Imperios invisibles, poder estatal y colonialismo del Siglo XXI
Por: Benjamin Dangl | Upside Down Worldhttp://regeneracion.mx/opinion/imperios-invisibles-poder-estatal-y-colonialismo-del-siglo-xxi/
Regeneración, 19 de junio 2014.-El tristemente célebre grupo privado de mercenarios estadounidenses Academi –conocido previamente como Blackwater– entrenó a fuerzas de seguridad brasileñas en Carolina del Norte en preparación para la actual Copa Mundial en Brasil, como informa el cronista deportivo Dave Zirin. Zirin se refirió al cable diplomático de 2009 publicado por WikiLeaks, que reveló que Washington veía las esperadas crisis relacionadas con la Copa Mundial como oportunidades para participación de EE.UU. Zirin escribió que para Washington, “La miseria de Brasil crea espacio para oportunismo”.
Las balas del capitalismo siguen a la Copa Mundial tal como lo hacen en el caso de Tratados de Libre Comercio (TLC) firmados con EE.UU. Hace cinco años en este mes, protestas continuaban en la región Amazonas de Perú, donde miles de hombres, mujeres y niños indígenas Awajún y Wampis estaban bloqueando carreteras contra el ingreso de empresas mineras, petroleras y madereras a los territorios ancestrales. El gobierno peruano, que acababa de firmar un TLC con EE.UU., no estaba seguro de cómo encarar las protestas – en parte porque concesiones controvertidas en Amazonas fueron hechas para satisfacer los requerimientos del TLC. Según un cable diplomático publicado por WikiLeaks, el 1º de junio de 2009, el Departamento de Estado de EE.UU. envió un mensaje a la Embajada de EE.UU. en Lima: “Si el Congreso y el presidente [peruano] García ceden ante la presión [de los manifestantes], habría implicaciones para el recientemente implementado Tratado de Libre Comercio Perú-EE.UU.” Cuatro días después, el gobierno peruano reaccionó ante la protesta con violencia letal, llevando a un conflicto que causó 32 muertos.
EE.UU. tiene mala fama por su historia imperial en la región. Pero Washington no es el único imperio en su patio trasero. Fuerzas globales y locales del capitalismo, el imperialismo y colonialismo de nuestros días, actúan en toda Latinoamérica, desde los estadios de fútbol hasta las minas de cobre.
China ha sobrepasado a EE.UU. como el principal socio comercial de los países más ricos de la región; la mayor parte de sus negocios se encuentran en el área de extracción de recursos naturales. Y para muchas naciones en el Cono Sur, Brasil –que ahora es una potencia mundial que ha sobrepasado a Gran Bretaña como la sexta economía por su tamaño– es una fuerza imperial, que utiliza gran parte de la riqueza natural de la región, tierras y potencia hidroeléctrica para alimentar sus crecientes industrias y población.
El capitalismo tiene muchas caras y aliados, y no están basados solo en el norte del globo o dentro de esos gigantes económicos. Como escribe el sociólogo William Robinson: “La nueva cara del capitalismo global en Latinoamérica es impulsada tanto por clases capitalistas locales que han buscado la integración en las filas de la clase capitalista transnacional como por el capital corporativo y financiero transnacional”. De México a Argentina, esta clase capitalista local ha creado unos 70 conglomerados transnacionales globalmente competitivos.
Amigos del imperio y del capital se encuentran en la cima del poder entre los dirigentes políticos latinoamericanos. Aunque EE.UU. ha espiado en Latinoamérica durante años, como dejaron en claro recientemente las filtraciones de Edward Snowden, el gobierno de Michelle Bachelet en Chile pidió ayuda, durante su primer período en el poder, al gobierno de EE.UU. en el espionaje contra dirigentes indígenas mapuche que defienden el derecho a sus tierras. Aunque EE.UU. apoyó el golpe contra Fernando Lugo de Paraguay en 2012, antes de que fuera destituido de su cargo, el propio Lugo declaró un estado de emergencia en el campo para expandir la represión contra activistas campesinos que luchaban contra incursiones en sus tierras de los patrones de la soja.
Para numerosas comunidades indígenas en Latinoamérica, el Estado, frecuentemente en alianza con corporaciones transnacionales, mantiene una visión colonialista del mundo en pleno Siglo XXI, particularmente en el área de extracción de recursos naturales en las industrias de la minería, del petróleo y del gas. Como escribe la profesora Manuela Picq de la Universidad San Francisco de Quito en Ecuador: “La expropiación unilateral de tierras para la minería es una continuación de la Doctrina del Descubrimiento. Conceptualizó el Nuevo Mundo como terra nullius [tierra que no pertenece a nadie, N. del T.], autorizando a las potencias coloniales para que conquistaran y explotaran tierra en las Américas. […] Actualmente la idea de tierras ‘vacías’ sobrevive en prácticas extractivistas.”
Por cierto, concesiones mineras han sido otorgadas en un 80% de los territorios indígenas legalmente reconocidos de Colombia, y 407.000 kilómetros cuadrados de áreas mineras basadas en la región del Amazonas se encuentran en territorio indígena. Como parte de esa toma de tierra extractivista a escala regional, Picq explica que 200 activistas fueron muertos en Perú entre 2006 y 2011, 200 personas fueron ilegalizadas en Ecuador por protestar contra la privatización de recursos naturales, y 11 activistas anti-extractivistas han sido asesinados en Argentina desde 2010.
La industria minera también es generalmente devastadora para el entorno, sea estatal o privada. Picq señala que la mina Martin en Guatemala, de propiedad de la compañía canadiense Goldcorp, utiliza en solo una hora la misma cantidad de agua que una familia local usa durante 22 años, y la industria minera en Chile – donde el Estado posee la mayor compañía productora de cobre en el mundo– usa 37% de la electricidad de la nación.
El capitalismo, el imperio y el colonialismo del Siglo XXI, vienen de lejos y descienden sobre sus víctimas en Latinoamérica. Pero esas fuerzas también se encuentran en las granadas de gas lacrimógeno que las fuerzas de seguridad de Brasil usan en la Copa Mundial, en el Estado que extrae recursos naturales en territorio indígena, y en los tratados de libre comercio firmados con sangre.
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