Pasaportes y visados: de la identidad al control de la movilidad en las fronteras
Pasaportes
y visados entendidos como documentos identificativos fueron concebidos
en sus orígenes como una herramienta para la creación y delimitación de
la ciudadanía por parte de los estados, que vendrían a legitimar su
soberanía. Unos documentos que variarían en su finalidad dependiendo del
momento histórico y respondiendo a objetivos específicos de los
estados.
Con el
paso de la Edad Media al periodo absolutista y de ahí a la creación del
estado moderno, el individuo ha pasado de poseer el control de sus
movimientos a necesitar una identidad creada de forma artificial (en la
mayoría de los casos por oposición al otro extranjero). Una movilidad
que no siembre dependía exclusivamente del individuo, sino que solía
estar ligada a entidades privadas, tal y como sostiene John Torpey,
como resultado de los sistemas esclavistas o de clases sociales.
Habermas y
Foucault, en sus estudios sobre el poder y la autoridad de los estados,
señalan a la administración necesaria para la gestión de los documentos
identificativos como una forma más en la que el estado ha ido penetrando o abrazando a
la sociedad, de manera que ha ido acaparando la capacidad de ejercer
una autoridad cada vez mayor sobre ellas, monopolizando así dicha
autoridad. Torpey señala que la visión de J. Habermas sobre la
penetración del estado en la sociedad no vendría a reflejar totalmente
el proceso por el cual, el estado ha conseguido monopolizar dicha
autoridad, ya que considera que no refleja la naturaleza de un proceso
que no ha sido de imposición directa a la forma rígida y clásica que se
pueda imaginar, sino que se habría hecho de manera indirecta. En
términos de Foucault, el estado abraza a la sociedad, entendido como el
aumento de las necesidades administrativas de forma que el individuo se
convierte en un dependiente de las capacidades del estado. Así, el
desarrollo de la administración para el control de movimientos venía a
ser una forma más de ejercer autoridad o abrazar a la ciudadanía, una
ciudadanía que no existía como tal, por lo que era tarea del estado
moderno crearla. Los objetivos eran de los más diversos como mantener un
mercado laboral estable, mantener la seguridad evitando la entrada de
espías o la movilidad de las clases más bajas (a los que en algunos
periodos no se les expedía pasaporte) u otros objetivos vistos en el
capítulo anterior.
Al
relacionar estado moderno e identidad, los autores que tratan este tema
suelen relacionar conceptos como estado-nación, nacionalidad,
no-nacional y extranjero, diferentes términos para determinar diferentes tratamientos. A
este respecto, Saskia Sassen señala que el hecho de unir la soberanía
del estado con el nacionalismo convirtió al extranjero en un forastero, y
afirma para el caso concreto de los refugiados, que surgirían en el
periodo en el que se configuraba el estado moderno, que el estado
podía definir a os refugiados como personas que no pertenecían a la
sociedad nacional, que no podían optar a los derechos de los ciudadanos.
(Sassen, S. 2013: 116).
Los
sistemas de control de la movilidad, como eran el pasaporte y el visado,
cumplían esta otra función de identificación dando lugar a una revolución identificativa, tal
y como la entiendía G. Noiriel. En estos documentos se reflejaba el
origen familiar del individuo que desprendía información sobre su
estatus, su formación, zona de residencia e incluso toda clase de
información en el caso de los visados, en los que se solicitaba (y se
solicita en muchos casos en la actualidad), el lugar de residencia
durante la estancia en el extranjero (o en el país huésped), la
capacidad de financiarse económicamente y la reserva del viaje.
Todos los
aspectos identificativos reflejados en un pasaporte o visado reflejan
las características de un cuerpo individual en relación con su gobierno,
tal y como expone M. Salter (2006), siendo los sistemas de visados y
pasaportes los que permiten la pertenencia o membresía en una comunidad
en su propio territorio y cuando se encuentra en otro territorio
exterior. Esta argumentación coincide con la realizada por Foucault
entorno al concepto de biopolítica entendida como la forma moderna
de gobernar la vida de la población que produce cuerpos dóciles a través
de una continuada conjunción de soberanía sobre el territorio. (Jansen,
S., 2009: 815) Una manera de entender la política o de como el estado
ejerce la soberanía sobre los ciudadanos/cuerpos, desposeyéndoles así de
su humanidad en una forma de control y de anonimato bajo la necesidad
de control de la forma más aséptica. Sobre esta base de posiciones
desiguales se establece la relación entre cuerpo y estado, unas
relaciones de saber y poder, en las que a mayor información sobre el
cuerpo, mayor control político se tendrá sobre el mismo. Como señala el
propio Salter en línea con la argumentación de Foucault, el poder construye el sujeto obediente, pero no se limita a reprimir a los desobedientes. (Salter,
M., 2006: 171) Tal y como afirma el propio Salter, el orden bipolítico
internacional se crea mediante la clasificación y la contención de un
régimen de vigilancia y con una política tecnológica internacional del
individuo dirigida por la globalización de los documentos, la biométrica
y el régimen aconfesional.
Esta misma
lógica de relaciones de saber/poder se puede trasladar al momento de
atravesar una frontera tanto de forma legal como ilegal. En este momento
es cuando pasaportes y visados cumplen con sus principales funciones:
representación física de la soberanía en cuanto a protección del
propietario fuera de sus fronteras, y como identificación y provisión de
información del individuo hacia el país que le recibe. Es pues la
frontera un espacio complejo en el que se produce incluso un sentimiento
de afectividad entre sujeto y documentos en tanto en cuanto ese
documento aporta sensación de seguridad al individuo.
Salter, tomando el concepto de estado de excepción enunciado por Agamben dentro de su teoría del homo sacer, entiende por estado de excepción una
situación anormal en la que las leyes se suspenden para quedar el
poder, en manos de la fuerza que es la que ejerce la ley y determina
dejar pasar a un individuo u otro. Una situación que nos recuerda a los
momentos de crisis bélicas en la historia en las que se establecían
leyes extraordinarias para el control de la movilidad con la imposición
de pasaportes y visados. Salter va un paso más allá al señalar que las
fronteras se configuran como un estado de excepción permanente,
en el que será la soberanía en forma de pasaporte o visado, la que
determine que un individuo sea catalogado como incluido o excluido del
estado huésped, o incluso sea definido como un refugiado.
Esta metáfora del estado de excepción permanente refleja
de una forma muy visual los controles fronterizos que se integran como
herramienta de las políticas migratorias nacionales, que cada vez se van
configurando en mayor medida de una manera transnacional ya que los
estados quieren ceder mayor soberanía en este sentido a las
organizaciones internacionales y sistemas regionales por la complejidad
de su gestión. La identificación se convierte en clave y por ello el
sistema de pasaportes y visados es de tremenda importancia. Si bien la
tipología se ha ido definiendo y delimitando con la creación del estado
moderno, actualmente existen unas normas internacionales que
estandarizan la forma de estos documentos.
En la
situación de crisis económica que atraviesan los países desarrollados,
el control de las inmigraciones legales e ilegales se vuelve en un eje
central de las políticas exteriores. La aplicación del requerimiento de
visados a los pasaportes se vuelve una herramienta imprescindible, para
el control de la movilidad y como herramienta de presión hacia otros
estados en ese pulso migratorio. M. Czaika y H. de Haas (2014), por
ejemplo, han demostrado empíricamente que la aplicación de los visados
reduce levemente los flujos migratorios entre los países que establecen
el visado, pero no se reducen en cuanto a número de inmigrantes, es
decir las migraciones continúan solo que cambian de dirección hacia
otros países en los que el visado no es requerido. Por lo que cabría
plantearse hasta qué punto, estas medidas de control por imposición de
visados son unas medidas efectivas, pero sobre todo, justas.
Bibliografía:
Noiriel
G., [1996 (1988)] The french melting pot inmigration citizenship and
national identity, Mineapolis, University of Minnesota Press.
Salter,
M., (2006) The global visa regime and the political technologies of the
international self: borders, bodies and biopolitics, Alternatives 31,
167-189, en www.sagepublications.com.
Salter,
M., (2004) Passports, mobility, and security: How smart can the border
be? Policy in international studies, International Studies Perspectives,
nº 5, p. 71-91, Blackwell Publishing, Malden.
Sassen, S (2013) Inmigrantes y ciudadanos. De las migraciones masivas a la Europa Fortaleza, Siglo XXI.
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