancia analítica fundamental. Se trata de la Zona Policía que
se sitúa en la zona donde divergen las dos calles y son cortadas por la
Calle de la Fe. Es un sitio privilegiado desde un punto de vista óptico
ya que está a un mayor nivel que el resto de la plaza y se pueden ver
todas las acciones que ocurren en toda la plaza. Es por ello que los
funcionarios policías eligen ese espacio para detenerse y quedarse un
rato vigilando a los diferentes grupos (observadores incluidos). Esta
zona parece únicamente ocupada por los policías, que dejan de aparecer a
las dos horas (21:00) de comenzar la observación. Revisando la
definición de la plaza, no es difícil entender que las fuerzas
ejecutoras del poder público estén presentes con una regularidad tan
frecuente (cada 5 minutos las dos primeras horas, luego no aparecen), en
un sitio tan fijo y privilegiado y con una actitud tan beligerante. Es
en la plaza donde ocurren el mayor tipo de interacciones sociales de
tipo “continuista” con la legalidad y la lógica del sistema como el
consumo, las reuniones y las conversaciones, pero también ocurren aquí
las interacciones de tipo “rupturista” con la legalidad y la lógica del
sistema: reuniones para okupar, asambleas, actividades alegales y hasta
ilegales como hurtos.
5. CONCLUSIONES
Podemos
señalar similitudes entre ambas observaciones que parecen tener un
componente fuertemente estructural en Lavapiés: se trata del
entrecruzamiento de las variables que están presentes a lo largo de todo
nuestro estudio: género, etnia y clase social. El rol de género está
absolutamente presente en ambos días: las madres, en ausencia de sus
maridos, que cuidan a sus hijos, son principalmente inmigrantes.
Destacamos también en ambos días la población mayor castiza de Lavapiés
que no se relaciona con otras etnias y que parece ciertamente confusa o
frustrada por el estado de cosas del barrio. Por último, otro actor muy
importante y recurrente es la policía, española, y con un rol destacado y
gran influencia en la dinámica de la plaza: su imposición de autoridad
simbólica cada cierto tiempo marca sin duda los ritmos del lugar.
Así,
vemos como la conjugación de las variables de la clase social
(especialmente baja y media-baja), el género (confrontación entre roles
masculino y femenino) y la etnia (españoles, sudamericanos, africanos,
árabes…), hacen de nuestra observación de la plaza de Lavapiés un
espacio muy rico y con abundantes significados a extraer. Uno de los
aspectos más llamativos de Lavapiés es que, de acuerdo a la división
conceptual que hemos trazado entre bloques alternativo y conservador, la
plaza presenta una presencia inusualmente fuerte de actores
pertenecientes en el primer bloque, algo que no suele ocurrir en la
mayoría de las plazas de la ciudad, donde predomina la normatividad
establecida.
Ahora
bien, ¿quiere toda esta abundancia de variables decir que hay un
contacto nutrido entre todos los actores? Como vemos no es así. Ya
dijimos que esperábamos encontrar un gran espacio de encuentro que
relacionara la multiculturalidad existente en Lavapiés. Pero no se da
así: comprobamos como es cierto que coexisten diversos grupos culturales
y sociales en la plaza pero no conviven en una dinámica activa, pues
apenas se relacionan entre sí. Mantienen por lo tanto distancias entre
ellos y están principalmente localizados hacia el centro de sus
“endogrupos”.
La
diferencia espacial público-privada resulta abismal, a pesar de que lo
único que divide ambas zonas es una calzada de apenas dos metros de
ancho. La barrera más material que podemos identificar es el paso de los
coches policiales cada pocos minutos y, aún así, su efecto es en
esencia simbólico. Por el contrario, son muy patentes las diferencias
entre los actores “fuera” del muro, que sacan dinero en el banco y lo
gastan en las terrazas de los laterales, y quienes habitan en el
interior de la plaza, consumiendo productos más baratos, o directamente,
llevando a cabo su actividad económica alegal. Y, como ya hemos dicho,
para identificar quién está a un lado o al otro del “muro” no basta con
determinar la renta, pues la diferencia estriba en la posición que se
ocupe no sólo en la jerarquía de clase, sino también en los sistemas
étnico y de género.
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