Las múltiples dimensiones de la precariedad
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Tras la publicación de los resultados trimestrales de la Encuesta de Población Activa (EPA) se inician las expresiones de expertos (y no tan expertos) en los medios de comunicación. En estos últimos tiempos se incide en el crecimiento de las tasas de temporalidad y de la contratación a tiempo parcial. Ambas situaciones se clasifican dentro de lo que ha venido denominándose precariedad laboral, y sin embargo, no son las únicas características que lo conforman. Es interesante presentar una visión más amplia de qué se entiende por precariedad laboral.
El
punto de partida que debe servirnos para su comprensión es la norma
social clásica o estándar, aquélla que se consolidó tras la II Guerra
Mundial y que se identificaba con la existencia de un contrato
indefinido a jornada completa, con unos salarios suficientes, además de
una protección institucional a partir de la regulación emanada del
Estado y de la negociación colectiva. Es por esto por lo que se
recomienda ampliar la mirada y no analizar sólo el mayor o menor número
de los contratos temporales y parciales, aunque en buena medida, de
estas modalidades contractuales se derivan el resto de particularidades
que caracterizan la precariedad. La inseguridad del empleo, la carencia
de unos salarios mínimos e insuficientes, peores condiciones laborales o
la falta de protección social son los principales ejes que permiten
adoptar una visión multidimensional de la precariedad.
La
inseguridad del empleo se halla estrechamente ligada con ese uso
(indiscriminado) de la contratación temporal. Con esta modalidad
contractual, el trabajador no tiene expectativas ni garantía alguna de
continuidad en el puesto de trabajo ni tampoco en el mercado de trabajo.
Es una incertidumbre para él, desconoce cuál va a ser su futuro,
generándole grandes dosis de inseguridad. Además, acarrea consecuencias
que sobrepasan la dimensión meramente laboral, al afectar a las
trayectorias vitales de cada individuo. Pocas estrategias pueden adoptar
los trabajadores que desconocen cuál va a ser su futuro en el mercado
de trabajo. Además, las estadísticas que ofrecen información sobre la
temporalidad son una “foto
fija”, de ahí que sea imprescindible el recurso al estudio de las
trayectorias sociolaborales. Los trabajadores van alternando fases en
los que tienen un contrato temporal, pasan a situación de paro, o pueden
transitar a la inactividad… En eso consiste el estudio de las
trayectorias sociolaborales: en ofrecer una mirada longitudinal y conocer los estadios por los que pasa cada trabajador.
Asimismo,
“gozar” de un contrato indefinido en la actualidad tampoco ofrece las
mismas garantías que antaño. Cada vez son menores las indemnizaciones
por despido de trabajadores indefinidos. Este hecho favorece a los
empleadores, al dotarles de mayores facilidades para la extinción de la
relación laboral. Una vez
extinguida la relación, ya tienen vía libre para sustituir a esa mano de
obra por otra mediante contratos temporales, o incluso, recurrir a la
subcontratación. En ambos casos, el empleador exporta las incertidumbres
al trabajador. En el primer caso, de forma directa, y en el segundo, se
lo traslada a la empresa subcontratada, que acaba repercutiéndolo sobre
el trabajador.
En
los casos expuestos hasta el momento estamos refiriéndonos a la
existencia de un contrato. Es decir, son asalariados. También deben
incluirse a aquellos que trabajan por cuenta propia (en las cifras del
cuarto trimestre de la EPA del 2014, el número de estos trabajadores era
de más de 3 millones). En el ámbito del trabajo por cuenta propia, la
figura del falso autónomo, o como viene recogiéndose actualmente, el
trabajador autónomo dependiente (TRADE) cobra cada vez más fuerza en
nuestro mercado. Y es una manera más de trasladar la carga de los
riesgos al trabajador. De esta forma, el empleador no paga sus
cotizaciones ni tampoco se verá obligado a hacer frente a la
indemnización por despido si desea poner fin a la relación que les une. Y
sin olvidarnos en este análisis del recurso alentado por múltiples
instituciones (no sólo el gobierno nacional sino también la UE) del
emprendimiento. Pareciendo dar por sentado que cualquiera puede ser
emprendedor y que es la solución a todos los males.
En segundo lugar, las cuantías de los salarios también son parte de la multidimensionalidad
de la precariedad. Con la norma clásica se “aseguraba” una
contraprestación económica suficiente. En la actualidad ya no es así.
Disminuyen los salarios, o aumentan los puestos de trabajo en los que
los salarios son inferiores. La justificación que ofrecen a esto es la
manida competitividad y la productividad del factor trabajo. Una de las
salidas que tiene el trabajador en estos casos es el recurso a las
jornadas extraordinarias con el fin de obtener un ingreso mínimo
suficiente. Nuevamente, y como sucedía con los trabajadores temporales,
la capacidad para adoptar estrategias vitales y planificar una vida
futura se ve cercenada.
Siguiendo
con el esquema inicial, otra dimensión que alerta de la precariedad
está relacionada con las condiciones de trabajo. Por ejemplo, la
flexibilidad horaria o las jornadas atípicas son algunos ejemplos que
ahondan en las condiciones que debe soportar el trabajador. Dentro
de las jornadas, algunas categorías presentes son la expandida, la
recortada (manifestada con la contratación a tiempo parcial), la
variable, o la anormal (la realizada en horarios nocturnos o en días
festivos). Aunque en algunos casos pueda reportar algún tipo de
beneficio para el trabajador, a quien verdaderamente favorece es al
empleador, que es el que posee la verdadera capacidad para determinar
las prácticas empresariales de gestión de la mano de obra.
Y
no menos importante es la protección que se le ofrece al trabajador que
acaba en el desempleo y que se efectúa a través de las prestaciones
correspondientes. Aunque no sea en sentido estricto una dimensión de la
precariedad, lo más razonable sería su inclusión. Las políticas pasivas tienen
como finalidad el compensar, aunque sea sólo una parte, la pérdida de
ingresos de las personas desempleadas. Con las últimas reformas
laborales, las cuantías de las prestaciones se han visto minoradas, amén
de otros requisitos rígidos para su recepción. Además, el recurso a la
contratación temporal y la concatenación de periodos de empleo y paro,
llevan a que, en ocasiones, ni siquiera exista posibilidad de cobrar
estas prestaciones. Por lo tanto, ese halo de seguridad que podían
ofrecer se ve difuminado.
Todas
estas dimensiones obligan a que los trabajadores deban adoptar
estrategias de supervivencia, aumentando la competencia con otros
trabajadores y quebrándose la identidad colectiva y la solidaridad.
Entre estas estrategias, está el recurso al trabajo en la economía
sumergida. Dadas las condiciones a las que se hallan anclados los
trabajadores precarios, no seré yo quien haga crítica alguna a aquellos
que buscan en la economía sumergida su válvula para superar sus
paupérrimas condiciones.
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