PRÓLOGO DE LA OBRA : PARTE DE MI VIDA: PARA MIS HIJOS, NIETAS Y NIETOS.
Por: Ing. José Israel Cuello.
Primero, Una Definición de Valores.
Este Prólogo, con que el
autor honra a quien lo suscribe, podría ser simplificado en la esencia del
contenido del libro al que precede; a este catálogo de los valores que
templaron desde niño la recia personalidad de su autor.
Y,
ya.
Pero,
no.
Siendo como es el querido y
admirado Negro Veras, una personalidad presente en la vida dominicana e
internacional desde muy temprana edad; sin descanso y para siempre, no basta
con la simple frase introductoria, por muy plena que ella sea.
De Negro Veras es necesario
decir, ya en el ocaso de nuestras vidas, que ha dejado una huella de servicios
impresionantes aquí y en muchas partes del mundo, donde le tocó asumir lo
dominicano en dimensiones universales; a pesar de que toda nuestra generación
fue obviada en la oportunidad del ejercicio administrativo del Estado.
Al mismo tiempo, de Negro
Veras es obligado destacar la terquedad en la vigencia y ostentación de esos
valores que le han permitido ser más que tenaz, a veces temerario; más que
valiente ante las múltiples agresiones de que ha sido víctima él mismo, sus
familiares más cercanos y sus amigos más entrañables.
En ese orden, Negro ha sido
desafiante de un orden que encubre el crimen, que sepulta en el olvido el dolo
y la prevaricación, que ha hecho del proceso judicial, cuando se ha visto
obligado a darle inicio, un interminable laberinto donde la injusticia se ceba
por décadas en las ya laceradas espaldas de los agraviados que han buscado
amparo en las instituciones.
Al leer este texto, tal vez
el más depurado de sus múltiples publicaciones, puede apreciarse en qué medida
el ejercicio permanente de la escritura le ha permitido hacer esta coherente y
precisa exposición de cómo se construyó su carácter; que es su vida.
A la escritura llegó por
ejercicio, nunca fue su oficio, y llegó a ella, ora por el desempeño de su
profesión de abogado, ora por su largo trajinar en las redacciones de los
periódicos en procura de un espacio que ahora se le ofrece de múltiples
maneras, y antes se le negó o redujo con amplia variedad de argumentos, el más
simple de los cuales era dejar perder el original, y “callar serenamente”; ora,
por su presencia, a veces solitaria, en el confín del mundo donde llegó cargado
de la multiplicidad de causas que se ha echado al hombro a lo largo de su vida.
Esta coherente y precisa
exposición del cómo se construyó su carácter, que es su vida, tiene silencios
de elocuencia notable:
El padre sale de su vida, de
sus vidas, sin que sea necesario explicarlo, simplemente se acentúa el dominio
determinante de la madre; que no se enuncia, pero se palpa, se siente en todo
el trajinar del texto. No es necesario más.
Él mismo, entra y sale del
Partido Comunista sin detalles, no es el tema, simplemente un elemento que es
preciso consignar. ¿En qué discrepó? No se trata de eso, a nadie le importa ese
elemento con todos los desgarres que precedieron siempre la entrada y salida de
ese templo de elegidos, más misterioso en sus ritos que las logias masónicas,
más basto en sus huellas de ruptura que el sacerdocio, que el divorcio o que
una aceptación de preferencias sexuales no convencionales.
Para no ser exhaustivo, la
madre, cuyo calor de siempre le forjó el carácter y le definió los valores
normativos de su vida, se distancia de Carmen, su novia única, su esposa para
siempre, y se va a Nueva York a reiniciar la vida tras la desaparición de la
tiranía trujillista; y Negro sólo enuncia, no dice, eso no le importa más que a
los chismosos.
Eso se llama el dominio de la
narración, eso es saber escribir.
Y eso, el deleitarse con un
texto de calidad, es un regalo adicional que nos hace Negro en esta entrega que
tal vez le imponga la escritura de tantos textos nuevos como los que se
enuncian en sus silencios; sean ellos totales, como los que se describen más
arriba, o parciales, como aquellos que, para sólo decir de dos, se refieren a
Haití y a Los Panfleteros.
De Haití, a su papel en la
solidaridad dominicana bajo el duvalierismo, en sus dos capas, de padre e hijo;
desde un mundo en que mandaba el Balaguer de los mil rostros y de una sola
verdad, su poder: el Espíritu Santo de la isla.
Pero no sólo de eso, que ya
ha escrito bastante en otros libros y en múltiples exposiciones periodísticas,
sino que sobre su distanciamiento del tema; cuando el duvalierismo redujo su
presencia en ese mundo de misterios e incógnitas que es nuestro vecino, nuestro
mellizo, cuya intimidad de hoy él llegó a conocer mejor que nadie, porque
conoció a sus héroes olvidados de aquel tiempo ya remoto, a los muertos que
precedieron una visita de Nelson Rockefeller, como corderos llevados a la pira
de los cultos paganos de ese entonces, a los Sansaric, a los Brisson, a los
Valdestran.
¿Qué ha sido de sus viudas?
¿Qué ha sido de sus hijos? ¿Qué ha sido de sus luchas sepultadas hasta hoy y
tal vez para siempre en el olvido?
De Los Panfleteros, que Negro
asumió desde hace tiempo como uno de sus fundadores, están pendientes muchas
cosas, desde el rescate de sus huesos, perdidos en el Cementerio Obrero de la
calle 40 esquina Ortega y Gasset de Santo Domingo; en alguna fosa común de
perdidos y olvidados héroes de la
Patria , pero también, de los restos y testimonios que todavía
podrían localizarse del Movimiento Clero Cultural con que firmaron el volante
suicida que les condujo casi a todos al patíbulo
Y de él, del MCC, la vida,
pasión y muerte del sacerdote Daniel Cruz Inoa, su organizador, enviado a
Alemania por más de una década por parte de su iglesia, y colocado luego en una
parroquia de pobres en Puerto Plata para el resto de su vida; parroquia donde
dejó una familia que crece en el olvido, en la mejor tradición de la iglesia
dominicana, donde los curas dejan familias, unas señeras, la mayoría olvidables
y olvidadas.
Al decir Negro, en lo
pendiente, lejos estoy de cargar sus hombros de nuevas y mayores cargas;
simplemente, señalo tareas que todos tenemos pendientes en la larga ruta del
rescate para la memoria de los olvidados.
En la vida política, las
clases media y alta siempre tienen quienes les rescaten del olvido; si en los
esfuerzos para la renovación de sus dominios han sucumbido; ellos mismos, si
sobreviven; sus descendientes, si perecieron, harán el museo correspondiente a
la medida de sus autovaloraciones.
A los humildes sólo les queda
el olvido o el recuerdo interesado cuando de sus luchas se hace la manipulación
pertinente a las coyunturas.
Por ello, alabo el trabajo
tenaz e incansable de Ramón Antonio Veras, de Negro; y, como su amigo y
compañero de tantas largas jornadas, exhorto a los lectores de este libro a
tomar las banderas del relevo, a rescatar del olvido a los que no han merecido
ni el recuerdo en medio siglo, y a hacer su propia ruta; a hacer el propio
camino que hace cada generación cuando asume, como ha asumido Negro Veras, la
responsabilidad de desbrozar el monte y avanzar.
En fin, Visto el Caso y
Comprobado el Hecho, quien supo ser Defensor del Pueblo en los momentos más
difíciles de un accionar político descompensado, es quien tiene la categoría
suprema para desempeñarlo cuando se ha establecido como precepto constitucional
un cargo más, desde donde se deberá controlar al Ministerio Público y a la Policía Nacional ,
que tienen como función precisamente la defensa de los derechos de las
personas, ante la imposibilidad de que esas instancias entiendan, por sí
mismas, que lo suyo no es atropellar.
Santo
Domingo, D. N.
13 de
marzo de 2013.-
No hay comentarios:
Publicar un comentario