Duarte es Abelardo
26 de enero de 2015 - 3:30 am -
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Para moldear el busto de Duarte, y otras
alegorías del mismo, Abelardo se colocaba frente a un espejo, e iba
moldeando algunos de sus rasgos (los de él), hasta llegar al retrato del
Patricio, por lo cual podemos observar, y afirmar, que Duarte es
Abelardo
Para moldear el busto de Duarte, y otras alegorías del mismo, Abelardo se colocaba frente a un espejo, e iba moldeando algunos de sus rasgos (los de él), hasta llegar al retrato del Patricio, por lo cual podemos observar, y afirmar, que Duarte es Abelardo. El rostro de Duarte coincide -si nos detenemos en contemplarlo- con las mismas facciones de Abelardo, es un autorretrato: son los mismos detalles de proporción, los mismos bigotes, frente, pómulos, proporciones, y líneas generales de expresión, lo cual nos revela su composición cuadrilateral. Es un rostro sin tensión, de actitud tranquila, ejecutado -teniendo como eje central para resaltar- a la mirada, la cual transmite una sensación de fuerza y vigor, encarnando una composición que no pierde unidad, y en la cual se advierte el ideal de lo puro.
Es una concepción del fundador de la República que Abelardo llevó a cabo sin prisa, meditada, realizada para verse desde un ángulo en particular: para verse de frente (predominio de la vista frontal), o de perfil, diseñada sin dar impresión de movimiento o proyecciones compositivas que puedan resultar de poses.
En este modelado extraordinario Abelardo utilizó técnicas que le permitieron expresar una idea libertaria del eximio prócer, que revela no sólo su anatomía, sino la edad de un hombre apuesto, robusto, para lo cual puso de manifiesto la fuerza varonil, la línea fuerte de la nariz, cincelando los detalles de las cejas, los bigotes y el cabello, que el genio escultórico de Abelardo creó para representar un episodio del Patricio: la plenitud de su hazaña, el sueño de ver nacer a la República.
El uso de una composición de reminiscencias clásicas por Abelardo, siguiendo los cánones conceptuales del último siglo del período helénico, para realizar el busto de Duarte, revelan la solidez estructural, armoniosa y articulada del rostro, y permite conocer la psicología de Duarte, su determinación por un fin, su personalidad de valentía para emprender el proyecto emancipatorio, la madurez de su conciencia, y el acierto de su afán para crear para los dominicanos la fortuna de la Patria. No es una alegoría que envuelve pasiones, emociones desbordantes ni una narración de un mortal excitado por la hazaña, que se esfuerza en mostrar el orgullo del deber cumplido.
No es tampoco un Duarte abatido por el dolor, la amargura y el vía-crucis del destierro; tampoco es un Duarte con los ojos llenos de nostalgia, perdido en el Alto de Apure, en la selva sudamericana, enfermo, con las huellas de la tristeza, pálido, con dolor físico, santificado por la pena, próximo a agonía de la muerte, postrado, sucumbiendo, olvidado, de rostro demacrado, de vista gastada, reo del martirio, atormentado por los pesares, senil, sin la lozanía de la juventud, destemplado, de carnes fláccidas; no es un Duarte caudillo; es un Duarte revivido, es el Duarte de alma y abnegado corazón, pletórico de ilusiones y fortalezas espirituales, el heroico, el que lleva en su interior labrado el abecedario de la nobleza, la entrega y el desprendimiento en el servicio a la Patria, El que nos enseñaba a tener a todos sentimientos puros, a dar ejemplo de grandeza, de nobleza, de virtud. Es un Duarte real, no idealizado, sin excesos de sensibilidad, en la plenitud de sus fuerzas, al alcanzar la proeza de la libertad, triunfante.
El “Duarte abelardino”, es el Duarte eternizado, digno de la gloria, digno de la gratitud de su pueblo; legendario, símbolo de que se puede vencer la ignominia y vileza de los otros, para lograr que la razón guíe a los hombres en la oscuridad, para salvarnos de la esclavitud, desafiando a la muerte, en aras de la libertad, ya que la labor redentora de crear la Patria el 27 de febrero de 1844, solo podía ser forjada por una mente esclarecida, que conociera el orden divino como guía, para emprender la lucha por la igualdad, en nombre de Dios.
Esta es la interpretación retrospectiva legítima de Abelardo del Duarte que regresó de Curazao en la goleta “La Leonor” capitaneada por Juan Alejandro Acosta, que junto a Juan Nepomuceno Ravelo, tenían la encomienda de traer a su terruño al Fundador de la República, al Trinitario prócer y mártir, que juró con los suyos hacer realidad el sueño de vivir libres. Este es el Duarte que el 15 de marzo de 1844 allende los mares en la riada del Ozama, al tocar puerto, fue saludado a su retorno a la Patria amada, por el Arzobispo Don Tomás Portes Infante con regocijo, y que al abrazarlo le dijo: “Salve Padre de la Patria”.
A. Fernández García escribió en 1913 que: “La fuerza del talento de Abelardo Rodríguez Urdaneta ha creado el Duarte que perdurará en el porvenir”. Y al decir nuestro que: “Duarte es Abelardo” solo nos queda exclamar nuestra admiración con veneración por la artificiosa obra de este célebre y renombrado dominicano que amó la Patria, al igual que Juan Pablo Duarte, a cuyo espíritu inmutable, inmortal, eterno, de hacedor de la Patria, sirvió su arte. Esta es la escultura votiva de Duarte al alcanzar los 31 años de edad.
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