El tráfico de migrantes hacia Libia, el país del que todos se quieren ir
- 19 septiembre 2015
La muerte por error de ocho turistas mexicanos durante una operación de las fuerzas de seguridad en el desierto oriental de Egipto subraya las dificultades para evitar que militantes radicales crucen la frontera desde la anárquica Libia.
Pero también hay personas que atraviesan esa línea fronteriza en la dirección contraria: emigrantes egipcios pobres que quieren buscar trabajo en Libia, quienes -según los contrabandistas que les llevan al otro lado- también corren el riesgo de ser atacados a tiros en caso de ser avistados.
En las imágenes aéreas distintivas de Egipto predominan dos colores contrastantes: el cauce verde del río Nilo serpenteando verticalmente de sur a norte y la vastas franjas amarillas del desierto que conforman más de 90% de la superficie del país.
A primera vista, el verde parece confinado a las riveras del río y a su delta triangular, pero al mirar con atención se aprecian pequeñas manchas que forman una suerte de peldaños a través del Sahara, que en la antigüedad eran llamadas "islas de los afortunados".
El más remoto de estos oasis, Siwa, se ubica a unos 640 kilómetros del Nilo y a unos 320 kilómetros al sur del Mar Mediterráneo, por lo que está rodeado de miles de kilómetros cuadrados de desierto.
El paso de los viajeros
Usado durante siglos por las caravanas de comerciantes, en Siwa están acostumbrados a ver el paso de personas. Mercaderes, peregrinos y ejércitos, todos han gozado de las ventajas de sus fuentes de agua fresca, sus frutas exquisitas y de la sombra de sus palmeras, mientras cruzaban uno de los ambientes más hostiles de África.
El visitante más famoso fue Alejandro Magno, quien llegó a ese oasis en el siglo IV AC para consultar el oráculo de Amón.
Pero un nuevo tipo de visitante comenzó a ser visto con más frecuencia tras las turbulencias políticas que sacudieron Libia en 2011.
El clima de agitación que vivió el país dificultó el cruce de la frontera en Sollum, en la costa del Mediterráneo, por lo que Siwa, ubicada apenas a 60 kilómetros de la frontera se convirtió en la última parada para los egipcios que abandonaban sus hogares en busca de un empleo mejor pagado en sectores como la industria petrolera libia, por ejemplo.
Pese a las advertencia del gobierno sobre la inestabilidad en Libia y a una cifra creciente de ciudadanos egipcios asesinados allí, muchos aún están dispuestos a hacer el viaje, lo que resulta una señal muy negativa sobre las condiciones de vida en muchas partes del Egipto rural.
A finales de 2013, dos años después de la muerte de Muamar Gadafi, se estimaba que aún había en Libia un estimado de entre 700.000 y 1,5 millones de trabajadores egipcios.
Una alternativa para indocumentados
Aquellos que hacen el largo viaje por tierra hasta Siwa bien pueden terminar a bordo de un vehículo conducido por Mohamed, un residente de Siwa de 44 años que se ha dedicado al contrabando durante casi toda su vida adulta, aprendiendo a navegar las rutas del desierto de su abuelo, quien frecuentemente cruzaba la frontera para buscar té, azúcar y otras provisiones en el poblado libio más cercano, Jaghbub.
"Lo que pasó en Libia abrió buenas oportunidades de negocio en Siwa", apunta Mohamed, sentado de piernas cruzadas sobre una alfombrilla verde mientras bebe numerosas tazas de té dulce preparado en una estufa a gas.
"En Siwa hemos vivido realmente cómodos, no como en otras partes de Egipto donde la gente se pelea por el negocio y no hay trabajo ni hay nada".
Mucho del dinero procede del contrabando de Libia a Egipto: cigarrillos europeos, hachís, medicinas y armas.
Según Mohamed, las armas son ahora tan baratas que hay una en cada casa.
Pero los trabajadores migrantes también se han convertido en una fuente de ingresos relevante. "Ellos no pueden irse por Sollum, necesitan visas, documentos y dinero para pagar sobornos, así que les resulta más fácil irse por esta ruta, la ruta secreta", apunta.
No se trata de un trayecto largo -el lugar de destino más próximo se encuentra apenas a 90 kilómetros de distancia- pero se ha convertido en un viaje muy peligroso.
Disparos a la cabeza
Desde que Abdel Fattah al Sisi fue nombrado presidente en 2014 ha habido una política de mano dura contra el tráfico en la frontera. La amenaza de militantes radicales entrando al país y el preocupante flujo de armas que llegan desde Libia ha llevado a las fuerzas armadas a adoptar una estrategia inflexible.
Muchos vehículos avistados en el desierto han sido destruidos por patrullas del Ejército, los sospechosos de trabajar en el contrabando han sido arrestados y apresados, se han realizado redadas en las casas y muchos vehículos han sido confiscados.
"Muchas personas murieron cuando el gobierno comenzó a cerrar la ruta y a disparar a la gente", dijo Mohamed.
"Cuando el conductor no detiene el vehículo los soldados le disparan a la cabeza, sin hacer preguntas. Ahora cuando te ven en el desierto te disparan inmediatamente, incluso si estás desarmado.
"Es como si mataran animales y no a personas".
En febrero, el autodenominado grupo Estado Islámico divulgó un terrible video en el que mostraba el asesinato de 21 coptos egipcios en Libia.
Esto puede haber desalentado a algunos que querían cruzar la frontera, pero la urgencia de salir de una vida de pobreza apabullante impulsa a la gente a asumir riesgos.
De acuerdo con el Banco Mundial, el alto Egipto -esa franja verde de territorio que abarca desde un punto en el sur de El Cairo hasta la frontera con Sudán- alberga a 40% de la población del país, pero entre ellos incluye a 60% de quienes viven en pobreza y 80% de quienes viven en pobreza extrema.
Una tercera parte de la población es menor de 30 años, de los cuales la mitad se encuentran desempleados.
Libia ha sido un destino de los trabajadores migrantes egipcios desde el boom petrolero de la década de 1970 y probablemente seguirá siéndolo hasta que las condiciones de vida mejoren, pese a los crecientes peligros que entraña el viaje.
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