martes, 9 de julio de 2013

PRÓLOGO DE LA OBRA: PARTE DE MI VIDA: PARA MIS HIJOS, NIETAS Y NIETOS.


PRÓLOGO DE LA OBRA: PARTE DE MI VIDA: PARA MIS HIJOS, NIETAS Y NIETOS.
Por: Ing. José Israel Cuello.

Primero, Una Definición de Valores.

Este Prólogo, con que el autor honra a quien lo suscribe, podría ser simplificado en la esencia del contenido del libro al que precede; a este catálogo de los valores que templaron desde niño la recia personalidad de su autor.
Y, ya.
Pero, no.
Siendo como es el querido y admirado Negro Veras, una personalidad presente en la vida dominicana e internacional desde muy temprana edad; sin descanso y para siempre, no basta con la simple frase introductoria, por muy plena que ella sea.

De Negro Veras es necesario decir, ya en el ocaso de nuestras vidas, que ha dejado una huella de servicios impresionantes aquí y en muchas partes del mundo, donde le tocó asumir lo dominicano en dimensiones universales; a pesar de que toda nuestra generación fue obviada en la oportunidad del ejercicio administrativo del Estado.

Al mismo tiempo, de Negro Veras es obligado destacar la terquedad en la vigencia y ostentación de esos valores que le han permitido ser más que tenaz, a veces temerario; más que valiente ante las múltiples agresiones de que ha sido víctima él mismo, sus familiares más cercanos y sus amigos más entrañables.

En ese orden, Negro ha sido desafiante de un orden que encubre el crimen, que sepulta en el olvido el dolo y la prevaricación, que ha hecho del proceso judicial, cuando se ha visto obligado a darle inicio, un interminable laberinto donde la injusticia se ceba por décadas en las ya laceradas espaldas de los agraviados que han buscado amparo en las instituciones.

Al leer este texto, tal vez el más depurado de sus múltiples publicaciones, puede apreciarse en qué medida el ejercicio permanente de la escritura le ha permitido hacer esta coherente y precisa exposición de cómo se construyó su carácter; que es su vida.

A la escritura llegó por ejercicio, nunca fue su oficio, y llegó a ella, ora por el desempeño de su profesión de abogado, ora por su largo trajinar en las redacciones de los periódicos en procura de un espacio que ahora se le ofrece de múltiples maneras, y antes se le negó o redujo con amplia variedad de argumentos, el más simple de los cuales era dejar perder el original, y “callar serenamente”; ora, por su presencia, a veces solitaria, en el confín del mundo donde llegó cargado de la multiplicidad de causas que se ha echado al hombro a lo largo de su vida.

Esta coherente y precisa exposición del cómo se construyó su carácter, que es su vida, tiene silencios de elocuencia notable:

El padre sale de su vida, de sus vidas, sin que sea necesario explicarlo, simplemente se acentúa el dominio determinante de la madre; que no se enuncia, pero se palpa, se siente en todo el trajinar del texto. No es necesario más.

Él mismo, entra y sale del Partido Comunista sin detalles, no es el tema, simplemente un elemento que es preciso consignar. ¿En qué discrepó? No se trata de eso, a nadie le importa ese elemento con todos los desgarres que precedieron siempre la entrada y salida de ese templo de elegidos, más misterioso en sus ritos que las logias masónicas, más basto en sus huellas de ruptura que el sacerdocio, que el divorcio o que una aceptación de preferencias sexuales no convencionales.

Para no ser exhaustivo, la madre, cuyo calor de siempre le forjó el carácter y le definió los valores normativos de su vida, se distancia de Carmen, su novia única, su esposa para siempre, y se va a Nueva York a reiniciar la vida tras la desaparición de la tiranía trujillista; y Negro sólo enuncia, no dice, eso no le importa más que a los chismosos.
Eso se llama el dominio de la narración, eso es saber escribir.

Y eso, el deleitarse con un texto de calidad, es un regalo adicional que nos hace Negro en esta entrega que tal vez le imponga la escritura de tantos textos nuevos como los que se enuncian en sus silencios; sean ellos totales, como los que se describen más arriba, o parciales, como aquellos que, para sólo decir de dos, se refieren a Haití y a Los Panfleteros.

De Haití, a su papel en la solidaridad dominicana bajo el duvalierismo, en sus dos capas, de padre e hijo; desde un mundo en que mandaba el Balaguer de los mil rostros y de una sola verdad, su poder: el Espíritu Santo de la isla.

Pero no sólo de eso, que ya ha escrito bastante en otros libros y en múltiples exposiciones periodísticas, sino que sobre su distanciamiento del tema; cuando el duvalierismo redujo su presencia en ese mundo de misterios e incógnitas que es nuestro vecino, nuestro mellizo, cuya intimidad de hoy él llegó a conocer mejor que nadie, porque conoció a sus héroes olvidados de aquel tiempo ya remoto, a los muertos que precedieron una visita de Nelson Rockefeller, como corderos llevados a la pira de los cultos paganos de ese entonces, a los Sansaric, a los Brisson, a los Valdestran.

¿Qué ha sido de sus viudas? ¿Qué ha sido de sus hijos? ¿Qué ha sido de sus luchas sepultadas hasta hoy y tal vez para siempre en el olvido?

De Los Panfleteros, que Negro asumió desde hace tiempo como uno de sus fundadores, están pendientes muchas cosas, desde el rescate de sus huesos, perdidos en el Cementerio Obrero de la calle 40 esquina Ortega y Gasset de Santo Domingo; en alguna fosa común de perdidos y olvidados héroes de la Patria, pero también, de los restos y testimonios que todavía podrían localizarse del Movimiento Clero Cultural con que firmaron el volante suicida que les condujo casi a todos al patíbulo

Y de él, del MCC, la vida, pasión y muerte del sacerdote Daniel Cruz Inoa, su organizador, enviado a Alemania por más de una década por parte de su iglesia, y colocado luego en una parroquia de pobres en Puerto Plata para el resto de su vida; parroquia donde dejó una familia que crece en el olvido, en la mejor tradición de la iglesia dominicana, donde los curas dejan familias, unas señeras, la mayoría olvidables y olvidadas.

Al decir Negro, en lo pendiente, lejos estoy de cargar sus hombros de nuevas y mayores cargas; simplemente, señalo tareas que todos tenemos pendientes en la larga ruta del rescate para la memoria de los olvidados.
En la vida política, las clases media y alta siempre tienen quienes les rescaten del olvido; si en los esfuerzos para la renovación de sus dominios han sucumbido; ellos mismos, si sobreviven; sus descendientes, si perecieron, harán el museo correspondiente a la medida de sus autovaloraciones.
A los humildes sólo les queda el olvido o el recuerdo interesado cuando de sus luchas se hace la manipulación pertinente a las coyunturas.

Por ello, alabo el trabajo tenaz e incansable de Ramón Antonio Veras, de Negro; y, como su amigo y compañero de tantas largas jornadas, exhorto a los lectores de este libro a tomar las banderas del relevo, a rescatar del olvido a los que no han merecido ni el recuerdo en medio siglo, y a hacer su propia ruta; a hacer el propio camino que hace cada generación cuando asume, como ha asumido Negro Veras, la responsabilidad de desbrozar el monte y avanzar.

En fin, Visto el Caso y Comprobado el Hecho, quien supo ser Defensor del Pueblo en los momentos más difíciles de un accionar político descompensado, es quien tiene la categoría suprema para desempeñarlo cuando se ha establecido como precepto constitucional un cargo más, desde donde se deberá controlar al Ministerio Público y a la Policía Nacional, que tienen como función precisamente la defensa de los derechos de las personas, ante la imposibilidad de que esas instancias entiendan, por sí mismas, que lo suyo no es atropellar.


Santo Domingo, D. N.
13 de marzo de 2013.-

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