ISABEL II Y FRANCISCO DE ASÍS
La razón de Estado le impuso a la joven Isabel II el matrimonio con su primo carnal Francisco de Asís, que era homosexual, si no declarado, al menos reconocido por todos. La denominada "cuestión de Palacio" demostró la debilidad española. La política interna y externa de nuestro país estaba manejada a su albedrío por Francia, Gran Bretaña y el Imperio austríaco.
Cuando se le comunicó a la reina la buena (mala) nueva, parece que exclamó horrorizada: "¡Con Paquito, no!", aunque otras fuentes dicen que en realidad lo que dijo fue "¡Con Paquita, no!". Era vox populi las inclinaciones sexuales del futuro consorte. Como conocía a su primo, no quería compartir su vida con él, algo que la hizo muy desgraciada, y le hizo tomar multitud de amantes. Al fin y al cabo era una Borbona. Del matrimonio no deseado, se derivaron numerosas y lógicas controversias y dificultades en la convivencia del matrimonio, pero también graves problemas para la gobernabilidad de una inestable España, a los que se añadieron los insoportables chantajes del novio. La familia del novio presionó lo suyo para hacer efectivo el enlace en virtud de los intereses familiares.
La elección de Francisco de Asís como esposo de Isabel II se produjo tras desecharse otras candidaturas; el esposo de la reina
debía ostentar rango aristocrático pero no opciones de heredar otro
trono europeo. ¿Pues quién mejor que su primo? Se veía la mano de las
potencias europeas en estos tejemanejes. A pesar de la homosexualidad del marido, tuvieron doce hijos,
de los que sólo sobrevivieron a la niñez cinco, entre ellos el futuro
Alfonso XII. Vamos, que el hombre le hacía a las ostras y a los
caracoles, aunque
parece que sólo uno de ellos pudo ser de su marido, el resto fueron fruto de sus distintos amantes:
el compositor Emilio Arrieta que le cantaba antes de dormir, Carlos Marfori,
el marqués de Bedmar, el comandante José Ruiz de Arana, el teniente de ingenieros Enrique Puig Moltó, el escritor Miguel Tenorio de Castilla (en tres ocasiones) y otro de padre desconocido.
La vida personal de la reina en ese matrimonio desgraciado y la presión de la vida palaciega, fue objeto de burla, fariseísmo y arma arrojadiza de los políticos de la oposición, sobre todo los de corte republicana, que construyeron así la leyenda sobre la Reina ninfómana
que ridiculiza a la soberana y la distancia más aún de su pueblo. No
obstante, y debido a las circunstancias, la mujer tuvo sus aventuras amorosas.
Como para no tenerlas con el lebrel que le había tocado en suerte y se
había instalado en su lecho, en contra del parecer de ambos, eso sí.
Durante su infeliz matrimonio, se produjeron constantes intrigas palaciegas, confabulaciones, complots y toda una serie de planes y artimañas para tratar de separar definitivamente a los Reyes, algo que no se consiguió a pesar de todo, más que cuando tuvieron que partir al exilio francés, empujados por la Revolución Gloriosa de 1868. Ambos establecieron sus residencias por separado, y seguro que ambos suspiraron de alivio por librarse el uno del otro y de la tremenda responsabilidad de gobernar un Estado tan ingobernable como España.
Francisco de Asís tuvo una intensa actividad como mecenas, poco conocida, estaban como estaban los cronistas de su época a la que saltaban. Así, mandó restaurar y embellecer numerosos monumentos de la capital madrileña, entre ellos las iglesias de las Calatravas y San Jerónimo el Real, que se encontraban en ruinoso estado. La plebe le llamaba Paquito Natillas y le dedicaba versos tan cariñosos como éstos:
Paquito Natillas
es de pasta flora
y mea en cuclillas
como las señoras
es de pasta flora
y mea en cuclillas
como las señoras
El pueblo cantaba o conturreaba lindezas como ésta: "Isabelona tan frescachona y don Paquito tan mariquito".
De don Francisco de Asís se decía que mantenía relaciones íntimas con Antonio Ramos Meneses. Cuando en 1860, el general O'Donell fue a despedirse de Isabel II antes de irse a la guerra de África, la reina le dijo cariñosamente que si ella fuera hombre iría con él. Francisco de Asís,
que estaba presente, añadió: "Lo mismo te digo, O'Donell, lo mismo te
digo". Y es que cuando el río suena agua lleva. Menuda pareja que
debieron hacer ante los ojos de los españoles, que sólo vio diversión
en la imagen de aquellos singulares gobernantes, pero no la infelicidad
que asomaba a los ojos de ambos. Aunque también eran unos
viva-la-Virgen, qué caramba.
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