jueves, 7 de agosto de 2014

Pasaportes y visados: de la identidad al control de la movilidad en las fronteras

Pasaportes y visados: de la identidad al control de la movilidad en las fronteras

Pasaportes y visados entendidos como documentos identificativos fueron concebidos en sus orígenes como una herramienta para la creación y delimitación de la ciudadanía por parte de los estados, que vendrían a legitimar su soberanía. Unos documentos que variarían en su finalidad dependiendo del momento histórico y respondiendo a objetivos específicos de los estados.
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Con el paso de la Edad Media al periodo absolutista y de ahí a la creación del estado moderno, el individuo ha pasado de poseer el control de sus movimientos a necesitar una identidad creada de forma artificial (en la mayoría de los casos por oposición al otro extranjero). Una movilidad que no siembre dependía exclusivamente del individuo, sino que solía estar ligada a entidades privadas, tal y como sostiene  John Torpey, como resultado de los sistemas esclavistas o de clases sociales.
Habermas y Foucault, en sus estudios sobre el poder y la autoridad de los estados, señalan a la administración necesaria para la gestión de los documentos identificativos como una forma más en la que el estado ha ido penetrando o abrazando a la sociedad, de manera que ha ido acaparando la capacidad de ejercer una autoridad cada vez mayor sobre ellas, monopolizando así dicha autoridad. Torpey señala que la visión de J. Habermas sobre la penetración del estado en la sociedad no vendría a reflejar totalmente el proceso por el cual, el estado ha conseguido monopolizar dicha autoridad, ya que considera que no refleja la naturaleza de un proceso que no ha sido de imposición directa a la forma rígida y clásica que se pueda imaginar, sino que se habría hecho de manera indirecta. En términos de Foucault, el estado abraza a la sociedad, entendido como el aumento de las necesidades administrativas de forma que el individuo se convierte en un dependiente de las capacidades del estado. Así, el desarrollo de la administración para el control de movimientos venía a ser una forma más de ejercer autoridad o abrazar a la ciudadanía, una ciudadanía que no existía como tal, por lo que era tarea del estado moderno crearla. Los objetivos eran de los más diversos como mantener un mercado laboral estable, mantener la seguridad evitando la entrada de espías o la movilidad de las clases más bajas (a los que en algunos periodos no se les expedía pasaporte) u otros objetivos vistos en el capítulo anterior.
Al relacionar estado moderno e identidad, los autores que tratan este tema suelen relacionar conceptos como estado-nación, nacionalidad, no-nacional y extranjero, diferentes términos para determinar diferentes tratamientos. A este respecto, Saskia Sassen señala que el hecho de unir la soberanía del estado con el nacionalismo convirtió al extranjero en un forastero, y afirma para el caso concreto de los refugiados, que surgirían en el periodo en el que se configuraba el estado moderno, que el estado podía definir a os refugiados como personas que no pertenecían a la sociedad nacional, que no podían optar a los derechos de los ciudadanos. (Sassen, S. 2013: 116).
Los sistemas de control de la movilidad, como eran el pasaporte y el visado, cumplían esta otra función de identificación dando lugar a una revolución identificativa, tal y como la entiendía G. Noiriel. En estos documentos se reflejaba el origen familiar del individuo que desprendía información sobre su estatus, su formación, zona de residencia e incluso toda clase de información en el caso de los visados, en los que se solicitaba (y se solicita en muchos casos en la actualidad), el lugar de residencia durante la estancia en el extranjero (o en el país huésped), la capacidad de financiarse económicamente y la reserva del viaje.
Todos los aspectos identificativos reflejados en un pasaporte o visado reflejan las características de un cuerpo individual en relación con su gobierno, tal y como expone M. Salter (2006), siendo los sistemas de visados y pasaportes los que permiten la pertenencia o membresía en una comunidad en su propio territorio y cuando se encuentra en otro territorio exterior. Esta argumentación coincide con la realizada por Foucault entorno al concepto de biopolítica entendida como la forma moderna de gobernar la vida de la población que produce cuerpos dóciles a través de una continuada conjunción de soberanía sobre el territorio. (Jansen, S., 2009: 815) Una manera de entender la política o de como el estado ejerce la soberanía sobre los ciudadanos/cuerpos, desposeyéndoles así de su humanidad en una forma de control y de anonimato bajo la necesidad de control de la forma más aséptica. Sobre esta base de posiciones desiguales se establece la relación entre cuerpo y estado, unas relaciones de saber y poder, en las que a mayor información sobre el cuerpo, mayor control político se tendrá sobre el mismo. Como señala el propio Salter en línea con la argumentación de Foucault, el poder construye el sujeto obediente, pero no se limita a reprimir a los desobedientes.  (Salter, M., 2006: 171) Tal y como afirma el propio Salter, el orden bipolítico internacional se crea mediante la clasificación y la contención de un régimen de vigilancia y con una política tecnológica internacional del individuo dirigida por la globalización de los documentos, la biométrica y el régimen aconfesional.
Esta misma lógica de relaciones de saber/poder se puede trasladar al momento de atravesar una frontera tanto de forma legal como ilegal. En este momento es cuando pasaportes y visados cumplen con sus principales funciones: representación física de la soberanía en cuanto a protección del propietario fuera de sus fronteras, y como identificación y provisión de información del individuo hacia el país que le recibe. Es pues la frontera un espacio complejo en el que se produce incluso un sentimiento de afectividad entre sujeto y documentos en tanto en cuanto ese documento aporta sensación de seguridad al individuo.
Salter, tomando el concepto de estado de excepción enunciado por Agamben dentro de su teoría del homo sacer, entiende por estado de excepción una situación anormal en la que las leyes se suspenden para quedar el poder, en manos de la fuerza que es la que ejerce la ley y determina dejar pasar a un individuo u otro. Una situación que nos recuerda a los momentos de crisis bélicas en la historia en las que se establecían leyes extraordinarias para el control de la movilidad con la imposición de pasaportes y visados. Salter va un paso más allá al señalar que las fronteras se configuran como un estado de excepción permanente, en el que será la soberanía en forma de pasaporte o visado, la que determine que un individuo sea catalogado como incluido o excluido del estado huésped, o incluso sea definido como un refugiado.
Esta metáfora del estado de excepción permanente refleja de una forma muy visual los controles fronterizos que se integran como herramienta de las políticas migratorias nacionales, que cada vez se van configurando en mayor medida de una manera transnacional ya que los estados quieren ceder mayor soberanía en este sentido a las organizaciones internacionales y sistemas regionales por la complejidad de su gestión. La identificación se convierte en clave y por ello el sistema de pasaportes y visados es de tremenda importancia. Si bien la tipología se ha ido definiendo y delimitando con la creación del estado moderno, actualmente existen unas normas internacionales que estandarizan la forma de estos documentos.
En la situación de crisis económica que atraviesan los países desarrollados, el control de las inmigraciones legales e ilegales se vuelve en un eje central de las políticas exteriores. La aplicación del requerimiento de visados a los pasaportes se vuelve una herramienta imprescindible, para el control de la movilidad y como herramienta de presión hacia otros estados en ese pulso migratorio. M. Czaika y H. de Haas (2014), por ejemplo, han demostrado empíricamente que la aplicación de los visados reduce levemente los flujos migratorios entre los países que establecen el visado, pero no se reducen en cuanto a número de inmigrantes, es decir las migraciones continúan solo que cambian de dirección hacia otros países en los que el visado no es requerido. Por lo que cabría plantearse hasta qué punto, estas medidas de control por imposición de visados son unas medidas efectivas, pero sobre todo, justas.
Bibliografía:
Noiriel G., [1996 (1988)] The french melting pot inmigration citizenship and national identity, Mineapolis, University of Minnesota Press.
Salter, M., (2006) The global visa regime and the political technologies of the international self: borders, bodies and biopolitics, Alternatives 31, 167-189, en www.sagepublications.com.
Salter, M., (2004) Passports, mobility, and security: How smart can the border be? Policy in international studies, International Studies Perspectives, nº 5, p. 71-91, Blackwell Publishing, Malden.
Sassen, S (2013) Inmigrantes y ciudadanos. De las migraciones masivas a la Europa Fortaleza, Siglo XXI.

Torpey, J., (2000) The invention of the passport Surveillance, Citizenship and the State, Cambrbidge, University Press Cambridge

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